Ex comandante de las fuerzas nucleares de Estados Unidos, ex jefe del Estado Mayor Conjunto, ex consejero militar del presidente Obama, el general Cartwright está siendo acusado de espionaje. Se le imputa haber entregado al New York Times información sobre la guerra secreta contra Irán para evitar así una guerra inútil. |
Por Thierry Meyssan
¿Qué son los funcionarios estadounidenses, civiles o
militares, que se exponen a un mínimo de 30 años de cárcel por haber
revelado a la prensa secretos de Estado de su país? ¿Son «denunciantes» que ejercen un contrapoder dentro de un sistema democrático o se trata de «miembros de la resistencia contra la opresión»
dentro una dictadura militaro-policiaca? La respuesta no depende de
nuestras propias opiniones políticas sino de la naturaleza misma del
Estado estadounidense. Y esa respuesta cambia por completo si nos
centramos en el caso de Bradley Manning, el joven soldado izquierdista
de Wikileaks, o si incluimos el caso del general Cartwright,
consejero militar del presidente Obama, sometido a investigación desde
el jueves 27 de junio de 2013 bajo la acusación de espionaje.
Se impone aquí un regreso atrás en el tiempo para entender cómo funciona el paso del «espionaje» a favor de una potencia extranjera a la «deslealtad» hacia la organización criminal en la que uno ha trabajado.
Peor que la censura:
la criminalización de las fuentes
El presidente de Estados Unidos y Premio Nobel de la Paz Woodrow
Wilson trató de poner en manos del ejecutivo estadounidense el poder de
censurar la prensa cuando están en juego la «seguridad nacional» o la «reputación del gobierno». En su discurso sobre el Estado de la Unión correspondiente al 7 de diciembre de 1915, Wilson declaró: «Hay
ciudadanos de Estados Unidos … que han vertido el veneno de la
deslealtad en las arterias mismas de nuestra vida nacional, que han
tratado de arrastrar al desprecio de la autoridad y de la buena
reputación de nuestro gobierno … de destruir nuestras industrias … y de
denostar sobre nuestra política en beneficio de intrigas extranjeras …
Carecemos de leyes federales adecuadas … Os exhorto a no hacer menos que
salvar el honor y el respeto de la nación por sí misma. Esas criaturas
de la pasión, de la deslealtad y de la anarquía deben ser aplastadas.» [1]
A pesar de ese discurso, el Congreso no siguió de inmediato la
exhortación del presidente Wilson. Como consecuencia de la entrada en
guerra de Estados Unidos, el Congreso votó la Espionage Act, que retomaba los elementos fundamentales de la Official Secrets Act
británica. Ya no se trata de censurar la prensa sino de cortarle el
acceso a la información, prohibiendo a los depositarios de los secretos
del Estado revelar lo que saben. Ese dispositivo legal permite a los
anglosajones presentarse como «defensores de la libertad de expresión»,
cuando en realidad son los peores violadores del derecho democrático a
la información, derecho que sin embargo defienden las Constituciones de
los países escandinavos.
El silencio, más eficaz que el secreto
Los anglosajones viven así mucho menos informados que los extranjeros
sobre lo que sucede en sus propios países. Por ejemplo, durante la
Segunda Guerra Mundial, Estados Unidos, el Reino Unido y Canadá lograron
mantener en secreto –en su propio territorio– el Proyecto Manhattan,
destinado a la concepción de la bomba atómica, a pesar de que 130 000
personas trabajaron en ese proyecto durante 4 años y de que los
servicios secretos extranjeros lo habían penetrado ampliamente. ¿Por qué
pudieron mantenerlo en secreto? Porque Washington no estaba preparando
aquella arma para la guerra que estaba librando en aquel momento sino
para la siguiente, o sea para la guerra contra la Unión Soviética. Como
ya lo han demostrado los historiadores rusos, en Japón se pospuso
la capitulación hasta que se concretó la destrucción de Hiroshima y
Nagasaki, como advertencia dirigida a la URSS. Si los estadounidenses
hubiesen sabido que su país disponía de aquella arma, sus dirigentes
habrían tenido que utilizarla para acabar con Alemania y no para
amenazar al aliado soviético a costa de los japoneses. En realidad, la
guerra fría comenzó antes del fin de la Segunda Guerra Mundial [2].
En materia de secreto, es importante señalar que Stalin y Hitler tuvieron conocimiento sobre la existencia del Proyecto Manhattan
desde el momento mismo de su inicio, porque ambos tenían agentes donde
había que tenerlos. Truman, sin embargo, en su calidad de vicepresidente
de Estados Unidos, no fue informado hasta el último momento, o sea
después del fallecimiento del presidente Roosevelt.
La verdadera utilidad de la Espionage Act
En todo caso, el espionaje ocupa un lugar secundario en la Espionage Act, como queda demostrado por su forma de aplicación.
En tiempo de guerra, la Espionage Act sirve más bien
para castigar las opiniones disidentes. Por ejemplo, en 1919, la Corte
Suprema determinó –al pronunciarse sobre los casos Schrenck contra Estados Unidos y Abrams contra Estados Unidos–
que el hecho de llamar a la insumisión o a la no intervención en contra
de la Revolución Rusa se incluía entre los comportamientos penados por
la Espionage Act.
En tiempo de paz, esa misma ley sirve para impedir que
los funcionarios hagan público un sistema de fraudes o crímenes
cometidos por el Estado, incluso aunque revelen hechos de los que el
público ya tenía conocimiento previo pero que no han podido comprobarse
hasta el momento de las revelaciones impugnadas.
Bajo la administración Obama ya se ha recurrido a la Espionage Act
en 8 ocasiones, lo cual es todo un record en tiempo de paz.
No abordaremos en este trabajo el caso de John Kiriakou, el oficial de
la CIA que reveló el arresto de Abu Zoubeida y las torturas a las que
este fue sometido. Lejos de ser un héroe, Kiriakou es en realidad un
agente provocador de la propia CIA cuya misión consiste en hacer creer a
la opinión pública la leyenda de las supuestas confesiones arrancadas a
Zoubeida, para justificar a posteriori la «lucha contra el terrorismo» [3].
Tampoco abordaremos el caso de Shamal Leibowitz, en la medida en que
sus revelaciones nunca se dieron a conocer a la opinión pública. Nos
quedan así 6 casos profundamente instructivos sobre el sistema
militaro-policiaco estadounidense.
Stephen Jin-Woo Kim confirmó a Fox News que Corea del Norte
estaba preparando un ensayo nuclear, a pesar de las amenazas de Estados
Unidos contra Pyongyang, una confirmación que en nada perjudicaba a
Estados Unidos, aparte de subrayar su incapacidad para imponer
obediencia a Corea del Norte. Esa información ya había sido divulgada,
en otro contexto, por el célebre periodista estadounidense Bob Woodward
sin provocar ningún tipo de reacción.
Thomas Andrew Drake reveló a un miembro de la Comisión de la Cámara
de Representantes encargada de los servicios de inteligencia el
despilfarro del programa Trailblazer. O sea, se le reprochó haber informado a los parlamentarios encargados de vigilar a las agencias de inteligencia que la NSA (National Security Agency) estaba tirando secretamente por la ventana miles de millones de dólares. El objetivo del programa Trailblazer era buscar la manera de implantar virus informáticos en cualquier computadora o teléfono móvil. Algo que nunca prosperó.
En ese mismo campo, Edward Snowden, empleado de la firma jurídica
Booz Allen Hamilton, hizo públicos diversos documentos de la NSA que
demostran el espionaje estadounidense contra China… y también contra los
invitados al G20 organizado en Reino Unido. Lo más importante es que
demostró la envergadura del sistema militar de escuchas de las
comunicaciones telefónicas y a través de Internet, escuchas a las que
nadie escapa, ni siquiera el presidente de Estados Unidos. Ahora la
clase política estadounidense describe a Snowden como «un traidor a eliminar»,
únicamente porque sus documentos impiden que la NSA pueda seguir
negando ante el Congreso la realización de una serie de actividades de
todos conocidas desde hace mucho tiempo.
Bradley Manning, un simple soldado, transmitió a Wikileaks los
videos de dos crímenes cometidos por el ejército estadounidense,
500 000 informes de inteligencia de las bases militares estadounidenses
en Irak y 250 000 cables sobre los datos de inteligencia recogidos por
los diplomáticos estadounidenses durante sus conversaciones con
políticos extranjeros. Nada de especialmente importante, pero se trata
de una documentación que da al público una idea de los burdos chismes
que recoge el Departamento de Estado y que sirven de base a la «diplomacia» de Estados Unidos.
Jeffrey Alexander Sterling es un empleado de la CIA que reveló al New York Times la «Operación Merlin».
Pero más sorprendente resulta el caso del general James Cartwright,
ex número 2 de las fuerzas armadas de Estados Unidos, ya que fue jefe
adjunto del Estado Mayor Conjunto, y también consejero del presidente,
tan cercano a este último que en Washington llegaron a llamarlo «el general de Obama». Ahora resulta que este militar de alto rango reveló el año pasado al New York Times la «Operación Juegos Olímpicos» y acaba de abrirse una investigación en su contra, según CNN.
Sterling y Cartwright no creen en el mito israelí sobre «la bomba atómica de los ayatolas». Así que trataron de contrarrestar los intentos israelíes de arrastrar Estados Unidos a la guerra contra Irán. La «Operación Merlin»
consistía en hacer llegar a Irán información falsa sobre la fabricación
de la bomba atómica. En realidad se trataba de una provocación para
que Irán emprendiera un programa nuclear de carácter militar, lo cual
justificaría a posteriori la acusación israelí [4]. En cuanto a la «Operación Juegos Olímpicos», esta consistía en introducir los virus informáticos Stuxnet y Flame
en los ordenadores de la central iraní de Natanz para provocar
problemas en el funcionamiento de esa instalación, específicamente
en las centrifugas [5].
El objetivo era, por lo tanto, sabotear el programa nuclear civil
iraní. Así que esas revelaciones no perjudicaron los intereses de
Estados Unidos sino las ambiciones de Israel.
Una forma de resistencia
Cierta oposición de salón nos presenta a las personas encausadas bajo la Espionage Act como «denunciantes» (whistleblower),
como si Estados Unidos fuese hoy una verdadera democracia en la que es
posible denunciar ante la ciudadanía los pocos errores que hay que
corregir.
Lo que en realidad nos demuestran estos ejemplos es que, en Estados
Unidos, desde el simple soldado (Bradley Manning) hasta el número 2 de
las fuerzas armadas (el general Cartwright), existen hombres que tratan
de luchar como pueden contra un sistema dictatorial cuando se dan cuenta
de que forman parte del mecanismo. Ante un sistema monstruoso, lo justo
es catalogarlos entre los ejemplos más conocidos de una forma de
resistencia, como el almirante Canaris o el conde Stauffenberg.
Notas:
[1] “There
are citizens of the United States ... who have poured the poison of
disloyalty into the very arteries of our national life; who have sought
to bring the authority and good name of our Government into contempt ...
to destroy our industries ... and to debase our politics to the uses of
foreign intrigue... [W]e are without adequate federal laws... I am
urging you to do nothing less than save the honor and self-respect of
the nation. Such creatures of passion, disloyalty, and anarchy must be
crushed out.”
[2] «La Segunda Guerra Mundial podía haber terminado en 1943», «Si no fuera por la toma de Berlín...» y «La Conferencia de Yalta ofrecía una oportunidad que no fue aprovechada», entrevista de Viktor Litovkine con Valentin Faline, Ria-Novosti/Red Voltaire, 30 de marzo, 1º y 12 de abril de 2005.
[3] «Abu Zubeida, el hombre que “delató a al-Qaeda”» y «La tortura que nos ocultan: Lee Hamilton, John Brennan y Abu Zubeida», por Kevin Ryan, Red Voltaire, 19 de enero y 2 de marzo de 2013.
[4] State of War: The Secret History of the CIA and the Bush Administration, por James Risen, Free Press, 2006.
[5] «Obama Order Sped Up Wave of Cyberattacks Against Iran» por David E. Sanger, The New York Times, 1º de junio de 2012. «Did America’s Cyber Attack on Iran Make Us More Vulnerable?» por Marc Ambinder, The Atlantic, 5 de junio de 2012. «The rewards (and risks) of cyber war»,por Steve Call, The New Yorker, 7 de junio de 2012. «U.S., Israel developed Flame computer virus to slow Iranian nuclear efforts, officials say», por Ellen Nakashima, Greg Miller y Julie Tate, The Washington Post, 19 de junio de 2012.
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