Celia Sánchez: (9 de mayo de 1920 Oriente, Cuba - 11 de enero de 1980, La Habana, Cuba). Combatiente revolucionaria, política e investigadora cubana. Integró el Movimiento 26 de Julio durante la Guerra de Liberación Nacional de Cuba, desde donde organizó por orientaciones de Frank País la red clandestina de campesinos que fue vital para la supervivencia de la guerrilla dirigida por Fidel Castro. Tras el triunfo de la Revolución Cubana en 1959 asumió importantes tareas y responsabilidades, siendo participante activa de los momentos más trascendentales de las primeras décadas del período revolucionario. Es conocida como la flor autóctona de la Revolución (Foto de Granma). |
Por Dilbert Reyes Rodríguez.
Demasiada integridad había en Celia Sánchez, una de
las heroínas cubanas de mayor trascendencia en las etapas de guerrilla y
de Revolución triunfante, como para conformarse con mirarla a través de
un solo prisma.
La niña que naciera en un lugar recóndito del Oriente de Cuba —como
era entonces aquel pobladito de Media Luna, alrededor del central
azucarero— sintetizó en sí misma la esencia de los valores humanos y la
obra buena que prodigó la familia donde quiera que asentó, encabezada
por el extraordinario filántropo doctor Manuel Sánchez Silveira.
Infante traviesa, joven impetuosa, rebelde, divertida, curiosa,
familiar, amante de lo bello y natural, devota de la Patria, soldado de
lo justo y sobre todo, fiel; resultaron en la conjunción magnífica que
fue Celia Sánchez Manduley.
Hace 35 años de la desaparición física de la mujer temeraria y
delicada, pujante y maternal, que con su adiós el 11 de enero de 1980,
arrancó lágrimas profundas en el pueblo; sin embargo, tan grande fue su
huella que anda entre los cubanos, en aquellos que la guardan y la
prefieren viva en sus historias personales.
TORMENTA
Como rabiosos perros cazadores, los sanguinarios hombres de la tiranía
buscaban desesperados a la mujer que se movía como un fantasma en la
ciudad de Manzanillo. Sabían que era un pilar de la lucha guerrillera en
la Sierra Maestra, pero no daban con ella.
Desde el número 122 de la calle Pedro Figueredo, a pocos metros de la
jefatura de la policía, la familia escuchaba a ratos el chillido de las
patrullas al salir de cacería. Esa calle era particularmente peligrosa, y
por tanto, impensada para cualquier maniobra revolucionaria.
Tal vez por eso, y también porque al lado vivía un sargento del cuerpo
represivo, el segundo piso del 122 era uno de los lugares preferidos
para la labor clandestina de la temeraria Celia.
Mirta Hernández pasaba por muy poco los 20 años. Era la sobrina del
dueño de la casa, y sus habilidades al timón de una guagüita Ford, color
gris, la convirtieron en ejecutora de la mayoría de las órdenes
impartidas por Celia desde la referida residencia.
“La primera vez que llegó a casa la trajo el jefe de la célula del
Movimiento 26 de Julio a la cual pertenecíamos, y cuya misión era servir
de puente entre el llano y la Sierra. Celia vino acompañada por un
joven herido que hubo que operar”, cuenta Mirta.
“Desde entonces, fue mucha la gente que pasó por aquí. Tanto un
mensajero que bajaba de la loma, como algún combatiente que iba para
allá. Hasta de Pinar del Río llegaban los futuros guerrilleros a
entrevistarse con Celia, o mejor dicho, con Norma, que era su nombre de
guerra en mi casa.
“Sin embargo, nuestra misión más frecuente era el envío de armas,
ropas, medicinas, alimentos y otros pertrechos que trasladábamos en mi
guagüita hasta un bosque cercano a El Marabuzal, desde donde Celia
mandaba los hombres a la Maestra.
“El cuarto del segundo piso se convirtió en una especie de puesto de
mando. El acceso a la azotea le permitió memorizar los cambios de
guardia de la jefatura de la policía, los recorridos de las patrullas y
otros movimientos rutinarios de la estación. Entre cuatro paredes pasaba
los días completos, sobre el escritorio, elaborando planes, preparando
órdenes, escribiendo siempre en clave. Como pocos, su capacidad de
trabajo era extraordinaria.
“No niego que la suerte también jugó su papel, pues las dos veces que
vivimos momentos de tensión, Celia no estaba en casa. No obstante, las
cosas le salían bien por esa manera tan discreta y meticulosa de
prepararlo todo, cuidando el más mínimo detalle, evaluando hasta la
saciedad cada posibilidad, cada riesgo.
“Una vez salió de la casa cuando la muchacha que hacía la limpieza
fue a encargar unos pasteles a mi mamá, y le dijo que eran para los
alzados.
“Nosotros pensábamos que la joven no conocía nada de aquello y al
contárselo a Celia, ordenó salir de allí de inmediato, y la saqué en
mi carro, enmascarada solo con un paño de cabeza y unos espejuelos de
armadura negra pertenecientes a Fidel, y que habían sido arreglados en
la óptica de Manzanillo.
“De ella aprendí muchas cosas de guerra, por ejemplo, cómo tener la
casa siempre lista ante un registro sorpresivo, a través de meticulosos
métodos para esconder objetos comprometedores como armas cortas y
paquetes de medicinas bajo las tejas del techo, marcándolas para no
perderme en caso de emergencia.
“Uno no alcanzaba a medir su valentía e inteligencia, y también era
difícil descubrir cómo conjugaba tanta delicadeza y temeridad.
“En una ocasión, muy preocupada por su propia defensa en caso de un
enfrentamiento con la policía, le pregunté por qué andaba siempre
desarmada. Entonces, en voz baja me reveló un secreto:
—La única arma que cargo encima la llevo en el ajustador—. Era una cápsula de cianuro.
—Si me agarran, no duro cinco minutos viva— dijo tranquilamente”.
FLOR
Desde el 2 de noviembre de 1976, a Caridad Pantoja no le cabe en el
cuerpo el orgullo de haber sido, junto a Celia, las dos primeras mujeres
diputadas a la Asamblea Nacional del Poder Popular por el municipio de
Manzanillo.
“Fue como concederle carácter oficial a aquella inigualable cualidad de andar siempre preocupada por los demás.
“En calidad de diputada, Celia siempre preguntaba por la atención a
los planteamientos de la población, indagaba constantemente por los
problemas más acuciantes del municipio. Sostenía que al pueblo no debía
engañarse en el más mínimo asunto. Había que responder a todo con
claridad, decir qué se podía hacer, y lo que no, por qué.
“Como persona, Celia era una fuente inagotable de valores humanos. La
distinguía su inalterable dulzura, y por eso a veces costaba trabajo
imaginar a la mujer famosa por su proverbial arrojo en la clandestinidad
y en la Sierra.
“Desde el estrado en la Asamblea siempre nos hacía señas a los de Manzanillo para que compartiéramos con ella en los recesos.
“Su ternura y comprensión eran tan magnánimas, que en una ocasión,
planeada una reunión entre ambas en el hotel donde dormíamos los
diputados, olvidé la hora de la cita, salí y regresé mucho después del
momento pactado.
“Llegué cuando el carro protocolar partía y Celia asomaba la cabeza
para decirme en voz alta: —Cari, mi vida, discúlpame que no te esperé
más tiempo, pero es que tengo una reunión en el Consejo de Estado.
“De pronto, la informal olvidadiza no era la que tenía que ofrecer disculpas. Aquello solo pasaba con Celia.
“También recuerdo una vez que convocó para una recepción a mujeres
combatientes o relacionadas con la lucha revolucionaria, e inspirada por
esa tierna pasión en el cuidado del detalle, montó un pequeño salón con
departamentos de corte y costura, peluquería, manicuri y maquillaje,
para embellecer a todas las mujeres de aquel heterogéneo grupo.
“Era una fiesta verla al otro día narrando cómo sus maridos no las
reconocían al salir del saloncito, todas arregladitas y hermosas. Celia
impresionaba por sus actos siempre cargados de sensibilidad y amor. Era
ciertamente una flor”.
MADRE DE TODOS
“Mis 15 años eran muy poca edad para servir en la guerrilla. Esa era
la opinión de Fidel, y para convencerlo de lo contrario solo podían
mediar las palabras y la insistencia de Celia”.
Por eso Edemis Tamayo Núñez le agradece su permanencia en la Sierra, y la integración luego del pelotón Mariana Grajales.
“Muchas de las Marianas le agradecemos por su ayuda en el gran paso de
niñas a mujeres. Sus preocupaciones maternales la hicieron asumir hasta
el diseño de nuestro uniforme, cerrado y con dos bolsillos grandes a
los costados. Era tan delicada que aún teniendo autoridad para decidir,
pedía las opiniones de ‘las muchachitas’, como nos llamaba.
“Fidel hizo del pelotón un grupo de mujeres temerarias y Celia le puso el toque maternal y profundamente humano.
Siempre tenía tiempo para ayudarnos y enseñarnos de la vida, porque éramos muy jóvenes y guajiras casi todas.
“Pero Celia prodigaba ese trato no solo al pelotón, sino a todo el que
recibiera sus atenciones. Quien tuviera la posibilidad de llegar a ella
salía complacido. Era comadre de muchos y madrina de cuanto vejigo
nacía, porque su carácter y dulzura la llevaban automáticamente a
convertirse en eso, en una madre”.
Y es que así la recuerda también el manzanillero Luis Lastre, cuyo
padre, Emilio, fue desaparecido en 1958 por los sanguinarios
paramilitares de Masferrer. Luis y Olga fueron dos de las decenas de
niños, serranos y llaneros, acogidos por la Celia maternal que dedicó a
ellos hasta sus espacios privados.
“La recuerdo ágil, al tanto de cada detalle, repartiendo caricias por
toda la granja de Santa María del Mar (loma), siempre dulce”, cuenta
Luis.
“A las niñas hablaba mucho de la postura, los modales, el vestuario. A
las adolescentes las orientaba sobre los cambios biológicos, sus
primeras relaciones amorosas.
“Un día, inocente, le pregunté qué era la medalla en la cadenita de uno de sus tobillos; a lo cual respondió con una sonrisa y la explicación sobre cuánto de personal tiene un resguardo. Al crecer y conocer su historia comprendí de un golpe todas sus razones.
“De La Habana no regresé a Manzanillo siendo el niño desamparado, sino
el maestro en formación que salió del regazo de Celia, como también
salió enfermera mi hermana y muchos otros hombres y mujeres de bien”.
Cuando hay tanto de cabal, la muerte solo arrastra el cuerpo consigo, y
nada, absolutamente nada se lleva del ejemplo vivo y personal. Eso pasó
en los cubanos con Celia Sánchez Manduley: de la Revolución “la fibra
más íntima y querida”; de la historia patria, el rostro femenino y el
carácter.
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