Por Antonio Enrique González.
El héroe nacional como símbolo de la resistencia patriótica
Tras un veloz vistazo a la literatura y el arte épico mundial (una de
las manifestaciones creativas más tempranas de la Humanidad) de sino
verídico o ficticio, un espectador medianamente sagaz avizorará la axial
importancia del “héroe” como paradigmática summa de virtudes,
valores y conductas de una tribu, comunidad o sociedad. Gilgamesh,
Hércules, Aquiles, Quetzalcóatl, Caupolicán, Väynämöinen, Beowulf, Rama,
Roldán, Artús, Iliá Múromets, Igor Sviatoslávich, Sigfried, Mío Cid, y
otros titanes de los diferentes textos epos antiguos y
medievales, se erigen, además de didácticos tratados ético-morales, como
exaltadas hiperbolizaciones del orgullo nacional: bien justificando con
argumentos sacros y físicos su brega por prevalecer sobre los
territorios aledaños, a sangre y fuego; bien enalteciendo la resistencia
patriótica ante la inmiscusión de potencias foráneas que coarten la
autonomía del pueblo.
El héroe épico (casi siempre guerrero) materializa para las grandes
multitudes, abstracciones y entelequias como Libertad, Justicia, Coraje,
Fraternidad, las cuales de otra manera permanecerían en planos
gnoseológicos incomprensibles para el común de los mortales. Más allá de
la fuerza física o moral, dicho ente ostenta el poder metafórico y
metonímico del símbolo: representa y resume en sí el poder cultural y
material de la nación, latente en cada integrante de ésta. Busca este
carácter instigar en cada persona el orgullo de ser, y de ser el mejor,
de tener la razón en su lucha. Cataliza el chauvinismo, muy necesario en tiempos de conquista o resistencia.
Sobre la implantación de paradigmas culturales se ha basado en gran
medida la dominación del Occidente primermundista sobre el Oriente y el
Sur tercermundistas. La difusión mediática entre los públicos populosos
de héroes ficticios o no, de guisa estadounidense o europea, todos
símbolos de los way of life preconizados por estas potencias,
redunda en la jerarquización de los valores “occidentales”, en
detrimento de los íconos culturales autóctonos de las naciones
neocolonizadas, fomentando la xenofilia, el complejo de inferioridad y
el desprecio por lo local. De repente, el cowboy blanco se
erigió como impoluto titán asediado por los andrajosos salvajes, el
hombre mono ario derrotaba a mente y músculo una iracunda turba de
negros africanos, incapaces de autogobernarse, o el chinito cabezón y
dentudo era reducido a servil y chistoso acólito del rubicundo héroe.
Inevitable es que la cultura occidental, como cualquiera, valide sus
ideales, pero imperdonable es que requiera sacrificarse en holocausto,
los paradigmas del Otro.
Las avalanchas homogeneizadoras foráneas han recibido, desde la cultura pop
(historieta, radio, cine y TV) de los diferentes países influenciados,
respuestas de nuevos héroes de sesgo nacional, que contraponen a los
orgullosos símbolos externos, los orgullosos símbolos internos.
Responden al chauvinismo importado, con chauvinismo home made. Fuego combatido con fuego.
A lo largo del mundo surgen personajes, (anti)héroes que valiéndose
de los recursos formales ya cimentados en las preferencias de los
grandes públicos, tratan de marcar la diferencia, de torcer los cuellos
hacia el orgullo local, hacia las culturas y las historias nacionales.
Abandonados los intentos por revalidar solemnemente las epopeyas y
héroes autóctonos, olfateadas como arcaico moho por generaciones
desarraigadas, enajenadas por la distancia y las más atractivas
propuestas externas, emergen nuevos personajes heroicos y entretenidos,
la mayoría en la muy barata historieta, en menor medida en la animación
cinematográfica y televisual, y un poco en la “acción real”. Signados
son la mayoría por el humor, suave o escandaloso, y por una visualidad
atractiva, según los cánones sentados por las propuestas occidentales.
Más allá del empaque formal, estos buscan la promoción de las
tradiciones, las historias, los paradigmas, y hasta los estereotipos
locales.
En la Argentina, aparecen personajes basados en la cultura patagónica como el cacique Patoruzú, de Dante Quinterno; o en el contexto gaucho, como Nahuel Barros, concebido por H. G. Oesterheld; Fabián Leyes, de Enrique Rapela y Hormiga Negra, de Walter F. Ciocca, suerte de westerns pamperos “serios”, contrapuestos por el agudo humor de Inodoro Pereyra, de Fontanarrosa. El Perú detenta al diminuto Cuy,
de agudas lengua y reflexión, creado por Juan Acevedo. Las luchas de
las islas del Pacífico Sur contra la dominación extranjera, encuentran
eco en las historietas de Koolau el leproso, del español Carlos Giménez.
Francia es representada en la palestra gráfica y fílmica mundial, por los inefables Astérix & Obélix,
creados en 1959 por René Goscinny (guion) y Albert Uderzo (dibujos),
los cuales, en unos 40 libros, más de diez filmes de animación y tres de
“acción real”, atizan el secular orgullo galo entre los franceses
actuales, colimando desde ángulos diferentes al imperio Romano, pues
como uno de los pilares de la cultura occidental, esta nación guerrera
ha sido numerosas veces representada (sus legiones conquistadoras y los
césares, la Ciudad Eterna) como gloria civilizatoria. Entretanto, la
pequeña aldea gala, desdoblamiento del David bíblico, resiste las
embestidas de sus innúmeras legiones, ridiculizadas y minimizadas a
ultranza, como ocurre siempre en sistemas de representaciones
hegemónicos, aunque sean de contracandela.
El héroe nacionalista, patriótico, se erige como potente recurso
propagandístico, abrogándose todas las licencias poéticas concedidas por
este método de lucha ideológica. Desafiada la “objetividad histórica”
al más puro estilo épico antiguo, donde le era permitido a Roldán
aniquilar miles de enemigos a puro mandoble, o a Rama disparar decenas
de dardos a la vez, masacrando millares de demonios, se hiperboliza al
protagonista hasta cumbres de carisma y fuerza, denostado el oponente
hasta simas de ridículo y debilidad.
Cuba: historia & “muñequitos”
Desde los primeros años del siglo XX, Cuba contó con personajes
gráficos que simbolizaban al pueblo raso, zarandeado entre torbellinos
de intereses políticos y económicos de la aristocracia local y EE.UU.,
que no tardó en bombardear el acervo del cubano con andanadas de
cómics, dibujos animados y cine, allanando el panorama mental para la
dominación consensuada.
Liborio, de Ricardo de la Torriente; El Bobo, de Eduardo Abela, El Loquito, de René de la Nuez, y el perrito Pucho,
de Virgilio Martínez, con sus agudas y más/menos veladas críticas del
contexto sociopolítico, integraron en sus momentos, la resistencia
massmediática local a la seductora imposición foránea.
Tras la revolución de 1959, deviene política oficial la sustitución
de la profusa industria cultural USA, por producciones gráficas y
animadas Made in Cuba, portadoras de mensajes nacionalistas,
revalidadores de las esencias culturales, de los valores históricos,
desde el anticolonialismo y la legitimación del otro, dígase, en el caso
cubano: el aborigen, el negro esclavo y cimarrón, el mambí, el luchador
rebelde, personajes representativos de etapas significativas durante
los más de 500 años de historia escrita del país.
Ya desde la lucha en la Sierra, el periódico clandestino El Cubano Libre venía publicando la tira Julito 26, de Santiago Armada (Chago), apareciendo en las décadas posteriores las historietas Guabay y Yarí, creaciones de Roberto Alfonso, que buscaban el diálogo entre los jóvenes y los “verdaderos cubanos”, desde la aventura; Marabú,
de Cecilio Avilés, cimarrón apalencado que resistía oleadas de
rancheadores y esclavistas, complementado este héroe por el más lúdico y
perversamente travieso Negrito Cimarrón, serie animada de Tulio Raggi
que rompe con el sino realista de las tres mencionadas, evidenciado más
palmariamente el sesgo asterixiano: caricaturización y humorada
extremas. Es el Negrito, suerte de trickster justiciero, cuya lucha contra los malvadísimos blancos, es facilitada por la supina estupidez de estos.
Elpidio Valdés: al machete y con la luz apagada
Hacia esta tendencia satírica “de golpe y porrazo”, se inclina el sin
duda más popular de los personajes gráficos y animados del siglo en
Cuba: Elpidio Valdés, creado para el papel en 1970, y adaptado al celuloide en 1974 en los Estudios de Animación del ICAIC, por Juan Padrón (Cárdenas, 1947), Premio Nacional de Humorismo 2004 y Premio Nacional de Cine 2008.
Ícono pop cubano por excelencia, el mambisito de bigote
retorcido, figuración simple, recordable y reproducible sin apelar a
destrezas plásticas especiales, aúna en sí el carisma del también
icónico Mickey Mouse, la inexpugnable donosura de Superman, el dinamismo visual de un Astérix,
y el agudo humor de este y las épocas doradas de la Warner Brothers y
la MGM. Este empaque formal, de probada efectividad entre los masivos
públicos audiovisuales de todo el mundo, devino vehículo propicio para
difundir premisas ideológico-pedagógicas caras a los intereses
nacionalistas, de resistencia y validación de la historia cubana, entre
las nuevas generaciones y el país en general.
Desde la gris década de 1970, Valdés tendió puentes estéticos con los “muñequitos” americanos: Bugs Bunny, Daffy (Lucas) y Donald Duck, Silvestre & Tweety, Pluto, Goofy (Tribilín), Tom & Jerry, Woody Woodpecker (El Pájaro Loco), Mr. Magoo,
pertrechados de probos recursos como la vertiginosa comedia física
heredada de las fundacionales comedias del “Rey” Sennett, Oliver &
Hardy, Keaton, Chaplin, Chase; la hipérbole visual/gestual, el gag oral basado en retruécanos lingüísticos, y una aguda capacidad de ridiculizar al héroe, sin lastrar su integridad medular.
En la especie de primera temporada del personaje, integrada por títulos como Una aventura de Elpidio Valdés, Elpidio Valdés contra el tren militar (ambos de 1974), El machete (1975), Elpidio Valdés asalta el convoy, Clarín mambí, Elpidio Valdés vs. la policía de New York (los tres de 1976), Elpidio Valdés encuentra a Palmiche, Elpidio Valdés está rodeado (estos de 1977), el público se enfrentó con una figurilla rechoncha y maliciosa, cual Jerry en constante asedio de Tom, Bugs Bunny atormentando a Elmer y a Daffy, la Pantera Rosa exasperando al hombrecillo.
Anulada quedó de un plumazo en la percepción del público cubano, la
intrincada experimentalidad del animado nacional de los 60,
hipertrofiado por la densidad conceptual y visual, concomitante con las
creaciones soviéticas de la época, cuyas miras apuntaban más hacia el
proto-videoarte de excelsitud vanguardista, que a la seducción lúdica y
la sutil sedimentación de saberes, a través de sencillos códigos
compartidos y apreciados por el espectador medio.
Claro que esto Padrón lo consiguió a través del herético
redimensionamiento de la, hasta el momento, austera figura del mambí,
sagrado paladín libertador, venerado desde las más tempranas lecciones
de historia. Algo, por demás irrepetible en el panorama audiovisual
cubano, dominado todavía por la representación hierática del mártir, lo
cual a la larga redunda en extrañamiento insalvable entre hombre común y
paradigma cuasi nirvánico, desapareciendo toda empatía, base de la
identificación/admiración orgánica.
Comprendió esto el realizador, acariciando la médula burlesca del
cubano, estableciendo hábil pacto de lectura didáctico-propagandista: te
hago reír con caballos matamoscas como el joven Palmiche, y borrachos
como los de New York, te hago reír con la pelirroja yegüita traductora,
el gordo zonzo de la tuba, el Resóplez atormentado durante toda la noche
por el mambí, convertido en cazador de sus cazadores. A cambio de la
diversión, tú aprehendes sin resistencia, lecciones de patriotismo,
antiimperialismo, historia nacional (devenir del machete en las luchas
independentistas, del clarín, el cañón de cuero y el torpedo mambises,
del papel de la diáspora tabaquera en EE.UU., desde donde partían las expediciones una y otra vez asediadas por genuinos Keystone Kops, de
los fusiles empleados en las guerras independentistas, de los azarosos
aprovisionamientos clandestinos de sal); tomas incondicional partido por
los mambises, por Cuba y su épica tradición de lucha.
Pacto de lectura éste, mantenido con aceitada precisión jocosa, a
través de las subsiguientes estilizaciones visuales y conceptuales
experimentadas por el personaje, en posteriores animados como Elpidio Valdés contra los rayadillos y
Elpidio Valdés fuerza la trocha
(1978), donde el mambisito patato gana en estatura, se antropomorfiza,
transitando de travieso lepricornio hasta astuto luchador. Experimenta
una evolución inversa a Mickey Mouse, el cual comenzó en 1928 (Plane Crazy, The Gallopin Gaucho, Steamboat Willie)
como larguirucho roedor, de ojillos diminutos, y terminó como afelpado
peluche de ojos saltones, casi del tamaño de sus orejas. Con Elpidio se
invierte el proceso, pasando de redondeado duendecillo de ojos saltones,
a proporcionado homínido de ojos como puntos, que entabla una “seria”
pelea con el embrión del contraguerrillero Mediacara, en…contra los rayadillos, y despliega habilidades estratégicas en …fuerza la trocha.
Padrón madura artísticamente junto a su personaje. Concibe fondos más
elaborados, más correspondientes con el dibujo animado, que con la
grafía austera de los primeros capítulos. Anima con más precisión y
soltura de movimientos, logrando coreografías de combates masivos y
personales más caros a la aventura que al divertimento, sin renunciar al
tono humorístico de los franceses Cartouche (Philippe de Broca, 1962), El tulipán negro (Christian-Jaque, 1963), y el muy cubano Aventuras de Juan Quin Quín (Julio García-Espinosa, 1967).
La organicidad de los guiones no sufre con los cambios, ni merma el
atractivo del personaje, quien termina rompiendo definitivamente su
sintonía con el mañoso galo, en el largometraje de 1979 titulado
sencillamente Elpidio Valdés;
apuesta exitosa por remontar (tardíamente) las breves extensiones que
caracterizaron hasta el momento todas las producciones del cine animado
nacional, y validarlo entre el más legitimado catálogo de largometrajes.
Tuvimos nuestra tardía Blanca Nieves y los siete enanitos (Cotrell-Jackson-Morey-Pearce-Sharpsteen, 1937).
El mambí es representado en este filme, y en su secuela de 1983: Elpidio Valdés contra dólar y cañón,
como héroe de acción hecho y derecho, valiente, irascible, tozudo,
impulsivo, pasional, matizado por cierta timidez en el área amatoria,
ocupada por la valiente criolla María Silvia. Acomete acciones cuasi
suicidas, experimenta todo un abanico de emociones humanas; su
personalidad es configurada desde el hombre, no más desde el mambicillo
travieso.
Se reafirma como héroe corajudo en el muy logrado dramatúrgica y técnicamente Elpidio Valdés contra la cañonera
(1980), donde otra lección de historia es impartida desde la amenidad
(el proceso de extracción clandestino de la sal y el real torpedo mambí), compensado por el delicioso humor negro de Elpidio Valdés y la abuelita de Weyler (1989), mezcla del western ferroviario con la aventura a lo Indiana Jones; y el refrescantemente doméstico Elpidio Valdés se casa (1991).
Mas, el humor farsesco pasa a ser patrimonio de los personajes
secundarios y los negativos, los cuales protagonizan la mayoría de las
producciones cortas subsiguientes. Permanece entonces Elpidio como eje
alrededor del cual gira el mundo mambí, o incluso mero ente pretextual,
un tanto agotado como héroe impoluto, sin conflictualidades internas
sólidas o matices psicológicos, que permitan la renovación. Priman obras
como Elpidio Valdés y el fusil (1980), Elpidio Valdés y el 5to de cazadores, Elpidio Valdés ¡Capturado!, Elpidio Valdés ataca Jutía Dulce, Elpidio Valdés en campaña de verano (todos de 1988), Elpidio Valdés y Palmiche contra los lanceros (1989), Elpidio Valdés conoce a Fito, Elpidio Valdés y los inventores (1992), la mayoría en codirección con Mario Rivas y Tulio Raggi. Los personajes de
Resóplez, Don Cetáceo, el Coronel Andaluz, los contraguerrilleros
Mediacara y Cortico, Palmiche, María Silvia y Pepito el Corneta, se
abrogan casi el 100 por ciento del atractivo de la franquicia: al
asumir la humorada aguda y la hábil combinación de travesura y dignidad
que autenticaron a Elpidio como héroe cubano, erigido sobre el pedestal del sempiterno choteo.
Este redimensionamiento del personaje, a fuerza de dignificarlo como
mambí ejemplar frisando la excelsitud, alcanzó definitivo anticlímax en
la serie televisiva Más se perdió en Cuba (1995), irónicamente coproducida con la TV Española. Este canto de cisne del mambí bajo la égida de Padrón (hubo dos posteriores intentos, dirigidos sólo por Tulio Raggi),
resultó muy desafinado, con amargos dividendos, traducidos en el total
despropósito, y la desilusión entre los públicos identificados con el
gracejo inherente.
Extremo intento historicista este, el de abordar la Guerra
Hispano-Cubana-Norteamericana de 1898, revirtiendo varios de los rasgos
distintivos de la franquicia durante dos décadas: inesperada reverencia
a las tropas colonialistas españolas, hasta el momento torpes
fantoches, ridiculizados por la hábil táctica de Valdés; la desaparición
de las hilarantes contrafiguras de Resóplez, Cetáceo y el Andaluz; la reducción a mera cabalgadura del carismático Palmiche.
La carga cómica se reduce a poco menos que cero, convertido el nervioso
bigote del coronel en recio mostacho que definitivamente desfiguró el
emblemático rostro.
Con poco éxito, la agresividad farsesca se redirigió hacia los
estadounidenses, y su jefe Teddy Roosevelt. La “seriedad” de la
producción fue subrayada con violencia bélica explícita, para redondear
la total inconsecuencia que la estigmatizó; tanto, que es casi
preferible obviarla a la hora de hacer recuento de la historia de Elpidio Valdés. Olvidadas fueron con esta serie, y su posterior contracción en la cinta titulada Contra el águila y el león (1996), las
claves del éxito del mambisito entre los públicos cubanos de todas las
edades y generaciones, explicitados esta vez en descarnada demasía sus
propósitos didácticos y propagandísticos, en detrimento del chispeante e
imprescindible humor de Padrón.
(...)
A modo de breve conclusión…
Los personajes concebidos por Juan Padrón
para los audiovisuales de tema histórico, siempre parecen quedar en
desventaja respecto a sus obras gráficas o animadas para adultos, como
los Filminutos que dirigió, coartado el alto Ph de su humor por
las características propias de los materiales dedicados a públicos
infantiles, excepto ¡Vampiros en La Habana!
donde el redireccionamiento hacia espectadores adultos permitió
desplegar a fondo su acidez satírica, pletórica de retruécanos
referenciales y ágiles gags.
A su vez, tales aptitudes humorísticas han permitido dotar a estas
entidades patrióticas de un atractivo sin precedentes ni émulos en el
audiovisual animado cubano de cine y TV, donde abundan caracteres de
esta guisa (El Negrito Cimarrón, Cecilín & Coti, Chuncha),
que aunque volatinan sobre la misma cuerda floja, cernida sobre el
patriotismo y la comedia, sin conseguir un nicho lo suficientemente
hondo en el imaginario colectivo, donde Elpidio y los Vampiros han
dejado contundente rúbrica.
El desprejuicio, el desenfado y la valentía de Juan Padrón,
han conseguido salvar al mambí, al taíno, los pioneritos
antimachadistas, los soldaditos valientes y el angolanito, de la
mediocridad propagandística que sólo consigue el ninguneo como
reconocimiento, cuando se articula desde falsas deificaciones e
idealizaciones kitsch, signadas por el temor a “faltar el
respeto”, torpe justificante de quienes no alcanzan las necesarias cotas
de talento, como para salir airosos del homenaje risueño al
patriotismo, y del homenaje patriótico a la risa.
Fragmentos del texto “El patriotismo risueño. Apuntes sobre la construcción de personajes de corte histórico en la obra de Juan Padrón” que originalmente se publicara en el volumen Coordenadas del cine cubano 3, Editorial Oriente, Santiago de Cuba, 2014, p.p. 340-349
Nota:
-
Ya para entonces había realizado animados de corte didáctico como Horologium, que quiere decir reloj, La silla y Velocipedia, todos de 1974; Aerodinámica, de 1975; y humorísticos como los Filminutos 1, 2 (1980) y 3 (1981)
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