Material de la agencia UPI informando en 1960 sobre el complot de asesinato contra los tres. |
Por Lázaro Barredo Medina.
Desde
mucho antes del triunfo de la Revolución el primero de enero de 1959, los
servicios de inteligencia estadounidenses asumieron como tareas prioritarias
impedir la victoria de las fuerzas revolucionarias y el asesinato del
Comandante en Jefe Fidel Castro.
Ya,
por ejemplo, desde 1958, en los momentos en que Fidel estaba en la Sierra
Maestra, el coronel Joseph Caldwell King, jefe de la Sección del Hemisferio
Occidental de la CIA a cargo de las operaciones cubanas, en unión de William
Pawley, ex-embajador norteamericano en Brasil, Perú y amigo del dictador
Fulgencio Batista, habían planeado algunas medidas para obstaculizar el avance
de las fuerzas revolucionarias y el asesinato del líder cubano. Objetivo:
evitar que llegara al poder, para lo que habían activado plenamente a la
Estación en La Habana encabezada por James A. Noel, quien desarrolló una
intensa actividad subversiva contra Cuba y ocupó este cargo hasta el cierre de
la sede diplomática en enero de 1961.
En
diciembre de 1958, es detenido en la Sierra Maestra el ciudadano Alan Robert
Nye portador de un fusil con mira telescópica, quien había sido enviado por el
Gobierno yanqui con la misión de asesinar a Fidel.
Desde
el comienzo mismo del triunfo revolucionario empiezan los encontronazos con
Estados Unidos y se intensifican las maniobras conspirativas para descabezar a
la Revolución triunfante.
En
sus memorias Los años de la Casa Blanca, publicadas
en 1966, el presidente de los Estados Unidos en aquel período, Dwight D,
Eisenhower, reconoció: “En cuestión de semanas, después que Castro entrara en
La Habana, nosotros, en el gobierno, comenzamos a examinar las medidas que
podían ser efectivas para reprimir a Castro”.
El 21 de enero de
1959, trece días después de su entrada triunfal en La Habana, en una magna
concentración popular en el Palacio Presidencial, Fidel dijo: “Para tomar las
medidas de precaución, porque aquí hay que estar prevenidos contra todo, le voy
a proponer a la Dirección del Movimiento 26 de Julio, que designe al compañero
Raúl Castro, Segundo Jefe del Movimiento 26 de Julio. Lo hago, no porque sea mi
hermano –que todo el mundo sabe cuánto odiamos el nepotismo– sino porque,
honradamente, lo considero con cualidades suficientes para sustituirme en el
caso de que yo tenga que morir en esta lucha; porque, además, es un compañero
de muy firmes convicciones revolucionarias, que ha demostrado su capacidad en
esta lucha, que fue de los que dirigió el ataque al Moncada, de los que estuvo
dos años en la cárcel, de los que organizó el Segundo Frente Frank País, y de
los que han dado relevantes pruebas de capacidad como organizador y como
líder”.
Y
siguió advirtiendo: “Ojalá que en este caso no se hubiese tratado de un hermano
mío, ojalá hubiese sido otro para que no cupiera la menor sospecha de que se
trata de favorecer a un familiar. Digo, en primer lugar, que así no se favorece
a nadie, porque la patria para nosotros es agonía y deber, no placer, no
vanidad, no satisfacciones de tipo personal; para nosotros este trabajo es el
trabajo de un esclavo que sabe servir a su pueblo; para nosotros, ser líder es
ser sacrificado; para nosotros ser líder no es aspirar al poder, que todo el
mundo sabe que yo renuncié al poder hace mucho tiempo, que todo el mundo sabe
el desinterés con que he luchado y que soy de los hombres que sostengo que
ningún hombre es imprescindible [… ] Y al plantear aquí que considero que el
compañero Raúl Castro podría sustituirme en este caso, no es que yo decida
unilateralmente, sino yo quiero consultar con el pueblo si está de acuerdo”.
(EXCLAMACIONES DE: ¡Sí!).
“Pues
ya lo saben mis enemigos: ¡Me pueden agredir cuando quieran, que no hay
problemas! Y, además, si agredieran también a Raúl, ¡detrás de él vendrá otro,
y detrás otro, y detrás otro y detrás otro!, que al pueblo de Cuba en esta
lucha no le faltará ni líder ni pueblo, porque todo estará prevenido. Los que
supimos ganar la guerra contra todos los recursos, sabremos también ganar la
Revolución contra todos los enemigos que se pongan delante”.
En
un balance de la evolución de las relaciones bilaterales desde enero de 1959
presentado ante el Consejo Nacional de Seguridad de Estados Unidos, Roy
Rubottom, secretario asistente para Asuntos Interamericanos, las resumió así:
“El período de enero a marzo puede ser caracterizado como la luna de miel con
el gobierno de Castro. En abril se hizo evidente un giro descendente en esas
relaciones… En junio habíamos tomado la decisión de que no era posible alcanzar
nuestros objetivos con Castro en el poder y acordamos acometer el programa
referido por Mr. Marchant (subsecretario Livingston Marchant). En julio y
agosto habíamos estado delineando un programa para reemplazar a Castro”.
Livingston
Marchant, para justificar sus medidas punitivas, manifestó en esa sesión del
Consejo de Seguridad Nacional que el caso Cuba era uno de los más
peligrosos y difíciles respecto a las relaciones de Estados Unidos con América
Latina.
El programa para reemplazar a Castro tenía dentro del
plan una reaccionaria campaña contra el comunismo, mientras la propaganda
contrarrevolucionaria pretendía menguar la influencia popular de Raúl y el Che,
atacándolos como los dirigentes revolucionarios más proclives a los comunistas.
Sin duda, eran los de las ideas más radicales, con honda formación marxista y
partidarios decididos de avanzar rápidamente hacia el socialismo.
La
presencia del Che Guevara en sectores económicos estratégicos como el sector
bancario, primero, y, luego, la dirección del incipiente desarrollo industrial,
junto a sus primeras actividades internacionales a mediados de 1959, tensaron a
los sectores gobernantes estadounidenses y a la contrarrevolución.
Después,
como explican Luis M. Busch y Reinaldo Suárez en su libro Gobierno
Revolucionario Cubano Primeros pasos, las necesidades de la defensa de
la Revolución hacían imperativa una reestructuración militar profunda, que
garantizara la identificación plena de los institutos armados con la
ciudadanía, una economía administrativa y de dirección y una verdadera unidad
de mando y acción.
Es
así como se crea el Ministerio de las Fuerzas Armadas Revolucionarias el 21 de
octubre de 1959. “El comandante del Ejército Rebelde que reunía todas las
cualidades y aptitudes para dirigir tal tarea era, sin lugar a dudas, Raúl
Castro Ruz. En pocos meses de lucha guerrillera, había conformado en las
montañas más orientales de Cuba un frente meticulosamente organizado y eficaz,
en lo militar y lo civil. Virtualmente, un Estado en armas, con hospitales y
gestiones administrativas, de educación, comunicaciones e industrias,
administración de justicia y arbitraje. Había dado pruebas inequívocas de una
habilidad especial de mando y organización”, reseñan ambos autores.
Por
esos días concluyeron en fracaso los intentos del gobierno estadounidense por
aupar fuerzas alternativas a la dirección revolucionaria al frustrarse las
traidoras tentativas del entonces comandante Hubert Matos, como antes habían
sido un fiasco la traición del comandante Pedro Luis Díaz Lanz –jefe de la
fuerza aérea rebelde–, el descalabro de la conspiración trujillista o la crisis
nacional que concluyó con la salida del núcleo reaccionario del primer Gobierno
Revolucionario, incluido el presidente Manuel Urrutia.
Intensa y descomunal actividad subversiva contra
Cuba
En
1975, a partir de informaciones desclasificadas y los testimonios o
comparecencias en audiencias, se elaboró un informe del Comité Selecto del
Senado de los Estados Unidos que estudió las operaciones relacionadas con las
actividades de inteligencia, más conocido por el Informe de la Comisión Church,
pues dicho comité estuvo presidido por el senador Frank Church.
Por
esas informaciones desclasificadas y testimonios pudieron conocerse en detalle
algunas de las operaciones encubiertas de la CIA para atentar contra la vida de
los principales dirigentes de la Revolución Cubana. Después de haber hecho el
análisis operativo de la Revolución, expresar sus preocupaciones sobre el
fortalecimiento del proceso y medidas para destruirla, el 11 de diciembre de
1959, el coronel J.C. King envió un memorándum a Allen Dulles, director de la
CIA, en el que planteaba que en Cuba ahora había una dictadura de “extrema
izquierda” que “si” se le permitía continuar, alentaría acciones similares
contra posiciones estadounidenses en otros países latinoamericanos.
Una
de las cuatro “Acciones Recomendadas” por King era considerar seriamente la
eliminación de Fidel Castro: “Muchas personas informadas creen que la
desaparición de Fidel aceleraría grandemente el derrocamiento del gobierno
actual”.
En
uno de los márgenes del documento hay una nota escrita a mano donde Dulles
indica que con el asentimiento de Richard Bissell, un exprofesor de economía
que fungía como subdirector de planes de la CIA, aprobó las recomendaciones. A
partir de ese instante se intensifican todos los esfuerzos por descabezar el
país.
En
enero de 1960 se organizó la Rama 4 (WH-4) de la División del Hemisferio
Occidental de la CIA como un equipo especial para dirigir la operación cubana,
con la principal “[…] misión de derrocar al gobierno de Castro […]” y tenía
bajo su responsabilidad la Oficina Cuba en el cuartel general de la CIA, incluyendo
el apoyo a su estación radicada en la sede diplomática en La Habana.
La
cadena de mando dentro del cuartel general la integraban el director de
Inteligencia, Allen Dulles, el vicedirector de Planes señor Richard M. Bissell,
el jefe de la División del Hemisferio Occidental J. C. King y el jefe de la
Fuerza de Tarea, Jacob D. Esterline.
Según
el informe de la Comisión Church, el 13 de enero de 1960, Dulles, en lo que
aparentemente fue la primera discusión del Grupo Especial sobre un programa
clandestino para derrocar a Castro, “observó la posibilidad de que a la larga
Estados Unidos no podría tolerar el régimen de Castro en Cuba, y sugirió la
planificación de contingencias secretas para lograr la caída del gobierno de
Castro…”.
Una
de las acciones fue mediar en cuanta gestión hiciera el Gobierno Revolucionario
cubano para impedirle el aprovisionamiento de armas para llevar adelante su
política de creación de las milicias populares. El 4 de marzo de 1960 ocurre el
monstruoso sabotaje al barco francés La Coubre, que trajo desde Bélgica un
cargamento de 70 toneladas de armas y municiones y cuyas explosiones provocaron
alrededor de 100 muertos y unos 400 heridos.
El
acto terrorista concebido por la CIA, cuyos documentos 51 años después siguen
clasificados, había previsto que tras el primer estallido, los principales
dirigentes de la Revolución seguramente acudirían de inmediato al lugar del
siniestro y esa era la oportunidad de producir el segundo bombazo para acabar
con ellos.
Fidel
llegó a la conclusión de que a partir del criminal sabotaje de La Coubre la agresión contra
la Revolución se desencadenaría en grandes magnitudes y aceleró su estrategia
de preparación del pueblo para hacerle frente, resistirla y derrotarla.
El
informe de la Comisión Church ratifica esa apreciación y demuestra que el
Gobierno de Eisenhower andaba a la búsqueda de pretextos.
Según
memorándum de una reunión el 9 de marzo de 1960, cinco días después de La Coubre, el coronel J.C.
King, dijo ante al Grupo Especial que estaba a cargo de las operaciones
cubanas que había “pruebas crecientes de que ciertos ‘jefes’ del gobierno de
Castro han estado presionando por un ataque contra las instalaciones de la
Armada de Estados Unidos en la bahía de Guantánamo y dijo que de hecho es
posible atacar las instalaciones”.
Y
de acuerdo con el propio memorándum “el coronel King declaró (…) que A MENOS
QUE SE ELIMINASEN A FIDEL, A RAÚL Y AL CHE GUEVARA, todos juntos –lo cual es
poco probable– esta operación podría ser un asunto largo y trabajoso y solo se
derrotaría al gobierno actual por medio de la fuerza”.
En
el informe del comité senatorial se describen también otros tópicos de una
reunión celebrada al día siguiente, 10 de marzo, del Consejo de Seguridad
Nacional, en la cual se discutió la política estadounidense de “llevar a otro
gobierno al poder en Cuba”.
Las
actas de esa reunión informan que el almirante Arleigh Burke, jefe de la Junta
de Jefes de Estado Mayor de las Fuerzas Armadas yanquis, entendía que se
necesitaba un dirigente cubano alrededor del cual pudieran agruparse los
elementos contrarios a Castro. “El señor Dulles dijo que existían algunos
dirigentes contrarios a Castro, pero que actualmente no se encontraban en Cuba,
y él se preguntaba qué podríamos hacer ante una situación de esa índole (…);
informó que se estaba trabajando en un plan para cambiar la situación en Cuba.
El almirante Burke sugirió que cualquier plan para la sustitución de los
dirigentes cubanos debía ser llevado hasta sus últimas consecuencias, ya que
muchos de los dirigentes cercanos a Castro eran incluso peores que Castro”.
La
Comisión Church describe otra reunión del Grupo Especial en la Casa Blanca el
14 de marzo de 1960, a la cual asistieron Allen Dulles y el coronel J.C. King.
De
acuerdo con el testimonio senatorial en los documentos desclasificados 15 años
después, las actas archivadas de esa reunión informaban que hubo una discusión
general en cuanto a cuál sería el efecto sobre la situación cubana de
desaparecer simultáneamente Fidel, Raúl Castro y Che Guevara. El almirante
Burke dijo que el único grupo organizado en Cuba en estos momentos eran los
comunistas y que por lo tanto existía el peligro de que pasaran a tomar el
control. El señor Dulles fue de la opinión que esto quizás no fuese
desventajoso ya que facilitaría una acción multilateral por parte de la OEA. El
coronel King dijo que había pocos dirigentes identificados hasta ahora capaces
de hacerse cargo de la situación.
El
17 de marzo de 1960, el presidente Eisenhower dio luz verde al programa de
actividades encubiertas contra Cuba.
(Continuará)
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