Por Albor Ruiz
Hillary Clinton ha dicho que se debe deportar a los miles de niños
que han cruzado la frontera solos. Esa actitud, viniendo de alguien que
aspira a ser presidenta de EE.UU., es preocupante por la desinformación y
la aparente falta de compasión que revela.
“Deben ser enviados de regreso tan pronto se determine quiénes son
los adultos responsables en sus familias”, la ex primera dama declaró la
semana pasada. La autora de “It Takes a Village” añadió que EE.UU. debe
mandar “un mensaje claro” para que más niños no intenten hacer el
peligroso viaje.
Habría que preguntarle a Clinton qué piensa ella que debe hacerse si
se determina que “los adultos responsables” están aquí, en este país.
¿Enviaría ella a los niños de vuelta de todas maneras?
No es ningún misterio que una de las razones por la que miles de
estos inocentes se lanzan en semejante aventura es porque ansían
reencontrarse con sus padres que viven en EE.UU. como indocumentados.
Clinton señaló también que la “razón principal” para la marejada de
niños que cruza la frontera es que “la violencia en esos países
centroamericanos está aumentando dramáticamente”.
Esto, por supuesto, es completamente cierto. Esa realidad la
atestiguan los mismos niños que no se cansan de decir una y otra vez que
tienen miedo volver a sus pueblos asolados por la violencia de los
carteles de la droga y las maras asesinas.
Entonces, ¿no habría que preguntarle a Clinton cómo es posible que,
en buena conciencia, ella plantee enviar de regreso a los lugares de que
se fueron huyendo para salvar la vida a miles de indefensos muchachos
que acaban de llegar a EE.UU. casi de milagro?
No, el asunto no es tan fácil.
De hecho la oleada de menores sin acompañamiento no se ha detenido y
la crisis humanitaria – como la ha calificado el presidente Obama – se
profundiza cada vez más. Se estima que el número de niños provenientes
de Honduras, Guatemala, El Salvador y México detenidos al cruzar la
frontera podría alcanzar los 90,000 para finales de septiembre.
La posición de Clinton coincide con la de Obama, quien a pesar de
haber descrito la situación como una crisis humanitaria –y fiel a su
reputación de deportador en jefe– propone soluciones de carácter
esencialmente policial.
Esto quedó claro el domingo pasado en una carta abierta a los padres
centroamericanos firmada por Jeh Johnson, el secretario de Seguridad
Interna, el funcionario federal que supervisa lo concerniente a
inmigración en el país.
La carta, publicada en medios de prensa en español, afirma que no habrá “permisos” al final del viaje.
“Conforme a las leyes y políticas actuales de EE.UU., cualquier
persona que sea detenida al cruzar ilegalmente nuestra frontera estará
sujeta a deportación prioritaria, independientemente de su edad”, afirma
Johnson, expresando la posición oficial de la Casa Blanca.
Evidentemente tanto Clinton como la Casa Blanca proponen medidas que
no afectan a los verdaderos responsables de una crisis creada, no por
los niños que cruzan la frontera sino por la violencia de las drogas
alimentada por el multimillonario mercado que representa EE.UU.
Peor aún, sus propuestas ignoran la responsabilidad histórica de
Washington en crear la terrible situación que hoy viven esos países al
derrocar gobiernos democráticos, financiar devastadores conflictos
armados, e imponer tratados comerciales que solo benefician a
Norteamérica.
Habría que preguntarles a Clinton y a Obama – y esto lo hemos
afirmado antes –si entienden que el problema no es de política interna
sino de política exterior y que no hay solución posible mientras no se
comience a reparar algo de los daños causados por Washington
históricamente en eso países. Para eso, habría que invertir en el futuro
de sus jóvenes allá en lugar de en inútiles medidas represivas aquí.
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