Texto
íntegro del discurso pronunciado por el Comandante de la Revolución
Ramiro Valdés Menéndez, miembro del Buró Político del Comité Central del
Partido Comunista de Cuba y vicepresidente de los Consejos de Estado y
de Ministros, en el acto central nacional por el aniversario 61 del
asalto a los cuarteles Moncada y Carlos Manuel de Céspedes, efectuado
hoy en el Mausoleo de los Mártires de Artemisa.
General
de Ejército Raúl Castro Ruz, Primer Secretario del Comité Central del
Partido y Presidente de los Consejos de Estado y de Ministros, Combatientes de ayer y de hoy,
Artemiseñas y artemiseños,
Queridos compatriotas:
Un
día como hoy mis primeras palabras son para todos aquellos que han hecho
posible esta Revolución, en especial para los que derramaron su sangre y
entregaron sus vidas por una Cuba verdaderamente independiente.
El
26 de julio de 1953 la mayoría de los compañeros que nos agrupamos en
las células clandestinas, observando las medidas de seguridad y
compartimentación indicadas por Fidel y Abel en el local del Partido
Ortodoxo en Prado 109, apenas rebasábamos los 20 años. Éramos jóvenes
que soñábamos con transformar la triste realidad imperante en la Cuba de
aquel entonces.
La
República no tenía nada que ver con la soñada por Martí y Maceo. Durante
décadas, el verdadero poder había estado en la embajada yanqui y desde
hacía más de un año, un dictador había borrado los últimos vestigios de
democracia representativa. Los pobres, negros, mujeres, obreros y
campesinos, eran vilmente preteridos y discriminados por una oligarquía
entreguista y rapaz.
Muchos
de los males políticos, económicos y sociales que aquejaban a nuestro
pueblo, fueron magistralmente expuestos por Fidel en su histórico
alegato del 16 de octubre de ese mismo año, conocido como “La Historia
me absolverá”.
No
podemos olvidar nunca el cuadro de opresión, miseria y desigualdades que
heredó la Revolución en el ´59. Por aquel entonces la esperanza de vida
de los cubanos no sobrepasaba los 60 años; imperaba el tiempo muerto,
el desempleo masivo, el desalojo de los campesinos de las tierras que
trabajaban; un alto grado de analfabetismo; gran parte de la población
no contaba con posibilidades de acceder a la escuela o al médico. La
banca, los mayores centrales azucareros, las principales industrias y
más de la mitad de las mejores tierras de producción cultivadas estaban
en manos extranjeras.
Hoy,
la gran mayoría de los cubanos solo conoce estos datos por referencias y
no por vivencias propias; pues nacieron después del Triunfo de la
Revolución, cuando la realidad ya era otra. Por eso, no está de más
recordarlos, pues los imperialistas, en sus trasnochados intentos de
restauración capitalista y subversión ideológica, se empeñan en
falsificar la realidad, dibujar unos supuestamente idílicos años
cincuenta y convertir a un tirano despreciable en un prócer respetable.
Ante
aquel estado de cosas, no podíamos cruzarnos de brazos. Los jóvenes de
la Generación del Centenario, aunados por la prédica y la decisión de
lucha de Fidel Castro, no dejamos morir a Martí. Aquel 26 de julio no
fue un triunfo de las armas, pero fue una victoria de la moral y de la
dignidad. Fue la chispa que encendió nuevamente el motor que nos
llevaría justamente 5 años, 5 meses y 5 días después, a alcanzar la
verdadera y definitiva independencia. Es el Día de la Rebeldía Nacional,
cuando los jóvenes cubanos fuimos consecuentes con los versos vibrantes
del Himno Nacional y con el ejemplo de quien fue el autor intelectual
de la acción.
A
partir de 1959, a pesar de campañas mediáticas, cruentos bloqueos,
amenazas, agresiones, terrorismo de todo tipo, y de la escasez de
recursos propia de un país pobre y subdesarrollado, la Revolución logró
transformar la triste realidad que caracterizaba a este pequeño
archipiélago.
Por
primera vez se logró la verdadera soberanía: los destinos del país
dejaron de decidirse en Washington. La palabra “democracia” adquirió su
verdadera dimensión popular: se acabó la politiquería, la compra de
votos y el fraude electoral. Nunca más hubo un asesinato político o un
torturado. Fueron barridas las bases institucionales de la
discriminación y se dio un paso gigantesco en su eliminación de la
conciencia de las personas.
Este
pueblo, otrora analfabeto, ya tiene más de un millón de graduados
universitarios y sus logros son reconocidos universalmente por numerosos
organismos internacionales, incluyendo la ONU. La que fuera neocolonia
yanqui tiene hoy una mortalidad infantil menor que Estados Unidos y
acaba de presidir la Asamblea Mundial de la Salud. Nuestra meta no es
enriquecernos, pero nadie está desamparado ni abandonado a su suerte.
Gracias a la Revolución, nos libramos de ser el lupanar del Caribe, un
paraíso de la droga, el juego y la prostitución, en manos de la mafia y
los marines.
Las
páginas de heroísmo que los hijos de este país han escrito en otras
tierras del mundo son motivo de respeto y admiración. Sangre cubana
abonó la independencia de Angola y Namibia, el fin del apartheid en
Sudáfrica y las mejores causas de otros pueblos. Maestros, trabajadores
de la salud, constructores, entrenadores deportivos, promotores
culturales…, en fin: cubanas y cubanos formados en el internacionalismo
por la Revolución, han dado su ayuda generosa desde las cumbres del
Himalaya hasta las selvas de la Amazonia, porque comparten el concepto
de que Patria es Humanidad.
No
ha sido fácil llegar hasta aquí: nuestro pueblo ha logrado sobreponerse
ante incontables obstáculos y dificultades inimaginables. Justamente hoy
se cumplen 25 años de aquella histórica y profética afirmación de
Fidel, en Camagüey, de que aún en el hipotético caso de que se
desintegrara la Unión Soviética, seguiríamos adelante con la Revolución,
dispuestos a pagar el elevado precio de la libertad y de actuar sobre
la base de la dignidad y los principios.
No
se equivocaba el Comandante en Jefe al confiar en este pueblo que supo
resistir los largos y duros años del Período Especial, cuando muchos
apátridas trasnochados en Miami ya tenían las maletas listas para venir a
observar la caída de la Revolución y pretendían recuperar las riquezas
malhabidas y volver a imponer un régimen de oprobio y explotación.
Hoy
mantienen plena vigencia aquellas palabras de Fidel pronunciadas en
1989, dos años y medio antes de que ocurrieran esos funestos
acontecimientos. Que no sueñen los imperialistas: ese es el mismo
espíritu que mueve a los revolucionarios en la Cuba actual, el que está
en las raíces de la historia de lucha de nuestro pueblo. Así lo
demostró Céspedes tras la derrota inicial en Yara; Maceo, con su
vertical Protesta de Baraguá; Martí, al enfrentar el fracaso de la
Fernandina; el propio Fidel después del revés del Moncada y cuando en
Cinco Palmas se reunió con Raúl y le dijo que con 7 fusiles ganaban la
guerra. Ese ha sido y será el espíritu de lucha sin tregua de nuestro
pueblo: en nuestros corazones no cabe el desánimo y en nuestro
vocabulario está borrada la palabra derrota.
No
podemos olvidar que hemos llegado hasta aquí gracias a la unidad de todo
el pueblo, gracias a su confianza en la Revolución. Esa unidad debemos
preservarla por sobre todo las cosas, pues estamos conscientes de que
la lucha no ha terminado, solo ha cambiado la manera en la que pretenden
destruirnos. Hoy se aplican formas no convencionales de guerra y se
emplean las nuevas tecnologías como instrumento de subversión, teniendo
como blanco fundamental a los jóvenes. Lo que no acaban de comprender
nuestros enemigos es que las nuevas generaciones son fruto de esta
Revolución y han demostrado su compromiso de continuar perfeccionándola y
preservar las conquistas alcanzadas.
Como
bien expresara Fidel el 26 de julio de 1959: “¡Cuánto se equivocan los
que piensan que Cuba se puede resignar tranquilamente a volver al
pasado! (…) Qué equivocados están los que creen que la libertad y la
seguridad de hoy, la soberanía de hoy, la gloria de hoy, el prestigio de
hoy, el pueblo de Cuba se resignaría mansamente a que se lo arrebataran
para volver a imponerles aquel pasado odioso.”
Cuando
asaltamos el Moncada, ninguno de nosotros soñó con estar aquí 61 años
después. Me siento doblemente honrado al hacer uso de la palabra en el
Día de la Rebeldía Nacional, precisamente en mi tierra natal, de la cual
Fidel dijera el 17 de enero de 1959: “A juzgar por los hombres que ha
dado a la causa de la libertad… a juzgar por el espíritu patriótico que
aquí vibra… bien merece llamarse Artemisa el pueblo más revolucionario
de Cuba… ¡Pueblos como este son los que han hecho posible el triunfo de
Cuba!”.
Esa
es una realidad permanente hoy en esta tierra, pues en Artemisa, como
en toda Cuba, siempre es y será 26. Aquí -como en Mayabeque-, desde
hace casi tres años se aplica con resultados alentadores la experiencia
de perfeccionar el funcionamiento de los órganos locales del Poder
Popular, que continuará evaluándose hasta el 2016. También se aplica
otro importante experimento en la comercialización de productos
agropecuarios, con el objetivo de satisfacer con más eficiencia las
demandas de la población en este sector.
Por
otra parte, no podemos hablar hoy de las transformaciones en Artemisa,
sin mencionar el privilegio y también el compromiso que significa que
aquí esté enclavada la naciente Zona Especial de Desarrollo Mariel, cuya
importancia es crucial para el desarrollo del país.
Debemos
tener siempre presentes que del empeño de todos depende que logremos
desarrollar un socialismo próspero y sostenible, como se recoge en los
Lineamientos de la política económica y social del Partido y la
Revolución, aprobados en el Sexto Congreso. No abundo más sobre el tema
porque en este propio mes se ha brindado una amplia y actualizada
información a raíz de las decisiones adoptadas en el Consejo de
Ministros, los debates en la Asamblea Nacional y las palabras de
clausura en ésta última del General de Ejército Raúl Castro Ruz.
Hace
apenas cuatro años, cuando el Comandante en Jefe, con su camisa verde
olivo de mil batallas, rindió tributo en este propio lugar a los
mártires del 26 de Julio en el Mausoleo que los honra, recordábamos que
de aquí partimos 28 de los jóvenes que un día como hoy asaltamos los
cuarteles Moncada y Carlos Manuel de Céspedes. Éramos un puñado, pero
llevábamos con nosotros el espíritu de todos los artemiseños, que era
también el espíritu de Cuba entera. No hicimos más que cumplir con la
máxima martiana de que “el verdadero hombre no mira de qué lado se vive
mejor, sino de qué lado está el deber”.
De
ese mismo principio son ejemplos fehacientes nuestros 5 Héroes, tres de
los cuales todavía continúan cumpliendo injustas sanciones encarcelados
en los Estados Unidos. No cejaremos ni un instante en el empeño de
traerlos de vuelta a sus familias, a la Patria. Después de más de 15
años exigiendo su libertad, nuestra fuerza radica en la justicia de esta
noble causa y en el apoyo solidario de millones de personas honestas de
todo el mundo.
Artemiseños,
compatriotas: esta es la obra, el mérito, la gloria de todo el pueblo, y
sobre todo de los hombres y mujeres que han caído en el empeño. Sin
nuestros mártires heroicos, nada de lo alcanzado hasta hoy hubiera sido
posible. Rindámosles tributo a todos aquellos que cayeron ofrendando sus
vidas por hacer realidad este sueño de la Revolución. Inspirados en su
ejemplo, no tenemos otra alternativa que seguir luchando cada día, hasta
el último aliento, con la Patria, con la Revolución, y con el
Socialismo.
¡Gloria eterna a nuestros mártires heroicos!
¡Vivan Fidel y Raúl!
¡Viva la Revolución Cubana!
¡Socialismo o muerte! ¡Venceremos!
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