A 60 años del asalto al cuartel Moncada.
26 de julio: ejemplo para América, ejemplo para el mundo…
“Yo
me encontraba en prisión cuando por primera vez me enteré de la ayuda masiva
que las fuerzas internacionalistas cubanas le estaban dando al pueblo de Angola
–en una escala tal que nos era difícil creerlo…” La voz que rememora pertenece
a Nelson Mandela, quien hoy, con razón, es objeto de homenajes por una vida de
lucha. En 1975, el líder del Congreso Nacional Africano –o ANC por sus siglas
en inglés– estaba recluido en el penal de Robben Island, una isla frente a
Ciudad del Cabo. Era su decimotercer año de reclusión. Acusado de terrorismo,
había sido condenado a cadena perpetua por el régimen racista de Sudáfrica. Su
delito: luchar por los derechos del pueblo sudafricano sometido al apartheid,
aquel sistema ideado por los antiguos colonizadores, quienes, tras haberse
sacudido de la supervisión británica, establecieron su propio régimen marcado
por la explotación y el racismo.
Una
bandera de dignidad
El
pueblo sudafricano de piel negra, quedó dividido en los ignominiosos
bantustanes, recluido en cercadas poblaciones como Soweto; los hombres
separados de las mujeres, las mujeres ultrajadas y humilladas, los niños,
violentados. En pleno siglo XX, la principal nación capitalista del continente
africano, deparaba a la mayoría de su población una existencia de esclavitud.
En una perversa graduación, permitía a “mezclados” o a sudafricanos originados
de la inmigración desde Asia o la India, algunos derechos. Pero siempre menos
de los de la miserable “raza superior” que se enseñoreó en el África Austral.
Tales
eran las condiciones contra las que se rebeló el pueblo africano. Mandela
dirigió el ANC, concebido como una organización, amplia, popular, que reuniría
a miembros de todas las razas, negros, hindúes, asiáticos, blancos. Sus
objetivos eran elementales y democráticos, la abolición del apartheid y un
gobierno de mayorías que permitiera el desarrollo del país; sus métodos de
lucha eran políticos, de presión, de propaganda.
En
la medida en que el ANC amplió su organización a la clase trabajadora negra,
impulsó huelgas y movilizaciones, la represión se volvió más cruda, los tenues
caminos políticos se cerraron con juicios amañados, asesinatos y torturas. Y
las exigencias del pueblo a sus dirigentes se intensificaron. Mandela
comprendió las necesidades del momento y propuso, en 1961, la creación de
Umkhonto we Sizwe, “la lanza de la nación”, la fuerza militar que golpearía a
la policía represora, al ejército, a los colaboracionistas, que realizaría
sabotajes a los intereses económicos de los capitales que se beneficiaban de la
explotación de la mayoría.
Y
ya entonces, la gesta iniciada un día 26 de julio en una lejana isla americana
reverberaba en la lucha. Mandela relata la controversia que desató la propuesta
de lucha armada entre la dirigencia de la ANC:
“usé
un antiguo proverbio africano ‘sebatana ha se bokwe ka diatla’, ‘no se puede
repeler a una bestia salvaje con manos vacías’. Moses [Kotane, secretario
general del PC sudafricano] era un comunista a la antigua. Su oposición, le
dije, se asemejaba a la del PC cubano bajo el régimen de Batista. Entonces, el
partido sostenía que no se cumplían las condiciones necesarias. Fidel Castro,
en cambio, no esperó; pasó a la acción y triunfó. […] La gente ya estaba
formando unidades militares por su propia cuenta, y el ANC es la única
organización capaz de conducirla. Siempre decimos que el pueblo es más avanzado
que nosotros, y ahora efectivamente se nos adelanta.”
El
pueblo se adelantó en una lucha heroica, sostenida sin descanso en las calles
de Soweto o Sharpeville. Trabajadores, mujeres, escolares, niños héroes que se
levantarían una y otra vez en contra de las masacres, las torturas, la prisión.
Mandela seguía separado de su pueblo, pero siempre presente bandera de su
humildad y dignidad. Surgían nuevos adalides, hombres como Stephen Biko y Chris
Hani, entre tantos que dieron testimonio de la unidad de un pueblo, conquistada
una y otra vez con sangre.
No
esperó; actuó y triunfó
El
proceso de liberación de los países sometidos al colonialismo y a la esfera de
influencia de Sudáfrica, las colonias portuguesas Mozambique y Angola, de
Zimbabwe, entonces llamada Rhodesia, agudizó la situación. El régimen racista
se lanzó a una campaña de terror e intervenciones, bien financiada por los
capitales externos y por Estados Unidos. Pretoria se convirtió así en una
capital mundial de la ignominia. Punto de encuentro y bazar de torturadores,
asesinos y mercenarios, lo más bajo de la humanidad, aliado a Israel, a la
dictadura de Chile y a cuanto sanguinario se precisara.
La
intervención en Namibia, antigua colonia alemana dejada “en mandato” a
Sudáfrica, y el intento de derrocar al gobierno del MPLA
en Angola, llevó a una situación desesperada en 1975. Todo indicaba que el
régimen sudafricano lograría consolidarse como potencia única en el cono
africano, subordinando a los países circundantes a un vasallaje apenas
encubierto y que eternizaría la esclavitud dentro de sus fronteras.
Fue
entonces cuando, a un mar de distancia, se erguía aquel principio del Che, de
ser capaces “de sentir en lo más hondo cualquier injusticia cometida contra
cualquiera en cualquier parte del mundo”; se levantaba el espíritu que cobró
vida el día 26 de julio de 1953, con el asalto a los cuarteles Céspedes y
Moncada de Santiago de Cuba. Fidel resumió el dilema que se vivía de esta
manera:
“aquel
problema había que resolverlo y, sencillamente, prohibirle a Sudáfrica las
invasiones. Hay que reunir las fuerzas y los medios necesarios para
impedírselo. Nosotros no teníamos todos los medios, pero esa era nuestra
concepción.”
Fue
el inicio de una las mayores gestas de nuestra América, realizada por una
pequeña isla, que trasladó en 15 años a 300 mil de sus mejores hijos e hijas,
soldados, médicos, obreros, ingenieros, profesores, combatientes todos, a
Angola, a enfrentarse al imperialismo, a la agresión del régimen sudafricano.
Dos mil de ellos no volverían. Caerían en la lucha, pero perdurarían, pues
morir por la patria, es vivir.
Y
los principios del Che, el espíritu del Moncada, quedarían plasmados en el
encuentro bélico decisivo en 1988. En la localidad Cuito Cuanavale, sita en el
sur de Angola, las fuerzas sudafricanas se habían agrupado y amenazaban con
romper la resistencia angolana.
El
espíritu del 26 de julio
El
mundo ya se inclinaba a un fortalecimiento inédito del imperialismo, la Unión
Soviética ya había retirado, en secreto, su apoyo estratégico a la revolución
cubana. Es en ese año que Cuba toma la decisión de actuar. “En esa acción la
Revolución se jugó todo, se jugó su propia existencia, se arriesgó a una
batalla en gran escala contra una de las potencias más fuertes de las ubicadas
en la zona del Tercer Mundo, contra una de las potencias más ricas, con un
importante desarrollo industrial y tecnológico, armada hasta los dientes, a esa
distancia de nuestro pequeño país y con nuestros recursos, con nuestras armas.”
40 mil hombres se lanzaron al combate al grito de Patria o Muerte. Y vencieron.
¿Qué
significó este hecho?
“La
aplastante derrota del ejército racista en Cuito Cuanavale constituyó una
victoria para toda África; dio la posibilidad a Angola de disfrutar de la paz y
consolidar su propia soberanía; le permitió al pueblo combatiente de Namibia
alcanzar finalmente su independencia; destruyó el mito de la invencibilidad del
opresor blanco; sirvió de inspiración al pueblo combatiente de Sudáfrica. Cuito
Cuanavale marca un hito en la historia de la lucha por la liberación del África
austral; marca el viraje en la lucha para librar al continente y a nuestro país
del azote del apartheid”.
Son,
nuevamente, las palabras de nuestro querido Madiba, de Nelson Mandela, en la
ciudad de Matanzas, un día 26 de julio de 1991, un año después de haber conquistado
su libertad de las mazmorras.
Esas
luchas, esos hombres y mujeres que dejan un ejemplo, no están olvidados.
Están
presentes hoy como bandera de dignidad, en cualquier parte del mundo, para
millones y millones, para una humanidad que, de nuevo, ha echado a andar.
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