Texto original de la Revista Correo Nº 28
Hasta hace un tiempo, la opinión pública de los
imperios había inoculado la idea de que los movimientos sociales no debían
meterse en política ni aliarse con los partidos políticos, sino que debían
permanecer recluidos en sus pequeños universos y activados alrededor de sus
pocas reivindicaciones. Lejos de acatar las órdenes de los imperios, hoy la
agenda principal de los movimientos sociales y de los movimientos políticos de
Nuestramérica, es la Revolución.
Los auténticos movimientos sociales, genuinos
portavoces de las más diversas expresiones del pueblo, surgen de la lógica
social, económica y cultural de su propia realidad y evolucionan hacia
movimientos políticos, sin perder su identidad.
En Nuestramérica, luchan contra el capitalismo
neoliberal y han hecho trizas el esquema fabricado en los centros de poder
europeos y estadounidenses, de agrupar un puñado de activistas formados en las
escuelas imperialistas bajo la mampara de ONG, financiados por los propios
imperios, para presentarlos como ostentosa “sociedad civil”.
En Nuestramérica, los partidos políticos
revolucionarios asumen también las demandas y las luchas de los movimientos
sociales. En Nicaragua, el mayor movimiento social se llama Frente Sandinista
de Liberación Nacional. Bajo la dirección del Comandante Daniel Ortega, el FSLN
es un partido político que no sólo dirige y administra, sino que toma como
propias las banderas de los movimientos sociales.
La disputa por el poder político es en todos los
campos: en las organizaciones sociales, en las calles, en la lucha ideológica,
en el seno de las fuerzas armadas, en la economía y en la lucha electoral para
ganar o conservar espacios en todas las instituciones de gobierno (nacional,
municipal, legislativo, judicial, electoral).
La Revolución se hace realidad sobre la base de la
organización popular. Solo es posible conservar el poder político o disputarlo
con las fuerzas pro-imperialistas, según el caso, con la más amplia alianza
posible de los revolucionarios con todos los sectores que son amenazados o
sufren el capitalismo neoliberal.
La Revolución también implica la disputa por la
influencia en las fuerzas armadas. En los países en donde los gobiernos son del
pueblo, los esfuerzos se concentran en lograr impedir que los policías o los
militares se conviertan en instrumentos de los imperios y de las clases
dominantes con el propósito de restablecer el poder colonial y subordinado a
los intereses extranjeros. En los estados en donde el pueblo lucha por alcanzar
el poder, el empeño es persuadir a los oficiales de todos los rangos, soldados
y policías, de que la mejor manera de garantizar los intereses de su Patria y
los propios, es romper sus lazos de subordinación con los poderes imperiales y
oligárquicos, cesar la represión contra los sectores populares y convertirse en
auténticas instituciones patrióticas para garantizar la independencia de la
nación y la estabilidad política y social de su país.
La Revolución es la disputa de las calles, el
escenario en donde desde siempre se empieza a ganar o a perder el poder
político en cualquier sociedad. Por ejemplo, los pueblos que gobiernan no
pueden dejarse arrebatar las calles por movimientos minúsculos acuerpados por
los medios corporativos y la maquinaria mediática imperial, que repentinamente
abanderan alguna causa de un sector popular con el único propósito de destruir
la base social de los gobiernos progresistas y facilitar su asalto al poder.
Para los revolucionarios, la disputa del orden
político también es la solidaridad, que sigue siendo el principal patrimonio de
los pueblos, de los pobres, de las organizaciones sociales políticas. Y la
solidaridad por su naturaleza es incondicional.
La Revolución es la disputa de la riqueza social entre
quienes la tienen y no lo producen, y quienes producen esa riqueza y no la
tienen. Una disputa que se da en la fábrica, luchando en los parlamentos por
leyes a favor de los intereses populares, o batallando por políticas sociales
gubernamentales a favor del pueblo. Los revolucionarios debemos apropiarnos de
todas aquellas medidas que implique algún progreso, por mínimo que sea, para
los sectores populares, aún en aquellos países en donde somos oposición.
La Revolución es la disputa de la opinión pública, hoy
más importante que nunca porque es la Batalla por las Ideas como la bautizó el
Comandante Fidel Castro, es la madre de todas las batallas. Es a través de la
lucha ideológica que ganamos espacios en las instituciones, las fuerzas
armadas, las políticas económicas y sociales, y es en donde podemos orientar a
la sociedad hacia sus mejores intereses y objetivos.
La Revolución también es defender la Madre Tierra y
sintonizar las luchas latinocaribeñas con las de todos los pueblos del mundo
para crear un nuevo orden mundial multipolar y equilibrado.
La Revolución es la unidad latinocaribeña contra los
imperios. Es la conciencia de que no es posible consolidar la revolución en un
solo país, sin contar con los otros procesos revolucionarios. La soberanía de
Nicaragua, Venezuela, Cuba, Ecuador, Bolivia, Argentina, Brasil, Haití, y de
todos nuestros pueblos, pasa por la soberanía de Nuestramérica.
Por eso es tan importante no solo consolidar las
nuevas instituciones latinocaribeñas, creadas o consolidadas bajo el impulso de
las ideas y de la acción del genio revolucionario de Hugo Chávez (PETROCARIBE,
ALBA-TCP, CELAC, UNASUR, MERCOSUR, entre otras), sino también fortalecer la
soberanía popular desde los partidos revolucionarios, desde los movimientos
sociales y desde las mismas entrañas de las mayorías empobrecidas de
Nuestramérica.
La Revolución Sandinista ha comprendido que su propia
consolidación pasa por el avance de la Revolución Latinocaribeña y por lo
tanto, del progreso en cada uno de los países de Nuestramérica. La Patria
Nuestra ya no es el país donde nacimos, sino el sitio donde luchamos.
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