jueves, 16 de octubre de 2014

Algunos desafíos y perspectivas de la Revolución Cubana.

Foto tomada de internet: Carlos Alberto Fleitas


Por Carlos Fonseca Terán.

Basta conversar con varias personas en sus casas o en las calles de cualquier ciudad de Cuba, para percatarse del entusiasmo que hay en la  isla con las medidas implementadas en estos últimos tiempos y conocidas como Actualización del modelo económico, cuyos lineamientos fueron discutidos masivamente en una inmensa cantidad de reuniones populares convocadas por el Partido Comunista de Cuba (PCC) y por el Poder Popular.

Los lineamientos, ampliamente discutidos por todo el que quiso participar, incluye una reforma de vasto alcance en la legislación laboral del país, adaptándola a las nuevas condiciones. Las nuevas políticas tienen como contenido fundamental el impulso a la forma autogestionaria de ejercer la propiedad social. Es decir, el papel del Estado en el control de los medios de producción disminuye a favor del rol de los trabajadores, que pasan a ejercer directamente la propiedad sobre los mismos, lo cual no altera el principio económico rector del socialismo, que es el predomino del carácter social de la propiedad sobre los medios de producción, sino que lo adapta a las condiciones actuales de Cuba y el mundo.

Ciertos antiguos marxistas dogmáticos –que ahora han pasado a engrosar las cínicas filas de los ideológicamente escépticos, esa especie refinada y diletante de oportunismo echa tan a la medida de la intelectualidad pequeñoburguesa–, así como ciertos despistados, señalan que con estas medidas en Cuba se está restaurando el capitalismo y critican las medidas como un atentado contra la Revolución. Otros frustrados que renunciaron a posiciones de izquierda, las consideran una demostración de que el socialismo no funciona, y que por tanto ahora Cuba se ve obligada a recurrir al capitalismo para salvar su economía, en lo cual coinciden como es lógico, con los ideólogos más caracterizados de la derecha.

No es extraño que coincidan la extrema izquierda, la izquierda desencantada y la derecha, y cada vez que este recurrente fenómeno se pone de manifiesto hay que recordar el viejo dicho, de que cuando el río suena, piedras trae. Veamos pues, de qué aguas está hecho este río en el cual se bañan juntos el dogmatismo, el oportunismo y la reacción.

La actualización del modelo económico en Cuba no solamente es necesaria, sino que no constituye retroceso alguno respecto al proceso de transformación socialista de las relaciones de producción, puesto que están orientadas para preservar e incluso profundizar el carácter social de la propiedad no estatal.

Pero es bueno llamar la atención sobre lo extraño que puede resultar de que en una sociedad socialista capaz de resistir el asedio de la potencia más poderosa del mundo y de la historia durante cinco décadas y media (casi la mitad de ese tiempo sin el apoyo de la potencia socialista soviética, producto de su derrumbe) los lineamientos han sido bien recibidos por la gente, si acaso fuesen unas políticas cuya esencia fuese el retorno al capitalismo, o que significaran un retroceso en el proceso de construcción del socialismo. En tal sentido, la explicación es sencilla: la buena acogida es la mejor demostración de que las nuevas políticas no son en sí mismas un retroceso de la Revolución Cubana, lo cual sin embargo no significa que no corran el riesgo de convertirse en eso.

El caso soviético

En cambio, es interesante resaltar el hecho de que la Perestroika, aquél conjunto de políticas que consagraron el regreso del capitalismo a la Unión Soviética, que por razones obvias fue tan aplaudida por el capitalismo mundial y por el imperialismo, haya sido rechazada casi desde el comienzo por los ciudadanos soviéticos, a quienes se suponía que sus promotores pretendían beneficiar. Existe la equivocada percepción (interesadamente creada) de que las reformas de Mijaíl Gorbachov eran populares en la Unión Soviética. 

Nada más lejos de la realidad, pese a que el déficit en la formación de la nueva conciencia social paralizó al pueblo y más aún a la dirigencia burocrática que estaba al mando y promoviendo ella misma el desmantelamiento del sistema social instaurado siete décadas atrás. Muy al principio de aquél proceso, el discurso de Gorbachov creó ciertas expectativas positivas, que muy pronto se disiparon ante los hechos, pero solamente a nivel del pueblo pero no a lo interno de la burocracia inmovilista de cuyas vacilaciones ideológicas –que comenzaron con Nikita Jruschov en 1956, de la cual el propio Gorbachov era un fiel representante.

Muy pocos saben que poco antes de la desintegración de la Unión Soviética, en todas las quince repúblicas que la conformaban se hizo un Plebiscito sobre su disolución y el resultado fue abrumadoramente favorable a que se mantuviera la Unión. Pocos recuerdan cómo inmediatamente después de que se violentara de manera flagrante la voluntad popular, los comunistas (que ya estaban siendo perseguidos) tenían control del Poder Legislativo y Boris Yeltsin, recién electo Presidente de la Federación Rusa, mandó los tanques y los cañones a bombardear el edificio donde sesionaba el Congreso, disolviéndolo a sangre y fuego con el correspondiente saldo de muertos y heridos. Apenas habían pasado meses desde que el propio Gorbachov, ante una exigencia de Yeltsin delante de un atolondrado auditorio lleno de desconcertados burócratas inmovilistas y eufóricos procapitalistas, había prohibido el Partido Comunista y había decomisado su patrimonio. 

Un cuarto de siglo antes de aquellos acontecimientos que tomaron de sorpresa a moros y cristianos, Ernesto Che Guevara predijo lo que podía suceder, y para ello se basó en el siguiente razonamiento: la construcción del socialismo y del comunismo no están separadas entre sí, pues para la instauración del comunismo es necesario que esté formada previamente la conciencia social que le es propia, y eso sólo puede hacerse en el socialismo, cuyas condiciones hasta ese momento se suponía que no eran propicias para la formación de esa conciencia.

El Che señaló entonces qué impedía lograr ese objetivo, identificando como obstáculo la ausencia de políticas y estímulos que aseguraran el aumento creciente de la motivación espiritual para el trabajo, en el marco del predominio de la propiedad social sobre los medios de producción, aunque eso, a pesar de ser indispensable para el surgimiento de los valores propios de esa conciencia social, no era suficiente.

En las condiciones de aquella época, en pleno desarrollo industrial del capitalismo, para que funcionaran las políticas señaladas por el Che, era necesaria la planificación centralizada de la economía y la implementación de un sistema de dirección económica lo más divorciado posible de los conceptos mercantilistas que, aplicados a la gestión económica, fomentaban la motivación material para el trabajo. Si predomina la motivación material, se impide la formación de la conciencia social necesaria para la distribución comunista, que se basa en las necesidades y no en el trabajo, una de las principales razones por las cuales es que resulta indispensable para el comunismo la motivación espiritual. Al aplicarse en la Unión Soviética políticas que no tenían como objetivo el predominio de las motivaciones espirituales para el trabajo, el tipo de propiedad sobre los medios de producción que predominaba no podía hacer que surgiera la conciencia social apropiada para el proceso de construcción social consciente, razón por la cual cuando una coyuntura determinada lo posibilitara, estaban dadas las condiciones para que volviera el capitalismo. De hecho, ya con esa circunstancia, se estaba restaurando desde el punto de vista de la conciencia social.

La revolución electrónica

A diferencia de la época del Che, en la actualidad tanto el capitalismo como el socialismo se ven decisivamente influenciados por el salto tecnológico de la revolución electrónica. Ha ocurrido lo mismo que con la industrialización en los siglos XVII y XVIII, que redujo la cantidad de personas necesarias para producir una cantidad de riquezas aún mayor, pero con la diferencia de que aquella creó las relaciones laborales en sustitución de las feudales, mientras la electronificación ha puesto en crisis las relaciones laborales.

A su vez, en el ámbito económico, esa crisis ha puesto en cuestión la intermediación entre los trabajadores y la riqueza que éstos producen, ejercida por los grandes propietarios individuales en el capitalismo y por el Estado en el socialismo del siglo XX. En el ámbito político, en el capitalismo está cuestionada la clase política como intermediaria entre los ciudadanos y el poder que teóricamente les pertenece, mientras en el socialismo se manifiesta en una vanguardia que sustituye a las clases populares en el ejercicio del poder.

Es por eso que entre finales del siglo XX y principios del siglo XXI, el capitalismo adopta el modelo neoliberal, en el cual prescinde del Estado en la gestión económica directa y refuerza en cambio su papel como órgano de represión y sumisión al servicio de las clases dominantes. Mientras, el socialismo se reinventa mediante el ejercicio directo de la propiedad por los trabajadores y del poder por los ciudadanos que pasan así de ser un sujeto individual y pasivo en la democracia representativa a ser un sujeto social y activo en la democracia directa. En el socialismo, la vanguardia ya no puede ser sustituta de las clases populares en el ejercicio del poder, pero mantiene su indispensable papel conductor, mediante el trabajo político e ideológico desde todos los ámbitos de la sociedad donde tiene presencia organizada y desde la institucionalidad mediante la cual las clases populares ejercen directamente el poder.

Es de destacar que el capitalismo en su versión neoliberal no prescinde de su intermediario, mientras el socialismo sí lo hace, lo cual se debe a que la intermediación es indispensable para la legitimación de un sistema de opresión, pero no lo es para un sistema cuya esencia es la negación misma de la opresión, razón por la cual esta coyuntura histórica ofrece mucho mejores perspectivas al socialismo que el capitalismo.

Así las cosas, en la economía socialista la forma estatal no es ya un requisito para el carácter social de la propiedad, lo cual significa que la creación de las motivaciones espirituales para el trabajo, señaladas por el Che como indispensables y que requieren de estímulos morales como parte de la gestión económica y la dirección empresarial, puede lograrse principalmente mediante nuevos estímulos morales. A través de la propiedad social ejercida directamente por los trabajadores –que de esta forma pasan a ser, tal como los describe Orlando Núñez, el sujeto económico que le hacía falta al socialismo– los estímulos materiales colectivos se convierten en nuevos estímulos morales.

Nuevos riesgos

Sin embargo, nuevos riesgos aparecen ahora, entre ellos que la manera específica en que se implemente este nuevo modelo puede reproducir las relaciones de producción capitalistas y no las de tipo socialista. Para impedir que esto suceda, es necesario entre otras cosas establecer toda una serie de principios que permitan mantener el carácter social de la propiedad directamente ejercida por los trabajadores. Por ejemplo, que la condición misma de trabajador sea requisito y a la vez generadora de derecho para ejercer la propiedad sobre el medio de producción correspondiente.

A la par, es necesario redefinir la política fiscal en aras de que el Estado pueda continuar recibiendo los recursos necesarios para sostener aquellos servicios cuya naturaleza misma requiere que sean públicos en el socialismo, como la salud y la educación, así como la política social en aras de que los beneficios recibidos por los ciudadanos en concepto de subsidios, se correspondan con la real necesidad de cada quien.

Pero esto es un proceso, y en Cuba con la particularidad de que se encuentra en una transición del modelo socialista estatista en lo económico y burocrático en lo político, propio del siglo XX, al modelo socialista autogestionario o cuentapropista en lo económico y protagónico en lo político, propio del siglo XXI. Y le toca hacerlo en medio de un brutal bloqueo económico impuesto por el imperialismo norteamericano y sin poder contar ya con el apoyo solidario de la Unión Soviética. Un efecto contundente de esa condición, es que a pesar del bienestar social general del que disfruta, la población cubana tiene mayoritariamente una severa carencia de poder adquisitivo.

Es decir, el cubano promedio tiene acceso a la salud y educación de calidad; está cubierto por la seguridad social, que es de carácter universal; desde el vientre materno, tiene una esperanza de vida superior a muchos países desarrollados; hay una cuota alimenticia y de diversos productos de primera necesidad a precios subsidiados y hay un subsidio fortísimo en servicios como el gas, el agua y la electricidad, que por tal razón son casi gratuitos. No hay mendicidad, no hay niños en situación de riesgo ni desarrollando actividades impropias de su edad, y ningún ciudadano está desamparado o abandonado a su suerte por la sociedad o el sistema. Hay abundantes oportunidades de recreación sana, con innumerables presentaciones artísticas gratuitas de gran calidad y con el acceso gratuito a los espectáculos deportivos, que son de primer nivel.

En cambio, para estos mismos cubanos es una verdadera proeza salir a pasear con su familia un domingo a un restaurante, o simplemente divertirse con sus amistades, entre un sinfín de cosas que parecen muy triviales, pero que constituyen una buena parte del bienestar de un ser humano. El subsidio alimenticio disminuye aceleradamente, mientras el ingreso salarial aumenta a un ritmo mucho menor, de modo que cada vez es más difícil para la familia cubana promedio garantizar la alimentación del hogar.

Pero a pesar de los pesares, puede afirmarse que las dificultades de la inmensa mayoría de los cubanos son muchísimo menores que aquellas a las cuales se debe enfrentar la gran mayoría de los habitantes de cualquier país capitalista subdesarrollado, y aún incluyendo a países que gozan de una buena situación económica en general, y a grandes segmentos de la población de muchos países capitalistas desarrollados, sumergidos en profundas crisis económicas, como es el caso de España.

De hecho, no puede haber punto de comparación entre ambas situaciones no sólo en cuanto a las dificultades, sino por la degradación humana que implica la pobreza en el caso del capitalismo. No cabe siquiera imaginar sobreviviendo tan sólo una semana en pie a un régimen político y social en un país capitalista con los escasos recursos económicos de un país como Cuba, enfrentado además a un bloqueo tan intenso y prolongado, y enemistado con la mayor potencia mundial que lo aplica. Eso es una demostración contundente pero oculta a la opinión pública, del inmenso potencial del socialismo y de sus infinitas ventajas respecto al capitalismo.

O como ocurrió después de que triunfara el socialismo en Rusia, que era uno de los países más atrasados de Europa, pese a lo cual alcanzó en tan sólo tres décadas el nivel de industrialización que a los países capitalistas más avanzados les llevó siglos. De hecho, la Unión Soviética fuera el primer país en conquistar el espacio y sus hazañas adquieren una proporción mucho mayor si tomamos en cuenta la guerra civil y las dos guerras mundiales que debió soportar, con decenas de millones de muertos y la mayor parte de sus ciudades e infraestructura destruidas.

El cubano y su poder adquisitivo

El principal problema del cubano promedio es su poder adquisitivo. Hay dos situaciones que de no resolverse, pueden convertirse en obstáculos peligrosísimos para la mejoría económica y una fuente de inestabilidad y descomposición social de grandes proporciones.

Una de ellas es que existe un segmento creciente de la población sin ninguno de los problemas señalados, pero con todos los beneficios. Corregir esta incongruencia es sin duda uno de los retos más complicados para el actual proceso de actualización del modelo económico en Cuba. Para empeorar las cosas, resulta que el sector en mejor situación es de donde surge la mayor parte de los inconformes con la Revolución.

El otro problema es algo que lleva a una creciente relativización moral de una cantidad cada vez mayor de personas que conduce finalmente al abandono de principios éticos muy arraigados con el socialismo en la isla. Se trata del fenómeno que muchos trabajadores utilizan como fuente de compensación de su bajo poder adquisitivo, la apropiación ilícita de recursos del Estado a los cuales tienen acceso, mediante una cantidad de formas tan amplia como lo es la emblemática creatividad misma del cubano.

Esto lleva a formularse la interrogante de si quizás no sería menos perjudicial para la economía de Cuba un aumento más agresivo de los salarios, acompañado de toda una serie de medidas políticas y administrativas a gran escala conducidas firmemente por el Partido, destinadas a erradicar esas prácticas descompuestas. 

La baja asignación salarial tiene como objetivo obtener un ahorro en beneficio del propio asalariado en términos de su acceso a la protección social garantizada por el Estado, pero eso se vuelve utópico debido a la verdadera sangría de recursos a través de las prácticas corruptas con recursos estatales.

Todo esto posiblemente esté vinculado con la manera en que se podría llevar a cabo la reunificación monetaria prevista por los lineamientos para la actualización del modelo económico; es decir, la supresión de la dualidad monetaria (un tipo de cambio oficial, y otro para el consumo general) que fue necesario establecer en los años 90 como la única manera de atraer los recursos en divisas necesarios para el sostenimiento del costosísimo modelo de acceso universal a los servicios públicos en Cuba.

Asimismo, el bajo ingreso salarial de los cubanos se presta a la manipulación de quienes se interesan por razones políticas e ideológicas en presentar una imagen desfavorable de Cuba y de su Revolución, pero también hay muchos que por ingenuidad o descuido se refieren a este asunto sin decir todo lo necesario para que la realidad se conozca completa.

Con frecuencia, en el exterior de Cuba se refieren a los ingresos monetarios de un asalariado, sin mencionar para nada el amplio y abundante subsidio existente, el acceso gratuito a la educación y la atención médica de máxima calidad, y la atención social, así como la certeza que tiene el cubano de que nunca será olvidado por la sociedad, o en otras palabras, la garantía de que siempre será tratado con la dignidad de un ser humano. Esta tranquilidad es asumida por el cubano común y corriente como parte inalienable de su vida, sin imaginar siquiera que sea posible lo contrario, a no ser que viaje a cualquier otro país. De hecho, cuando un cubano emigra por inconformidad con la situación de su país, por lo general cambia su manera de pensar cuando observan la miseria humana del capitalismo.

Producto de las distorsiones propias de una economía que ha debido soportar además del bloqueo económico norteamericano y la desaparición súbita del 80% de los destinos de sus exportaciones con la caída de la Unión Soviética a inicios de los noventa, el peso del subsidio estatal en el ingreso individual es tan alto que constituye –con mucho– la mayor parte del ingreso de un asalariado, aún de los que ganan más. Es por eso que el ingreso del cubano no puede medirse por el salario.

Pero esto hace que en Cuba no se cumpla el principio distributivo marxista: en el socialismo, a cada quien según su trabajo; en el comunismo, a cada quien según sus necesidades. Es una realidad que ha sido señalada por el propio Presidente Raúl Castro y está plasmado en los lineamientos de la actualización del modelo económico como parte de lo que debe ser superado por dicho proceso.

En la práctica, el criterio para la distribución de los recursos del Estado cubano está más vinculado con una distribución de tipo comunista, pero sin la abundancia propia de ese sistema (el cual nunca ha sido instaurado, por lo cual hay quienes lo consideran irrealizable) que garantiza la satisfacción de muchas más necesidades materiales que las satisfechas en la actual sociedad cubana.

Lo que se distribuye en Cuba según el trabajo es el salario, que como se ha dicho, constituye una porción pequeña del ingreso real de cada cubano. Incluso, la diferencia respecto a la situación anterior al derrumbe de la Unión Soviética está en el peso del salario. En esa época, era mayor que el subsidio, pero de igual manera la regulación del consumo se basaba en las necesidades y no en el ingreso por el trabajo, de modo que la diferencia entre los distintos montos del ingreso estaba en los productos desregulados que podía comprar cada quien.

El modelo político

Finalmente está un elemento que en general ha sido muy subestimado hasta por los propios revolucionarios cubanos y que es casi desconocido fuera de Cuba: el modelo político. Como bien indica el propio nombre del proceso de actualización en cuestión, esto aún no es la prioridad; y decimos aún, con la idea de que lo deberá ser en algún momento.

En Cuba hay un régimen político parlamentario único en su género, de suscripción popular, que ha logrado deshacerse de todos los elementos que mercantilizan y degradan la democracia en su versión liberal o burguesa. No es correcto considerar el régimen político cubano como de partido único, puesto que el Partido Comunista no es electoral y tiene legalmente prohibido postular candidatos, los cuales son postulados directamente por los ciudadanos y no necesariamente deben ser militantes del PCC. Cada quien ejerce el voto voluntario, universal, directo y secreto para elegir a los delegados desde el nivel de base hasta el nivel nacional a los órganos del Poder Popular.

Los diputados no devengan un salario por serlo, sino que reciben su mismo salario anterior en caso de que lo tuvieran, como un subsidio de la empresa o institución donde laboran, para que puedan ejercer su función legislativa. Están obligados a reunirse periódicamente con sus electores para rendir cuentas y pueden ser revocados por éstos en cualquier momento.

La Asamblea Nacional elige al Consejo de Estado (máximo órgano de gobierno) y a su Presidente, que es Jefe de Estado y de Gobierno, a la vez que puede revocarlo y auto convocarse por dos tercios de sus miembros. Existe el Plebiscito y el Referendo, convocado por la Asamblea para tomas de decisiones estratégicas.

La ausencia de pluripartidismo en la democracia cubana no significa que no haya libertad de participación para quien no esté de acuerdo con el sistema. 

El problema es que alguien con esa posición reciba el apoyo del pueblo.

En los regímenes parlamentarios europeos al Jefe de Gobierno lo elige el Parlamento, y en algunos de esos países, el Jefe de Estado es un Rey (por lo tanto, hereda el cargo), como por ejemplo, en Gran Bretaña, Suecia, Holanda o España. En Estados Unidos el voto es indirecto, es decir, que el Presidente lo eligen los colegios electorales de cada Estado, con un determinado número de votos electorales que no siempre se relaciona con su cantidad de habitantes. El candidato que gana en un Estado gana todos los votos electorales correspondientes, todo lo cual significa que puede quedar electo el candidato presidencial que haya tenido menos votos de los ciudadanos, como sucedió por ejemplo, con George W. Bush en el año 2000.

Los medios de comunicación son estatales como una manera que tiene la sociedad para garantizar la información verídica, partiendo de que la privatización del servicio de informar, propia del capitalismo, es también la privatización de la verdad. La censura que se ejerce sobre la información en Cuba no es distinta a la que en la democracia burguesa se ejerce mediante el apoyo o no de la empresa privada a determinados medios de comunicación y mediante la pertenencia natural de los dueños de medios de comunicación, como empresas privadas que son, a la clase capitalista, de lo cual resulta la manera en que regularán el contenido de lo que se informa y de lo que se publica.

La no mercantilización de la campaña electoral en Cuba hace que los ciudadanos voten por quien creen qué es mejor o por aquello en lo que creen, sin estar bajo el bombardeo psicológico de la publicidad partidista, que no va dirigida a que la gente piense con libertad, sino a inducir su voto en base a una serie de manipulaciones de la mente según las técnicas más avanzadas de la mercadotecnia, de la misma manera en que se induce a los consumidores para la compra de determinados productos. Es eso lo que no hay en la democracia cubana, y no tiene por qué ser eso lo que hace democrático o no a un régimen político, como tampoco puede ser el pluripartidismo.

El diseño del modelo político cubano permite que las decisiones gubernamentales y del Estado en general se ajusten a los pensamientos, sentimientos y anhelos mayoritarios de los cubanos. Los ciudadanos participan y se reúnen con sus representantes, y tienen gran poder sobre éstos. En coyunturas estratégicas se toman decisiones de gran alcance en las cuales sí hay una amplia participación popular, como es el caso de los lineamientos para la actualización del modelo económico y más recientemente, las reformas al código laboral en el marco de las políticas que se derivan de dichos lineamientos.

Pero la democracia cubana, estructurada para ser directa, puede considerarse aún como representativa, sólo que sin las características degradantes de la versión liberal o burguesa. Será directa cuando las decisiones de Estado y las políticas gubernamentales sean manifestación del desempeño cotidiano de las instituciones que han sido diseñadas en el modelo político cubano, para que los ciudadanos decidan y no solamente para que las decisiones tomadas por la dirigencia se correspondan con aquello a lo que los ciudadanos aspiran y con lo que éstos necesitan.

Aunque su forma actual de gobierno coloca a la democracia cubana por encima de cualquier otra en el mundo, aún no llega a lo que demandan la consolidación del proceso revolucionario y la reinvención socialista del siglo XXI, y en consecuencia, no alcanza a lo que los revolucionarios cubanos se exigen a sí mismos.

La democracia directa

En la democracia directa, el ciudadano es el sujeto social activo que construye su propia realidad social y con ella, se construye a sí mismo. El socialismo es la única sociedad conscientemente construida y por eso mismo, la única que es producto de la capacidad del ser humano para construir una realidad social a la altura de la racionalidad y la espiritualidad que caracterizan su condición como tal. Es decir, el socialismo es la única sociedad a la altura de la condición humana y su más alta expresión será en el comunismo.

La razón de ser de un modelo político es la legitimación del orden establecido en la conciencia de los individuos, que en el caso de una revolución es el nuevo orden social en permanente construcción consciente. Esa es la principal fuente de irreversibilidad de un proceso revolucionario. Eso no es una ley del desarrollo histórico, sino el resultado de las decisiones y acciones de los propios revolucionarios, y ese resultado se obtiene en la medida en que cada individuo hace suyo el proceso y actúa organizadamente para hacerlo funcionar.

Para eso, si tomamos en cuenta que se trata de la construcción consciente de la realidad social constituida por los propios constructores, resulta indispensable la vanguardia revolucionaria como sujeto político para la conducción del proceso revolucionario mediante el trabajo político e ideológico desde la sociedad misma como tal y en el seno de la institucionalidad democrática diseñada para que el poder sea ejercido directamente por los ciudadanos, como es el caso del modelo político cubano.

Una vanguardia que a diferencia de los partidos dirigentes en el socialismo del siglo XX, no sustituya a las clases populares en el ejercicio del poder, sino que las oriente en base a lo que logre aprender de su vínculo permanente con ellas. Ello no puede darse si una vanguardia no garantiza en sus decisiones la mayor participación posible de su militancia, cuyos criterios se forman mediante esa vinculación entre la vanguardia y las clases populares a las cuales ella se debe; entre la vanguardia y el pueblo al cual los militantes de aquélla pertenecen.

Una vanguardia, por tanto, que sea la expresión revolucionaria organizada del más alto nivel de conciencia de clase alcanzado por las clases populares, pues sus militantes no conducen al resto del pueblo como una entidad ajena, sino sintiéndose lo que son: parte del pueblo.

Una vanguardia que ha adquirido antes que el resto de la sociedad el nivel de conciencia necesario para estar en condiciones de ejercer liderazgo político popular, pero también para no colocarse por encima del pueblo.

Todo lo dicho debe analizarse tomando en cuenta el factor biológico que coloca a la Revolución Cubana ante uno de sus mayores retos actuales: continuar su consolidación ya sin la presencia –en un futuro, por desgracia, ya no muy lejano– de su dirigencia histórica, con cuyo liderazgo, autoridad y experiencia, por tanto, pronto no se podrá contar.

El actual proceso de actualización en Cuba no es el primero que tiene como esencia y razón de ser la implementación de cambios para avanzar y/o para rectificar errores. Su más inmediato e importante antecedente fue el exitoso proceso de rectificación de errores y tendencias negativas en los años 80, cuando se retomaron las ideas del Che sobre la construcción del socialismo, y que fue interrumpido por el período especial producto de la dramática situación creada con el derrumbe de la Unión Soviética.

La Revolución Cubana ha demostrado que llegó para quedarse, pero esto es así precisamente porque su dirigencia, con la visión política que la ha caracterizado siempre, está consciente de que –como ha dicho Fidel Castro– no hay revoluciones irreversibles por definición, pero siempre es posible evitar que una revolución se revierta. La conciencia sobre lo cierto de esta afirmación resulta indispensable para lograrlo, seguros como estamos de que no se revertirá esa Revolución que marcó para siempre el destino de nuestro continente.

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