Por Arnold August.
El restablecimiento de las relaciones diplomáticas entre Cuba y los
Estados Unidos y la apertura de embajadas en La Habana y en Washington,
D.C., constituye una victoria para Cuba. Previo a la publicación de la
noticia el 17 de diciembre de 2014, durante 18 meses los dos países
llevaron a cabo negociaciones secretas. El 1 de julio de 2015 se selló
el acuerdo con el anuncio formal de la fecha de apertura de las
embajadas, el 20 de julio, en las capitales de los respectivos países.
Es importante resaltar que en el transcurso del proceso que ha durado
dos años, Cuba ha permanecido fiel a sus principios. Los dos ejemplos
más importantes de la adhesión a sus preceptos pertenecen a las
cuestiones controvertidas relativas a la democracia y a los derechos
humanos y a Venezuela.
En primera instancia, en cuanto a democracia y a derechos humanos se
refiere, los dos vecinos convinieron en abordar el tema. Cuba lleva
tiempo manifestando su deseo de entablar dicha plática siempre y cuando
se abra el debate sobre la democracia y los derechos humanos en los
Estados Unidos y a condición de que se le reconozca a Cuba el derecho de
debatir con los Estados Unidos en calidad de país soberano e
independiente, sobre la base del respeto mutuo y la igualdad. Por lo
tanto, Cuba fue quien solicitara esta parte del acuerdo con miras a
superar el prolongado estancamiento que dura ya más de cinco décadas,
desde que los Estados Unidos rompiera las relaciones diplomáticas con
Cuba. De hecho, las dos partes abordaron las cuestiones de democracia y
derechos humanos durante una sesión de debate que tuvo lugar entre el 17
de diciembre de 2014 y el 1 de julio de 2015. Cuba no abandonó ninguno
de sus principios y continúa en su avance para producir cambios conforme
sus propios criterios y necesidades específicas.
El segundo problema que puede presentarse a Cuba acerca de la
afirmación de sus principios corresponde a uno de los temas más
controvertidos en América Latina y la región del Caribe: la Revolución
Bolivariana en Venezuela y la legitimidad del presidente Nicolás Maduro.
Coincidencia o no, durante la fase álgida de las negociaciones entre el
17 de diciembre de 2014 y el 1 de julio de 2015 entre Cuba y los
Estados Unidos, este último tomó medidas provocadoras y
desestabilizadoras que hubieran acabado por perturbar a Venezuela y
eventualmente derrocar al Gobierno de Maduro mediante un “golpe de
Estado en cámara lenta”. No obstante, Cuba continuó apoyando al Gobierno
de Venezuela y a oponerse a toda tentativa por parte de los Estados
Unidos para alentar un cambio de régimen. Cuba no abandonó su principio
de solidaridad internacionalista, que ha llegado a convertirse en una de
sus características, solo para congraciarse con los Estados Unidos
mientras despliega esfuerzos para crear relaciones diplomáticas.
Además de los dos ejemplos anteriores de la adhesión a sus
principios, el de la democracia y el de Venezuela, no podemos ignorar el
hecho de que los tres últimos prisioneros de las Cinco de Cuba
volvieron a Cuba el pasado 17 de diciembre, tras un encarcelamiento que
duró 16 años. No hay manera alguna en que Cuba hubiese dado el primer
paso hacia el restablecimiento de las relaciones diplomáticas sin que
volvieran a la Isla estos tres prisioneros.
El día el 20 de julio significa reanudación de relaciones
diplomáticas y apertura de embajadas, pero nada más. Esto representa la
primera fase que puede conducir al largo itinerario de la normalización
de las relaciones. Quedan por resolver muchos temas dentro del marco de
la normalización, tales como el levantamiento del bloqueo impuesto por
los Estados Unidos, la devolución a Cuba de la Bahía de Guantánamo, el
cese a la legislación discriminatoria sobre la inmigración, el fin de la
subversión interna estadounidense y demás iniciativas de
desestabilización en Cuba en nombre de la democracia y de los derechos
humanos.
Me gustaría abordar una de estas disputas: la relación existente
entre la promoción de la democracia por parte de los Estados Unidos y el
bloqueo. Entre otros textos legislativos, los dos bloques sancionados
en el Congreso estadounidense que enarbolan los conceptos que forman la
trama del bloqueo figuran la Ley Torricelli de 1992 y la Ley
Helms-Burton de 1996. La primera de estas leyes, originalmente conocida
como Ley de la Democracia Cubana, establece la “Asistencia prestada para
apoyar la democracia en Cuba. El gobierno de los Estados Unidos podrá
prestar ayuda, por medio de organizaciones no gubernamentales
competentes, para ayudar a personas y organizaciones a promover el cambio pacífico hacia la democracia en Cuba.”
(En inglés). El segundo marco jurídico en vigor es la ley de 1996,
intitulada Ley para la Libertad y la Solidaridad Democrática Cubanas,
conocida por su título resumido como Ley Libertad de 1996. En su sección
109, intitulada Autorización del apoyo a los grupos democráticos y de
derechos humanos, así como a los observadores internacionales, esta ley
establece que:
se autoriza al Presidente a prestar asistencia y otros tipos de apoyo a
personas y organizaciones no gubernamentales independientes en favor de los esfuerzos de democratización de Cuba, incluidos los siguientes:
1) Materiales publicados y de carácter informativo, como libros, vídeos y cassettes, sobre transiciones a la democracia, derechos humanos y economías de mercado, para que se hagan llegar a los grupos democráticos independientes de Cuba.
2) Asistencia humanitaria a las víctimas de la represión política y sus familiares.
3) Apoyo a los grupos democráticos y de derechos humanos de Cuba. (En inglés).
Con fundamento en lo dispuesto en esta ley, en junio de 2015, un
comité del Congreso estadounidense aprobó el proyecto de Ley de
Apropiaciones de Operaciones Extranjeras para el año fiscal 2016 que
permitirá inyectar fondos, entre otras organizaciones, a la Fundación
Nacional para la Democracia (NED). Con arreglo a Cuba, “la recomendación
del Comité incluye 30 millones de dólares para los programas de
promoción de la democracia y el fortalecimiento de la sociedad civil
(cantidad que excede lo asignado para estos fines el año anterior), de
los cuales no menos de ocho millones se destinarán a la NED”. Los fondos
restantes serán administrados por otras organizaciones tales como la
USAID. Se indica claramente que el financiamiento forma parte de las
leyes sobre el bloqueo económico al que los Estados Unidos tiene
sometida a Cuba. “El Comité exige que los fondos sean utilizados
exclusivamente para los programas y actividades […] vinculados con
la Ley para la Libertad y la Solidaridad Democrática Cubanas(Ley
Libertad de 1996 […] y la Ley de la Democracia Cubana de 1992 y
especifica que no deberán ser empleados para fines de promoción
comercial, reformas económicas, iniciativas empresariales y demás
actividades que no sean las de democratización. (En inglés).
El presupuesto relativo a la Justificación de Gastos por Operaciones
Extranjeras, Anexo 3 correspondiente al ejercicio fiscal 2016,
presentado por el Congreso de los Estados Unidos, toma en cuenta el
objetivo concreto de la promoción de la democracia en Cuba a partir del
17 de diciembre de 2014. En dicha fecha, “El Presidente declaró durante
su discurso sobre política exterior que la promoción de los principios
democráticos y de los derechos humanos continua siendo la meta principal
de la ayuda a Cuba por parte del Gobierno […] El Gobierno de los
Estados Unidos de América continuará prestando ayuda a Cuba para apoyar a
la sociedad civil y consolidar los derechos humanos en el seno del
pueblo cubano […] Continuamos apoyando la democratización y los derechos
humanos en países donde existen condiciones difíciles, incluidos Cuba y Venezuela.” (En inglés).
El único punto que es primordial considerar respecto de la democracia
en Cuba es que el enfoque a seguir solo concierne al pueblo y al
Gobierno cubano. Es derecho soberano de Cuba como nación independiente
elegir el camino que desea seguir. Ningún otro país puede dictar el tipo
de democracia que debiera existir en Cuba.
Por su parte, los Estados Unidos tiene su propia marca de democracia y
Cuba no posee un programa para socavar y subvertir el statu quo
estadounidense, aun cuando la opinión cubana sobre el sistema económico y
político del país vecino se ha dado a conocer pública y claramente. El
hecho de que Cuba sea un pequeño país tercermundista no le da derecho a
ningún país primermundista de imponer su sistema. En definitiva, este es
el nudo gordiano de la promoción de la democracia estadounidense. Una
lectura detenida de las leyes antes citadas pone de manifiesto la
declaración abierta por parte de los Estados Unidos de que su estilo de
elecciones multipartitas y el libre mercado (capitalismo) son las metas
de la promoción de la democracia en Cuba.
En lo tocante a democracia, Cuba posee su propia historia y
tradición. Irónicamente, la influencia negativa de la democracia estilo
estadounidense es parte de este legado. En la segunda mitad del siglo
XIX, en el transcurso de sus guerras libradas contra España para
defender su independencia, Cuba se ve confrontada con dificultades de
prioridades sociopolíticas y de organización. En las zonas liberadas del
dominio Español, esto hace que los patriotas cubanos experimenten con
la organización de sus propias asambleas constituyentes y
constituciones, consagradas en lo que hoy llamamos derechos humanos. No
obstante, esta orientación y la evolución de una gama de valores
conformes a la visión cubana fueron interrumpidos en un contexto donde
los Estados Unidos interviene en la guerra contra España, obviando a
esta para colocarse en calidad colonizador. Entre 1901 y 1958, época de
la dominación estadounidense, los invasores redujeron los beneficios
positivos aun cuando fueren incipientes de la democracia y de los
derechos humanos. Durante la mayor parte del siglo XX, los cubanos
sufrieron bajo un régimen político y socioeconómico que se parecía, en
términos muy generales, a la democracia y la economía de mercado
estadounidense. La transición a la democracia cubana se volvió a poner
en marcha con el triunfo de la Revolución Cubana el 1 de enero de 1959.
Hasta hoy esta Revolución ha conocido cambios y continúa produciendo
muchos más.
La democracia cubana y la democracia estadounidense corresponden a
dos sistemas políticos muy diferentes. Cada uno implanta sus propios
valores y tradiciones. No son comparables, ya que obedecen a dos
categorías distintas.
La pregunta de si Cuba ha realizado cambios en su sistema político es
válida. Efectivamente, sí los ha llevado a cabo, pero no en el sentido
que ambicionaría la política oficial de los Estados Unidos. Por ejemplo,
de 1959 al período 1974-1976, Cuba ejerció el poder político sin tener
elecciones ni nueva constitución: sin embargo, durante ese período la
participación popular en el proceso político cubano estaba en pleno
apogeo, —época que hoy día muchos cubanos consideran con nostalgia. Ente
1974 y 1976 los cubanos participaron en la redacción de una
constitución y votaron sobre esta en un referendo, así como celebraron
elecciones. El 1992, se realizaron modificaciones en los sistemas
político y electoral. En la actualidad se habla de una nueva ley
electoral y de otros cambios políticos. Estas nuevas iniciativas
responden a las necesidades y al análisis de Cuba y no al de los Estados
Unidos. Dicho sea en otras palabras, a pesar de sus puntos débiles,
Cuba es una democracia en movimiento.
¿Y que se puede decir de los Estados Unidos? ¿Su sistema político
opera cambios? Sí, pero solo en el contexto de su propio sistema
político y dentro de los cotos y límites impuestos por estos. Por
ejemplo, ha habido cambios en torno al financiamiento de los partidos
políticos, los cuales no niegan en lo más mínimo la característica
principal del partidismo político y del financiamiento de partidos que
reposa en la riqueza y los privilegios. También se ha llevado a cabo
enmiendas en el derecho al voto, pero no trascienden el contexto
político y socioeconómico, el cual se basa en la discriminación racial y
la desigualdad y se nutre de apatía.
Por lo tanto, cada una, la democracia cubana y la democracia
estadounidense, tiene sus propias características. La promoción de la
democracia estadounidense en Cuba continuará, mismo después del 20 de
julio. ¿Quiere decir esto que el establecimiento de las relaciones
diplomáticas y de las embajadas constituye aún una victoria para Cuba?
Sí, en mi opinión. La situación ha cambiado radicalmente. Antes del 20
de julio, Cuba no contaba con un canal oficial conveniente con los
Estados Unidos para manifestar su oposición a los programas antedichos.
Ahora que han reanudado las relaciones diplomáticas con el
establecimiento de embajadas en las capitales de ambos países, Cuba
podrá poner sus cartas sobre la mesa con sus homólogos estadounidenses
en La Habana y en Washington, y presentar su caso apoyándose en hechos y
pruebas. ¿Querrá decir esto que el lado americano escuchará razones y
tomará en cuenta la versión cubana de los hechos? No necesariamente.
La situación, no obstante, ha mejorado en otra forma. Desde el 17 de
diciembre de 2014, Cuba ocupa el primer plano en la escena política
internacional encabezada por el presidente Raúl Castro. Si bien hay
muchas interpretaciones de este evento del 17 de diciembre, lo que
resalta es que “Cuba ha tenido razón” a lo largo de más de cinco
décadas. Su resistencia heroica frente al imperio ha dado sus frutos.
Antes del 17 de diciembre de 2014, Cuba fue marginada en la política
internacional (salvo en varias partes de América Latina, la región del
Caribe y del hemisferio Sur). La voz de Cuba ahora se ha extendido no
solo hacia los Estados Unidos y Europa sino al mundo enero. Ya no puede
vérsele con desprecio.
El prestigio del presidente Obama también se incrementó con sus
logros en ámbitos internacionales —Cuba incluida— y nacionales; sin
embargo los presidentes de los Estados Unidos siempre ocupan el primer
plano de la escena política. Por ejemplo, en 2008 estando en Berlín,
Obama dio uno de sus primeros discursos de campaña electoral para
consumo interior y exterior. Cuba no ha tenido el lujo de atraer
automáticamente todas las miradas, si no es por algunos reportajes
esporádicos y distorsionados sobre Fidel Castro en ámbitos
internacionales. Es de esperarse que a medida en que surjan problemas,
el mundo deberá tomar en cuenta lo que dice el Gobierno de Cuba respecto
de los efectos subversivos y de desestabilizantes causados por los
programas de promoción de la democracia de los Estados Unidos. Las
relaciones Cuba-Estados Unidos tendrán en cuenta el consenso implícito
en la opinión pública internacional.
En un mundo ideal, este debate abierto ante medios internacionales
podría aumentar la presión sobre el presidente Obama y su sucesor para
que, entre otras cosas, en el Congreso se levantara el bloqueo impuesto
como parte de sus programas de promoción de la democracia. ¿Sería un
adelanto el que se considerara eludir a un Congreso hostil mediante el
uso de sus poderes ejecutivos de manera a desviar estos programas?
Tales programas pueden desestabilizar a Cuba hasta un cierto punto,
pero intentarlo solo serviría para socavar la posibilidad de tener
relaciones diplomáticas armoniosas. De hecho, esto podría colocar a los
Estados Unidos en una situación delicada, mientras que Cuba saldría
indemne. ¿Esta percepción es ingenua?
Hay una nueva realidad en los Estados Unidos. Cada vez Cuba recibe
más visitantes de toda condición, con la inclusión de estudiantes,
profesores, artistas y otras personas influyentes, tales como
periodistas. Una vez que se familiaricen con Cuba, ¿cómo reaccionarían
si es sabido que el Gobierno estadounidense está empleando fondos para
desestabilizar a Cuba? Además, por muy extraño que parezca, es posible
que los medios de negocios estadounidenses, cada vez más centrados en
Cuba, prefieran mantener sus inversiones y hacer negocios en el marco de
un sistema político estable liderado por el gobierno revolucionario, en
vez de hacerlo en un contexto donde la sociedad está en pleno caos
porque algunos individuos que cuentan con la asistencia de los programas
de promoción de la democracia estadounidenses se oponen al status quo
en movimiento y se lanzan en una batalla a capa y espada.
Ante todo, es Cuba tal como existe en la actualidad la que ha estado
atrayendo gente de negocios para que inviertan y tengan actividades
comerciales con el país. De momento, parece ser que la industria del
turismo lleva la delantera; está sacando provecho del deseo de la gente
de Estados Unidos de visitar a la Cuba actual en un contexto de
seguridad y tranquilidad, al tiempo que el país actualiza su sistema
socioeconómico y atraviesa por los cambios inherentes. Esto es lo que
los visitantes quieren ver, no a una Cuba que sea el reflejo caribeño de
los Estados Unidos.
Las cosas pueden cambiar en los Estados Unidos a lo largo de los
muchos años que pueda tomar levantar el bloqueo contra Cuba y abandonar
las actividades de promoción de la democracia en suelo cubano. ¿Quién
hubiera pensado antes del 14 de diciembre de 2014 que este giro
histórico hubiera sido posible?
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