Hay vidas que son como el paso de los cometas que, a pesar de su
fugacidad, su estela luminosa deslumbra a todos los que la ven. Si,
además, la obra iniciada resiste los vendavales del tiempo y continúa
sirviendo a generaciones posteriores, se confirma el aserto de que, aún
después de muerto se puede seguir siendo útil.
El emblema de la organización política de la juventud cubana contiene
las imágenes de tres rostros de jóvenes inolvidables. El primero de
ellos no pertenece, como los otros dos, a un joven de la gesta heroica
con la que Fidel
condujo al pueblo cubano a su más importante victoria. Se trata de la
de un joven que murió asesinado treinta años antes del triunfo
revolucionario del primero de enero de 1959. Al morir, aún no había
cumplido los 26 años de edad.
¿Quién era ese joven y qué razones hay para que ocupe ese lugar
cimero? ¿Por qué, en un parquecito enclavado en el lugar en que la calle
de San Lázaro desemboca en la amplia e histórica escalinata de la
Universidad de La Habana hay un busto convertido en sencillo mausoleo
para homenajearlo?
Quizás la respuesta más adecuada sea: porque fue un precursor, porque
fue un fundador, porque sostenía, confiado, que cualquier tiempo futuro
sería mejor. Era un abanderado de la esperanza. Uno de los
imprescindibles.
Desde niño tuvo que enfrentarse a difíciles circunstancias sociales.
Hijo natural, como se decía para denominar a aquellos nacidos fuera del
matrimonio, de una mujer que no era la esposa legal del padre, fue
inscrito en el registro civil con el nombre del padre y el apellido de
la madre. Sin embargo, las torceduras de los caminos de la vida lo
llevaron, junto con su hermano menor, a pasar a vivir con el padre y su
esposa legítima, matrimonio del que habían nacido tres hijas. Y esta
señora, nombrada Mercedes Bermúdez, dominicana como su esposo Nicanor,
recibió a los muchachos como a hijos propios. ¡Qué grandeza! Nicanor era
sastre de profesión e hijo del general Ramón Mella, quien en 1844
proclamó la independencia de su país.
El nieto del general Mella comenzaría a ser una figura relevante a partir de su ingreso en la Universidad de La Habana en septiembre de 1921, a los 18 años de edad. Era Mella
un gran deportista. Dicen los que le conocieron que era un hombre alto,
de unos seis pies de estatura y un peso corporal que se acercaba a las
185 libras; un joven fornido. Practicaba varios deportes: remos, campo y
pista, natación, baloncesto, fútbol. Fue parte del equipo de remos de
la Universidad que ganó las regatas de Cienfuegos en 1921 y del que
obtuvo medallas de bronce y de plata en 1921-1922.
Con sus compañeros atletas formó un grupo de acción al que denominó
“los manicatos”, para enfrentar la corrupción en la Universidad y
oponerse a los abusos como las acciones y vejámenes de las novatadas de
las que eran víctimas los que iniciaban sus estudios universitarios. La
palabra manicato en el lenguaje de los indios caribes tiene la
significación de valiente, decidido, esforzado. Se cuenta también que a
él se debe el color emblemático que distingue a la Universidad de La
Habana, los caribes en el mundo del deporte.
Insisten los que le conocieron que no fumaba ni ingería bebidas
alcohólicas, ni era aficionado a los juegos de azar; que siempre
utilizaba un lenguaje respetuoso y era muy caballeroso con las mujeres.
Combinaba su amor por el deporte con la pasión por la lectura. Se
cuenta que fue un gran estudioso de la historia y la cultura
greco-latina. Tanto le impresionaron al joven Mella sus lecturas de la
historia de Roma,
en particular de las hazañas de Julio César y Marco Antonio —quien
pronunciaría las palabras de despedida a su asesinado jefe—, que Mella
decidió cambiar su nombre heredado, Nicanor, por el de Julio Antonio, en
honor a los dos ilustres romanos. Así quedó el nombre con que le
conocemos hoy: Julio Antonio Mella.
Pero no sería la actividad deportiva precisamente la que haría saltar
a la posteridad al joven Mella. Fue su actividad en las luchas sociales
y políticas.
Relacionado con Carlos Baliño, Enrique José Varona y Emilio Roig de
Leuchsenring, Mella fue descubriendo la profundidad del pensamiento de
José Martí, y se convirtió en un martiano decidido. Claro que también
estaba al tanto del pensamiento latinoamericano más progresista de su
época, como el argentino José Ingenieros —autor de Las fuerzas morales, Ciencia y educación, El hombre mediocre, La simulación en la lucha por la vida
y de un libro dedicado a la triunfante Revolución de Octubre en Rusia— y
el uruguayo José Enrique Rodó, autor, entre otras obras, de Ariel, muy popular en Cuba entonces.
Las primeras luchas de Mella, junto a las ya mencionadas de “los
manicatos”, se vinculan a la reforma universitaria. Al año siguiente de
su ingreso a la Universidad —en noviembre de 1922—, fundó la revista Alma Mater, de la cual era su administrador. Su hermano Cecilio, un año menor, lo ayudaba con el trabajo de la publicación. Alma Mater surgió antes de la creación de la Federación Estudiantil Universitaria, de la que también fue fundador el 20 de diciembre de 1922.
Mella se convirtió en el más importante líder estudiantil y un orador
que conmovía, convencía y movilizaba a su auditorio. Su influencia
rebasaba los límites de la Universidad y se extendía a los estudiantes
de la segunda enseñanza. Es muy hermoso lo que relata el entonces
estudiante de bachillerato de la escuela de los Hermanos Maristas, Raúl
Roa García, de sus impresiones sobre la personalidad de Mella, sobre el
que escribiría un artículo para la revista Bohemia días antes del retorno a Cuba de sus cenizas.
Mella convocó al Primer Congreso Nacional Revolucionario de
Estudiantes, que se reunió en el Aula Magna de la Universidad de La
Habana del 15 al 25 de octubre de 1923. Entre los resultados políticos
de este congreso se puede mencionar la condena al imperialismo, en
particular al imperialismo norteamericano. Se condenó también la
ignominiosa Enmienda Platt,
se saludó a la Rusia soviética, se apoyó a los movimientos de
liberación de Asia y África, se insistió en la necesidad de vincular a
los estudiantes universitarios con la clase obrera y se acordó la
creación de la Universidad Popular “José Martí”,
cuyo funcionamiento en las áreas de la Universidad, por la reticencia
de la Dirección del centro docente, tuvo que trasladarse a locales
sindicales.
Habría que esperar al triunfo de la revolución cubana dirigida por
Fidel para que la universidad se pintara de negro, de obrero y de
campesino, para decirlo en palabras del Che. La Universidad Popular
contó entre sus profesores con figuras de la talla del poeta José
Zacarías Tallet, el médico Gustavo Aldereguía y el poeta Rubén Martínez
Villena, entre otros. En ese congreso circuló otra revista creada por
Mella, Juventud.
Al año siguiente, 1924, Mella, quien dirigía la Confederación de
Estudiantes de Cuba, fue uno de los fundadores de la Liga Anticlerical,
no anti-religiosa, vale aclarar, sino contraria al uso de la religión
como instrumento de dominación política; y de la sección cubana de la
Liga Antimperialista. A mediados de ese año, ingresó en la Agrupación
Comunista de La Habana. En ese año atracó en el puerto de Cárdenas el
buque mercante soviético Vatslav Vorovski y Mella fue comisionado, junto
a otros tres compañeros, para que, secretamente, visitara el buque,
misión que se cumplió exitosamente. También ese año publicó el folleto
“Cuba, un pueblo que nunca ha sido libre”.
Había un miembro del Comité Central del Partido Comunista Mexicano,
de apellido Flores Magón, quien estando en Cuba como representante de la
III Internacional (comunista) propuso que las agrupaciones comunistas
cubanas celebraran un congreso. Esto se hizo el 16 de agosto de 1925.
Así se fundó el primer Partido Comunista de Cuba y se eligió su primer
Comité Central. Entre esos fundadores estaba Mella y fue electo
Secretario de organización. El Congreso tuvo su primera sesión en el
local del Instituto Politécnico “Ariel”, que había sido fundado por
Mella y Alfonso Bernal del Riesgo ese año. El Comité Central se reuniría
muchas veces en la Universidad de La Habana.
Ya Mella era figura conocida nacionalmente, no solo en los medios
estudiantiles, sino obreros y rurales. Su presencia en Camagüey y
Oriente testimonian la amplitud de su radio de acción.
El 20 de mayo de 1925 ocupó la presidencia de la república Gerardo
Machado. Desde temprano Machado se caracterizo por el carácter represivo
de su gobernación. Ilegalizó el Partido Comunista y la FEU y expulsó a
Mella de la Universidad. Los derechos ganados por los estudiantes en
1923 eran amenazados. Había agitación en el estudiantado. El 26 de
noviembre de 1925 Mella habló a los estudiantes en la habitual tribuna
del Patio de los Laureles. Al día siguiente fue detenido. Fue su último
discurso en su querida colina.
En protesta por su arbitraria detención, Mella se declaró en huelga
de hambre. Se hicieron gestiones directas con el propio Machado para que
lo liberara y este amenazó con matarlo. El respaldo popular a la huelga
que durante 19 días sostuvo Mella obligó a su excarcelación. Pero su
vida peligraba. Se decidió enviarlo al extranjero. Mella salió en enero
de 1926, bajo el nombre de Juan López, por el puerto de Cienfuegos en el
barco de carga “Comayagua”, con destino a Honduras. Pasó por Honduras y
Guatemala antes de llegar a México, donde finalmente permaneció.
Allí se incorporó al Partido Comunista Mexicano y fue miembro de su
Comité Central. Trabajó con la Liga Antimperialista de las Américas y
participó en cuanta actividad importante tuvo a su alcance, entre ellas
el apoyo a Augusto César Sandino en su enfrentamiento al imperialismo en
Nicaragua, y a los revolucionarios venezolanos y la denuncia y condena
al fascismo italiano y al imperialismo yanqui. Escribe en numerosos
medios de prensa tales como Cuba Libre, órgano de la Asociación
de los Nuevos Emigrados Revolucionarios Cubanos, fundada por Mella y
Leonardo Fernández Sánchez en México en 1927, y en El Machete.
En febrero de 1927 viajó a Bruselas para participar en el Congreso
Mundial Contra la Opresión Colonial y el Imperialismo. Luego llegó a
Moscú y participó en el congreso de la Internacional Sindical Roja.
En México, como miembro del Comité Central del Partido Comunista,
participaba en todas las acciones a favor de la nacionalización del
petróleo, la reforma agraria, las luchas de los mineros. Pero sentía su
deber prioritario el reincorporarse a la lucha en su país. Estaba
preparando una expedición para regresar a Cuba y unirse a la lucha
armada cuando, en compañía de Tina Modotti,
su compañera sentimental en los últimos cuatro meses de su vida, fue
asesinado a tiros por esbirros a sueldo del tirano Machado el 10 de
enero de 1929. Se dice que sus últimas palabras fueron: “¡Muero por la
revolución!” El sueño de una expedición que zarpara de México para
iniciar la lucha armada y lograr el triunfo de la revolución popular
solo se lograría, 27 años después, por otro destacado dirigente
estudiantil revolucionario, Fidel Castro Ruz, el nuevo Mella según lo
calificara el dirigente juvenil comunista cubano Flavio Bravo Pardo.
Las cenizas de los restos de Mella no pudieron ser repatriadas hasta
un mes después del derrocamiento de la dictadura de Gerardo Machado, el
“asno con garras”, como lo bautizó Rubén Martínez Villena. Fue el 29 de
septiembre de 1933. En esa ocasión, Villena pronunció estas palabras:
Camaradas: Aquí está, sí, pero no en ese montón de cenizas, sino
en este formidable despliegue de fuerzas. Estamos aquí para tributar el
homenaje merecido a Julio Antonio Mella, inolvidable para nosotros, que
entregó su juventud, su inteligencia, todo su esfuerzo y todo el
esplendor de su vida a la causa de los pobres del mundo, de los
explotados, de los humillados… Pero no estamos solo aquí para rendir ese
tributo a sus merecimientos excepcionales. Estamos aquí, sobre todo,
porque tenemos el deber de imitarlo, de seguir sus impulsos, de vibrar
al calor de su generoso corazón revolucionario. Para eso estamos aquí,
camaradas, para rendirle de esa manera a Mella el único homenaje que le
hubiera sido grato: el de hacer buena su caída por la redención de los
oprimidos con nuestro propósito de caer también si fuera necesario. (1)
Pero Mella no solo fue el gran organizador, el hombre de acción, sino
una inteligencia perspicaz que dejó en sus trabajos profundas
interpretaciones que merecen ser estudiadas en artículo aparte. Mella es
el gran precursor del accionar revolucionario del siglo XX cubano. Él
es el vínculo histórico entre Martí y Fidel.
El nombre de Mella fue dado a la revista de la Juventud Socialista
cubana que, en la lucha clandestina contra la última tiranía de Batista,
y en los primeros tiempos del triunfo revolucionario de 1959, sirvió de
guía a la juventud revolucionaria cubana.
Este 25 de marzo de 2013 (también un 25 de marzo desde tierra dominicana escribía Martí en
1895 la carta de despedida a su madre), se cumplen ciento diez años del
natalicio de Julio Antonio Mella, ocasión propicia para el recuerdo
emocionado y agradecido. Con el poeta Ángel Augier podemos decirle:
Artífice del tiempo amanecido,
toda la sangre de tu pecho herido
acudió al resplandor de las banderas.
toda la sangre de tu pecho herido
acudió al resplandor de las banderas.
Y en esa llama que incesante avanza
tu corazón se rompe en primaveras
para encender la tierra de esperanza.
tu corazón se rompe en primaveras
para encender la tierra de esperanza.
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