Por por Marta Denis Valle
Como luces de bengalas, las acciones revolucionarias del 26
de julio de 1953 despejaron las tinieblas sobre el universo cubano con el
Programa del Moncada, capaz de redimir la Patria ultrajada y refundar la
república. El programa incluía la promulgación inmediata de cinco leyes
revolucionarias y el estudio y posterior solución de los principales problemas
que afectaban a la sociedad (reforma agraria, industrialización, salud,
vivienda, desempleo y la educación).
En el plano de las ideas se vindicaba a José Martí
(1853-1895), en el año del centenario de su natalicio, al ser declarado maestro
y guía, autor intelectual de las acciones realizadas aquel amanecer por una
nueva generación de jóvenes patriotas.
El desagravio a la memoria mancillada de Martí, por la
dictadura militar de Fulgencio Batista y Zaldívar, instaurada por la fuerza el
10 de marzo de 1952, iba unido al propósito de redimir a cada compatriota
huérfano de pan y justicia social.
Los moncadistas fueron algo más de un centenar de participantes,
casi todos desconocida gente de pueblo, que juraron el Manifiesto del Moncada
-aquella madruga antes de los combates-, con el fin de hacer una patria mejor,
sueño supremo de Martí, el héroe nacional cubano.
Eran encabezados por Fidel Castro, abogado y antiguo
dirigente estudiantil, que dio el paso al frente tras esperar inútilmente una
reacción de las fuerzas opositoras contra los golpistas.
Allí estuvieron jóvenes obreros, empleados, campesinos,
trabajadores en oficios diversos o desempleados, y solo media docena eran
estudiantes, tres contadores profesionales y cuatro graduados universitarios,
incluido su líder Fidel.
Cerradas otras vías, Fidel y sus compañeros de profundas
convicciones martianas asumieron como moral y legítimo oponerse a la segunda
dictadura batistiana y cambiar para bien la situación del país.
Fidel decía: "Hace falta echar a andar un motor pequeño
que ayude a arrancar el motor grande", recordaba después su hermano Raúl
Castro.
"El motor pequeño sería la toma de la fortaleza del
Moncada, la más alejada de la capital, la que, una vez en nuestras manos
echaría a andar el motor grande, que sería el pueblo combatiendo".
A pesar del fracaso en el terreno de los asaltos a los cuarteles Moncada, de Santiago de Cuba, y Carlos Manuel de Céspedes, de Bayamo, ocurridos esa mañana, su trascendencia marcó una nueva etapa en la historia de Cuba.
A pesar del fracaso en el terreno de los asaltos a los cuarteles Moncada, de Santiago de Cuba, y Carlos Manuel de Céspedes, de Bayamo, ocurridos esa mañana, su trascendencia marcó una nueva etapa en la historia de Cuba.
Según el plan militar, preparado minuciosamente, los
objetivos eran tomar por sorpresa, con el menor derramamiento de sangre
posible, la segunda fortaleza militar del país, luego de una noche de carnaval
en la ciudad.
En su apoyo, también la pequeña guarnición de la ciudad de
Bayamo, un punto estratégico, para impedir el paso de refuerzos de las
guarniciones de Holguín y de Manzanillo.
Se completaba con la ocupación del centro de comunicaciones
bayamés para interrumpir las líneas telefónicas y telegráficas, la estación de
policía y la posterior voladura con dinamita de los puentes del río Cauto por
personal de las Minas de Charco Redondo, comprometido en las acciones.
No se trataba de la búsqueda de un golpe de suerte en el
plano militar, sino de una acción política a la que se iba a llamar al pueblo y
poner en pie de lucha a amplios sectores de la población de conocida tradición
patriótica, con las armas y municiones a ocupar en el cuartel Moncada.
Por medio de la radio serían difundidos una proclama o
manifiesto sobre las raíces y objetivos del Movimiento, y el Programa del
Moncada.
El ataque a los dos cuarteles comenzó simultáneamente (5.15
de la mañana) y uno a uno, con exactitud de minutos y segundos, previsto de
antemano, fueron cayendo los edificios que rodean el Moncada.
Raúl Castro con siete hombres ocupó el Palacio de Justicia y
Abel Santamaría con 21 el hospital civil Saturnino Lora, en apoyo al grupo de
Fidel Castro, quien dirigió personalmente el ataque al Cuartel Moncada con 45
combatientes, precedido de ocho que tomaron la posta 3.
Pero circunstancias imprevistas hicieron que fallara el
factor sorpresa en la toma de los enclaves militares, tanto en Santiago como en
Bayamo.
El campamento pudo caer en manos de los revolucionarios de
no haber sucedido el encuentro accidental de uno de los autos de los asaltantes
con una patrulla exterior que se atrasó en su recorrido.
En Bayamo los asaltantes tropezaron con un depósito de latas vacías que no aparecía en las fotos tomadas del lugar, mientras se arrastraban hacia los muros de la fortaleza, lo cual alertó a la posta y se generalizó el tiroteo antes de tiempo.
En Bayamo los asaltantes tropezaron con un depósito de latas vacías que no aparecía en las fotos tomadas del lugar, mientras se arrastraban hacia los muros de la fortaleza, lo cual alertó a la posta y se generalizó el tiroteo antes de tiempo.
En ambos casos, los asaltantes tuvieron que retirarse,
debido a la superioridad del armamento del ejército; solo ocho combatientes
murieron en combate y más de 50 fueron asesinados en los días sucesivos,
después de sufrir vejámenes y torturas.
EL MONCADA ANTES Y DESPUES
Meses antes Fidel Castro, entonces de solo 25 años de edad,
trató de llevar a los tribunales, sin éxito, a quienes violaron la Constitución
de la República y eliminaron el juego democrático-representativo en la nación.
Solicitó el 24 de marzo de 1952, al Tribunal de Garantías
Constitucionales y Sociales juzgar y sancionar a los autores de ese hecho
anticonstitucional cometido por los usurpadores del poder.
En su detallada argumentación jurídica señaló que Batista
incurrió en delitos cuya sanción lo hacen acreedor de más de cien años de
cárcel. El golpe militar del ex dictador Batista -desde antiguo aliado de
Estados Unidos-, impidió la celebración de los comicios presidenciales el
primero de junio de 1952, e instauró un nuevo régimen represivo que otra vez enlutó
al pueblo e incrementó la pobreza de la mayoría.
Fidel logró entrenar y organizar en secreto a más de mil
hombres, de los que seleccionó poco más de un centenar por la carencia de
armas.
Los futuros combatientes, en su mayoría de la juventud
ortodoxa radical, habían tomado conciencia de los males sociales y políticos en
la campaña anticorrupción administrativa del desaparecido líder de la
Ortodoxia, Eduardo Chibás (1907-1951).
Las acciones del 26 de julio despertaron la conciencia
nacional en apoyo y simpatía de los moncadistas, unos presos o perseguidos;
otros muertos.
Los huesos y la sangre generosa de los caídos cimentaron el
martirologio de unos 20 mil cubanos que ofrendaron sus vidas en la lucha contra
la tiranía (1952-1958).
Pocos años después y siempre con Martí a la vista, en un
difícil camino de fracasos y éxitos, llegó la derrota del régimen neocolonial
pro-imperialista y el triunfo de la Revolución, el primero de enero de 1959.
*Historiadora, periodista y colaboradora de Prensa Latina
jhb/mdv
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