Por Cubainformción:
Se decía que el primer presidente
negro de EEUU traería una nueva era postracial. Pero las muertes -nada
excepcionales- de los jóvenes negros Trayvon Martín en Florida y Michael
Brown en Ferguson a manos de policías blancos... apuntan a lo
contrario.
En 1984, la activista de las
Panteras Negras Assata Shakur obtuvo asilo político en Cuba, donde sigue
viviendo. Encarcelada en 1973, sufrió la brutalidad policial y la
tortura, mientras enfrentaba 10 procesos judiciales simultáneos. Aunque
los medios ya la habían sentenciado, salió inocente de todos los juicios
excepto de uno, el de la muerte de un policía, de la que ella no fue
responsable.
En 2005, el FBI decidió demonizarla
una vez más, añadiéndola a la lista de los Diez Terroristas Más
Buscados y ofreciendo una recompensa de un millón de dólares. En 2013,
aumentó esta recompensa a 2 millones. Una acción tan grotesca como la
inclusión de Nelson Mandela en dicha lista de terroristas ¡hasta el año
2008!
Más grotesca aún cuando EEUU, hoy,
mantiene protegidos a terroristas cubanoamericanos de ultraderecha
culpables de decenas de asesinatos. Y, a la vez, mantiene en prisión a
tres antiterroristas cubanos desde hace 16 años.
Assata Shakur nos pide ahora,
cuando el racismo estructural de EEUU resurge de manera brutal, ampliar y
profundizar las luchas antirracistas. En su autobiografía, publicada
recientemente en idioma español, nos pide continuar su lucha,
entregársela a nuestras hijas e hijos, y pasarla a las próximas
generaciones.
Y lo hace desde Cuba, “uno de los
territorios –palabras textuales de Assata Shakur - más grandes, más
resistentes y más valientes de este planeta”.
Texto Original:
Por Angela Davis
Aunque la violencia racista estatal
ha sido un tema constante en la historia de gente de ascendencia
africana en Norteamérica, se ha convertido en algo de particular interés
durante la administración del primer presidente afronorteamericano,
cuya misma elección fue ampliamente interpretada como el anuncio de una
nueva era postracial.
La pura persistencia de la muerte de jóvenes negros a manos de la
policía contradice la suposición de que estas son aberraciones aisladas.
Trayvon Martin en la Florida y Michael Brown en Ferguson, Missouri, son
solo los más conocidos de incontables personas negras muertas por la
policía o por parapoliciales durante la administración Obama. Y ellos, a
su vez, representan un flujo constante de violencia racial, tanto
oficial como extralegal, desde las patrullas de esclavos y el Ku Klux
Klan, hasta la práctica contemporánea de perfiles raciales y los
actuales “vigilantes”.
Hace más de tres décadas, Assata Shakur obtuvo asilo político en
Cuba, donde desde entonces ha vivido, estudiado y trabajado como miembro
productivo de la sociedad. A principios de la década de 1970, Assata
fue acusada falsamente en numerosas ocasiones en Estados Unidos y
vilipendiada por los medios. La presentaban en términos sexistas como la
“madre gallina” del Ejército Negro de Liberación, el cual a su vez era
retratado como un grupo con insaciables tendencias violentas. Colocada
en la lista de Los Más Buscados del FBI, fue acusada de robo a mano
armada, robo de banco, secuestro, asesinato e intento de asesinato de un
policía. Aunque se enfrentaba a 10 procesos judiciales diferentes, y ya
había sido declarada culpable por los medios, todos los juicios,
excepto uno –el caso como resultado de su captura– terminó con un
veredicto de absolución, jurado disuelto por desacuerdo o desestimación
por el tribunal. Bajo circunstancias muy cuestionables, finalmente fue
condenada como cómplice en el asesinato de un policía estatal de Nueva
Jersey.
Cuatro décadas después de la campaña original en su contra, el FBI
decidió demonizarla una vez más. El año pasado, en el 40 aniversario del
tiroteo de la autopista de Nueva Jersey en el que murió el policía
estatal Wertner Foerster, Assata fue añadida ceremoniosamente a la lista
de los Diez Terroristas Más Buscados. Para muchos, esta acción por
parte del FBI fue grotesca e incomprensible, lo que nos lleva a la
pregunta evidente: ¿qué interés puede tener el FBI en designar como uno
de los terroristas más peligrosos del mundo – compartiendo el espacio en
la lista con individuos cuyas supuestas acciones han provocado asaltos
militares a Iraq, Afganistán y Siria– a una mujer negra de 66 años que
ha vivido tranquilamente en Cuba durante las últimas tres décadas y
media?
Una respuesta parcial a esta pregunta –quizás incluso
determinante–puede ser descubierta en la ampliación espacial y temporal
del alcance de la definición de “terror”.
Después de la designación de Nelson Mandela y el Congreso Nacional
Africano como “terroristas” por parte del gobierno sudafricano del
apartheid, el término fue aplicado ampliamente a los activistas negros
de liberación durante finales de la década de 1960 y principios de 1970.
La retórica del presidente Nixon acerca de la ley y el orden
implicaba etiquetar como terrorista al Partido Pantera Negra, y a mí
también se me identificó de la misma manera. Pero no fue hasta que
George W. Bush proclamó la guerra al terror después del 11 de septiembre
de 2001 que los terroristas llegaron a representar al enemigo universal
de la “democracia” occidental. Implicar retroactivamente a Assata
Shakur en una putativa conspiración terrorista contemporánea es también
situar bajo el paraguas de “violencia terrorista” a los que han heredado
su legado y que se identifican con la lucha constante contra el racismo
y el capitalismo. Es más, el anticomunismo histórico dirigido contra
Cuba, donde Assata vive, ha estado peligrosamente articulado con el
antiterrorismo. El caso de los Cinco de Cuba es un excelente ejemplo de
esto.
Este uso de la guerra al terror como amplia designación del proyecto
de democracia occidental del siglo 21 ha servido como justificación del
racismo antimusulmán; ha legitimizado aún más la ocupación israelí de
Palestina; ha redefinido la represión de inmigrantes; y ha llevado
indirectamente a la militarización de los departamentos locales de
policía de todo el país. Los departamentos de policía –incluyendo los de
los campus universitarios– han adquirido equipos excedentes de las
guerras de Iraq y Afganistán por medio del Programa de Exceso de
Propiedad del Departamento de Defensa. Así, en respuesta a la reciente
muerte de Michael Brown por la policía, los manifestantes que desafiaron
la violencia racista policiaca fueron enfrentados por agentes de
policía vestidos con uniformes de camuflaje, portando armamento militar y
conduciendo vehículos blindados.
La respuesta global a la muerte por la policía de un adolescente
negro en un pequeño pueblo del Medio Oeste, sugiere la concientización
creciente en relación con la persistencia del racismo norteamericano en
momentos en que ese supone que está en decadencia. El legado de Assata
representa un mandato para ampliar y profundizar las luchas
antirracistas. En su autobiografía publicada este año, al evocar la
tradición radical negra de lucha, ella nos pide “Continuarla. /
Entregársela a los hijos. / Pasarla a otras generaciones. /
Continuarla…/ ¡Hasta la Libertad!”
* Angela Davis es Profesora
Distinguida Emérita de Historia de la Concientización y Estudios
Feministas en la Universidad de California, Santa Cruz. Ella escribió el
prólogo de Assata: una autobiografía.
(Tomado de The Guardian. Traducido por Progreso Semanal).
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