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Foto: AFP |
Por Ángeles Diez*
Hay figuras públicas de dudosa reputación, personajes que ocultan un
pasado o un oscuro presente, figuras públicas anodinas, políticos
corruptos, embusteros y pusilánimes, oposiciones reaccionarias y
retrógradas pero si algo caracteriza a la oposición venezolana son los
adjetivos de “golpista” y “violenta”.
Desde que Hugo Chávez asumió la
presidencia de Venezuela no ha habido día en que la oposición no
intentara derrocar al presidente electo. Golpes de estado, sabotajes,
asesinatos, acaparamiento de alimentos, actos terroristas… el método que
menos ha utilizado ha sido la contienda electoral.
Para la
oposición venezolana las elecciones han tenido, desde el triunfo
continuado del proyecto bolivariano, un carácter complementario de la
desestabilización. Tal vez porque, a diferencia de los tradicionales
golpes en Latinoamérica, estamos en otro momento histórico en el que las
fuerzas progresistas europeas son débiles y los procesos
transformadores están más localizados geográficamente. De ahí que los
gobiernos europeos reconozcan sin sonrojarse a gobiernos como el de
Ucrania, resultado de un golpe de estado de corte fascista o apoyen las
campañas de opositores fanáticos y agresivos.
El caso es que la
oposición venezolana parece entender las votaciones como una tapadera
para obtener legitimidad internacional que avale sus desmanes y maquille
a unos líderes con amplio historial violento. Algo que sólo es posible
por la complicidad de los medios de comunicación y la connivencia de
gobiernos como el español que no dudan en apoyar a personajes como
Leopoldo López situándose así a su altura democrática.
Sobre los
medios de comunicación, venimos denunciando desde hace años la guerra
mediática contra Venezuela pero ¿acaso podrían hacer otra cosa unos
medios de contaminación cuya propiedad está en manos de grandes
corporaciones? No olvidemos que sólo seis conglomerados de empresas
controlan toda la información que circula por el planeta y de ellos,
cuatro son de capital estadounidense y en el quinto tiene participación.
Así, no es descabellado sostener que más del 99% de la información que
recibimos sobre Venezuela, es decir, la difamación sistemática de su
gobierno así como la ocultación y tergiversación de las acciones de la
oposición, siguen criterios muy interesados.
Lo que resulta un
tanto sorprendente, sólo un poco, es que un gobierno como el español
haga declaraciones y actúe en contra de los intereses del Estado y del
pueblo al que dice representar. Caben dos hipótesis, una, que nuestros
gobernantes desconozcan el perfil de la oposición venezolana, dos, que
estén actuando al servicio de intereses ajenos.
La actuación de
Mariano Rajoy entrevistándose con la mujer de Leopoldo López -que anda
de campaña contra el gobierno venezolano-, y sus declaraciones respecto
al juicio que se sigue contra su marido por delitos de daños, incendios,
instigación y asociación para delinquir, no son sólo actos de
injerencia en un país soberano, son acciones que define el talante
democrático del presidente español y su gobierno. Por un lado, la
proximidad entre la derecha golpista venezolana y el Partido Popular,
por otro, su servilismo hacia una potencia extranjera, Estados Unidos.
El
pedigrí golpista de Leopoldo López es tan puro como el de Rodolfo
Capriles (hasta hace poco cara visible de la oposición venezolana). Pero
tras la derrota electoral de Capriles y su partido en las elecciones
del 2013 y 2014, hubo que cambiar el rostro opositor pues también cambió
la estrategia desestabilizadora. Si las elecciones eran un complemento
para derrocar al gobierno ahora ya ni siquiera serán eso. Cambió el plan
de intervención en Venezuela.
Leopoldo López, que hasta el 2011
no era una opción política –según los cables de wikileaks- para
derrocar electoralmente al gobierno venezolano, porque generaba división
dentro de la propia oposición y era excesivamente beligerante y
extremista, pasó a convertirse en el rostro opositor venezolano en las
calles, o, como gusta decir a nuestra derecha ultramontana “la
disidencia” venezolana. Cualquier parecido con la terminología
anticubana es pura casualidad: damas de blanco, maridos encarcelados,
giras europeas, denuncias del Alto comisionado de derechos humanos de
NNUU, etc.
Está ampliamente documentado el vínculo de Estados
Unidos con la oposición venezolana a la que ha financiado durante más de
12 años pero también es pública la vinculación de Leopoldo López con el
golpe de Estado de 2002 contra Chávez, encabezando la marcha al Palacio
de Miraflores que provocó la muerte de decenas de personas, o su
inhabilitación política por la malversación de recursos públicos cuando
era alcalde de Chacao.
Cualquier demócrata bien informado
pondría el grito en el cielo temiendo que el currículo de Leopoldo López
salpicara a las instituciones de su país. Pero aquí, en el Estado
español, nos limitamos a denunciar a la “casta” por lo que roban
económicamente, sin pararnos a denunciar lo que nos roban en términos de
dignidad. Mariano Rajoy y su política exterior hacia Venezuela es un
ejemplo más de que no somos, a diferencia de los venezolanos, un pueblo
soberano sino un pueblo intervenido al que cada día que pasa le roban
otro pedazo más de dignidad.
* Ángeles Diez es Dra. en CC. Políticas y
Sociología, profesora de la UCM
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