La Habana, 28 jul (PL) El líder
histórico de la Revolución cubana, Fidel Castro, envió una carta a los jefes y
vicejefes de las delegaciones que visitaron este país con motivo del
aniversario 60 del asalto a los cuarteles Moncada y Carlos Manuel de Céspedes.
A continuación Prensa Latina transmite
el texto íntegro de la misiva, publicada hoy en el periódico Juventud Rebelde.
He vivido para luchar
Queridos amigos:
El viernes 26 de julio se arriba al 60
aniversario del asalto al regimiento del Moncada en Santiago de Cuba y al
cuartel Carlos Manuel de Céspedes en Bayamo. Conozco que numerosas delegaciones
piensan viajar a Cuba para compartir con nosotros esa fecha en la que nuestro
pequeño y explotado país decidió proseguir la lucha inconclusa por la
independencia de la Patria.
Ya entonces también nuestro Movimiento
estaba fuertemente influido por las nuevas ideas que se debatían en el mundo.
Nada se repite exactamente igual en la
historia. Simón Bolívar, libertador de América, proclamó un día el deseo de
crear en América la mayor y más justa de las naciones, con capital en el istmo
de Panamá. Incansable creador y visionario, se adelantó más tarde al sentenciar
que Estados Unidos parecían destinados a plagar la América de miserias a nombre
de la libertad.
Cuba sufrió, como América del Sur,
Centro América y México con el territorio que le fuere arrebatado a sangre y
fuego por el insaciable y voraz vecino del norte, que se apoderó de su oro, su
petróleo, sus bosques fabulosos de sequoia, sus mejores tierras y sus más ricas
y abundantes aguas pesqueras.
No estaré sin embargo con ustedes en
Santiago de Cuba, pues debo respetar la obvia resistencia de los guardianes de
la salud. Puedo en cambio escribir y trasmitir ideas y recuerdos, que siempre
serán útiles, al menos para el que escribe.
Hace breves días, cuando observaba
desde mi asiento en la parte media de un vehículo de doble tracción lo que
fuera un viejo centro genético para la producción lechera, pude leer una
brevísima síntesis de solo un párrafo del discurso pronunciado el Primero de
Mayo del año 2000, hacía ya más de 13 años.
El tiempo borrará aquellas palabras en
letra negra sobre una pared blanqueada con cal.
"Revolución, es luchar con
audacia, inteligencia y realismo; es no mentir jamás ni violar principios
éticos; es convicción profunda de que no existe fuerza en el mundo capaz de
aplastar la fuerza de la verdad y las ideas. Revolución es unidad, es
independencia, es luchar por nuestros sueños de justicia para Cuba y para el
mundo, que es la base de nuestro patriotismo, nuestro socialismo y nuestro
internacionalismo."
Ahora se cumplen 60 años de aquel
hecho ocurrido en 1953, sin duda valeroso y demostrativo de la capacidad de
nuestro pueblo para crear y enfrentar a partir de cero cualquier tarea. La
experiencia posterior nos enseñó que habría sido más seguro comenzar la lucha
por las montañas, algo que planeábamos hacer si tomada la fortaleza del
Moncada, no podíamos resistir la contraofensiva militar de la tiranía con las
armas que ocupáramos en Santiago de Cuba, más que suficientes para vencer en
aquella contienda y mucho más rápidamente que el tiempo invertido después.
Los 160 hombres escogidos para la
operación fueron seleccionados entre 1 200 con los que contábamos, entrenados
entre los jóvenes de las antiguas provincias de La Habana y el este de Pinar
del Río, afiliados a un partido radical de la nación cubana donde todavía el
espíritu pequeño burgués inculcado por los dueños extranjeros y sus medios de
divulgación, en mayor o menor medida, influían en todos los rincones del país.
Yo había tenido el privilegio de
estudiar, y ya en la universidad adquirí una consciencia política a partir de
cero. No está de más repetir lo que he contado otras veces, la primera célula marxista
del Movimiento la creé yo con Abel Santamaría y Jesús Montané, utilizando una
biografía de Carlos Marx, escrita por Franz Mehring.
El Partido Comunista, integrado por
personas serias y consagradas de Cuba, soportaba los avatares del Movimiento
Comunista Internacional. La Revolución reiniciada el 26 de julio recogió las
experiencias de nuestra historia, el espíritu abnegado y combativo de la clase
obrera, la inteligencia y espíritu creativo de nuestros escritores y artistas,
así como la capacidad que yacía en la mente de nuestro personal científico, que
ha crecido como la espuma. Nada se parece hoy a lo de ayer. Nosotros mismos, a
los que el azar nos designó el papel de dirigentes, nos podríamos abochornar de
la ignorancia que todavía muestran nuestros conocimientos. El día que no
aprendamos algo nuevo será un día perdido.
El ser humano es producto de las leyes
rigurosas que rigen la vida. ¿Desde cuándo? Desde tiempos infinitos ¿Hasta
cuándo? Hasta tiempos infinitos. Las respuestas también lo son.
Por ello, aunque no las comparta,
respeto el derecho de los seres humanos a buscar respuestas divinas, preguntas
que pueden hacerse, siempre y cuando las mismas no tiendan a justificar el odio
y no la solidaridad en el seno de nuestra propia especie, error en el que han
caído muchas en uno u otro momento de su historia.
Aquel atrevido intento no fue sin duda
un acto improvisado; admito sin embargo que a partir de la experiencia
acumulada habría sido mucho más realista y más seguro iniciar aquella lucha por
las montañas de la Sierra Maestra. Con los 18 fusiles que logramos reunir
después del durísimo revés que sufrimos en Alegría de Pío, en parte por
inexperiencia y el incumplimiento de las instrucciones recibidas por el
Movimiento en Cuba, y también por la excesiva confianza nuestra en el poder de
fuego de los expedicionarios armados con más de 50 fusiles con mirilla
telescópica, y su entrenamiento en tiro. Atentos sin embargo a los vuelos
rasantes de los aviones de combate del enemigo, descuidamos la vigilancia en
tierra y nos atacaron en un pequeño cayo de monte a pocos metros de nosotros.
Nunca más nos pudo sorprender de esa forma el enemigo.
En los combates librados después
siempre fue al revés, y en las acciones finales, con menos de 300 combatientes,
en 70 días de incesante lucha derrotamos la ofensiva de más de 10 mil hombres
de sus fuerzas élites. En los combates librados durante dos años siempre los
bombarderos y cazas del enemigo en solo 20 minutos solían estar encima de
nosotros. No consta sin embargo que haya muerto un solo combatiente por esa
causa en aquella dura lucha. Todo cambió en las décadas siguientes con la nueva
tecnología desarrollada por Estados Unidos y sumadas a las fuerzas
reaccionarias en América Latina y el mundo, aliadas a ellos. Siempre los
pueblos encontrarán las formas adecuadas de lucha.
Ustedes estarán allí, en el escenario
del primer combate.
Cuando, después de los hechos que se
consumaron el 26 de julio, un último carro se acerca y me recoge, monté en la
parte trasera del vehículo repleto del personal, otro combatiente se acerca por
la derecha; me bajo y le doy mi asiento; el carro parte y me quedo solo. Hasta
el momento que me recogieron por primera vez en medio de la calle, con la
escopeta semiautomática Browning y cartuchos calibre 12 de balines, trataba de
impedir que dos hombres usaran una ametralladora calibre 50 desde el techo de
uno de los pisos del edificio central de mando del amplio campo militar; era lo
único que podía verse del tiroteo generalizado que se escuchaba.
Los pocos compañeros que con Ramiro
Valdés habían penetrado en la primera barraca despertaron a los soldados que
allí dormían y, según me explicaron posteriormente, estaban en paños menores.
No pude hablar con Abel ni otros de su
grupo que desde un alto edificio al fondo del hospital civil, dominaban la
parte trasera de los dormitorios. Yo consideraba que era absolutamente obvio
para él lo que estaba ocurriendo. Tal vez pensó que yo había muerto.
Raúl, que estaba con el grupo de
Lester Rodríguez, veía con claridad lo que estaba ocurriendo y pensaba que
estábamos muertos. Cuando el jefe de esa escuadra decide bajar, toman el
elevador, y al llegar abajo, le arrebata el fusil a un sargento que no hace
resistencia, ni tampoco los soldados que iban con él. Toma el mando del grupo y
organiza la salida del edificio.
Mi preocupación fundamental era en ese
momento el grupo de compañeros que supuestamente había ocupado el cuartel de
Bayamo y no tenía noticia alguna de nosotros. Por mi parte, contaba todavía con
suficientes cartuchos y pensaba vender bien cara mi vida luchando contra los
soldados de la tiranía.
De repente aparece otro carro: venía a
buscarme; y de nuevo albergo la esperanza de ayudar a los compañeros de Bayamo
con una acción en el cuartel del Caney.
Varios carros esperaban al final de la
avenida donde yo pensaba tomar la dirección correcta hacia ese punto. Pero el
propio compañero que conducía el vehículo que entró para buscarme no la tomó,
siguió hacia la casa de donde partimos por la madrugada, allí se cambió de
ropa. Yo cambié de arma y tomé un rifle semiautomático calibre 22 con punta de
acero, con un poco de más alcance que la calibre 12 de balines, me puse alguna
ropa y a varios pasos de allí cruzamos una cerca de púas con aproximadamente 15
hombres armados, uno de ellos herido. Otros dejaron sus armas y tomaron los
vehículos tratando de buscar una salida. Conmigo iba Jesús Montané y algunos
otros jefes. Caminamos horas aquella calurosa tarde por la falda norte de la
Gran Piedra, una elevada montaña que trataríamos de cruzar para dirigirnos
hacia el Realengo 18, un camino empinado del que Pablo de la Torriente,
excelente escritor revolucionario, escribió que un hombre con un fusil podía
resistir a un ejército. Pero, Pablo murió en España combatiendo en la Guerra
Civil Española, donde alrededor de mil cubanos apoyaron a ese pueblo contra el
fascismo. Lo había leído, pero nunca pude hablar con él, ya había viajado a
España cuando yo estudiaba bachillerato.
Nosotros no pudimos ya proseguir hasta
aquel realengo y permanecíamos al sur de la cordillera. La zona montañosa
preferida por mí para la lucha guerrillera se situaba entre el santuario del
Cobre y el central Pilón; planeé por ello cruzar hasta el otro lado de la bahía
de Santiago de Cuba por un punto que conocía desde que estudié en el Colegio de
Dolores, en la ciudad donde ustedes se reunirán. Gran parte de nuestro
pequeñísimo grupo estaba agotado por el hambre y las fatigas. Un herido había
sido evacuado y Jesús Montané que apenas podía mantenerse en pie. Otros dos,
con menos responsabilidad pero más saludables, marcharían conmigo hacia el
occidente de aquellas montañas. Pero los hechos más dramáticos y menos
esperanzadores estaban todavía por llegar. En la tarde le dimos instrucciones
al resto de los compañeros de esconder sus débiles armas en algún lugar del
bosque y dirigirse aquella noche a la casa confortable de un campesino que
vivía a orillas de la carretera que iba de Santiago a la playa, que disponía de
ganado y tenía comunicación telefónica con la ciudad. Sin duda fueron
interceptadas por el ejército. El enemigo de todas formas conocía el área
cercana por donde nos movíamos. Antes del amanecer, una escuadra de la jefatura
militar fuertemente armada, nos despertó con la punta de sus fusiles. Las venas
del cuello, y el rostro de aquellos soldados bien alimentados, se veían latir
deformadas por la excitación. Nos dábamos por muertos y en el acto estalla la
discusión. Sin embargo no me habían identificado. Al atarme profundamente y
preguntarme el nombre, irónicamente les doy uno que usábamos en bromas de la
peor especie. No podía comprender que no se dieran cuenta de la verdad. Uno de
ellos, con rostro descompuesto, vociferaba que ellos eran los defensores de la
patria. Con voz fuerte le respondo que ellos eran los opresores, como los
soldados españoles en la lucha de nuestro pueblo por la independencia.
El jefe de la patrulla era un hombre
negro que a duras penas podía mantener el mando. ¡No disparen!, les gritaba
constantemente a los soldados.
En voz más baja repetía: "Las
ideas no se matan, las ideas no se matan". En una de aquellas ocasiones se
acerca a mí y con voz baja dice y repite: "Ustedes son muy valientes,
muchachos". Al escuchar aquellas palabras le digo: "Teniente, yo soy
Fidel Castro"; y el responde: "No se lo digas a nadie". De nuevo
el azar se impone con todas sus fuerzas.
El teniente no era oficial del
regimiento, tenía otra responsabilidad legal en la región de Oriente.
Más adelante se imponen de nuevo los
hechos más importantes todavía.
A los compañeros que debían
desmovilizarse les doy instrucciones de guardar las armas, y después los
custodiaríamos hasta el punto donde debían hacer contacto con las personas del
Obispo.
La opinión pública de Santiago de Cuba
había reaccionado con energía frente a los horribles crímenes cometidos por el
ejército batistiano contra los revolucionarios.
Monseñor Pérez Serantes, Obispo de
Santiago de Cuba, había obtenido algunas garantías favorables a sus gestiones
por el respeto a la vida de los revolucionarios prisioneros. A Sarría, sin
embargo, le quedaba una batalla por librar contra el mando del regimiento que
esta vez delegó la tarea al más connotado esbirro de la carnicería impuesta por
el jefe militar de Santiago de Cuba, que le ordenó trasladar los detenidos al
Moncada.
Por primera vez en nuestra Patria los
jóvenes habían entablado una lucha semejante frente a lo que fuera hasta el
Primero de Enero de 1959: una colonia yanki.
Al llegar a la casa del vecino junto a la estrecha carretera que une la ciudad con la playa Siboney, un pequeño camión esperaba. Sarría me sentó entre el chofer y él. Cientos de metros más adelante se topan con el vehículo del comandante Chaumont que demanda la entrega del prisionero. Como en una película de ciencia ficción el teniente discute y afirma que no entregará al prisionero, en vez de eso lo presentará al Vivac de Santiago de Cuba y no a la sede del regimiento. Es así como el hecho rememora una inusual experiencia.
Al llegar a la casa del vecino junto a la estrecha carretera que une la ciudad con la playa Siboney, un pequeño camión esperaba. Sarría me sentó entre el chofer y él. Cientos de metros más adelante se topan con el vehículo del comandante Chaumont que demanda la entrega del prisionero. Como en una película de ciencia ficción el teniente discute y afirma que no entregará al prisionero, en vez de eso lo presentará al Vivac de Santiago de Cuba y no a la sede del regimiento. Es así como el hecho rememora una inusual experiencia.
Es imposible en tan breve tiempo expresarle
a nuestros ilustres visitantes las ideas que suscitan en mi mente los
increíbles tiempos que estamos viviendo.
No puedo pensar que dentro de 10 años,
en el 70 aniversario, escribiría un libro. Desgraciadamente nadie puede
asegurar que habrá un 70, un 80, un 90, o un centésimo aniversario del Moncada.
En la Conferencia Internacional sobre el Medio Ambiente, de Río de Janeiro,
dije que una especie estaba en peligro de extinción: el hombre. Pero entonces
creía que sería cuestión de siglos. Ahora no soy tan optimista. De todas formas
nada me preocupa; seguirá existiendo la vida en la inabarcable dimensión del
espacio y el tiempo.
Mientras tanto digo solo algo, ya que
cada día amanece para todos los habitantes de Cuba y del mundo:
Los líderes de cualquiera de las más
de 200 naciones grandes y pequeñas, revolucionarias o no, necesitan seguir
viviendo. Tan difícil es la tarea de crear la justicia y el bienestar, que los
líderes de cada país necesitan autoridad, o de lo contrario reinará el caos.
En días recientes se intentó calumniar
a nuestra Revolución, tratando de presentar al Jefe de Estado y Gobierno de
Cuba, engañando a la Organización de Naciones Unidas y a otros jefes de Estado,
imputándole una doble conducta.
No vacilo en asegurar que aunque durante
años nos negamos a suscribir acuerdos sobre la prohibición de tales armas
porque no estábamos de acuerdo en otorgar esas prerrogativas a ningún Estado,
nunca trataríamos de fabricar un arma nuclear.
Estamos contra todas las armas
nucleares. Ninguna nación, grande o pequeña, debe poseer ese instrumento de
exterminio, capaz de poner fin a la existencia humana en el planeta. Cualquiera
de los que tales armas poseen, dispone ya de suficientes para crear la
catástrofe. Jamás el temor a morir, ha impedido las guerras en ninguna parte
del planeta. Hoy no solo las armas nucleares sino también el Cambio Climático
es el peligro más inminente que en menos de un siglo puede hacer imposible la
supervivencia de la especie humana.
Un líder latinoamericano y mundial, al
que deseo rendir hoy especial tributo por lo que hizo a favor de nuestro pueblo
y a otros del Caribe y del mundo es Hugo Chávez Frías; él estaría aquí hoy
entre nosotros si no hubiese caído en su valiente combate por la vida; él como
nosotros no luchó para vivir; vivió para luchar.
Fidel Castro Ruz
Julio 26 de 2013
6 y 5 a.m.
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