Sebastián Piñera y Barack Obama, presidentes de Chile y Estados Unidos, respectivamente. |
Por Anibal Garzón.
América Latina está viviendo un momento esencial, la institucionalidad de
su integración regional. A pesar de instalarse varios proyectos históricos en
el continente americano a nivel micro, como el Sistema de Integración
Centroamericana (SICA), la Comunidad Andina (CAN) o el Mercado Común del Sur
(MERCOSUR), entre otros, solo uno ocupaba toda la región continental, la
Organización de Estados Americanos (OEA), fundada en 1948, aunque Cuba fue
expulsada el 31 de enero de 1962, “en la octava reunión de consulta de
ministros de relaciones exteriores de la OEA”, tras declarase un estado
socialista en 1961.
Este fue un
indicador sobre que la OEA no era una estructura horizontal y democrática sino
que justamente fue creada al inicio de la Guerra Fría por parte de Estados
Unidos para hacer frente al “fantasma del comunismo” y continuar con su escena
imperialista de la “Doctrina Monroe” y “el Corolario 1904”, donde se confirma
en este último guión que si un país americano amenazaba los derechos o
propiedades estadounidenses el mismo gobierno estaba obligado a intervenir.
La llegada a
la presidencia venezolana en enero de 1999 del recién difunto expresidente Hugo
Rafael Chávez Frías dio un giro en la relación asimétrica entre Norteamérica y
Latinoamérica. La tesis histórica de Simón Bolívar sobre la unión latina de los
estados iniciaba su puesta en práctica casi 200 años después. El pragmático
Chávez no buscaba simplemente una microintegración de gobiernos progresistas,
como el de Ecuador, Cuba, Nicaragua o el Estado Plurinacional de Bolivia con la
conformación del organismo de la Alianza Bolivariana para los Pueblos de
Nuestra América (ALBA), sino la unificación de todos los estados de América
Latina a favor de la soberanía de cada uno de ellos para hacer frente a la
injerencia de los Estados Unidos. El año 2011 pasó a la historia con la
fundación de la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (CELAC),
organismo que paralelamente planta cara a la creciente deslegitimación de la
OEA y Estados Unidos. Pese a que todos los estados latinoamericanos y caribeños
se han integrado en este nuevo organismo regional, esto no quiere decir que
todos los miembros actúan políticamente en una misma dirección a favor de la
integración contra las injerencias de Estados Unidos y sobre todo por la
soberanía nacional.
El giro
permanente de la República de Chile
Justamente,
el estado chileno es un caso particular. Un caso que tiene su contexto
histórico propio. En 1969 se firmó, entre Colombia, Ecuador, Perú, Bolivia y
Chile, el Acuerdo de Cartagena para fundar el Pacto Andino, lo que es en el
presente la CAN. La función de este organismo interestatal era unirse para
impulsar un desarrollo productivo en cada nación gracias a la libre circulación
de mercancías de origen andino en un mercado pluriestatal y a la vez ampliar
los aranceles para los productos externos, es decir, en definitiva, constituir
una economía conjunta proteccionista. Después del golpe de estado del dictador
Augusto Pinochet hace 40 años, el camino de Chile cambió su rumbo. El régimen
militar de Pinochet sacó a Chile de la CAN en 1976 por una principal
incompatibilidad con el organismo, la soberanía nacional.
El fascismo
chileno no estaba inspirado en el fascismo clásico europeo de Hitler, Mussolini
o Franco, en lo referente al proteccionismo autárquico económico, sino todo lo
contrario, a la apertura de su economía a la liberalización internacional
mediante un sin fin de privatizaciones [1] que
derrumbaban todos los logros socialistas conseguidos por el expresidente
Salvador Allende. Un modelo iluminado bajo la tesis del ultraneoliberal
norteamericano Milton Friedman ya que asesoraron al régimen chileno sus
discípulos economistas llamados “Chicago Boys”.
En Chile,
como jamás ocurrió un proceso de transición política estructural con la
implementación de una nueva Asamblea Constituyente después de la derrota de
Pinochet en el plebiscito nacional de 1988, el neoliberalismo continúa en plena
acción actualmente afectando la soberanía nacional del país, pese a la latencia
del actual gobierno de Sebastián Piñera. Justamente el Presidente, en las
replicadas confrontaciones recientes a causa del conflicto de la salida
marítima de Bolivia – un conflicto que se arrastra desde la Guerra del Pacífico
en 1879 – como el caso de los tres militares bolivianos retenidos en la ciudad
chilena de Iquique el pasado mes de febrero, afirmó en dirección al primer
mandatario boliviano que “Chile no le va a entregar soberanía ni territorio
chileno a Bolivia”[2]. Soberanía nacional consiste en
tener autonomía y el poder independiente en un país en concreto, algo que de
tanto intenta presumir Piñera sobre Bolivia mientras oculta con este discurso
las directrices a las que se somete Chile por parte de otros actores
internacionales, concretamente el gobierno de los Estados Unidos.
El vínculo
entre Estados Unidos y Chile
La íntima
relación, las últimas décadas, entre Estados Unidos y Chile no ha sido oculta.
El gran desfase inicial fue la cooperación del estado norteamericano y su aparato
de inteligencia de la CIA con la implementación del golpe de estado de Pinochet
contra el gobierno democrático socialista de Allende y toda la represión
deshumanizada que ello conllevó[3]. Además, Estados
Unidos estuvo aliado al régimen militar en su lucha contra todos los
movimientos clandestinos de izquierda en Chile, y en toda América Latina en lo
que se llamó la Operación Cóndor. Esta operación se cofundó en Santiago de
Chile en 1975 por Manuel Contreras, jefe de la Dirección de Inteligencia Nacional
(DINA), en coordinación con las dictaduras militares de Uruguay, Paraguay,
Brasil, Argentina, y Bolivia.
En la
actualidad las condiciones han cambiado, caminando las Américas hacía una
democratización. Como hemos señalado al inicio, Estados Unidos quiere hacer
frente a esa nueva estrategia regionalista y soberana de América Latina que
impulsó Chávez, no solamente por el nacimiento de gobiernos de izquierdas con
expectativas anticapitalistas sino por el crecimiento de gobiernos
antineoliberales progresistas con desarrollismo nacional, como el caso de las
potencias de Brasil, Argentina, que se unieron en la IV Cumbre de las Américas
para decir “No” al proyecto asimétrico de libre mercado que quería Estados
Unidos implementar en todo el continente americano, el Área de Libre Comercio
para las Américas (ALCA). Por ello, que mejor que utilizar sus satélites
históricos, entre ellos Chile, para hacer frente al proteccionismo.
De unipolar
a multipolar
Actualmente
está en tensión el debate sobre la existencia de un mundo unipolar, con la
hegemonía de los Estados Unidos, o la existente de un mundo multipolar con la
presencia de potencias como China, Rusia, Brasil, entre otras. Parece ser que
Estados Unidos ha perdido hegemonía en su principal histórico patio trasero, América
Latina. Según un estudio de la Comisión Económica para América Latina (CEPAL),
justamente después de la crisis económica financiera de 2008, en 2009 las
exportaciones de América Latina a China aumentaron un 5% mientras que hacia
Estados Unidos y Europa cayeron un 26 y 28% respectivamente. El crecimiento
económico de China, de 8,7% en 2009, seguía demandando materias primas para la
posterior elaboración de sus productos manufacturados, mientras la crisis
norteamericana y europea reducía esta demanda, y complementariamente América
Latina iniciaba la compra, por calidad y precio, de estos productos
manufacturados a China. Es decir, se proyectaba un nuevo proceso de
cooperación comercial directa entre América Latina y China. América Latina, a
inicios del siglo XXI, exportaba el 60% de su producción a Estados Unidos,
cerca del 12% a Europa, y un 1% a China, mientras que 9 años después, en 2009,
a Estados Unidos el 38,6%, a Europa el 13,8%, y a China el 7,6%. Y en caso de
las importaciones, Estados Unidos pasó del 50% al 33,1%, la Unión Europea de
cerca del 13% al 14,7%, y China, de ser casi nulo, con cerca del 1% al 9,5% en
menos de 10 años [4].
Uno de los
sujetos esenciales en esta saliente cooperación sur-sur es Brasil, un nuevo
gigante internacional como economía emergente, pasando a ser a finales de
2011 la sexta economía mundial según el Centro de Investigaciones Económicas y
Negocios (CEBR en inglés)[5]. El comercio entre China y
Brasil ha crecido abismalmente los últimos años, por ello nació, entre otros
casos, una nueva estructura en el regionalismo internacional que se llama
BRICS, el cual aglutina a los principales países que presentan un mayor
crecimiento del PIB a nivel mundial; Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica, y
que a la vez, no pertenecen a la entidad neoliberal liderada por Estados Unidos
y Europa, donde también la integra Chile, la Organización para la Cooperación y
el Desarrollo Económico (OCDE). China actualmente le compra casi el 20% del
total de las exportaciones de Brasil, principalmente materias primas, y a
inicios del siglo XXI no llegaba ni al 2%. Por el contrario Brasil le compra
actualmente a China un 30% de total de lo que importa en su totalidad, siendo
hoy día China y Brasil el corredor más importante de las transacciones globales [6].
El Corredor
Bioceánico
Según las
condiciones físicas continentales China y Brasil no tienen una buena conexión,
efecto que complica y encarece su comercio bilateral. Ya no solamente por su
lejanía sino por las malas infraestructuras comunicativas terrestres que hay en
Sudamérica para cruzar desde el Océano Atlántico brasileño a la costa pacífica.
Como primera repuesta, salió a la luz el proyecto del “Corredor Bioceánico de
Capricornio” en 1992 para unir la ciudad brasileña de Santos con la chilena de
Antofagasta. En ese momento Brasil ya veía el mercado asiático como una meta
esencial para su crecimiento económico. Finalmente, el proyecto pasó de ser una
idea a un hecho, paralelamente al crecimiento comercial constante de Brasil con
China, y en 2007 el presidente brasileño Lula, el boliviano Evo Morales y la
mandataria chilena Michelle Bachelet, lanzaron el plan tripartito para la
construcción de los últimos tramos del corredor y unir finalmente Santos con
los puertos de Arica e Iquique, atravesando Bolivia de un extremo a otro.
A pesar de
las históricos pugnas entre Bolivia y Chile desde la Guerra del Pacífico
(1879-1883), el reinicio de negociaciones entre los dos estados en 2006 con la
llamada “Agenda de los 13 Puntos”, donde se retomaban conversaciones sobre la
salida al mar de Bolivia, llevó a institucionalizar una relación bilateral
ausente durante décadas. Más allá de que no se avanzará mucho pragmáticamente
en la negociación, los pequeños logros de confianza conseguidos se
desvanecieron con la ruptura de relaciones entre los dos estados en 2011, donde
Chile tuvo un cambio de gobernante, de la líder de la Concertación, Bachelet,
al conservador y líder de Renovación Nacional, Sebastián Piñera. El crecimiento
de la tensión diplomática entre Chile y Bolivia llevó a que finalmente, por
decisión de Evo Morales, el corredor bioceánico ya no acabase su destino en las
costas chilenas de Tarapacá sino en el puerto peruano de Ilo. El corredor
espera ser inaugurado en San José de Chiquitos, en un futuro próximo cercano,
departamento boliviano de Santa Cruz de la Sierra, con la presencia de Evo
Morales, la mandataria brasileña Dilma Rousself y veremos si acude el
presidente peruano Ollanta Humala y la futura presidenta que gane las
elecciones chilenas el próximo mes de noviembre.
La
desintegración de las Américas y los costes en Tarapacá
La región de
Tarapacá, con su capital, Iquique, situada al norte de Chile, es una zona que
tiene un elevado comercio histórico con los países fronterizos, Bolivia y Perú,
principalmente por las reexportaciones que se iniciaron en 1975 mediante la
Zona Franca de Iquique. Tarapacá no solamente tiene como fuente de ingresos las
exportaciones de minería, principalmente, a países europeos, Norteamérica o
estados asiáticos, sino también haciendo de puente su puerto entre productos
asiáticos y latinoamericanos. Según estadísticas de 2003
[7], la región de Tarapacá exportó un total de mercancía con valor de 1.913
millones de dólares, siendo 1.209 millones exportaciones de productos nacionales
chilenos y 704 millones corresponde a envíos al exterior de productos no
producidos en Chile, como por ejemplo, productos de China hacia Bolivia. Los
principales productos exportados son cobre, harina, aceite de pescado, yodo,
vehículos, y sal, siendo el 95% de exportaciones lideradas por 12 empresas
mineras y 2 de harina de pescado [8]. En el caso de los
países vecinos, Perú, Brasil, Bolivia, es muy distinto si se consideran
solamente los productos originarios de Chile o si se incluyen las reexportaciones
de productos extranjeros comercializados por la zona franca. Justamente las
exportaciones directas de Chile fueron el 4,3% de su total a Bolivia, Perú y
Brasil, pero de las reexportaciones se consideró un total de 460,3 millones en
2003, es decir, el 65% de todas las ventas extranjeras, siendo Bolivia el
principal mercado con 39,3% [9], principalmente por la
compra de combustibles y lubricantes. En definitiva, un mecanismo de comercio
de gran trascendencia en Tarapacá son las reexportaciones de Chile a Bolivia
mediante el puerto de Iquique como punto intermedio transcontinental entre Asia
y América. Las mismas instituciones públicas locales de Iquique y las
regionales de Tarapacá, además de su población local como mano de obra en
comercio, logística o transporte de mercancía, entre otras, se benefician de
este mercado binacional fronterizo. Un beneficio que puede ser vaporeado por
las posturas centralistas y transnacionales de Sebastián Piñera.
El último
estrecho del Corredor Binacional que finalmente irá desde Bolivia al puerto
peruano de Iló, y no hacía el iquiqueño, no solamente afectará el comercio
reexportador de Chile con Bolivia, mediante el traspaso de productos asiáticos,
sino también de Chile con Brasil, el gigante latinoamericano que estabiliza su
fuerte mercado con China. La pérdida de beneficios económicos que padecerá
Tarapacá será una dura consecuencia que Piñera someterá al pueblo local, y en
general a la economía chilena nacional, en beneficio de una postura política
simplista vinculada a la estrategia mundial de los Estados Unidos, de impedir
la integración latinoamericana como soberanía de los pueblos, el comercio entre
pueblos vecinos, como el crecimiento del los vínculos comerciales entre países
del sur, como China o Brasil, que conforman la BRICS, el frente contra la OCDE.
Por ello, mientras Piñera prefiere seguir en conflicto con Bolivia desde su
despacho en Santiago de Chile rompiendo la unidad regional latinoamericana que
tanto desfavorece los intereses de Washington, y utilizando oraciones
demagógicas en defensa de la “soberanía de Chile”[10],
se olvida traicioneramente de la verdadera soberanía del pueblo de Tarapacá
para decidir el destino de su desarrollo regional. Contrariamente, como
substitución, y presión, de este fraccionamiento de Piñera en la integración
continental, Bolivia ha fortalecido los lazos con el gobierno de Ollanta Humala
para emigrar su comercio de Chile a Perú y se ha pactado bilateralmente iniciar
la construcción de un ferrocarril bioceánico en 2015. Previamente el Banco
Interamericano de Desarrollo (BID), donde China ingresó como donante a inicios
de 2009, otorgó un crédito de 6,4 millones de dólares para realizar el estudio
básico del tren bioceánico que creará las bases para su licitación, midiendo el
impacto ambiental y las características técnicas. El proyecto conectará la
ciudad peruana marítima de Puerto Illo con la boliviana oriental de Puerto
Suárez, con un costo aproximado de 2.500 millones de dólares
[11].
Más allá del
debate histórico de la salida al mar de Bolivia, polémica que no hay que dejar
de lado en la diplomacia, existe una partida de ajedrez esencial entre la
unión soberana de Latinoamérica y los mandamientos del imperio con sus
peones. Mientras Bolivia sigue con su rol estratégico integracionista
latinoamericano, y su puente entre el comercio bilateral entre China y Brasil,
Chile, como peón, intenta romper ese proyecto de unidad latinoamericana y
generar incomodidades en la BRICS a favor de la OCDE, utilizando a Bolivia como
enemigo por la negación de todo tipo de negociación en la concesión marítima.
La estrategia insuficientemente soberana del gobierno de Piñera de marcar
fronteras entre Bolivia y Chile por intereses trasnacionales en la nueva
multipolaridad conlleva principalmente a la ausencia y sufrimiento del pueblo
chileno de Tarapacá.
[1] Según una Comisión de Investigación del Parlamento
chileno desde el inicio de la dictadura hasta 1990 se vendieron 725
macroempresas estatales a un precio irrisorio. Ver http://elchileno.cl/world/nacional/841-las-privatizaciones-de-la-dictadura.html
[6] Nota de prensa: http://www.eldiario.com.ar/diario/economia/75866-china-y-brasil-protagonistas-del-comercio-global.htm
[7] Estos datos, algo caducos, en la actualidad habrán
tenido un crecimiento considerable al presentarse, como hemos citado
anteriormente, un aumento del comercio entre América Latina y China entre 2000
y 2009. Pasando las exportaciones de América a China del 1% en el 2000 al 7,6%
en 2009. Y las importaciones de 1% al 9,5%.
* Sociólogo
y licenciado en estudios internacionales sobre América Latina por la UAB.
Master en Desarrollo Internacional por la UPC. Experiencias de trabajo de campo
en países como Argentina, Cuba, selva colombiana, Venezuela en el barrio 23 de
Enero, Angola, El Alto (La Paz-Bolivia), consultor en proyectos de
educación en Ecuador, Perú y Bolivia, y actualmente consultor en Chile. Colaboró
en Cubainformacion y fue miembro de la corresponsalía sobre América Latina en
el Setmanari catalán El Triangle, forma parte del consejo editorial del
semanario boliviano La Epoca, y perteneció a la corresponsalía en Bolivia del
canal HISPAN TV siendo actualmente analista internacional.
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