Por Esteban Morales.
Obama, en su
discurso de campaña de Miami en el 2008, hizo varias promesas. Es sintomático,
que no cumplió ninguna, excepto la de levantar las restricciones que Bush había
impuesto a los cubanoamericanos para los viajes y el envío de remesas a Cuba.
Continúan
incumpliéndose: el cierre de la Base Naval de Guantánamo, que aún está
pendiente; las conversaciones con el gobierno de Irán y las conversaciones con Venezuela,
ambas cada vez más lejos; el acercamiento a los países latinoamericanos, que ha
sido mínimo; el retiro de las tropas de Irak y Afganistán, países en los que
parece estar en un callejón sin salida; y las conversaciones con Cuba, que se
han limitado a asuntos muy puntuales, como migración y correos.
Sus
declaraciones de que conversaría con Cuba carecían de antecedentes desde el
gobierno de J. Carter, porque aunque se efectuaron conversaciones en casi todas
las administraciones —salvo durante la de George Bush (hijo)— solo J. Carter,
por medio de una Directiva Presidencial de marzo de 1977, expresó claramente su
interés de conversar para normalizar las relaciones. Esa fue, además, la
administración en que más se avanzó de manera integral con tales propósitos.
Como antecedente de otro gobierno demócrata tenemos el mensaje que J.F. Kennedy
había enviado a Fidel Castro a través del periodista J. Daniel; ambos
conversaban el mismo día del asesinato del presidente Kennedy en Dallas.
La
administración de George Bush (hijo) se caracterizó por llevar las relaciones a
los puntos más críticos desde la década de los años sesenta. Además de
agresivo, Bush era un individuo —como se dice— “de pocas luces” y eso lo hacía
aun más temible. Es asombroso que una persona como él haya llegado a ser
presidente de los EE.UU., lo cual quiere decir que la sociedad norteamericana
es capaz de tomar decisiones que van en la dirección contraria a las ideas y
mecanismos que serían capaces de preservarla como nación. George Bush (hijo)
era un verdadero “burro caprichoso”, sentado en la silla presidencial. Y así
permaneció ocho años.
Esta última
administración (inmediata anterior a la de Obama) sembró preocupaciones,
especialmente en algunos de los políticos que hoy acompañan al presidente; las
que pueden ser sintetizadas del modo siguiente:
- Bush se presentaba siempre con un discurso extremo agresivo hacia Cuba. Con posterioridad al incidente de la Torres Gemelas, adoptó un alto grado de peligrosidad. Estaba dispuesto a llevar sus tropas a lo que llamó “sesenta rincones oscuros del mundo”; siendo lógico suponer, que Cuba estaba entre ellos.
- Sus medidas de bloqueo afectaban indiscriminadamente a todos, en especial, al gobierno cubano y a la sociedad civil. Enajenándose así, potenciales aliados dentro de Cuba. A tal punto que era posible encontrar dentro de la propia disidencia contrarrevolucionaria quienes no estaban de acuerdo con la política de bloqueo.
- Hacía un uso excesivo de sus prerrogativas presidenciales, que más allá del Congreso, le facilitaban apretar a Cuba en la política de Bloqueo; llegando al extremo de imponer sus criterios sobre quiénes podían ser considerados familiares o no entre los cubanos residentes en EE.UU.
- Liquidaba la posibilidad de crear una plataforma común de intereses de la familia cubana entre ambos lados del Estrecho de La Florida, por lo que tanto los de un lado como los del otro se podían percibir como agredidos.
- La actitud de Bush tendía a aislarlo de sus aliados internacionales, quienes interpretaban el Bloqueo como una política humanitariamente desastrosa. Solo el Sr. Aznar, con posterioridad a la Ley Helms-Burton, había implantado la llamada “Posición Común” en los países europeos, siguiendo fielmente la política de Bush. Aunque no podía impedir las relaciones comerciales de Cuba con los países del viejo continente, vistos por separados.
Es cierto
que Obama levantó todas las medidas de Bush por la existencia de ciertas
presiones internas, sobre todo internacionales; pero también porque estas les
resultaban incompatibles con las intenciones que respecto a Cuba deseaba
comenzar a desplegar. Como todo presidente que le antecedió, quería imprimir su
sello en la política hacia la Isla.
Obama no
solo aprovechó sus prerrogativas presidenciales para dar marcha atrás a las
medidas de Bush, sino que las extendió más allá, en sentido positivo. Aumentó
las posibilidades de envío de remesas, de paquetes, los vuelos comerciales por
diferentes puertos de salida y llegada, eliminó el criterio restrictivo de familia,
otorgó más visados para contactos personales y para el intercambio cultural y
académico.
Claro que Obama
había ganado el estado de La Florida y quería volverlo a ganar en el 2012, por
lo cual sus medidas cumplían varios propósitos:
- Despegarse de Bush en la política hacia Cuba, lo cual también le permitía identificarse con sectores políticos más positivos. Esta, que tal vez fue una intención de Obama al principio, fue frustrada totalmente por su secretaria de estado, Hilary Clinton, que en política exterior, se comportaba lo más parecido al “Golum” de El señor de los anillos. Fue entonces que la política de Obama comenzó a tomar las facetas exteriores más negativas, que aún no ha logrado abandonar. Se dice entonces, que no ha podido quitarse de encima a los “buitres” de Wall Street, ni a los “perros de la guerra”.
- Lanzar una señal positiva hacia Cuba, aunque había dicho que mantendría el bloqueo. La señal estaba dirigida a Miami y, de “carambola”, a la sociedad civil cubana, que había reaccionado positivamente y estaba muy esperanzada con su elección presidencial.
- Enviar una señal positiva hacia el hemisferio latinoamericano y caribeño, en el que sentía debía recuperar el espacio que G. Bush había perdido.
- Poner en evidencia que apreciaba de manera diferente a su antecesor cómo debían ser las relaciones futuras con Cuba.
Obama ha
cambiado totalmente el foco de la política: aprecia como una necesidad el
acercamiento a una Cuba que entraba en un proceso de cambios, sobre los cuales
se ha propuesto tener algún impacto. Solo le queda el Bloqueo, asunto que ya es
bastante impopular, tanto en la política interna como internacional de EE.UU.
Algunos de
nuestros dirigentes han dicho expresamente que las medidas de Obama han sido
insuficientes y cosméticas. Pero hay que tener en cuenta que desde Carter no se
adoptaban tantas medidas que potencialmente tuviesen la posibilidad de impactar
sobre la sociedad civil cubana para cambiar la imagen del presidente
estadounidense.
La
persistencia del Bloqueo no nos puede oscurecer la realidad de que las medidas
de Obama —hasta la más reciente de otorgar visas múltiples por cinco años a los
cubanos que quieran viajar a EE.UU. por asuntos familiares— pueden tener un
impacto interno que no resulta despreciable, especialmente en los momentos en
que se encuentra la sociedad cubana.
Esta medida,
unida a las facilidades que ha dado Cuba mediante las nuevas regulaciones
migratorias, no parece ser otra cosa que el comienzo de un flujo casi
incontrolable y masivo entre cubanos de acá y cubanos de allá. Servirá para que
todos los que residan en EE.UU. —y así lo deseen— puedan viajar a Cuba y vivir
en ella durante largos períodos, y los que residen en Cuba puedan viajar
frecuentemente a los EE.UU y permanecer allá por un período largo.
Todo ello
apunta a que un grupo importante de cubanos, en un futuro no lejano,
compartirán su vida entre Cuba y EE.UU., lo que sin dudas tendrá sus impactos
políticos en ambas sociedades. La nueva posibilidad migratoria impactará de
manera especial en la sociedad cubana que, tal vez, logre recuperar una parte
de su población emigrada, recibir crecientes inversiones por la vía familiar
para pequeños y medianos negocios y compras de casas, incremento del
intercambio cultural y científico, entrada de tecnología, etc. Como resultado
tendremos la formación de una población multinacional entre ambos lados, sin
que ninguno de esos grupos poblacionales pierda sus identidades.
En esas
circunstancias el Bloqueo podría irse en disolvencia. Si en Vietnam el bloqueo
terminó por la vía de la relación comercial creciente, en Cuba podría terminar
por la vía del intercambio migratorio creciente entre dos países muy cercanos
geográficamente, donde los residentes en ambos lados, comparten hábitos,
intereses culturales, aspiraciones de vida, idiosincrasia y deseos de
reencontrarse con sus familiares. En tal situación, las diferencias
idiomáticas, no tendrán ningún significado sustancial.
Lo que
comenzará a tener lugar con los cambios en la política migratoria entre ambos
países tendrá un impacto hacia el futuro, donde la política de confrontación
perderá liderazgo, cediéndolo a la relación societal. Serán ambas
sociedades, en sus mutuas interrelaciones, las que solucionarán el conflicto
que hoy las aqueja, en contra de la voluntad de una masa creciente de
ciudadanos en ambos países. Se aprecia con claridad, que la sociedad
estadounidense, en particular, ha comenzado a tener un papel más activo en la
política hacia Cuba de lo que hace solo unos años habríamos podido imaginar.
Pero, sin
dudas, en corto plazo la política hacia la Isla de Obama ha resultado cuidadosa
y de “compás de espera”, por lo que, aunque se habla de que Cuba no es una
prioridad en la política norteamericana, bastante atención le ha prestado el
presidente. Luego, algo quiere conseguir con esa política que, esencialmente,
no es nueva como tampoco lo fue la de Bush y que, según mi apreciación, es más
inteligente y constituye un posible aporte para cambios hacia el futuro de la
relaciones entre ambos países.
Cuba ha
cambiado mucho en los últimos veinticinco años. Ya no es una sociedad
monolíticamente revolucionaria como lo fue antes. Aún no ha logrado salir
completamente de la crisis económica de los años 90, lo que ha impactado
negativamente en el tejido espiritual de la nación cubana. Basta leer el
discurso de nuestros líderes, desde el del Comandante en Jefe Fidel Castro en
la Universidad de La Habana, en noviembre del 2005, hasta el más reciente del
Cro. Raúl Castro, en la clausura de la Asamblea Nacional del Poder Popular,
para percatarnos de lo dramática que es la situación. Todo indica que se está
produciendo un paulatino proceso de complejización de la situación interna
cubana, que no es posible desconocer y mucho menos soslayar. Obama
tampoco soslaya esa realidad y estoy seguro de que pretende sacar provecho de
ella.
No hay un
solo discurso reciente de la dirigencia política cubana que no alimente la
percepción de que Cuba se encuentra atravesando la más difícil encrucijada de
su historia.
Mucho antes
de que esta situación se presentara, los acontecimientos de finales de los años
ochenta y principios de los noventa —con el despliegue de la crisis económica
(1989-1994), la desaparición de la URSS (1991), el incidente del Narcotráfico
(1989), así como con la retirada de las tropas cubanas de África (segunda mitad
de los ochenta)— el llamado por mí “Foco de la Política de EE.UU. hacia Cuba” comenzó a
variar.
Mientras
Cuba había sido fuerte en su activismo internacional y su situación económica
interna se desenvolvía favorablemente (1971-1985), la política norteamericana
miraba preferiblemente hacia la presencia internacional de Cuba. Los
condicionamientos que se exigían a Cuba eran entonces salir de África, eliminar
su presencia en Centroamérica, dejar de apoyar a los movimientos
revolucionarios y romper sus conexiones con la URSS.
Pero cuando
se comenzaron a presentar las dificultades internas mencionadas, se produjo una
variación del foco de la política norteamericana: se comenzó a mirar hacia la
dinámica de la realidad interna de Cuba, como quien observa la evolución de una
bacteria dentro del microscopio electrónico. Cuba, como realidad interna, pasaba
a ser el centro de la política norteamericana y así se plasmó explícitamente,
cuando se dijo: “… que se trataría de una política calibrada, en
correspondencia con lo que en Cuba ocurriera”.
Las
exigencias a Cuba por parte de la política norteamericana comenzaron a ser de
manera preferente: respetar los derechos humanos, avanzar hacia la democracia
liberal, hacer elecciones libres, dejar de colaborar con el narcotráfico y el
terrorismo, así como avanzar hacia la economía de mercado, entre otros. Todas apoyadas
en el proyecto de subvertir el régimen político de Cuba, hasta producir el
llamado “cambio de régimen”.
Los
denominados “Documentos de la transición” —bajo la redacción de Collin Powell
en el 2004 y “mejorados” después por Condoleza Rice en el 2006— daban forma
definitiva a las intenciones hacia Cuba bajo la administración de G.Bush
(hijo). Según tales documentos, en Cuba no tenía lugar nada positivo, todo
debía ser revertido, todo debía ser cambiado. Aparecían también los temas
pivotes de la desestabilización interna: religión, raza, jóvenes, mujer,
xenofobia y otros.
Este
contexto, antes explicado, no ha sido aún superado por Cuba en su situación
interna, ni por EE.UU. en su política hacia la Isla.
Obama, en el
2008, inició su política hacia Cuba apoyándose en esas plataformas: la situación
interna de Cuba, sus dificultades económicas y sus esfuerzos para lograr un
modelo económico, propio y sustentable, que permitan al país, preservar su
soberanía e independencia. Por cuanto, la realidad de una independencia cubana
siempre amenazada por EE.UU., continúa siendo una realidad; no es más que la
misma “Política de la Fruta Madura”, solo que “modernizada” y ahora adaptada a
las condiciones en que la nación cubana se tiene que desenvolver.
Cuba
continúa estando dentro del proyecto de expansión imperial de EE.UU.; y ahora
la Isla, con las condiciones que ha logrado crear en el orden material y
cultural en más de cincuenta años (sumado a sus condiciones naturales, incluso
mejoradas) resulta, como nunca antes, un “estado holgura” de esa expansión
norteamericana. Ese proyecto nunca ha sido abandonado por los sectores de poder
en los EE.UU. y es compartido por muchos ciudadanos norteamericanos y también
por algunos cubanos de aquí y de allá, que lo ven con la mayor naturalidad.
¿O acaso
pensamos que los potenciales anexionistas están solo en Miami? Es más, yo
diría, que el número de potenciales anexionistas en Cuba ha aumentado como
resultado de las dificultades de su anterior modelo económico y de la lucha que
implica encontrar el que nos salvaría como nación.
Después de
54 años son menos los que en Cuba están dispuestos a recorrer de nuevo ese
camino. Y a otros les importa muy poco si vamos hacia el socialismo o no, sino
si vamos a desarrollarnos económicamente. Aunque el resto, que son la mayoría,
son fieles al proyecto de la Revolución.
Los
contrarrevolucionarios no tienen “velas en este entierro”, suponiendo que lo
hubiese. Porque la contrarrevolución cubana nunca ha existido, ya que la política
estadounidense la asesinó en la cuna y convirtió a los contrarrevolucionarios
en sus asalariados. Aunque según el Sr. Orlando Freire (que pone en evidencia
lo poco que sabe para hablar del tema) esa aseveración:”… se trata solo del
argumento de que la oposición ha sido fabricada por EE.UU…”
Obama, en su
discurso de campaña en Miami, planteó que mantendría el Bloqueo. Pero el propio
presidente sabe que esa política está muy desprestigiada y que no cuenta con el
apoyo interno, salvo de la ya exigua extrema derecha anticubana de Miami; ni
tampoco con el apoyo explícito y práctico de sus aliados. ¿Por qué entonces
persiste en mantener el Bloqueo?
Aquí es
donde Obama realizó su segundo aporte: dividir el Bloqueo en dos partes, con la
intención fundamental de “estabilizar una política de subversión
pacífica interna hacia la sociedad civil cubana”. Una parte, dirigida a
beneficiar a la población con aumento de remesas y viajes que le permita tener
una imagen positiva dentro de Cuba, apareciendo como su benefactor y poniendo
al gobierno cubano en una situación desfavorable. Al mismo tiempo (la otra
parte) que continúa aplicando contra ese gobierno las medidas más agresivas de
la política de Bloqueo.
Es que Cuba
tiene grandes dificultades para competir con EE.UU. en esa política de cambiar
bienes materiales y visados por simpatías, dentro de la sociedad civil cubana. EE.UU.
puede ayudar con medidas de rápida aplicación a la solución de un conjunto de
problemas materiales críticos, que hoy se le presentan al ciudadano común en
Cuba que tiene familiares en los EE.UU. El gobierno cubano, sin embargo, no
está en condiciones de solucionar esos problemas con la misma rapidez.
Obama,
entonces, sigue un corolario que piensa le permitiría cumplir su estrategia
básica: la de arrebatar de manos del liderazgo político cubano la conducción de
los cambios que Cuba tiene que hacer para sobrevivir.
Muchos en
Cuba disfrutarán de esas ventajas que Obama ofrece sin hacerle concesiones a EE.UU.,
pero otros lo harán viendo en ellas lo que Obama quiere que vean: que esas
concesiones se le adjudiquen a su bondad como presidente y que parezca como que
el gobierno de Cuba no ha hecho nada en ese sentido.
Entonces, Obama,
en todo lo que se refiere a la sociedad civil cubana, cínicamente la beneficia
—de “carambola”— con las medidas que facilitan el acercamiento de los llamados
cubanoamericanos, mientras que al gobierno no le quita el aguijón de encima.
Aplica multas a los bancos que se atreven a facturar para Cuba, no levanta las
medidas restrictivas del comercio, aplica la lista negra sin contemplaciones,
persigue a cualquiera que opere con el dólar, hasta para pagar un mísero
pasaje, aplica multas al que viaja sin licencia, etc.
¿Qué ha
hecho entonces Obama? Simplemente utilizar el “garrote y la zanahoria” de la
forma más maliciosa e inteligente que cualquier presidente norteamericano hasta
ahora. Se ha propuesto buscar un acercamiento selectivo hacia una sociedad
civil que no pueda percatarse de cuándo le están dando “gato por liebre”.
Por
supuesto, Obama trata de esconder las medidas que le permiten la subversión
bajo un manto de beneficios, facilidades y gratificaciones que parecen ser adoptadas
como simples actos humanitarios. No es que dar más visas, repartir más remesas
y paquetes y dar más facilidades para el acercamiento de las familias sean en
sí mismas medidas subversivas. Lo que tienen de subversivo esas medidas no son
en sí lo que dan o el beneficio que prodigan, sino el espíritu con que algunos
las toman, las condiciones de necesidad abrumadora que a veces las acompañan,
las desventajas de un gobierno que no las puede equiparar con soluciones
rápidas y de mayor extensión humana y económica. El hecho de que EE.UU., como
siempre, no da nada a cambio de nada, sino que todo lo que da es a cambio de
algo.
Ese “algo”
tiene que ver con una necesidad que cuando se soluciona, se hace a cambio de la
reacción política de quien pudiera tomarla, sin conciencia de lo que ello
significa: haciendo concesiones, pensando con el estómago, poniendo dentro de
una posición secundaria todo lo que no sea satisfacer la materialidad de lo que
se recibe. Obama nos propone recibir como alguien que debe agradecer aunque
pierda todo lo que lo convierte en un ser racional político. Y ya en Cuba
tenemos no pocas personas que trabajan para EE.UU. a cambio, simplemente, de
vivir materialmente mejor.
Es
importante tomar en consideración que no es posible negarse a que Obama
beneficie a la gente en Cuba. Eso sería caer precisamente en el absurdo que la
administración quisiera. Sería, por parte del gobierno, como hacer el papel de
un malo estúpido. Pero tampoco debemos caer en la ingenuidad de pensar que
tales acciones tienen solo un sentido humanitario. No, tales acciones tienen también
un sentido mercantil y hasta político, para que a los que acepten ese sentido
del asunto les importe poco hacer el papel de equivalentes, con tal de
satisfacer una necesidad material. Se trata de un verdadero intercambio
mercantil con el que Obama pretende cambiar mercancías por conciencia. Lo cual
no quiere decir que lo pueda conseguir masivamente.
Somos muchos
los que tenemos conciencia y esperanzas de que el país se pueda recuperar, para
continuar adelante, vivir con dignidad y un aceptable nivel de soluciones
materiales.
En Cuba
existe una nación con un fuerte legado cultural y de lucha política que le ha
permitido sobrevivir hasta hoy, sin hacer concesiones en su soberanía e independencia.
Y aún son muchos los cubanos y cubanas que están dispuestos a dar la vida si
fuera necesario por salvar a la nación, que a golpe de sangre y sacrificios nos
legaron nuestros antepasados.
Estamos
seguros que EE.UU. no se va a cansar de intentarlo una y otra vez. Nosotros
tampoco. Es evidente que Obama espera, quitando y dando, apretando y aflojando,
adoptando medidas en las que se observa claramente que puede quitar con una
mano lo que da con la otra, pero siempre esperando: aguardando el momento
propicio para dar el golpe final. Mas no lo logrará y pasará a la lista de
aquellos presidentes que, al final, tuvieron que conformarse con retirarse sin
lograr cumplir el legado de la oligarquía que los llevó al poder.
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