Tras el recomienzo diplomático Cuba-Estados Unidos, la
dimisión del director de la Agencia de Estados Unidos para el Desarrollo
Internacional (Usaid), Rajiv Sha, parece hoy una oportunidad para
evaluar la fracasada política subversiva contra la isla. Aun cuando Sha
-un hijo de inmigrantes indios de 42 años- no reveló los motivos de su
renuncia, medios de prensa norteamericanos no han dejado de señalar
ciertos fiascos durante su gestión al frente de Usaid, entre ellos,
algunos vinculados a acciones de desestabilización contra La Habana.
“No estoy preparado para hablar sobre mis próximos pasos”, dijo el funcionario a la revista Foreign Policy (FP).
Precisamente, FP recordó que Sha manejó un presupuesto de 20 mil
millones de dólares “cuando la corrupción y el despilfarro plagaban los
esfuerzos de Estados Unidos en Afganistán y una serie de embarazosos y
mal diseñados programas de fomento de la democracia en Cuba pusieron en
peligro la reputación de la agencia”.
Durante bastante tiempo, Sha mantuvo apoyo en el Congreso
estadounidense por haber guiado a la Usaid -desde la perspectiva de
algunos legisladores- en un importante proceso de reforma.
En todo caso, FP cita los “desastrosos proyectos en Cuba” que la
cabeza visible de Usaid se empeñó en defender tras su revelación por
parte de la agencia noticiosa Associated Press (AP): por ejemplo, una
suerte de “Twitter cubano” con fines subversivos denominado Zunzuneo y
otra iniciativa similar llamada Piramideo.
Durante 2014, AP también dio a conocer acciones encubiertas puestas
en marcha a través de la Usaid, como los intentos dirigidos a reclutar
“agentes de cambio social” bajo la fachada de un taller para la
prevención del VIH conducido por jóvenes latinoamericanos o la
recientemente revelada penetración del movimiento de hip hop en Cuba.
En los últimos meses, expertos y voces del espectro político
norteamericano han insistido en que acciones de esta índole -las cuales
además han sido infructuosas- comprometen la percepción global de Usaid
como brazo supuestamente humanitario del gobierno.
En noviembre último, The New York Times (NYT) describió en su página
editorial el escenario: “las autoridades en Cuba detuvieron a un
subcontratista estadounidense (Alan Gross) que viajó a la isla cinco
veces como parte de una iniciativa de Usaid, fingiendo ser turista, para
contrabandear equipos de comunicación (satelital) no permitidos en la
isla”.
“Funcionarios de Usaid y el Departamento de Estado quedaron
asombrados al caer en cuenta del tipo de riesgos que se estaban tomando,
y algunos argumentaron que era hora de suspender los programas
encubiertos, llamándolos contraproducentes”, agregó NYT.
En tanto -indicó el diario neoyorquino-, “legisladores
cubanoamericanos se resistieron enérgicamente” por lo que se permitió
que “las misiones las desempeñaran latinoamericanos, que algunas veces
fueron detectados por el servicio de inteligencia cubano”.
NYT concluía entonces que Washington tiene que reconocer que a lo
único que puede aspirar es a influir de manera positiva en la evolución
de Cuba y que para ello es más productivo lograr un acercamiento
diplomático, que insistir en métodos artificiosos.
Este miércoles se dieron los primeros pasos para ese acercamiento,
incluidos el posible establecimiento de embajada en ambas capitales y,
por supuesto, la probable salida de Cuba de la lista de países
promotores del terrorismo elaborada por el Departamento de Estado.
Asimismo, la Casa Blanca anunció la flexibilización de restricciones comerciales y de los viajes de estadounidenses a la isla.
Incluso, el subcontratista Gross -quien para algunos fue una víctima
de las acciones de Usaid- ya se encuentra con su familia en el país
norteño, por un gesto humanitario del Gobierno cubano.
El contexto es propicio: la dimisión de Sha -que se hará efectiva el
próximo 31 de enero- pudiera ser otra buena señal para un eventual cese
de la política subversiva contra Cuba.
PL
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