Por Roberto Montoya.
Año 7. Edición número 320. Domingo 6 de Julio de 2014
En este adelanto del libro Drones, la muerte por control remoto,
editado por la editorial Akal y de próxima aparición en las librerías
argentinas, su autor, nuestro columnista Roberto Montoya, revela la
complicidad de la NSA en los ataques letales con drones, y la polémica
provocada en EE.UU. tras revelarse que cuatro de las víctimas mortales
eran estadounidenses.
La NSA facilita datos para las operaciones con drones
El máximo colaborador con que contó el ex espía Edward Snowden para
hacer conocer al mundo los programas de espionaje masivo de la NSA
(Agencia Nacional de Seguridad) estadounidense, ha sido desde el primer
momento Glenn Greenwald.
Fue él, radicado por cuestiones de seguridad en Brasil, quien pudo
publicar en distintos medios de comunicación de influencia internacional
numerosos artículos basados en los valiosos documentos secretos
filtrados. Al estrenar el sitio web The Intercept, Greenwald publicó
junto a otro experto en temas de seguridad, Jeremy Scahill, un extenso
informe sobre la colaboración de la NSA con el programa de ejecuciones
extrajudiciales con drones de la Administración Obama, un aspecto hasta
ese momento desconocido.
En ese trabajo se explica cómo la NSA ayuda con un programa llamado
Geo Cell tanto a la CIA como al JSOC, el Comando Conjunto de Operaciones
Especiales, a través de la interceptación de llamadas telefónicas y
localización exacta de teléfonos móviles. La información surgió del
análisis de los miles de documentos entregados por Snowden a Gleen
Greenwald y fue confirmada también por el ex piloto de drones Brandon
Bryant, cuyo testimonio está recogido en capítulos anteriores.
La NSA “geolocaliza” la tarjeta SIM del teléfono móvil del sujeto
buscado, lo que permite a la CIA y la JSOC aportar a los drones las
coordenadas necesarias para poder lanzar contra él un ataque con drones,
sea de día o de noche. Primero entra en operaciones el drone que
sobrevuela la zona en círculos para precisar al máximo la localización
del objetivo. Habitualmente se adosa al drone un dispositivo que actúa
como una suerte de torre repetidora de señal de móviles, a la cual se
conecta sin saberlo el móvil del individuo cuando éste quiere llamar o
recibe una llamada. El drone afina con sus sensores la ubicación, con un
margen de error de unos diez metros de distancia.
Una vez que cuenta con todos esos datos, el piloto de drones, desde
miles de kilómetros de distancia, le da al avión no tripulado orden de
disparar sus misiles. En la terminología utilizada por las unidades
dedicadas a las ejecuciones de personas con drones se usan tres palabras
claves en cada operación: “Find”, el proceso de búsqueda de la señal
emitida por un router, una red wi fi o una tarjeta SIM; “Fix”, que es el
momento, a veces muy corto, en que se precisa el objetivo, se ultiman
los detalles del ataque, y “Finish”, cuando se lanzan los misiles y se
completa la acción, Bryant, el ex piloto de drones que trabajó a las
órdenes del JSOC desde una base en EE.UU., explicaba que muchas veces
hay hasta 16 tarjetas SIM asociadas a una identidad en los registros con
los que cuentan, por lo que no hay total certeza de quién es la persona
que tiene en su poder el móvil en el momento en el que se lanza el
ataque.
En muchas ocasiones el móvil es prestado a un hijo, a la esposa o a
cualquier otro familiar, que resultan así asesinados por error. “Algunos
líderes talibán, conociendo el método de seguimiento que hace la NSA,
tienen por costumbre distribuir tarjetas SIM entre sus hombres para
desorieentar a sus perseguidores y eludir el seguimiento”, sostienen
Greenwald y Scahill en su artículo. “Cuando asisten a una reunión, dejan
sus tarjetas SIM fuera, en un bolso, en cualquier lado, y cada uno
agarra una tarjeta SIM cualquiera cuando se van”, según el ex piloto de
drones. “Esa es una de las formas con las cuales ellos nos confunden.”
El piloto que con su ‘Joystick’ dispara un misil contra quien porta
el teléfono móvil con la tarjeta SIM rastreada confía en que sea el
individuo que busca eliminar, pero no puede tener certeza de ello, y,
menos aún, saber la identidad de las personas que están cerca de él y
que también serán alcanzadas por el impacto.
“No vamos contra una persona en realidad, sino detrás de un teléfono, con la esperanza de que la persona del otro lado del misil sea uno de los malos”, dice el ex piloto. Entre los sofisticados planes de la NSA para tener más precisión sobre quién tiene consigo el teléfono móvil que se está rastreando, se ensaya con grabar las voces de las comunicaciones interceptadas, pero los expertos dicen que la valoración de tonos de voz, de acentos, en dialectos a veces poco conocidos por los traductores, en conversaciones no demasiado claras, pueden dar lugar a graves errores humanos, a matar a un familiar, un conocido, a cualquier persona inocente. (…)
Ejecuciones extrajudiciales de estadounidenses
El 22 de mayo de 2013, solo un día antes de que Barack Obama
explicara cambios en su política de seguridad nacional tras el escándalo
del espionaje masivo mundial revelado por el ex espía Edward Snowden,
el fiscal general de EE.UU., Eric Holder, reconocía que la CIA había
matado ya a cuatro ciudadanos estadounidenses en el extranjero con
misiles lanzados por drones.
Estos ataques, nunca reconocidos oficialmente, eran un secreto a
voces desde años antes pero, a diferencia de tantos otros “asesinatos
selectivos” cometidos por drones operados por la CIA o las fuerzas
armadas, en estos cuatro casos que se hacían públicos, las víctimas
habían nacido en Estados Unidos, lo que suponía un cambio drástico en la
larga “tradición” de ejecuciones sumarias de EE.UU. en el mundo. Holder
dio la lista: el clérigo musulmán Anwar al Awlaki, su hijo, Abdulrahman
al-Awlaki, de 16 años; Samir Khan y Jude Mohammed. (…) Holder reconoció
que en realidad sólo uno de ellos era un objetivo “legítimo”, el
clérigo Anwar al-Awlaki, mientras que su hijo, asesinado dos semanas
después, al igual que los otros estadounidenses que resultaron muertos,
habrían perecido “en el curso de otras operaciones”, sin aportar más
especificaciones. “Esos individuos no eran específicamente objetivos
para Estados Unidos”, se limitó a decir. (…) Un aluvión de artículos y
editoriales en los medios de comunicación estadounidenses cuestionaron
la legalidad de la ejecución de los cuatro estadounidenses.
La denuncia más extendida se centró en el hecho de que ni Holder ni
ninguna otra autoridad gubernamental pudo demostrar que Al-Awlaki fuera
algo más que un clérigo musulmán radical, que, como tantos otros,
lanzaban sermones incendiarios los viernes en la mezquita, con
llamamientos a la “yihad” contra “los infieles”.
Nadie logró probar que fuera, como aseguró Holder, un “jefe
operativo” de Al Qaeda de la Península Arábiga y menos aún que preparara
“ataques terroristas contra EE.UU.”. Al Awlaki había nacido en 1971 en
Las Cruces, Nuevo México; vivió al menos 20 años en Estados Unidos. En
su mezquita en EE.UU. hablaba de paz, de tolerancia, e incluso después
de los atentados del 11-S condenó públicamente a Al Qaeda y llamó a
rezar por las víctimas. Sin embargo, como sucedió con muchos religiosos
musulmanes nacidos en Occidente, luego terminaría asumiendo un discurso
radical cada vez más fundamentalista, intolerante. Se trasladó a Yemen y
desde allí lanzaba sermones incendiarios contra el gobierno de su país
de origen. Se convirtió en un enemigo para EE.UU. y se lo intentó matar
una decena de veces antes de lograrlo finalmente.
La CIA lo acusaba de haber organizado atentados contra EE.UU. y dijo
que mantenía correspondencia con el comandante estadounidense Nidal
Hassan, que fue el autor de la conocida como Masacre de Fort Hood, en la
que mató a 13 de sus compañeros militares en una base militar de Texas
en 2009.
El 30 de septiembre de 2011 un drone de la CIA disparó un misil
contra la vivienda en la que Al-Awlaki se encontraba, al este de Sanaá,
la capital yemení, y luego volvió a disparar otro proyectil contra la
caravana de vehículos con la que intentó fugarse del lugar. Al-Awlaki
habría muerto junto con otro estadounidense, Samir Kahn. Este otro joven
de 25 años, nacido en Carolina del Este, con familia de origen
paquistaní, tampoco era un “jefe operativo” sino editor de una revista
en inglés de Al Qaeda, Inspire.
En el último de los siete números de la revista que llegó a editar
Khan desde que salió la publicación en junio de 2010, se dedicó a
condenar declaraciones del entonces presidente de Irán. Mahmoud
Ahmadineyad ante la asamblea general de la ONU, en la que éste ponía en
duda la responsabilidad de Al Qaeda en los atentados del 11-S.
Ahmadineyad había lanzado la idea de una “mano negra” instrumentalizada
por EE.UU.
En Inspire, que dedicó las 20 páginas de ese número de septiembre de
2011 al décimo aniversario de los atentados del 11-S, se rechazaba la
teoría de Ahmadineyad y se reivindicaba la responsabilidad de Al Qaeda
en los atentados.
“Para ellos (los iraníes), Al Qaeda es un competidor en los corazones y mentes de los musulmanes de todo el mundo (…) Al Qaeda logró lo que Irán no consiguió. De ahí que les resulte necesario a los iraníes desacreditar el 11-S y qué mejor para hacerlo que las teorías conspiratorias”.
Miembro de una familia acomodada, hijo de Zafar Khan, respetado
ejecutivo de una empresa de información tecnológica, Samir abandonó el
hogar familiar en 2009 para instalarse en Yemen. Tras los atentados del
11-S radicalizó su visión del Islam y fueron vanos los esfuerzos de su
familia para alejarlo de elementos fundamentalistas. (…) El cuarto
estadounidense ejecutado con un drone fue Jude Mohammad, un joven de 23
años también de Carolina del Norte. De padre paquistaní y madre
estadounidense convertida al Islam, se radicalizó con los discursos
incendiarios del estadounidense Daniel Patrick Boyd –luego detenido
junto con dos de sus hijos– y en 2009 decidió trasladarse a Waziristán
Sur, Pakistán, una zona controlada por los talibán. Este joven colgaba
vídeos en YouTube en los que hacía llamamientos a la violencia contra
Estados Unidos. Murió junto a otras dos personas en un ataque con
drones. Él no era el objetivo. De hecho, la CIA supo que había muerto
por informantes de la comunidad de Raleigh, localidad de Carolina del
Norte donde vivía su familia.(…)
Contra el ideario de los Padres Fundadores
(…) Barack Obama, como todos los presidentes estadounidenses, invoca a
menudo en sus discursos a los Padres Fundadores, un término cuya sola
invocación inspira respeto y solemnidad para todos en EE.UU. y que es
utilizado para referirse tanto a los líderes políticos y hombres de
Estado firmantes de la Declaración de Independencia de 1776, como para
quienes elaboraron y aprobaron la Constitución de 1787. Sin embargo,
cada vez son más los que en EE.UU. critican que sus gobernantes abusen
de esas invocaciones para justificar políticas muy diferentes a los
principios que defendieron esos próceres. Esa discusión volvió a darse
con motivo de la polémica abierta por la ejecución extrajudicial con
drones de ciudadanos nacidos en Estados Unidos. ¿Hubieran aprobado una
medida como ésa los Padres Fundadores, matar sin derecho a juicio a uno
de sus ciudadanos?, se preguntan tanto constitucionalistas como miembros
de organizaciones defensoras de los derechos civiles. Y la mayoría
considera que no, rotundamente no. Tom Hartman, periodista, politólogo y
escritor, explicaba por qué no lo hubieran aprobado los Padres
Fundadores. “Los redactores de la Constitución nunca quisieron que el
presidente o el Ejecutivo tuviesen el poder para declarar la guerra en
cualquier lugar, en cualquier momento y contra cualquiera, menos aún
contra un ciudadano estadounidense”. Según Hartman “de hecho, ellos
hicieron todo lo posible para restringir tanto el poder militar como la
capacidad del presidente –jefe del Ejecutivo– para usar a los militares
para lanzar una guerra sin fin”.
“Los Fundadores creían que un militar es a veces necesario para la
autodefensa, pero no querían un ejército estable, del tipo que ellos
habían visto derrocando gobiernos en Europa una y otra vez a lo largo de
la historia”. Y recordaba que a través del Artículo 1, Sección 8 de la
Consitución, “los Fundadores dieron al Congreso –los representantes
elegidos de nosotros el Pueblo– poder para crear ejércitos pero solo por
plazos de dos años”. “Es la única vez en la Constitución que se
establece explícitamente que el poder del Congreso para aprobar un
presupuesto tiene unos límites de tiempo concretos, y eso fue así porque
los Fundadores estaban preocupados con el poder de un ejército en
tiempos de paz”.
Por eso, según Hartman, los Padres Fundadores decidieron que el
comandante en jefe del ejército de EE.UU. fuera alguien elegido por el
pueblo y no un militar. Los Fundadores le dieron el derecho de declarar
la guerra exclusivamente al Congreso, no al presidente, por eso no
figura en el artículo 2 de la Constitución. “Ninguna nación puede
preservar su libertad en medio de la guerra continua”, decía, en una
carta a un amigo, James Madison, uno de los Padres Fundadores, y cuarto
presidente de EE.UU. Y Hartman acotaba: “Hoy en día es obvio que las
peores pesadillas de James Madison se han vuelto realidad”.
El analista Nick Gillespie, editor de un medio radical, Reason,
sostenía que a pesar de la gravedad que suponía la politica
antiterrorista de Obama, era criticado menos por los medios de
comunicación, por la “intelligentsia” estadounidense, que lo que había
sido criticado Bush, a pesar de que los crímenes en los que incurrieron
eran en realidad similares. Gillespie hablaba de “hipocresía ideológica”
y de “corrupción intelectual” de sectores supuestamente progresistas.
No es el único medio que hizo ese tipo de críticas.
El conservador Andrew C. McCarthy escribía también en el sitio web de
la National Review que era llamativo que los grandes medios hubieran
dado tan poca importancia al “White Paper”, el memorando secreto
revelado por la NBC en el que se describían los criterios para dar
cobertura legal a las ejecuciones extrajudiciales de estadounidenses,
siendo los mismos que habían dado tan amplia cobertura a los memorandos
internos de la Administración Bush sobre las torturas. Y a esa polémica
se unió hasta uno de los principales protagonistas de esos memorandos de
la era Bush, precisamente, John Yoo, fiscal, profesor de Derecho en la
Universidad de California, Berkerly. (…) Yoo, autor de algunos de los
principales memorandos de aquella época en los que justificaba la
tortura a los prisioneros y la no aplicación de las Convenciones de
Ginebra a los prisioneros talibán, se atrevió a polemizar sobre las
ejecuciones llevadas a cabo en el exterior por la Administración Obama.
Desde las páginas del conservador Wall Street Journal aseguraba en
febrero de 2013 que los asesinatos con drones eran una grave violación
de los derechos humanos y sostenía que ni siquiera reportaba los
beneficios de someter “a un puñado de prisioneros” al “waterboarding”
(“submarino”, ahogamiento simulado) para extraerles información.
Este artículo es un adelanto del libro:
Drones, la muerte por control remoto
Roberto Montoya
Editorial Akal
Colección A Fondo
Madrid 2014
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