Por Fernando Martínez Heredia / LA JIRIBILLA
Hace 25 años, al terminar
de escribir un libro sobre la concepción teórica y la batalla intelectual del Che,
le puse al inicio un epígrafe que tomé de José Martí: “El único hombre
práctico, cuyo sueño de hoy será la ley de mañana”. Quise hermanar así el
sentido de las ideas, los proyectos y las vidas de dos de los más grandes
revolucionarios radicales de la historia de Cuba, y enfatizar el valor, el
alcance y la función de esa corriente, que es fundamental para nuestro futuro.
En las palabras iniciales de El socialismo y el hombre en Cuba, el Che le explica al editor
que lo ha esperado, como disculpa, que lo ha terminado mientras viajaba por África. No exagera. El 14
de marzo de 1965, dos días después de que el texto se publicara en Marcha,
de Montevideo, regresa el Che
tras cuatro meses de viajes, como alto representante de Cuba, a la Unión Soviética, Nueva
York, una larga gira por África
y una breve estancia en China.
Desde que salió el 17 de marzo de 1964 a Ginebra ha recorrido medio mundo, y
también ha estado en muchos lugares de Cuba, en sus labores como ministro de
Industrias. Al mismo tiempo, ha librado una crucial batalla de ideas en el seno
de la Revolución
cubana y de la conciencia del pueblo, exponiendo, defendiendo y divulgando la
posición y el camino más revolucionarios.
El socialismo y el hombre en Cuba es un opúsculo, un
manifiesto; está repleto de ideas que se enuncian, breves y muy fuertes,
organizadas por un fino hilo de acero. El aire del texto llama al lector a no
quedarse pasivo, a actuar. Pero no fue producto de un rapto: esta es una obra
de madurez. En cuanto a fijar su posición y lanzar sus ideas principales al
ruedo, cumple la función de ser un manifiesto comunista, y la proclama de una
revolución que le explica al mundo la verdadera naturaleza del socialismo y el
camino que se necesita recorrer. El comunismo ya no es el fantasma que recorre
Europa, sino el planeta, y ahora les habla a todos desde los países que no
habían sido, los que no habían tenido personalidad propia: las colonias. Al
mismo tiempo, este trabajo teórico tan rico es el anuncio de una obra marxista
que vendrá.
En cuanto a la nueva
etapa de la vida del Che
que comienza con abril de 1965, El socialismo y
el hombre en Cuba es el prólogo, la introducción a la fase
inicial de una tarea intelectual. Pero ella es una de las dos tareas que
emprendió al unísono. La otra es el combate directo internacionalista, la
subversión mediante la praxis, que lo llevará primero al Congo, después a Bolivia.
El alcance de este ensayo
se comprende mejor si tenemos en cuenta las preguntas que enfrenta y los
condicionamientos que tuvo. Lo referente al individuo, a la organización de la
sociedad y a las relaciones entre uno y la otra son, a mi parecer, los temas
generales fundamentales del pensamiento social. Otros asuntos de tanta monta
como, por ejemplo, la libertad, la conducta, la justicia, la moral, lo
político, los sistemas y los conflictos, no pueden pensarse ni comprenderse sin
atender a sus vínculos con aquellos grandes temas generales. El pensamiento europeo
que llamaron moderno elaboró un amplísimo venero de preguntas, tesis,
concepciones teóricas, métodos y proposiciones de estados personales y sociales
a lograr, que se expresaron en tendencias, escuelas y polémicas. Ofrecieron, a
la vez, grandes logros y nuevos problemas.
Los cambios sociales
hacia sociedades más justas y humanas, y el mejoramiento y la perfectibilidad
de los seres humanos, son dos objetivos principales del pensamiento social,
cuando pretende actuar y tener funciones más allá de su ámbito intrínseco. En
la Europa moderna, ellos se desarrollaron en íntimas relaciones con el
despliegue de las sociedades capitalistas, su naturaleza, sus contradicciones y
sus conflictos.
En ese marco fue que
surgieron la teoría social y la propuesta comunista de Carlos Marx, pero ellas
son imperecederas porque fueron antítesis de la correspondencia de las ideas
con sus condiciones de existencia, y el anuncio de un nuevo antagonismo que
solo podría ser resuelto por una revolución que acabara con todas las
dominaciones y volviera capaces de crear una nueva cultura a los seres humanos
y las sociedades liberados. Pero tanta subversión, y tan temprano en una época
de crecimiento de las potencialidades imperialistas de un nuevo sistema de
dominación que se volvía mundial, no logró ser viable. En Europa, la hegemonía
burguesa supo incluir y subordinar al socialismo; en el mundo despiadadamente
colonizado no parecía ni siquiera planteable.
El triunfo y la
consolidación de la Revolución
bolchevique fueron un salto colosal hacia adelante, que crearon una grandiosa e
insólita experiencia y un laboratorio de nueva sociedad no capitalista,
fomentaron una ola de esperanzas, dieron nuevos sentidos a las rebeldías a
escala planetaria y ampliaron el objeto del marxismo. El capitalismo
imperialista vivió un largo período de crisis entre 1917 y la Segunda Guerra Mundial, y en la
posguerra se vio obligado, en los países que llamaban desarrollados, a mejores
repartos de la renta, políticas sociales, estados de derecho y sistemas
políticos representativos; también se vio forzado a reconocer el derecho a la
autodeterminación de los pueblos colonizados. Mientras, la Revolución bolchevique
había sido liquidada por algunos de sus propios protagonistas, en los años 30.
La Unión Soviética,
sin embargo, se convirtió en un poderoso Estado, autónomo dentro de la
geografía económica mundial, y protagonizó una epopeya colosal en 1941-1945,
decisiva para la derrota del nazismo.
El mundo en que creció el
joven Ernesto Guevara
y se convirtió en el Che
vivió la aparición de una nueva época. Nuevas revoluciones triunfaron en países
que habían sido colonizados y neocolonizados —en lo que ahora llamaban Tercer
Mundo—, y los pusieron en el centro de la actividad de liberación y anticapitalista.
Surgieron nuevas identidades, representaciones, ideas y demandas que implicaron
a cientos de millones de personas. La actuación política de los pobres y las
clases subordinadas se multiplicó, como alas radicales en muchos procesos y de
manera autónoma en otros. El mapa del globo terráqueo se pobló con numerosos
nuevos países que aprendían a hacer coordinaciones entre ellos y con
organizaciones en lucha.
La nueva época exigía un
pensamiento propio que fuera capaz de liberarse de toda colonización y rompiera
la hegemonía del “Primer Mundo” sobre las ideas. Al mismo tiempo, necesitaba
asumir la propuesta marxiana de basar las ideas y la actuación sobre el
antagonismo entre burgueses y proletarios y no sobre negociaciones y arreglos
convenidos con las clases dominantes, ni sobre retornos ideales a supuestos
paraísos perdidos. Sus protagonistas podían contar, para las revoluciones
teóricas y prácticas, con la conversión maravillosa de la teoría en política
lograda por Lenin. Pero al trascender la pura acción, o ir más allá de las
grandes palabras, todo se volvía terriblemente difícil y era fácil extraviarse.
La aparente paradoja de ser ortodoxo y hereje al mismo tiempo era, en realidad,
el único camino. Es decir, asumir de manera crítica —que es la sola manera de
asumir realmente— y crear sin temor alguno a la desmesura, el desafuero y el
error, que es la única manera de crear.
Tenía que ser entonces un
pensamiento crítico sin concesión alguna: eso no era una opción. Y tenía que
ser capaz de ver hechos, procesos y potencialidades donde el ojo común o
amaestrado no veía nada, analizar las realidades con todo rigor y honestidad,
pero sin rendirse a ellas, utilizar el extraordinario acervo de ideas
precedentes en vez de ser utilizado por recetas o manipulaciones en nombre de
ese acervo, romper las prisiones del campo de los pensamientos posibles y
entrar en territorios nuevos no abiertos antes, enarbolar el papel decisivo de
la voluntad y de la praxis, indicar los caminos acertados y las conductas
reclamadas por la política y la moral, postular los instrumentos idóneos y
fijar las metas inmediatas y los fines irrenunciables. Profetizar, como
ejercicio del juicio que no teme alimentarse con la pasión y la convicción, y
prefigurar a la persona y la sociedad que deben forjarse en el horno de la
revolución y de los procesos de liberación.
Todo eso buscaba y todo
eso realizó Ernesto Che Guevara en El socialismo y
el hombre en Cuba. Pero no escribió este testimonio impar de su
grandeza intelectual a título personal. Lo hizo en nombre de la Revolución cubana, como un
llamado al mundo desde la primera revolución socialista latinoamericana, una
exposición de la naturaleza de la opción de liberación plena que ya estaba al
alcance del planeta en la segunda mitad del siglo XX, la opción que reúne—al
inicio extrañamente— la máxima ambición humana con la cualidad de ser, al cabo,
la única viable.
Y lo escribió para
la Revolución cubana.
El Che ha acompañado a Fidel, el máximo líder y
guía político e ideológico del proceso, a lo largo de la tormenta
revolucionaria de nueve años de luchas y creaciones, de vencer imposibles.
Próximo a salir a pelear como dirigente cubano internacionalista, el Che escribe un texto que
pueda servir a la solución acertada de un problema fundamental: qué socialismo
asumir, quiénes lo crearán y cómo se crearán a sí mismos durante el proceso,
cómo debe ser la transición socialista, cómo se irán congeniando el poder y el
proyecto, cómo lograrán más fuerzas, cualidades superiores y desarrollos los
seres humanos y la sociedad que se interrelacionan. Hay que identificar bien
las metas, los instrumentos, las vías, la estrategia y las tácticas, los
peligros y los enemigos. Entre tantas batallas que libra a la vez, Cuba debe
plantear bien, y ganar, una contienda que se volverá decisiva: la naturaleza
que debe tener la sociedad de liberaciones que construye y el alcance de su
proyecto de creación de una nueva cultura que sea radicalmente diferente al
capitalismo, y superior a él.
La antigua separación entre
un socialismo cubano y uno partidario del movimiento comunista de orientación
soviética se había resuelto a través del triunfo del cubano, mediante la
insurrección victoriosa y la revolución socialista de liberación nacional. Pero
después de 1959 se configuraron diferentes posiciones respecto a la transición
socialista dentro del campo revolucionario que, aunque podían referirse a
aquellas dos tendencias básicas, en los años 60 estaban mediadas por los
hechos, las situaciones complejas, los dilemas y las opciones que enfrentaba la
Revolución en el poder.
Las polémicas de aquellos tiempos son una expresión parcial de las
contradicciones y los conflictos que se vivían; la libertad y la ausencia de
temores con que se libraron expresaban las potencias formidables desatadas por
un proceso que sabía que estaba obligado a ser intencionado y creador, impulsor
de la conciencia y el criterio, autocrítico y expositor de sus propias
contradicciones y defectos, movilizador de voluntades y forjador de consensos
de hombres y mujeres revolucionados.
Pero esos debates
hermosos no son ejercicios de libertades secundarias para solaz de lectores
“objetivos” actuales. Contienen testimonios de encrucijadas que pueden resultar
de vida o muerte para un pueblo, elementos para la búsqueda de decisiones
acertadas en un proceso de liberación, repertorio de cuestiones cuya vigencia
es permanente, y constituyen una gran enseñanza que nos brinda nuestra
historia.
Fidel debió asumir sobre
todo las funciones de dirigente supremo y de educador popular, y el Che, que desempeñó un cúmulo
de responsabilidades prácticas en numerosos terrenos, elaboró al mismo tiempo
en aquellos años una obra teórica que es el más importante monumento
intelectual de la Revolución
en su primera etapa. Ambos estaban forzados a ser polémicos, y lo fueron a
cabalidad. Recordemos, solo para ilustrar esa cuestión cardinal, que ellos
sostuvieron que nuestra revolución socialista no podía sujetarse a “etapas” que
“cumplieran tareas”, lo que la hubiera reducido a convertirse en un régimen
intermedio de dominación. Que para ser socialista y comunista en los países que
habían sufrido el colonialismo y el neocolonialismo era ineludible ir mucho más
lejos que la mejor evolución: había que subvertir, romper, crear, transformar
profundamente a las personas, sus relaciones, las instituciones y la sociedad,
una y otra vez. Que a diferencia del pensamiento clásico y de la magna consigna
de aquel momento, había que hacer el socialismo primero, para desde él aspirar
al desarrollo. Que el socialismo es un puesto de mando sobre la economía:
sostener que ella “se dirige a sí misma” es una piedra miliar de la ideología
del capitalismo. Que hay que crear riquezas con la conciencia, no conciencia
con las riquezas.
Desde hace varias décadas
vengo escribiendo y hablando sobre el Che, su específica
concepción teórica y la gran batalla intelectual que libró dentro del campo
revolucionario, el entramado que tejió entre la producción de ideas, la
conducta, la actuación y la formación de una cultura de liberación, las
experiencias prácticas que condujo y aspectos determinados de su vida y su
obra. Esto incluye análisis circunstanciados de El socialismo y
el hombre en Cuba. No repetiré nada de ello en este prólogo, por
no alargarlo aún más, pero sobre todo porque nada puede sustituir el estudio de
este ensayo del Che.
Constituye un gran acierto hacerlo reaparecer en su cincuentenario, trayendo su
luz inmensa al escenario problemático de la Cuba actual.
Me permito sintetizar
solamente una aproximación general a su extraordinaria riqueza. El socialismo y
el hombre en Cuba es, desde el propio título, una exposición
acabada de la dialéctica necesaria para la creación del socialismo y el
comunismo, que relaciona al individuo —“actor de ese extraño y apasionante
drama que es la construcción del socialismo, en su doble existencia de ser
único y miembro de una comunidad”—, la masa, los dirigentes, la conciencia, la
producción, el trabajo, la educación,
la coerción social, las relaciones mercantiles, el subdesarrollo, los estímulos
morales y materiales, la vanguardia, el Estado, las instituciones, la
comunidad, el arte, la juventud, el partido, el revolucionario y el
internacionalismo proletario. Y lo hace siempre en función de la creación entre
todos de un hombre nuevo, que deberá desarrollarse “por métodos distintos a los
convencionales”, y avanzar hacia “la última y más importante ambición
revolucionaria, que es ver al hombre liberado de su enajenación”.
La ideología regida por
las leyes “objetivas” derivadas de “lo material” puede servir para
fundamentar instituciones y para obedecer orientaciones que no transgredan lo
esencial del orden existente, puede “enseñarles” a todos qué es lo correcto y
qué no lo es. Ella obliga al individuo, lo subordina a la necesidad; su función
no es desatar sus fuerzas ni sus iniciativas, ni alentarlo a saltar más allá
del terreno acotado. Es natural que para ella el ser humano no ocupe un lugar
central. El Che
reclama que el factor subjetivo sea el dominante en toda la época histórica de
la transición socialista, y que en ella ocupe un lugar central el ser humano en
revolución y revolucionado por la práctica, que se cambia a sí mismo junto con
la sociedad, se realiza en la actividad revolucionaria y trasciende el
individualismo y el egoísmo al ejercer el trabajo, la organización, la lucha,
la solidaridad o los sacrificios.
La creación de otra
realidad desde la existente, sin lo cual no hay socialismo, tiene que incluir el
espíritu crítico, fomentar la independencia de los criterios y la capacidad de
pensar y valorar con cabeza propia, y aprender a distinguir los caminos, sus
implicaciones y sus resultados. A la par que participaba en el duro y hasta
agobiador trabajo cotidiano, el Che
analizaba los graves peligros de copiar mecánicamente y no ver los callejones
sin salida del socialismo que llamaban real, y se oponía al burocratismo, la
inercia y la resignación a lo que existe. Y logró —al mismo tiempo— reflexionar
sobre la circunstancia en curso, la actuación inmediata y los métodos y fines
mediatos, y teorizar acerca de los asuntos fundamentales.
Este texto, y la obra
entera del Che,
pueden ser de gran valor como instrumento para comprender las circunstancias y
los problemas actuales del mundo, plantear conductas acertadas y estrategias
viables frente a ellos, y combatir el formidable desarme ideológico al que han
sido sometidos los pueblos en las últimas décadas.
En cuanto a Cuba,
envuelta en un proceso y abocada a una coyuntura cuya conjunción puede tornarse
decisiva para el gran movimiento histórico iniciado aquí hace 60 años, hay que
decir que el pensamiento del Che
está como suspendido en una región brumosa, separado del fervor que siguen
despertando su actuación, su trayectoria y su ejemplo. Sintetizo lo que
podríamos recibir si asumimos todo el Che:
- un referente ético y
político general socialista sin igual, fortalecido por su consecuencia y su
ejemplo imperecederos, por su caída heroica y por ser nuestro;
- la confianza, que hoy
resulta vital, en lo que sí es posible hacer y lograr para volverse superior a
las circunstancias;
- las experiencias
prácticas que puso en marcha en la economía cubana, sus instrumentos e ideas, y
su articulación con su concepción general de las transformaciones
revolucionarias de las personas, las relaciones sociales y las
instituciones:
- un extraordinario
instrumento teórico —conceptos, preguntas, ideas, hipótesis, principios— y el
método dialéctico marxista que el Che
utilizó en el análisis de las realidades, los conflictos y los proyectos de
Cuba, América Latina
y el Tercer Mundo;
- una crítica
revolucionaria marxista de las realidades y las teorías del capitalismo y el
socialismo;
- un cuerpo de
pensamiento idóneo para realizar análisis concretos;
- una de las fuerzas
principales con que contamos en el terreno, tan urgido de trabajo eficaz, de la
formación política, ideológica y cultural.
Hace 25 años, al terminar
de escribir un libro sobre la concepción teórica y la batalla intelectual del Che, le puse al inicio un
epígrafe que tomé de José Martí:
“El único hombre práctico, cuyo sueño de hoy será la ley de mañana”. Quise
hermanar así el sentido de las ideas, los proyectos y las vidas de dos de los
más grandes revolucionarios radicales de la historia de Cuba, y enfatizar el
valor, el alcance y la función de esa corriente, que es fundamental para
nuestro futuro. La posteridad de los grandes no depende de ellos, sino de
aquellos que, en nuevas situaciones y con nuevas actuaciones e ideas,
reivindican y utilizan su legado. El socialismo y
el hombre en Cuba tiene mucho trabajo por delante.
Prólogo para la edición de El socialismo y el hombre en Cuba del Instituto Cubano del Libro (ICL) por el 50º aniversario de su publicación.
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