Palabras de presentación del libro De la confrontación a los intentos de normalización. La política de los Estados Unidos hacia Cuba. 13 de octubre de 2014, Sala Villena de la UNEAC, de los autores Elier Ramírez Cañedo y Esteban Morales Domínguez. |
Por Elier Ramírez Cañedo
I
Nos complace muchísimo poder presentar esta segunda edición ampliada del libro: De la confrontación a los intentos de “normalización”. La política de los Estados Unidos hacia Cuba, de conjunto con la obra Back Channel to Cuba. The Hidden History of the Negotiations between Washington and Havana, de
los amigos y reconocidos investigadores estadounidenses William
Leogrande y Peter Kornbluh, y teniendo nada más y nada menos de
moderador a Ramón Sánchez Parodi, quien fuera uno de los principales
protagonistas de la historia que abordan ambos textos, además de ser un
profundo conocedor y estudioso de las relaciones Estados Unidos-Cuba. Le
reiteramos a Parodi nuestro agradecimiento por haber tenido la
gentileza de acompañarnos y además haber escrito para nuestro libro un
excelente prólogo.
El hecho de que hoy podamos estar presentando al unísono dos textos
sobre una arista tan poco explorada en estudios anteriores sobre el
conflicto Estados Unidos-Cuba, con la visión tanto de autores cubanos,
como estadounidenses, dice mucho de los estrechos vínculos que han
alcanzado nuestros pueblos en materia de intercambio académico y
cultural, y de lo que pudiera ser en un futuro, de no existir las
regulaciones que hoy lo limitan. Por otro lado, habría que decir que
cada vez son más las voces dentro de la academia estadounidense que
manifiestan su rechazo a la política de bloqueo y agresión contra Cuba y
abogan por una urgente “normalización” de las relaciones entre ambos
países. William Leogrande y Peter Kornbluh son una muestra muy elocuente
de ello.
El libro que hoy presentamos creció considerablemente en comparación
con el publicado en el 2011 por la Editorial de Ciencias Sociales,
gracias a los valiosos documentos cubanos a los que pudimos acceder en
los últimos años, el examen de numerosas fuentes documentales de los
archivos estadounidenses recientemente desclasificados y la realización
de nuevas y más extensas entrevistas con actores históricos de ambos
países. De esta manera aparecen en el libro nuevos tópicos y pasajes
históricos, convertidos en epígrafes y capítulos. Asimismo, tuvimos la
oportunidad en esta edición de incrementar los documentos que aparecen
como anexos, los que estarán ahora a disposición de otros investigadores
y estudiosos del tema.
Quiero advertir que, aunque en el libro se hace mención a los
diferentes momentos de negociación entre los Estados Unidos y Cuba,
luego de la ruptura de las relaciones diplomáticas en 1961 hasta la
actualidad, no se abordan a plenitud todas esas experiencias. Preferimos
más bien en este obra concentrarnos en los momentos cumbres de esta
diplomacia secreta, de acercamientos y diálogos entre Washington y La
Habana, o lo que incluso se llamó por la parte estadounidense: “procesos
de normalización de las relaciones”, que únicamente tuvieron lugar
durante la administraciones de Gerald Ford (1974-1977) y Jimmy Carter
(1977-1981), aunque como explicamos en el primer capítulo, en el año
1963, durante la administración Kennedy, hubo ciertos tanteos
diplomáticos de acercamiento que aún hoy nos hacen preguntarnos en qué
hubiesen terminado de no haber ocurrido el asesinato del presidente
demócrata, el 22 de noviembre del propio año en Dallas.
Al ser el período de la administración Carter en el que más lejos
pudo avanzarse en el camino hacia una posible “normalización” de las
relaciones, le dedicamos el mayor espacio del libro. Lo ocurrido en esos
años en cuanto a conversaciones, negociaciones y gestos de ambos lados,
no tenía precedentes, ni pensamos haya sido superado hasta nuestros
días. La administración Obama, teniendo incluso un contexto más
favorable, ha quedado muy rezagada en comparación con lo que en su
momento hizo Carter en cuanto a una posible “normalización” de las
relaciones con Cuba. De ahí que esta etapa, en particular, ofrece una
serie de lecciones de extraordinaria valía para el presente y el futuro
de las relaciones bilaterales. No se trata solo de una cuestión de
aportar a la ciencia histórica, sino de que ese aporte pueda tener
también algún impacto transformador en nuestra contemporaneidad, que se
traduzca en la búsqueda de una solución al ancestral conflicto Estados
Unidos-Cuba, que nos mueva, si bien no a una normalización entendida en
su forma clásica, al menos a una relación más civilizada o a un modus
vivendi entre adversarios ideológicos.
Ahora bien, consideramos que lo más interesante en esta nueva
presentación, para no repetirnos, sería en primer lugar fijar nuestros
puntos de vistas sobre el por qué del fracaso del proceso de
“normalización” de las relaciones durante los mandatos presidenciales de
Gerald Ford y Jimmy Carter y luego polemizar un tanto con algunos
asertos que en torno al tema se han emitido durante años,
fundamentalmente por autores foráneos.
I
Consideramos que la razón fundamental por la cual no se alcanzó la
normalización de las relaciones entre Estados Unidos y Cuba durante las
administraciones Ford y Carter, residió en la no superación de la
esencia histórica de la confrontación entre ambos países: la intención
de los Estados Unidos de dominar la política doméstica y exterior de
Cuba y la voluntad manifiesta de la Isla, de pagar el precio necesario
por su soberanía.
Si bien durante la administración Ford hubo bastante consenso dentro
de los círculos de poder estadounidenses respecto a considerar el
activismo internacional de Cuba como el principal impedimento para
“normalizar” las relaciones, en el período de Carter hubo más criterios
contrapuestos, aunque al final la concepción “globalista” con relación a
los conflictos internacionales, defendida fundamentalmente por el
asesor para asuntos de Seguridad Nacional, Zbiniew Brzezinski, terminó
imponiéndose a la “regionalista” que respaldaban el secretario de Estado
Cyrus Vance y el personal diplomático más experimentado del
Departamento de Estado y que tendía a analizar los problemas
internacionales no dentro de la rivalidad este-oeste, sino buscando sus
causas endógenas. De esta manera, la ilusión de que Cuba renunciara a su
solidaridad internacional a cambio de la “normalización” de las
relaciones con Estados Unidos, desplazó los enfoques más constructivos
dentro de la estructura de gobierno estadounidense a partir de 1978.
Indudablemente, los cambios acontecidos en el entorno internacional,
en la dinámica interna de los Estados Unidos, así como la influencia
negativa del sector antinormalización dentro del ejecutivo y el congreso
estadounidense, fueron variables que tuvieron una incidencia importante
en que los gobiernos de Ford y Carter terminaran adoptando esta
perspectiva de condicionamiento tan poco constructiva.
Las elecciones presidenciales de noviembre de 1976, las cuales Ford
aspiraba ganar para mantenerse al frente de la Casa Blanca y la
concepción del ejecutivo, especialmente de Kissinger, en relación con la
presencia militar cubana en Angola, imposibilitaron que se continuara
avanzando en la búsqueda de una posible “normalización” de las
relaciones con Cuba.
Por su parte, en el período presidencial de James Carter, la fuerte
tendencia antinormalización en el ejecutivo y el congreso estadounidense
terminó haciéndose dominante inmediatamente después de que los soldados
cubanos entraran en Etiopía, al tiempo que la tendencia más
conciliadora y liberal con respecto a Cuba, visible fundamentalmente en
el Departamento de Estado, perdió cualquier posibilidad de protagonismo.
Las propias crisis fabricadas por Zbiniew Brzezinski, asesor para
Asuntos de Seguridad Nacional, la CIA y el Pentágono (Shaba I, Shaba II,
Mig 23, “Brigada Soviética”, etc.) y el auge de las fuerzas
progresistas y revolucionarias en áreas consideradas de intereses
vitales para los Estados Unidos, fueron muy bien aprovechadas por estos
sectores contrarios a un entendimiento con Cuba, logrando que la
política hacia la Isla fuera vista a través del lente de la política
hacia la URSS y se desmarcara del inicial diseño de política hacia el
hemisferio. Estos sectores fueron también los responsables de que se
impusiera la idea en la administración Carter, de que Cuba, como
condición sine qua num de un modus vivendi con Estados
Unidos debía: retirar sus tropas de África; no interferir en ninguna
otra región que fuera de interés vital para los Estados Unidos –como fue
el caso de Centroamérica y el Caribe en 1979-, renunciar a sus vínculos
con la URSS; desistir de su solidaridad con la causa independentista
del pueblo puertorriqueño; y realizar los pagos pertinentes por las
propiedades norteamericanas expropiadas a inicios de la revolución.
Entonces, con el abandono paulatino del proceso de distensión entre
Estados Unidos y la URSS y el comienzo de una nueva etapa de guerra
fría, se hacía prácticamente imposible la “normalización” de las
relaciones con Cuba, máxime si la política de Estados Unidos hacia Cuba
era conformada a partir de los patrones de la política hacia la Unión
Soviética. No fue casual que la idea de la “normalización” de las
relaciones o de algún tipo de acomodo con la Isla, sólo se hubieran
hecho visibles en las etapas de bajas tensiones o relativa distensión
entre la URSS y los Estados Unidos, como fueron el año 1963 y los
períodos 1974-1975 y 1977-1978.
II
Nuestro libro confronta con dos ideas fundamentales que hemos leído o
escuchado en diversas oportunidades. La primera de ellas es la que
sostiene que a Cuba en verdad no le interesaba normalizar las relaciones
con los Estados Unidos, pues cuando se estaba avanzando hacia una nueva
relación en la etapa de Ford, apareció lo de la presencia militar
cubana en Angola y luego cuando Carter, se repitió la historia al enviar
tropas a Etiopía. Es decir, que no se alcanzó la normalización, pues a
Fidel le interesó más en aquel momento el papel de Cuba en África, que
la normalización de las relaciones con los Estados Unidos. La segunda y
la más alejada aún de la verdad histórica es la que ubica al líder de la
Revolución Cubana como el gran obstáculo que ha impedido una relación
normal entre ambos países.
El primero de los enfoques señalados, desvirtúa los hechos, desconoce
la estrategia cubana en política exterior de aquellos años y los
móviles de su liderazgo histórico. Cuando profundizamos un poco, de
inmediato comprendemos que Fidel jamás vinculó ambos temas. Él manejaba
el proceso de normalización de las relaciones con los Estados Unidos y
el internacionalismo de Cuba en África como cuestiones independientes.
Ambas de extraordinaria importancia estratégica para Cuba. Fueron los Estados Unidos los que establecieron esa conexión funesta. Wayne
Smith, quien fuera jefe de la sección de intereses de los Estados
Unidos en La Habana durante los dos últimos años del mandato de Carter,
lo ha dicho magistralmente: “Pero el hecho de que Castro no le
hubiese dado la espalda al MPLA no representaba una falta de interés en
mejorar sus relaciones con los Estados Unidos. De haber sido así, el
estímulo brindado por los norteamericanos a las incursiones de las
tropas de Zaire y Sudáfrica también hubiese sido un indicio de cinismo
de los propósitos del acercamiento de los Estados Unidos hacia Castro.
Quizás él así lo pensó, pero optó, en la práctica, por mantener los dos
asuntos separados y continuar con el acercamiento, pese al respaldo
concedido por los Estados Unidos a las fuerzas que se oponían a los
amigos de Castro en Angola”.[i]
Al respecto también señaló hace muchos años el destacado intelectual argentino Juan Gabriel Tokatlian:
“…, lamentablemente Estados Unidos fue el responsable de
introducir un elemento perturbador en las relaciones entre ambos países:
condicionó las aproximaciones bilaterales a temas y políticas
multilaterales, es decir, multilateralizó lo bilateral y bilateralizó lo
multilateral. La participación cubana en Angola durante 1975 fue
interpretada como un hecho que impedía un entendimiento constructivo
entre Cuba y Estados Unidos. Se ubicó este acontecimiento como un factor
que inhibía todo acercamiento positivo de las partes. Esto, reiteramos,
fue un error lamentable porque colocó el contenido y el sentido del
debate bilateral en otra dimensión.
Y la crítica debe caer en Estados Unidos pues no fue Cuba quien
esgrimió el argumento de mejorar o no las relaciones de acuerdo a si
Estados Unidos apoyaba directamente a los regímenes autoritarios de
Haití o Filipinas o armaba encubiertamente a Sudáfrica o intervenía en
los conflictos de Medio Oriente”.[ii]
Sin embargo, lo más interesante para nosotros fue encontrarnos que
Robert Pastor, quien era asistente para América Latina del Consejo de
Seguridad Nacional en la época de Carter, comprendió lo fallido de la
estrategia estadounidense a la hora de negociar con Cuba y vincular la
normalización de las relaciones a la retirada de las tropas cubanas de
África y advirtió con gran visión de la perspectiva cubana que ello
haría fracasar el proceso de normalización. El 1ro de agosto de 1977,
Pastor le escribió a Brzezisnki: “Hemos considerado el aumento de las
actividades de Cuba en África como una señal de interés decreciente por
parte de Cuba respecto del mejoramiento de las relaciones con los
EE.UU, y Kissinger unió las dos cuestiones –la retirada de Cuba de
Angola a fin de lograr mejores relaciones con los EE.UU– solo para
fracasar en ambas. Existe una relación entre las dos cuestiones, pero se
trata de una relación inversa.
Mientras Cuba intenta normalizar relaciones con las principales
potencias capitalistas del mundo, Castro también experimenta una
necesidad sicológica igualmente fuerte de reafirmar sus credenciales
revolucionarias internacionales. No afectaremos el deseo de Castro de
influir en los acontecimientos en África tratando de adormecer o detener
el proceso de normalización; este es el instrumento equivocado y no
tendrá otro efecto que no sea detener el proceso de normalización y
descartar la posibilidad de acumulación de influencia suficiente sobre
Cuba por parte de los EE.UU, que a la larga pudiera incidir en la toma
de decisiones de Castro”.[iii]
En entrevista que pudimos hacer a Pastor, pocos años antes de su lamentable fallecimiento, este nos dijo: “Mi
memorándum no persuadió al gabinete, ni al Presidente. En nuestras
conversaciones en Cuernavaca y La Habana, yo seguí la política del
gobierno de los Estados Unidos más que la que yo había propuesto. Como
nosotros aprendimos, mi análisis era correcto”.[iv]
En cuanto al segundo criterio, que en acto de injusticia histórica
coloca en los hombros de Fidel la responsabilidad del no entendimiento
entre ambos países, el libro que hoy presentamos demuestra todo lo
contrario. En primer lugar, habría que decir que Estados Unidos y Cuba
no han tenido jamás una relación normal, no la tuvieron en el siglo XIX,
tampoco en el XX. La esencia de la confrontación –mucho más antigua que
Fidel-, hegemonía versus soberanía, viene arrastrándose por siglos.
Por otro lado, si ha habido en estos últimos más de 50 años alguien
interesado en avanzar hacia un modus vivendi, ha sido Fidel
Castro. Cuando se revisa la documentación cubana del período es
sorprendente la cantidad de tiempo que el Comandante en Jefe dedicó
durante años a recibir y conversar con congresistas y personalidades de
la política norteamericana. Si Fidel no hubiera creído que era
importante este tipo de encuentros para buscar un mejor entendimiento
entre ambos países, no hubiera invertido en ellos ni un minuto de su
preciado y limitado tiempo.
Empleando la diplomacia secreta Fidel fue el gestor de numerosas
iniciativas de acercamiento entre ambos países. Así lo reafirman los
documentos de ambos lados que hemos podido consultar.
A través del abogado James Donovan, quien negoció con Fidel la
liberación de los mercenarios presos a raíz de la invasión de 1961, la
periodista Lisa Howard y otras vías, el líder de la Revolución hizo
llegar al gobierno de Kennedy una y otra vez su disposición de conversar
en busca de un entendimiento. En agosto de 1961 Ernesto Che Guevara
trasladó una rama de olivo al gobierno estadounidense en un encuentro
que sostuvo en Montevideo con el asesor especial de Kennedy para asuntos
latinoamericanos, Richard Goodwin. Es imposible pensar que el Che
actuara por su cuenta y no de común acuerdo con el líder cubano. Fidel
además envió un mensaje verbal al ya presidente Lyndon Jonhnson a través
de la periodista Lisa Howard en 1964, que entre otras cosas decía:…… “Dígale
al Presidente (y no puedo subrayar esto con demasiada fuerza) que
espero seriamente que Cuba y los Estados Unidos puedan sentarse en su
momento en una atmósfera de buena voluntad y de mutuo respeto a negociar
nuestras diferencias. Creo que no existen áreas polémicas entre
nosotros que no puedan discutirse y solucionarse en un ambiente de
comprensión mutua. Pero primero, por supuesto, es necesario analizar
nuestras diferencias. Ahora, considero que esta hostilidad entre Cuba y
los Estados Unidos es tanto innatural como innecesaria y puede ser
eliminada”.[v]
Hasta a un furibundo adversario de la Revolución Cubana como Richard
Nixon tendió la mano Fidel de manera confidencial. Los documentos
desclasificados en los Estados Unidos muestran que el 11 de marzo de
1969 el embajador suizo en La Habana, Alfred Fischli, luego de haber
tenido una entrevista con Fidel, en un encuentro que sostuvo con el
secretario de Estado de los Estados Unidos, William P. Rogers, trasladó a
este un mensaje no escrito del primer ministro cubano en el que
expresaba su voluntad negociadora. [vi]
Durante la administración Carter fueron muchas las acciones de Fidel
que mostraron su disposición de mejorar las relaciones con los Estados
Unidos. En el año 1978, aunque sin mostrarlo como un gesto directo hacia
los Estados Unidos, se liberaron en Cuba miles de presos
contrarrevolucionarios, lo cual evidenciaba un deseo de la dirección
cubana de reanimar el proceso de normalización de las relaciones entre
ambos países, congelado a partir de la entrada de tropas cubanas en
Etiopía. “En ese momento –recuerda Robert Pastor-,
llegué a la conclusión de que Castro vio esta iniciativa como una manera
de tratar de poner las discusiones sobre la normalización de nuevo en
marcha. No tenía la menor intención de negociar el papel de Cuba en
África a cambio de la normalización, pero tal vez pensó que gestos
positivos en los derechos humanos, prioridad de Carter, serían
suficientes. No lo eran”. [vii]
En el año 1977 Carter había señalado que la clave para avanzar hacia
una normalización de las relaciones con Cuba eran los derechos humanos,
pero en 1978 evidentemente este tema había quedado desplazado frente al
de la presencia militar cubana en África, y las implicaciones de la
misma en el marco del enfrentamiento Este-Oeste. Podríamos mencionar
muchísimos más ejemplos que aparecen en el libro. Lo cierto es que la
postura de Fidel ha sido siempre la de estar en la mejor disposición al
diálogo y la negociación con nuestro vecino del Norte. Sin embargo,
siempre ha insistido, con sobrada razón y teniendo como respaldo el
derecho internacional y un conocimiento profundo de la Historia de Cuba,
que este diálogo o negociación sea en condiciones de igualdad y de
respeto mutuo, y no persiga que Cuba ceda ni un milímetro de su
soberanía o abjure a alguno de sus principios. Esta es hoy la misma
postura –aunque con estilo propio- del general-presidente Raúl Castro,
así lo ha reafirmado en innumerables discursos e intervenciones
públicas.
III
Mientras la “normalización” de las relaciones sea entendida por los
Estados Unidos desde la dominación, será imposible dar un salto
histórico que permita a nuestras naciones establecer una relación más
civilizada. En la medida que los intereses de seguridad imperial de la
clase dominante en los Estados Unidos continúen prevaleciendo por encima
de los legítimos intereses de seguridad nacional del pueblo
norteamericano en el diseño y la implementación de la política hacia
Cuba, será quimérico pensar en la posibilidad de un entendimiento que
perdure en el tiempo. Lo paradójico es que Cuba representa una garantía
para los Estados Unidos en temas de seguridad como: el narcotráfico, la
migración, el tráfico de personas, el terrorismo, el enfrentamiento a
catástrofes naturales, entre otros. Temas, algunos de los cuales generan
a Washington continuos diferendos con otros países a los que considera
sus socios en la región. Avanzar en todas aquellas áreas en que pueda
haber un interés común, realmente nacional, es la mejor vía por romper
la inercia del desencuentro y una cultura política que se remonta a los
años en que fue diseñada la llamada “política de la fruta madura”.
Obama tiene en estos dos libros que hoy unimos numerosas lecciones y a
la vez un consenso interno y externo que jamás ha tenido presidente
estadounidense alguno para hacer historia, dejando atrás una política
que cada día se vuelve más absurda y obsoleta. El próximo 28 de octubre,
en la Asamblea General de la ONU, cuando el mundo vote nuevamente
contra el bloqueo económico, comercial y financiero impuesto a Cuba, se
pondrá nuevamente de manifiesto.
Sabemos que el bloqueo no puede ser levantado de un día para otro y
que el legislativo estadounidense tiene buena parte de las prerrogativas
al respecto, pero el presidente Obama podría usar sus facultades
ejecutivas y como un primer paso hacia un giro de política, retirar a
Cuba de la lista de países terroristas y liberar a los antiterroristas
cubanos Gerardo Hernández, Ramón Labañino y Antonio Guerrero de su
injusto encierro. Estas medidas, además de que estimularían la búsqueda
de una salida humanitaria al caso del señor Alan Gross, como ha
señalado en reiteradas ocasiones el gobierno cubano, despejarían el
camino y crearían un clima más propicio para conversar y negociar sobre
otras cuestiones más complejas.
En realidad, cuando en su último discurso de campaña, Obama dijo
que conversaría con Cuba y eliminaría las restricciones puestas a Cuba
por su antecesor, aunque también dijo que mantendría el bloqueo, era
posible pensar que a estas alturas hubiera podido haber adelantado
algo más. Sobre todo, si prestamos atención a sus primeros discursos en
los que parecía exhibir coherencia y respuestas lógicas a los problemas
que Estados Unidos enfrentaba entonces en su política exterior.
Pero hoy Obama parece haber retrocedido, tanto respecto a Cuba como en el resto de su política exterior.
En cuanto a Cuba, ha recrudecido el bloqueo hasta lo inimaginable;
frente a una actitud antibloqueo que ha crecido más que nunca, incluso
dentro de Estados Unidos. Si Obama quisiera hacer cambios sustanciales
en la política hacia Cuba, cuenta hoy con las ventajas que no ha tenido
ningún presidente. Si estuviese dispuesto a eliminar el llamado por
ellos obstáculo de Alan Gross, el cambio sería solo el de un error en su
trabajo de inteligencia contra Cuba, por el borrado de la mancha que en
el sistema legal norteamericano representa mantener presos a los tres
cubanos que aun guardan cárcel en los Estados Unidos. Todo sería
ganancia. Ese cambio, como el presidente lo debe saber, no tiene la
menor connotación para la seguridad nacional norteamericana. Lo que si
puede ser un problema, es que el presidente retrase tanto el cambio, que
el retorno de Gross a Estados Unidos ya no tenga sentido.
Obama ha retardado tanto buscar mejorar, por sí mismo, las
relaciones con Cuba, que lo ha convertido en un asunto de presiones
para su ya fracasada política hacia América Latina y el Caribe. Es
difícil imaginar, salvo que tenga sobre si brutales presiones, que hagan
peligrar su persona, que Obama pueda pensar, que con las condiciones
que se dan en estos momentos, el costo de cambiar la política hacia Cuba
le vaya a ser sensiblemente desfavorable. Obama está ciego si no es
capaz de ver las ventajas que tiene comenzar un serio cambio de política
hacia Cuba. ¿Porque o por quien espera? ¿Cuántas señales más necesita?
Nunca se habían acumulado tantas señales, internas ni externas.
Notas
[i]Wayne S. Smith, “La relación entre Cuba y los Estados Unidos:
pautas y opciones”, en: Colectivo de autores, Cuba-Estados Unidos: dos
enfoques (edición y compilación de Juan G.Tokatlian), CEREC, Argentina,
1984, p.38.
[ii]Juan G. Tokatlian, Introducción, en: Colectivo de autores,
Cuba-Estados Unidos: dos enfoques (edición y compilación de Juan
G.Tokatlian), CEREC, Argentina, 1984, pp.16-17
[iii] Memorándum de Robert Pastor a Brzezinski, 1ro de agosto de
1977, The Carter Administration. Policy toward Cuba: 1977-1981,
(documentos desclasificados, biblioteca del ISRI, traducción del ESTI.
[iv] Entrevista realizada a Robert Pastor (vía correo electrónico), 5 de abril de 2009.
[v] “Del primer ministro Fidel Castro al presidente Lyndon B.Johnson,
mensaje verbal entregado a la señorita Lisa Howard de la ABC News, el
12 de febrero de 1964, en La Habana, Cuba”,www.gwu.edu/-nsarchiv/ (Traducción del ESTI)
[vi] Tomás Diez Acosta, Informe Final del Proyecto: La confrontación
EE.UU-Cuba en el primer mandato de Richard Nixon (1969-1972), Instituto
de Historia de Cuba, La Habana, 2014, p.50 (inédito)
[vii] Robert Pastor, “The Carter-Castro Years. A Unique Opportunity”,
in: Fifty Years of Revolution. Perspectives on Cuba, The United States
and the Word, Edited by Soraya Castro Mariño and Ronald W.Prussen,
University Press of Florida, Miami, 2012, p.246.
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