11 de Septiembre del 2013 22:26:17 CDT
Hace hoy 15 años, el 12 de septiembre de 1998, que la
brutalidad de cinco arrestos simultáneos irrumpió en nuestros hogares
para dar comienzo a uno de los capítulos más bochornosos de la historia
legal norteamericana: El juicio contra quienes hoy somos conocidos por
los Cinco.
El arresto y juicio de los Cinco quedará para la historia como uno de
los más ignominiosos y viles episodios de las relaciones entre los
Estados Unidos y Cuba. Meses antes, tras la intermediación del premio
Nobel de Literatura Gabriel García Márquez, se habían abierto las
puertas a una significativa cooperación entre ambos países en la lucha
contra el terrorismo. En junio de ese año, una delegación del FBI visitó
a Cuba y tras recibir copiosa información sobre las actividades
terroristas organizadas impunemente contra la isla desde Miami, prometió
a su contraparte cubana que tomaría acciones al respecto.
Dando un golpe bajo, el Gobierno
de William Clinton, en lugar de arrestar a los terroristas, arrestó y
llevó a sus tribunales a quienes estábamos recogiendo información para
evitar el daño que estos hacían a la población cubana. El sistema
judicial norteamericano fue utilizado abiertamente como un medio para
proteger a los terroristas y en una atmósfera de linchamiento fuimos
llevados frente a un jurado amedrentado. Crueles condiciones de
confinamiento se utilizaron para quebrarnos, y para impedir que
preparáramos una defensa adecuada. La mentira se adueñó de la sala.
Evidencias fueron adulteradas, dañadas o suprimidas. Las órdenes de
la jueza fueron abiertamente burladas. Los terroristas citados como
testigos por la defensa fueron amenazados en público con la cárcel si no
se acogían a la Quinta Enmienda contra la autoincriminación. Expertos y
oficiales del Gobierno norteamericano justificaron o desdeñaron
abiertamente el daño que los terroristas hacen a Cuba. Todo esto frente a
una prensa que optó por mantener en la más absoluta ignorancia al
pueblo norteamericano, mientras la sede del juicio era bombardeada
inmisericordemente con un barraje de propaganda en contra de los
acusados.
El 8 de junio de 2001 un jurado que llegara al punto de quejarse de
su miedo al acoso de la prensa local —que, luego se revelaría, había
sido pagada profusamente por el Gobierno norteamericano— nos declaró
culpables de todos los cargos, incluyendo uno respecto al que los
fiscales, en moción de emergencia al tribunal de apelaciones de Atlanta,
habían reconocido que a la luz de las pruebas aportadas no sería
posible lograr un veredicto de culpabilidad.
La deplorable conducta de los fiscales, jueces y del Gobierno
norteamericano en este caso no son un accidente. Es imposible
comportarse éticamente cuando por un fin en que se mezclan el odio
político con la arrogancia personal y la venganza se levantan cargos
cuya defensa solo puede hacerse con la burla a las leyes, la
prevaricación y el abuso del poder. El círculo vicioso que se iniciara
con la decisión política de abrumarnos de acusaciones —las más serias
totalmente fabricadas— para obligarnos a transigir, no podría sino
redundar en una conducta cada vez más despreciable por parte de los
fiscales.
Pero no transigimos, porque un despliegue de fuerza bruta no implica
la posesión de la moral por parte de quien la ejerce. No transigimos,
porque el precio de mentir para satisfacer las expectativas de los
fiscales nos pareció demasiado degradante. No transigimos, porque el
implicar a Cuba —la nación a la que estábamos protegiendo— en
acusaciones falsas para engrosar un expediente del Gobierno
norteamericano contra la Isla hubiera sido un imperdonable acto de
traición al pueblo que amamos. No transigimos, porque aún los valores
humanos, para nosotros, son algo preciado sobre lo que descansa la
transformación del hombre en una criatura mejor. No transigimos, porque
implicaba renunciar a nuestra dignidad, fuente de autoestima y amor
propio para cualquier ser humano.
En lugar de transigir optamos por ir al juicio. Un juicio que de
haber sido reportado hubiera puesto en cuestión no solo este caso, sino
al sistema federal de justicia de los Estados Unidos. Si el conocimiento
de lo que ocurrió en esa sala de justicia no hubiera sido escamoteado
al pueblo norteamericano al que nunca causamos, o intentamos causar, el
más mínimo daño, hubiera sido imposible montar el circo romano en que se
tornó esa parodia de juicio.
Han transcurrido ya 15 años en los que el Gobierno norteamericano y
el sistema de justicia de ese país han hecho oídos sordos al reclamo de
los organismos de las Naciones Unidas, Amnistía Internacional, varios
premios Nobel, parlamentarios o parlamentos en pleno, personalidades e
instituciones jurídicas y religiosas. Solo el levantamiento de ese otro
bloqueo, el que se ha impuesto al pueblo de los Estados Unidos para que
lo desconozca, haría posible la esperanza de que se ponga fin a esa
injusticia.
Hoy la isla de Cuba amanecerá colmada de cintas amarillas. Será el
pueblo cubano el protagonista de este mensaje, que apela a un símbolo
que se ha hecho tradición para el pueblo de los Estados Unidos. Será un
enorme reto para quienes se han empeñado con tanto éxito en silenciar
este caso, en negarse ahora a informar al mundo de este hecho
probablemente inédito: que un pueblo entero ha engalanado su país para
pedir a otro que exija de su Gobierno la liberación de sus hijos
injustamente encarcelados.
Entretanto, los Cinco seguiremos siendo merecedores de este masivo
despliegue de cariño; seguiremos siendo dignos hijos del pueblo
solidario y generoso que lo protagoniza, y del apoyo de quienes
alrededor del mundo se han unido a nuestra causa; seguiremos denunciando
esta injusticia que dura ya 15 años y nunca cederemos, ni un ápice, en
la ventaja moral que nos ha permitido resistir y aun crecernos mientras
soportamos todo el peso de un odio vengativo por parte del Gobierno más
poderoso del planeta.
Gerardo, Ramón, Antonio, Fernando y René
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