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Foto tomada de internet: Carlos Alberto Fleitas |
Por Carlos
Fonseca Terán.
Basta conversar con varias personas
en sus casas o en las calles de cualquier ciudad de Cuba, para percatarse del
entusiasmo que hay en la isla con las
medidas implementadas en estos últimos tiempos y conocidas como Actualización
del modelo económico, cuyos lineamientos fueron discutidos masivamente en una
inmensa cantidad de reuniones populares convocadas por el Partido Comunista de
Cuba (PCC) y por el Poder Popular.
Los lineamientos, ampliamente
discutidos por todo el que quiso participar, incluye una reforma de vasto
alcance en la legislación laboral del país, adaptándola a las nuevas
condiciones. Las nuevas políticas tienen como contenido fundamental el impulso
a la forma autogestionaria de ejercer la propiedad social. Es decir, el papel
del Estado en el control de los medios de producción disminuye a favor del rol
de los trabajadores, que pasan a ejercer directamente la propiedad sobre los
mismos, lo cual no altera el principio económico rector del socialismo, que es
el predomino del carácter social de la propiedad sobre los medios de producción,
sino que lo adapta a las condiciones actuales de Cuba y el mundo.
Ciertos antiguos marxistas
dogmáticos –que ahora han pasado a engrosar las cínicas filas de los ideológicamente
escépticos, esa especie refinada y diletante de oportunismo echa tan a la
medida de la intelectualidad pequeñoburguesa–, así como ciertos despistados,
señalan que con estas medidas en Cuba se está restaurando el capitalismo y
critican las medidas como un atentado contra la Revolución. Otros frustrados
que renunciaron a posiciones de izquierda, las consideran una demostración de
que el socialismo no funciona, y que por tanto ahora Cuba se ve obligada a recurrir
al capitalismo para salvar su economía, en lo cual coinciden como es lógico,
con los ideólogos más caracterizados de la derecha.
No es extraño que coincidan la
extrema izquierda, la izquierda desencantada y la derecha, y cada vez que este
recurrente fenómeno se pone de manifiesto hay que recordar el viejo dicho, de
que cuando el río suena, piedras trae. Veamos pues, de qué aguas está hecho este
río en el cual se bañan juntos el dogmatismo, el oportunismo y la reacción.
La actualización del modelo
económico en Cuba no solamente es necesaria, sino que no constituye retroceso
alguno respecto al proceso de transformación socialista de las relaciones de
producción, puesto que están orientadas para preservar e incluso profundizar el
carácter social de la propiedad no estatal.
Pero es bueno llamar la atención
sobre lo extraño que puede resultar de que en una sociedad socialista capaz de
resistir el asedio de la potencia más poderosa del mundo y de la historia
durante cinco décadas y media (casi la mitad de ese tiempo sin el apoyo de la potencia
socialista soviética, producto de su derrumbe) los lineamientos han sido bien
recibidos por la gente, si acaso fuesen unas políticas cuya esencia fuese el
retorno al capitalismo, o que significaran un retroceso en el proceso de
construcción del socialismo. En tal sentido, la explicación es sencilla: la
buena acogida es la mejor demostración de que las nuevas políticas no son en sí
mismas un retroceso de la Revolución Cubana, lo cual sin embargo no significa
que no corran el riesgo de convertirse en eso.
El caso soviético
En cambio, es interesante resaltar
el hecho de que la Perestroika, aquél conjunto de políticas que consagraron el
regreso del capitalismo a la Unión Soviética, que por razones obvias fue tan aplaudida
por el capitalismo mundial y por el imperialismo, haya sido rechazada casi desde
el comienzo por los ciudadanos soviéticos, a quienes se suponía que sus
promotores pretendían beneficiar. Existe la equivocada percepción (interesadamente
creada) de que las reformas de Mijaíl Gorbachov eran populares en la Unión
Soviética.
Nada más lejos de la realidad, pese
a que el déficit en la formación de la nueva conciencia social paralizó al
pueblo y más aún a la dirigencia burocrática que estaba al mando y promoviendo
ella misma el desmantelamiento del sistema social instaurado siete décadas
atrás. Muy al principio de aquél proceso, el discurso de Gorbachov creó ciertas
expectativas positivas, que muy pronto se disiparon ante los hechos, pero
solamente a nivel del pueblo pero no a lo interno de la burocracia inmovilista
de cuyas vacilaciones ideológicas –que comenzaron con Nikita Jruschov en 1956,
de la cual el propio Gorbachov era un fiel representante.
Muy pocos saben que poco antes de la
desintegración de la Unión Soviética, en todas las quince repúblicas que la
conformaban se hizo un Plebiscito sobre su disolución y el resultado fue
abrumadoramente favorable a que se mantuviera la Unión. Pocos recuerdan cómo
inmediatamente después de que se violentara de manera flagrante la voluntad
popular, los comunistas (que ya estaban siendo perseguidos) tenían control del
Poder Legislativo y Boris Yeltsin, recién electo Presidente de la Federación
Rusa, mandó los tanques y los cañones a bombardear el edificio donde sesionaba
el Congreso, disolviéndolo a sangre y fuego con el correspondiente saldo de
muertos y heridos. Apenas habían pasado meses desde que el propio Gorbachov,
ante una exigencia de Yeltsin delante de un atolondrado auditorio lleno de
desconcertados burócratas inmovilistas y eufóricos procapitalistas, había
prohibido el Partido Comunista y había decomisado su patrimonio.
Un cuarto de siglo antes de aquellos
acontecimientos que tomaron de sorpresa a moros y cristianos, Ernesto Che
Guevara predijo lo que podía suceder, y para ello se basó en el siguiente
razonamiento: la construcción del socialismo y del comunismo no están separadas
entre sí, pues para la instauración del comunismo es necesario que esté formada
previamente la conciencia social que le es propia, y eso sólo puede hacerse en
el socialismo, cuyas condiciones hasta ese momento se suponía que no eran
propicias para la formación de esa conciencia.
El Che señaló entonces qué impedía
lograr ese objetivo, identificando como obstáculo la ausencia de políticas y
estímulos que aseguraran el aumento creciente de la motivación espiritual para
el trabajo, en el marco del predominio de la propiedad social sobre los medios
de producción, aunque eso, a pesar de ser indispensable para el surgimiento de
los valores propios de esa conciencia social, no era suficiente.
En las condiciones de aquella época,
en pleno desarrollo industrial del capitalismo, para que funcionaran las políticas
señaladas por el Che, era necesaria la planificación centralizada de la
economía y la implementación de un sistema de dirección económica lo más divorciado
posible de los conceptos mercantilistas que, aplicados a la gestión económica,
fomentaban la motivación material para el trabajo. Si predomina la motivación
material, se impide la formación de la conciencia social necesaria para la
distribución comunista, que se basa en las necesidades y no en el trabajo, una de
las principales razones por las cuales es que resulta indispensable para el
comunismo la motivación espiritual. Al aplicarse en la Unión Soviética
políticas que no tenían como objetivo el predominio de las motivaciones
espirituales para el trabajo, el tipo de propiedad sobre los medios de
producción que predominaba no podía hacer que surgiera la conciencia social
apropiada para el proceso de construcción social consciente, razón por la cual
cuando una coyuntura determinada lo posibilitara, estaban dadas las
condiciones para que volviera el capitalismo. De hecho, ya con esa circunstancia,
se estaba restaurando desde el punto de vista de la conciencia social.
La revolución electrónica
A diferencia de la época del Che, en
la actualidad tanto el capitalismo como el socialismo se ven decisivamente
influenciados por el salto tecnológico de la revolución electrónica. Ha
ocurrido lo mismo que con la industrialización en los siglos XVII y XVIII, que
redujo la cantidad de personas necesarias para producir una cantidad de
riquezas aún mayor, pero con la diferencia de que aquella creó las relaciones
laborales en sustitución de las feudales, mientras la electronificación ha puesto
en crisis las relaciones laborales.
A su vez, en el ámbito económico,
esa crisis ha puesto en cuestión la intermediación entre los trabajadores y la
riqueza que éstos producen, ejercida por los grandes propietarios individuales
en el capitalismo y por el Estado en el socialismo del
siglo XX. En el ámbito político, en el capitalismo está cuestionada la clase
política como intermediaria entre los ciudadanos y el poder que teóricamente
les pertenece, mientras en el socialismo se manifiesta en una vanguardia que
sustituye a las clases populares en el ejercicio del poder.
Es por eso que entre finales del
siglo XX y principios del siglo XXI, el capitalismo adopta el modelo neoliberal,
en el cual prescinde del Estado en la gestión económica directa y refuerza en
cambio su papel como órgano de represión y sumisión al servicio de las clases dominantes.
Mientras, el socialismo se reinventa mediante el ejercicio directo de la
propiedad por los trabajadores y del poder por los ciudadanos que pasan así de
ser un sujeto individual y pasivo en la democracia representativa a ser un
sujeto social y activo en la democracia directa. En el socialismo, la
vanguardia ya no puede ser sustituta de las clases populares en el ejercicio
del poder, pero mantiene su indispensable papel conductor, mediante el trabajo
político e ideológico desde todos los ámbitos de la sociedad donde tiene presencia
organizada y desde la institucionalidad mediante la cual las clases populares
ejercen directamente el poder.
Es de destacar que el capitalismo en
su versión neoliberal no prescinde de su intermediario, mientras el socialismo
sí lo hace, lo cual se debe a que la intermediación es indispensable para la
legitimación de un sistema de opresión, pero no lo es para un sistema cuya
esencia es la negación misma de la opresión, razón por la cual esta coyuntura
histórica ofrece mucho mejores perspectivas al socialismo que el capitalismo.
Así las cosas, en la economía
socialista la forma estatal no es ya un requisito para el carácter social de la
propiedad, lo cual significa que la creación de las motivaciones espirituales
para el trabajo, señaladas por el Che como indispensables y que
requieren de estímulos morales como parte de la gestión económica y la dirección
empresarial, puede lograrse principalmente mediante nuevos estímulos morales. A
través de la propiedad social ejercida directamente por los trabajadores –que
de esta forma pasan a ser, tal como los describe Orlando Núñez, el sujeto
económico que le hacía falta al socialismo– los estímulos materiales colectivos
se convierten en nuevos estímulos morales.
Nuevos riesgos
Sin embargo, nuevos riesgos aparecen
ahora, entre ellos que la manera específica en que se implemente este nuevo
modelo puede reproducir las relaciones de producción capitalistas y no las de
tipo socialista. Para impedir que esto suceda, es necesario entre otras cosas
establecer toda una serie de principios que permitan mantener el carácter
social de la propiedad directamente ejercida por los trabajadores. Por ejemplo,
que la condición misma de trabajador sea requisito y a la vez generadora de
derecho para ejercer la propiedad sobre el medio de producción correspondiente.
A la par, es necesario redefinir la
política fiscal en aras de que el Estado pueda continuar recibiendo los recursos
necesarios para sostener aquellos servicios cuya naturaleza misma requiere que
sean públicos en el socialismo, como la salud y la educación, así como la
política social en aras de que los beneficios recibidos por los ciudadanos en
concepto de subsidios, se correspondan con la real necesidad de cada quien.
Pero esto es un proceso, y en Cuba
con la particularidad de que se encuentra en una transición del modelo
socialista estatista en lo económico y burocrático en lo político, propio del
siglo XX, al modelo socialista autogestionario o cuentapropista en lo económico
y protagónico en lo político, propio del siglo XXI. Y le toca hacerlo en medio
de un brutal bloqueo económico impuesto por el imperialismo norteamericano y sin
poder contar ya con el apoyo solidario de la Unión Soviética. Un efecto
contundente de esa condición, es que a pesar del bienestar social general del
que disfruta, la población cubana tiene mayoritariamente una severa carencia de
poder adquisitivo.
Es decir, el cubano promedio tiene
acceso a la salud y educación de calidad; está cubierto por la seguridad social,
que es de carácter universal; desde el vientre materno, tiene una esperanza de
vida superior a muchos países desarrollados; hay una cuota alimenticia y de
diversos productos de primera necesidad a precios subsidiados y hay un subsidio
fortísimo en servicios como el gas, el agua y la electricidad, que por tal
razón son casi gratuitos. No hay mendicidad, no hay niños en situación de
riesgo ni desarrollando actividades impropias de su edad, y ningún ciudadano
está desamparado o abandonado a su suerte por la sociedad o el sistema. Hay
abundantes oportunidades de recreación sana, con innumerables presentaciones
artísticas gratuitas de gran calidad y con el acceso gratuito a los espectáculos
deportivos, que son de primer nivel.
En cambio, para estos mismos cubanos
es una verdadera proeza salir a pasear con su familia un domingo a un
restaurante, o simplemente divertirse con sus amistades, entre un sinfín de
cosas que parecen muy triviales, pero que constituyen una buena parte del bienestar
de un ser humano. El subsidio alimenticio disminuye aceleradamente, mientras el
ingreso salarial aumenta a un ritmo mucho menor, de modo que cada vez es más
difícil para la familia cubana promedio garantizar la alimentación del hogar.
Pero a pesar de los pesares, puede
afirmarse que las dificultades de la inmensa mayoría de los cubanos son muchísimo
menores que aquellas a las cuales se debe enfrentar la gran mayoría de los
habitantes de cualquier país capitalista subdesarrollado, y aún incluyendo a
países que gozan de una buena situación económica en general, y a grandes
segmentos de la población de muchos países capitalistas desarrollados,
sumergidos en profundas crisis económicas, como es el caso de España.
De hecho, no puede haber punto de
comparación entre ambas situaciones no sólo en cuanto a las dificultades, sino
por la degradación humana que implica la pobreza en el caso del capitalismo. No
cabe siquiera imaginar sobreviviendo tan sólo una semana en pie a un régimen
político y social en un país capitalista con los escasos recursos económicos de
un país como Cuba, enfrentado además a un bloqueo
tan intenso y prolongado, y enemistado con la mayor potencia mundial que lo
aplica. Eso es una demostración contundente pero oculta a la opinión pública,
del inmenso potencial del socialismo y de sus infinitas ventajas respecto al
capitalismo.
O como ocurrió después de que
triunfara el socialismo en Rusia, que era uno de los países más atrasados de
Europa, pese a lo cual alcanzó en tan sólo tres décadas el nivel de
industrialización que a los países capitalistas más avanzados les llevó siglos.
De hecho, la Unión Soviética fuera el primer país en conquistar el espacio y
sus hazañas adquieren una proporción mucho mayor si tomamos en cuenta la guerra
civil y las dos guerras mundiales que debió soportar, con decenas de millones
de muertos y la mayor parte de sus ciudades e infraestructura destruidas.
El cubano y su poder adquisitivo
El principal problema del cubano
promedio es su poder adquisitivo. Hay dos situaciones que de no resolverse,
pueden convertirse en obstáculos peligrosísimos para la mejoría económica y una
fuente de inestabilidad y descomposición social de grandes proporciones.
Una de ellas es que existe un
segmento creciente de la población sin ninguno de los problemas señalados, pero
con todos los beneficios. Corregir esta incongruencia es sin duda uno de los
retos más complicados para el actual proceso de actualización del modelo económico
en Cuba. Para empeorar las cosas, resulta que el sector en mejor situación es
de donde surge la mayor parte de los inconformes con la Revolución.
El otro problema es algo que lleva a
una creciente relativización moral de una cantidad cada vez mayor de personas
que conduce finalmente al abandono de principios éticos muy arraigados con el
socialismo en la isla. Se trata del fenómeno que muchos trabajadores utilizan
como fuente de compensación de su bajo poder adquisitivo, la apropiación
ilícita de recursos del Estado a los cuales tienen acceso, mediante una cantidad
de formas tan amplia como lo es la emblemática creatividad misma del cubano.
Esto lleva a formularse la
interrogante de si quizás no sería menos perjudicial para la economía de Cuba
un aumento más agresivo de los salarios, acompañado de toda una serie de
medidas políticas y administrativas a gran escala conducidas firmemente por el
Partido, destinadas a erradicar esas prácticas descompuestas.
La baja asignación salarial tiene
como objetivo obtener un ahorro en beneficio del propio asalariado en términos
de su acceso a la protección social garantizada por el Estado, pero eso se
vuelve utópico debido a la verdadera sangría de recursos a través de las
prácticas corruptas con recursos estatales.
Todo esto posiblemente esté
vinculado con la manera en que se podría llevar a cabo la reunificación monetaria
prevista por los lineamientos para la actualización del modelo económico; es
decir, la supresión de la dualidad monetaria (un tipo de cambio oficial, y otro
para el consumo general) que fue necesario establecer en los años 90 como la
única manera de atraer los recursos en divisas necesarios para el sostenimiento
del costosísimo modelo de acceso universal a los servicios públicos en Cuba.
Asimismo, el bajo ingreso salarial
de los cubanos se presta a la manipulación de quienes se interesan por razones
políticas e ideológicas en presentar una imagen desfavorable de Cuba y de su
Revolución, pero también hay muchos que por ingenuidad o descuido se refieren a
este asunto sin decir todo lo necesario para que la realidad se conozca
completa.
Con frecuencia, en el exterior de
Cuba se refieren a los ingresos monetarios de un asalariado, sin mencionar para
nada el amplio y abundante subsidio existente, el acceso gratuito a la
educación y la atención médica de máxima calidad, y la atención social, así
como la certeza que tiene el cubano de que nunca será olvidado por la sociedad,
o en otras palabras, la garantía de que siempre será tratado con la dignidad de
un ser humano. Esta tranquilidad es asumida por el cubano común y corriente
como parte inalienable de su vida, sin imaginar siquiera que sea posible lo
contrario, a no ser que viaje a cualquier otro país. De hecho, cuando un cubano
emigra por inconformidad con la situación de su país, por lo general cambia su
manera de pensar cuando observan la miseria humana del capitalismo.
Producto de las distorsiones propias
de una economía que ha debido soportar además del bloqueo económico
norteamericano y la desaparición súbita del 80% de los destinos de sus
exportaciones con la caída de la Unión Soviética a inicios de los noventa, el
peso del subsidio estatal en el ingreso individual es tan alto que constituye
–con mucho– la mayor parte del ingreso de un asalariado, aún de los que ganan
más. Es por eso que el ingreso del cubano no puede medirse por el salario.
Pero esto hace que en Cuba no se
cumpla el principio distributivo marxista: en el socialismo, a cada quien según
su trabajo; en el comunismo, a cada quien según sus necesidades. Es una
realidad que ha sido señalada por el propio Presidente Raúl Castro y está plasmado
en los lineamientos de la actualización del modelo económico como parte de lo
que debe ser superado por dicho proceso.
En la práctica, el criterio para la
distribución de los recursos del Estado cubano está más vinculado con una
distribución de tipo comunista, pero sin la abundancia propia de ese sistema
(el cual nunca ha sido instaurado, por lo cual hay quienes lo consideran irrealizable)
que garantiza la satisfacción de muchas más necesidades materiales que las
satisfechas en la actual sociedad cubana.
Lo que se distribuye en Cuba según
el trabajo es el salario, que como se ha dicho, constituye una porción pequeña
del ingreso real de cada cubano. Incluso, la diferencia respecto a la situación
anterior al derrumbe de la Unión Soviética está en el peso del salario. En esa época,
era mayor que el subsidio, pero de igual manera la regulación del consumo se
basaba en las necesidades y no en el ingreso por el trabajo, de modo que la diferencia
entre los distintos montos del ingreso estaba en los productos desregulados que
podía comprar cada quien.
El modelo político
Finalmente está un elemento que en
general ha sido muy subestimado hasta por los propios revolucionarios cubanos y
que es casi desconocido fuera de Cuba: el modelo político. Como bien indica el
propio nombre del proceso de actualización en cuestión, esto aún no es la
prioridad; y decimos aún, con la idea de que lo deberá ser en algún momento.
En Cuba hay un régimen político
parlamentario único en su género, de suscripción popular, que ha logrado
deshacerse de todos los elementos que mercantilizan y degradan la democracia en
su versión liberal o burguesa. No es correcto considerar el régimen político
cubano como de partido único, puesto que el Partido Comunista no es electoral y
tiene legalmente prohibido postular candidatos, los cuales son postulados
directamente por los ciudadanos y no necesariamente deben ser militantes del
PCC. Cada quien ejerce el voto voluntario, universal, directo y secreto para elegir
a los delegados desde el nivel de base hasta el nivel nacional a los órganos
del Poder Popular.
Los diputados no devengan un salario
por serlo, sino que reciben su mismo salario anterior en caso de que lo
tuvieran, como un subsidio de la empresa o institución donde laboran, para que
puedan ejercer su función legislativa. Están obligados a reunirse periódicamente
con sus electores para rendir cuentas y pueden ser revocados por éstos en
cualquier momento.
La Asamblea Nacional elige al
Consejo de Estado (máximo órgano de gobierno) y a su Presidente, que es Jefe de
Estado y de Gobierno, a la vez que puede revocarlo y auto convocarse por dos
tercios de sus miembros. Existe el Plebiscito y el Referendo, convocado por la
Asamblea para tomas de decisiones estratégicas.
La ausencia de pluripartidismo en la
democracia cubana no significa que no haya libertad de participación para quien
no esté de acuerdo con el sistema.
El problema es que alguien con esa
posición reciba el apoyo del pueblo.
En los regímenes parlamentarios
europeos al Jefe de Gobierno lo elige el Parlamento, y en algunos de esos
países, el Jefe de Estado es un Rey (por lo tanto, hereda el cargo), como por
ejemplo, en Gran Bretaña, Suecia, Holanda o España. En Estados Unidos el voto es
indirecto, es decir, que el Presidente lo eligen los colegios electorales de
cada Estado, con un determinado número de votos electorales que no siempre se relaciona
con su cantidad de habitantes. El candidato que gana en un Estado gana todos
los votos electorales correspondientes, todo lo cual significa que puede quedar
electo el candidato presidencial que haya tenido menos votos de los ciudadanos,
como sucedió por ejemplo, con George W. Bush en el año 2000.
Los medios de comunicación son
estatales como una manera que tiene la sociedad para garantizar la información
verídica, partiendo de que la privatización del servicio de informar, propia
del capitalismo, es también la privatización de la verdad. La censura que se
ejerce sobre la información en Cuba no es distinta a la que en la democracia
burguesa se ejerce mediante el apoyo o no de la empresa privada a determinados medios
de comunicación y mediante la pertenencia natural de los dueños de medios de
comunicación, como empresas privadas que son, a la clase capitalista, de lo
cual resulta la manera en que regularán el contenido de lo que se informa y de
lo que se publica.
La no mercantilización de la campaña
electoral en Cuba hace que los ciudadanos voten por quien creen qué es mejor o
por aquello en lo que creen, sin estar bajo el bombardeo psicológico de la
publicidad partidista, que no va dirigida a que la gente piense con libertad,
sino a inducir su voto en base a una serie de manipulaciones de la mente según
las técnicas más avanzadas de la mercadotecnia, de la misma manera en que se
induce a los consumidores para la compra de determinados productos. Es eso lo
que no hay en la democracia cubana, y no tiene por qué ser eso lo que hace
democrático o no a un régimen político, como tampoco puede ser el
pluripartidismo.
El diseño del modelo político cubano
permite que las decisiones gubernamentales y del Estado en general se ajusten a
los pensamientos, sentimientos y anhelos mayoritarios de los cubanos. Los
ciudadanos participan y se reúnen con sus representantes, y tienen gran poder
sobre éstos. En coyunturas estratégicas se toman decisiones de gran alcance en
las cuales sí hay una amplia participación popular, como es el caso de los
lineamientos para la actualización del modelo económico y más recientemente,
las reformas al código laboral en el marco de las políticas que se derivan de dichos
lineamientos.
Pero la democracia cubana,
estructurada para ser directa, puede considerarse aún como representativa, sólo
que sin las características degradantes de la versión liberal o burguesa. Será
directa cuando las decisiones de Estado y las políticas gubernamentales sean
manifestación del desempeño cotidiano de las instituciones que han sido
diseñadas en el modelo político cubano, para que los ciudadanos decidan y no solamente
para que las decisiones tomadas por la dirigencia se correspondan con aquello a
lo que los ciudadanos aspiran y con lo que éstos necesitan.
Aunque su forma actual de gobierno
coloca a la democracia cubana por encima de cualquier otra en el mundo, aún no
llega a lo que demandan la consolidación del proceso revolucionario y la
reinvención socialista del siglo XXI, y en consecuencia, no alcanza a lo que
los revolucionarios cubanos se exigen a sí mismos.
La democracia directa
En la democracia directa, el
ciudadano es el sujeto social activo que construye su propia realidad social y con
ella, se construye a sí mismo. El socialismo es la única sociedad
conscientemente construida y por eso mismo, la única que es producto de la
capacidad del ser humano para construir una realidad social a la altura de la
racionalidad y la espiritualidad que caracterizan su condición como tal. Es
decir, el socialismo es la única sociedad a la altura de la condición humana y
su más alta expresión será en el comunismo.
La razón de ser de un modelo
político es la legitimación del orden establecido en la conciencia de los
individuos, que en el caso de una revolución es el nuevo orden social en
permanente construcción consciente. Esa es la principal fuente de
irreversibilidad de un proceso revolucionario. Eso no es una ley del desarrollo
histórico, sino el resultado de las decisiones y acciones de los propios
revolucionarios, y ese resultado se obtiene en la medida en que cada individuo
hace suyo el proceso y actúa organizadamente para hacerlo funcionar.
Para eso, si tomamos en cuenta que
se trata de la construcción consciente de la realidad social constituida por
los propios constructores, resulta indispensable la vanguardia revolucionaria
como sujeto político para la conducción del proceso revolucionario mediante el trabajo
político e ideológico desde la sociedad misma como tal y en el seno de la
institucionalidad democrática diseñada para que el poder sea ejercido directamente
por los ciudadanos, como es el caso del modelo político cubano.
Una vanguardia que a diferencia de
los partidos dirigentes en el socialismo del siglo XX, no sustituya a las clases
populares en el ejercicio del poder, sino que las oriente en base a lo que
logre aprender de su vínculo permanente con ellas. Ello no puede darse si una
vanguardia no garantiza en sus decisiones la mayor participación posible de su
militancia, cuyos criterios se forman mediante esa vinculación entre la
vanguardia y las clases populares a las cuales ella se debe; entre la vanguardia
y el pueblo al cual los militantes de aquélla pertenecen.
Una vanguardia, por tanto, que sea
la expresión revolucionaria organizada del más alto nivel de conciencia de
clase alcanzado por las clases populares, pues sus militantes no conducen al
resto del pueblo como una entidad ajena, sino sintiéndose lo que son: parte del
pueblo.
Una vanguardia que ha adquirido
antes que el resto de la sociedad el nivel de conciencia necesario para estar
en condiciones de ejercer liderazgo político popular, pero también para no
colocarse por encima del pueblo.
Todo lo dicho debe analizarse
tomando en cuenta el factor biológico que coloca a la Revolución Cubana ante
uno de sus mayores retos actuales: continuar su consolidación ya sin la
presencia –en un futuro, por desgracia, ya no muy lejano– de su dirigencia
histórica, con cuyo liderazgo, autoridad y experiencia, por tanto, pronto no se
podrá contar.
El actual proceso de actualización
en Cuba no es el primero que tiene como esencia y razón de ser la implementación
de cambios para avanzar y/o para rectificar errores. Su más inmediato e
importante antecedente fue el exitoso proceso de rectificación de errores y
tendencias negativas en los años 80, cuando se retomaron las ideas del Che
sobre la construcción del socialismo, y que fue interrumpido por el período especial
producto de la dramática situación creada con el derrumbe de la Unión
Soviética.
La Revolución Cubana ha demostrado que llegó para quedarse, pero esto es así precisamente porque su dirigencia, con la visión política que la ha caracterizado siempre, está consciente de que –como ha dicho Fidel Castro– no hay revoluciones irreversibles por definición, pero siempre es posible evitar que una revolución se revierta. La conciencia sobre lo cierto de esta afirmación resulta indispensable para lograrlo, seguros como estamos de que no se revertirá esa Revolución que marcó para siempre el destino de nuestro continente.
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