Tomado de La Jornada.
Por Eric Nepomuceno
Brasil
parece condenado a convivir con la escoria de un sistema político venal,
que cree piamente que el bien público es patrimonio privado de un
pequeño grupo que flota, soberano, sobre el bien y el mal.
Los adictos al abuso están cómodamente instalados en los tres poderes
que deberían ser la base de la democracia: el Legislativo, el Judicial y
el Ejecutivo. La impertinencia de los impunes salta a los ojos de
cualquier vidente, y deja claro que en el fondo el gran problema del
país está en un sistema viciado que exige, a gritos, una reforma.
Fernando Henrique Cardoso es un intelectual respetado, con una
historia de resistencia democrática a la dictadura que duró de 1964 a
1985; un hombre educado, afable. Luiz Inacio Lula da Silva es un ex
dirigente sindical que supo seducir a las masas durante el tramo final
de esa dictadura, dueño de una intuición política asombrosa que lo llevó
a cambiar la cara del país. Dilma Rousseff es una mujer oriunda de la
clase media acomodada, con una militancia política que hizo que, a
ejemplo de muchos de su generación, padeciese cárcel, tortura y
vejaciones.
Entre los tres gobiernos han sido 10 años siete meses de cambios
positivos, principalmente a partir de 2003, cuando Lula llegó a la
presidencia. Hubo profundos cambios en el país, con, entre otras cosas,
al menos 40 millones de brasileños saliendo de la pobreza e ingresando
al mercado de consumo. Claro que falta mucho, y eso quedó patente en las
multitudinarias movilizaciones que sacudieron el país en las últimas
semanas.
Y sin embargo, los tres no han logrado, a lo largo de esos más de 10
años, cambiar un sistema político fallido y, muchas veces, viciado en
atropellos a reglas mínimas de la decencia.
Cardoso y Lula intentaron hacerlo, en sus respectivos momentos, pero
sucumbieron a un sistema viciado. Dilma heredó la receta y la tragó con
todo y hueso. Ahora intenta algo. Dudo mucho que logre efectuar cambios,
y no por ella, sino por los personajes de ese mundo intrincado, huidizo
y muchas veces sórdido que es la base del quehacer político en mi país.
La cuestión es constatar y dejar constancia de hasta qué punto el
clamor de las calles es ignorado por los adictos de esas viejas
prácticas.
Mientras las calles eran colmadas por multitudes que exigían mejores
condiciones de vida y el fin de la corrupción, entre muchas otras cosas,
el presidente de la Cámara de Diputados, Henrique Alves, requería un
jet de la fuerza aérea brasileña para conducirlo con su actual novia,
una rubia oxigenada con aires de quien aprendió rapidito a disfrutar de
las bondades del poder, más un grupo de parientes y amigos, a ver un
partido de Brasil disputado en el Maracaná, en Río de Janeiro.
Como diputado, Alves dispone de una injustificable, en términos
morales, cuota mensual de pasajes aéreos entre Brasilia, donde trabaja, o
dizque, y su estado natal, Rio Grande do Norte. Podría haber utilizado
esa cuota para viajar a Río y disfrutar del partido. Prefirió requerir
un avión oficial que salió de Brasilia, voló al extremo nordeste y de
ahí a Río, para conducir su novia y su troupe al Maracaná.
Renan Calheiros preside el Senado. Tiene la misma cuota inmoral,
aunque legal, de pasajes aéreos entre Brasilia y Alagoas, en el mismo
noreste, tierra ambigua, que genera bandoleros como el ex presidente
Fernando Collor de Mello, primer jefe de gobierno y hasta ahora único
que ha tenido su mandato suspenso por el Congreso debido a su talento
para la corrupción. Aunque sea dueño de una fortuna de orígenes dudosos,
pero que le capacita a comprar el pasaje aéreo que quiera para viajar
donde sea, el presidente del Senado requirió un jet de la misma fuerza
aérea brasileña para asistir a la boda de la hija de otro senador en
Bahia.
Sérgio Cabral es el gobernador de Río de Janeiro. Sus nociones
de ética y moral quedan claras cuando se sabe que está casado con una
abogada que es socia de un bufete que actúa defendiendo intereses de
empresas contra –contra– el estado que él gobierna.
Entre el domicilio particular del señor gobernador y el palacio de
gobierno de Río hay una distancia de alrededor de nueve kilómetros.
Cabral cubre esa distancia en helicóptero. El costo de cada vuelo –y son
al menos dos al día– es de unos 4 mil dólares. Pero cuando llega el
viernes, el helicóptero vuela más: lleva a la señora, a las mucamas, a
los hijos y al perrito de la familia al balneario millonario de Angra
dos Reis, a unos 160 kilómetros de distancia. Y vuelve para el sábado a
buscar a su excelencia el señor gobernador. A veces ocurren imprevistos,
como la ocasión en que la señora olvidó un vestido en Río y el
helicóptero tuvo que hacer un vuelo extra de ida y vuelta para sanar la
falla que podría haber arruinado la cena del sábado. Gasto promedio del
helicóptero que, a propósito, costó 7 millones de dólares: unos 150 mil
dólares al mes.
Los tres son del PMDB, el principal partido aliado a la coalición de base del gobierno de Dilma Rousseff.
Atrapado in fraganti, el diputado Henrique Alves devolvió a
los cofres públicos 4 mil 300 dólares, precio del vuelo de carrera de
sus invitados. El alquiler de un jet ejecutivo es por lo menos 42 mil
dólares.
El senador Calheiros reintegró a los cofres públicos unos 15 mil 500
dólares, más o menos la tercera parte de lo que hubiera pagado para
fletar el avión que usó.
Cabral dice que está en su derecho de utilizar el medio que mejor le permita
racionalizarsu tiempo, lo que, se supone, incluye el disfrute del fin de semana en una casa muchas veces millonaria que nadie sabe cómo pudo adquirir sólo con su sueldo de político profesional.
Para cerrar el cuadro, Joaquim Barbosa, presidente del Supremo
Tribunal Federal, la corte máxima del país, paladín de la moral e ídolo
máximo de las clases medias y de los sectores más rancios de la
sociedad, resultó favorecido con unos 290 mil dólares en beneficios que
él mismo condenaba por abusivos.
Como buen brasileño, don Joaquim no perdería por nada la final de la
Copa Confederaciones. Discreto, le pareció suficiente que la misma corte
suprema que él preside abonara los costos del viaje.
Hay que reconocer que no utilizó fondos públicos para pagar el
elevadísimo precio del camarote desde donde disfrutó de la partida: de
eso se encargó Luciano Huck, presentador de un programa popularesco de
la red Globo, la organización hegemónica de las comunicaciones en
Brasil.
Además del partido, había otra cosa que celebrar: Felipe Barbosa, hijo de Joaquim, acaba de ser contratado por Globo.
Las causas pendientes del pulpo mediático seguramente serán juzgadas
por las cortes superiores con la imparcialidad y el equilibrio de
siempre.
Ese es el cuadro. Hay gente en las calles, hay gente en los vuelos.
Lo que no se sabe es dónde está la salida de semejante pantanal.
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