Por Vladia Rubio.
Cuba es
simplemente un país históricamente religioso. En la integralidad de su
tradición cultural late, junto a otros componentes, una espiritualidad
religiosa.
Cuando
faltan segundos para las 12:00, se inclina junto a la ceiba, Iroko, y musitando
palabras solo audibles para el árbol sagrado, deposita su ofrenda. Instantes
después, Yéssica es solo una breve figura, cuyo manto y saya blanquísimos
insinúan apenas una claridad, que cada vez se hace más tenue mientras se aleja
en la media noche de Rancho Boyeros
Décadas atrás, esta mujer hubiera acudido junto a la ceiba con sigilos u ocultamientos. Pero hoy no es difícil observar escenas como esta y tampoco comprobar cómo han proliferado las cubanas y cubanos de todas las edades que motean las calles de cualquier territorio de esta Isla con sus vestimentas blancas de Iyawwó, es decir, de quienes se inician en la religión yoruba.
Tampoco es
inusual escuchar en espacios televisivos o radiales a muy diversos líderes de
opinión, sobre todo del mundo artístico, agradeciendo a deidades del panteón
yoruba como incidental de su intervención, quizás referida a comentar su
próxima presentación.
Expresiones como
«estoy
iré» o
«aché pa’
ti» se
han incorporado al habla popular, sobre todo a partir de la cancionística, en
tanto atributos como el iddé o mano de Orula pueden verse en las más disímiles
muñecas, lo mismo asomando bajo la manga de un elegante traje o guayabera, que
junto a los pulsos tintineantes de un brazo desnudo y a veces también tatuado.
Cada comienzo de
enero, la Letra del Año se difunde, sobre todo por canales alternativos, con
tanta o más eficacia que disposiciones y regulaciones con el sello oficial de
la República.
En general,
estudiosos del tema aseguran que: «A la par de la crisis y en estrecha relación
con ella, se ha verificado una reactivación religiosa que, entre otras
consecuencias, ha permitido una mayor presencia de la religión en la sociedad
cubana…».
Así aseguraba, por ejemplo, el ya fallecido doctor Jorge Ramírez Calzadilla,
quien fuera jefe del Departamento de Estudios Sociorreligiosos del Centro de
Investigaciones Psicológicas y Sociológicas (CIPS).
Pero estas
líneas versan en particular sobre la santería —sin por ello desconocer otras
filiaciones—,
por lo visible de esta adhesión y porque, como el también Profesor Titular de
la Facultad de Filosofía e Historia, Universidad de La Habana, Ramírez
Calzadilla afirmara, «se
acentúa la tendencia al movimiento hacia las formas religiosas popularizadas
asociadas a la cotidianeidad y a la solución milagrosa, menos comprometedoras
en el plano ético y organizacional, a la vez que, por otra parte, hay una
búsqueda en la religión de solidaridad, de ideales de vida, de valores morales,
de modelos de conducta y esperanzas. Lo carismático, por su incidencia en
curaciones con la sanidad divina, sus cantos movidos, el trance, que hacen que
su liturgia esté próxima al modo con que el común de los creyentes cubanos
acostumbra a expresar su religiosidad, parece ser que tiene condiciones
favorables para un crecimiento, como ya se advierte».
Lo que
se sabe no se pregunta
Inés María,
habanera de 50 años, trabajadora del campo intelectual, y cuyos otros datos
personales pidió permanecieran resguardados, es de las que sube y baja la
calzada ataviada de blanco de la cabeza a los pies. Aunque el sol raje las
piedras, el manto va sobre sus hombros, y medias también blancas le cubren las
piernas. Tampoco le faltan nunca el pañuelo a la cabeza y la sombrilla, bajo la
cual regala una pudorosa sonrisa perlada de sudor.
En el código ético
de Ifá, Okana Sorde indica: Lo que se sabe no se pregunta. Sin embargo, lo que
no se sabe…, por eso fuimos junto a Inés María, quien en tono casi confidencial
refirió a Cubasí que se había decidido por el camino de la santería «debido a
que me estaban haciendo mucho mal, había demasiados malos ojos puestos en mí y
un babalawo, a quien conozco desde niña, me aconsejó que esta podía ser la
solución porque yo sola no podía y él sentía que el santo lo estaba pidiendo.
Me iba a hundir. Sin embargo, ahora la vida me ha cambiado, te lo puedo
demostrar».
Los motivos que
mencionan aquellos iniciados en la llamada Regla de Ocha-Ifá pueden ser
similares a los de Inés María, o por enfermedad, por la llamada del santo o
buscando desarrollo espiritual, entre otros.
Lo cierto es que
la crisis económica de los años 90 marcó un punto de giro en el ámbito de las
creencias. Ello no es ninguna peculiaridad cubana y tampoco la primera vez que
sucede en el acontecer nacional: las guerras de independencia, los conflictos
sociopolíticos de los años treinta, y los finales de la década de los
cincuenta, también fueron contextos para una reemergencia de la fe.
El doctor
Ramírez Calzadilla lo sintetizaba sabiamente: «No veo misterio sobre las causas.
Cuba es simplemente un país religioso. Históricamente religioso. En la colonia,
en la república postcolonial, y en la revolucionaria. De reconocida
religiosidad sincrética. Quiere esto decir que en la integralidad de su
tradición cultural late, junto a otros componentes, una espiritualidad
religiosa».
¿Por qué
va de blanco el iyawó?
Según la doctora
María Elena Molinet, en su libro Vestimenta ritual tradicional de la
santería cubana, Premio Catauro Cubano, durante el primer año, el iniciado
deberá vestirse de blanco, usando prendas que ayuden o guarden el pudor del
iniciado.
Varios iyawó a
quienes interrogó esta reportera explicaron que la ropa debe ser toda blanca
porque «representa
la pureza y también a Obbatalá»,
«el
blanco es la suma de todos los colores, y por tanto, del color de todos los
Orishas»,
«porque
estamos en un proceso de purificación, en un nuevo nacimiento, que necesita de
la tranquilidad interior y también de la exterior, de las buenas energías que
capta el blanco».
Alguien habló
también de un patakín —fábula— donde se
cuenta de Osi (ganso), que decidió ir a vivir al cielo porque en la tierra
pleiteaba con todos, y al volver del cielo lo hizo vestido de blanco, se había
hecho santo y su vida cambió. En vista de la mejoría, decidió partir con toda
su familia hacia las alturas, de donde retornaron también con albas
vestimentas. Desde entonces, el plumaje de los gansos es blanco, y por eso los
iyawó se visten de blanco, relató el interrogado.
La destacada
etnóloga Lydia Cabrera refería que «el lyawó es la persona —niño, mujer u hombre— que ha
pasado por las pruebas de iniciación en la Regla Lucumí y ha sido Asentado,
durante un año deben adoptar este vestuario porque blanco es el color del
Orishanla Obatalá, Dueño de las Cabezas, símbolo de su pureza inmaculada, y someterse
a un régimen muy severo de castidad y abstinencia. En este período que sucede a
la iniciación —Kariocha—, vivirán
en olor de santidad, evitando el menor contacto que pueda mancharlos».
Del mismo modo
que evidencia riqueza cultural conocer cómo y por qué vestían de determinada
forma los mambises, o el ejército de Napoleón, o el Papa, o el Cisne Negro, de El
lago de los cisnes, también lo evidencia saber sobre la vestimenta de
estos iniciados. Y sobre todo considerando lo cercano que hoy nos resulta el
tema, con el cual convivimos.
Aseguran los
entendidos en estos rituales que la ropa debe ser toda estrictamente blanca
durante un año, sin faltarle al hombre la llamada camisetilla bajo la camisa —de mangas
largas durante los tres primeros meses—, y también la gorra. Las mujeres, además del
chal, deben llevar sayuela, medias largas, quilla y turbante, todo lo cual va
acompañado por los ilekes —collares— y los
ildeses del orisha tutelar y de Orula.
Invocaciones
en CUC
Una colega
nacida entre canastilleros y elegguá me comentaba sobre ciertos motivos
ilegítimos que se han abierto espacio en el mundo de la santería: la
especulación, usado el término como sinónimo de ostentación, según la más
reciente acepción dada al término por el diálogo cotidiano.
Como hacerse
santo cuesta, y bastante, parece que algunos han elegido esa vertiente para
pavonearse por lo abultado de sus billeteras. Y si hay quien ostentosamente
proclama que solo usa «ropa
de marca»,
estos imprimen la marca de su capital a lo fastuoso de sus ceremonias
religiosas y prendas afines.
Junto a esos,
tampoco puede olvidarse a quienes lo hacen simplemente como una moda más, y por
tanto, lo hacen mal.
El profesor,
crítico e investigador Aurelio Alonso Tejada, Premio Nacional de Ciencias
Sociales 2013, califica tales procederes como agentes de deslegitimación.
Recuerda que a tenor con los impactos del mercado, las comunidades religiosas,
como reacción legítima, acentúan sus lazos de solidaridad, internos y hacia el
exterior.
«Pero la
frontera oscura de la legitimidad se franquea cuando la capacidad de respuesta
se convierte en un instrumento de influencia. (…) En la santería, la
mercantilización da lugar a otra deformación: la de la iniciación precipitada,
con fines de lucro, de ahijados en la emigración, lo que en todas partes se
conoce ya como el negocio de los “diplobabalawos”».
Alonso subraya
al respecto que «estos
fenómenos de deformación mercantil (no rechazo aquí al mercado, sino a su
extralimitación) introducen un efecto deslegitimador en la ética religiosa. Y
la legitimidad ética es sustancial para que los valores que son defendidos como
propios participen con efectividad en la reconstrucción del paradigma».
En el
mismo caldero
Con sus sombras
y luces, el mundo de la religión yoruba —y todas las otras religiones de los
cubanos—
sigue mereciendo renovados estudios en profundidad. Además de enriquecernos
sobre sus aristas cualitativas, las más importantes, también informarían acerca
del comportamiento cuantitativo de la religiosidad, lo cual no deja de resultar
interesante, a pesar de que los números en este ámbito no siempre resultan
buena brújula.
Emprender dichas
indagaciones y dar a conocer sus resultados —porque a todos y cada uno nos
compete el tema por ser parte de la identidad nacional que conformamos— permitiría
ampliar lo que la doctora Maricela Perera Pérez, del Departamento de Estudios
Sociorreligiosos del CIPS, sentenciaba durante la Cuarta Conferencia de
Estudios Sociorreligiosos, hace ya diez años: «Lo religioso se resignifica. Sus
funciones como refugio o compensación, referente de significados alternativos,
se potencian. En este sentido, pueden orientar la conducta de modo evasivo o
exaltador del ser útil, con una proyección social. Conocer la dirección de
estas tendencias es sin dudas una necesidad».
Probablemente, Yésica, al depositar su ofrenda junto a
la ceiba, no lo diría así; tampoco Inés María ni los otros iyawó entrevistados
para este trabajo. De todos modos, la voz de cada uno de ellos y también sus
silencios, los de todos y todas, practicantes o no, son importantes para este
tema, porque aquí el que no tiene de congo, tiene de carabalí, y como dice
Adalberto Álvarez en su popular estribillo: «Yo voy a pedir pa’ ti lo mismo que tú pa’ mí».
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