Por Rosa C. Báez.
Unos le llamamos por su justo nombre: bloqueo. Otros, incluso muchos
amigos de Cuba -no sé si por aquello de las traducciones o simplemente
por la forma en que estamos permeados por cómo se menciona por esos
mundos- continúa diciéndole, de cierta forma edulcorada, “embargo”.
Mucho se habla, de una u otra forma, de esta especie de látigo que el
imperio restalla, día a día, sobre nuestro pueblo.
No sé cuándo, conscientemente, escuché por primera vez del bloqueo.
Pero sí recuerdo, como si fuera hoy, cómo la vida de mi pequeño hermano
pendió de un hilo cuando, allá por los primeros meses de 1960, dejaron
de entrar a Cuba las marcas de leche evaporada que él, un bebé de apenas
7 u 8 meses, estaba acostumbrado a ingerir y cómo fue una carrera
contra el tiempo encontrar un alimento sustituto para salvarle de aquel
mal de estómago que nos lo iba dejando delgadito, casi muerto, en
nuestros brazos, en aquella época que nadie imaginaba que existirían
alimentos probióticos…
Muchos enemigos de la revolución, en estos días de realidades
virtuales y redes sociales, nos agreden con la idea de que el “embargo”
no es más que una pantalla de nuestro gobierno revolucionario, y sacan
del bolsillo no sé cuántos ejemplos de granjeros norteamericanos y de
convenios y ni qué decirles cuántos insultos nos atizan…
Hoy yo te hablaré del bloqueo, no a ellos, porque como decía un
amigo, combatiente en Malvinas, “no se gasta pólvora en chimangos”, si
no a ti que quizá dudes qué significa para los cubanos el bloqueo…
porque como declara en cualquier avenida un enorme cartel, más del 70%
de los cubanos han nacido después de que ese lazo intentara ahogar a
nuestro pueblo… pero a pesar de ello, vivimos, amamos, reímos…
Pero, ¿crees que ría la madre cuyo pequeño hijo, ingresado en uno de
los hospitales infanto juveniles de nuestro país, está en riesgo de
morir porque el único medicamento que podría aliviar su problema
cardíaco sólo es producido por un laboratorio en Estados Unidos y éste
no puede venderlo a Cuba? ¿Que, quizá, algún buen amigo se exponga a
sufrir multas millonarias para conseguirlo, pero debe reenviarlo desde
las antípodas y esa demora de días puede decidir el llanto o la risa de
esa madre?
Dime tú, que desde otras tierras me lees y aún usas la palabra
“embargo” ¿qué sentirías si fueras una madre seropositiva, y supieras
que el pasado año, una empresa intermediaria canceló sus contratos
cuando supo que esos medicamentos, destinados a saber si tu pequeño hijo
nacía con el nefando mal, irían a parar a esta isla?
O si supieras que los medicamentos para cualquiera de tus ancianos
padres, aquejados de alzheimer, están ahí, a la distancia de 90 millas,
pero que, por ese bloqueo que no puede menos que dejar de mencionarse
siempre con la palabra que lo antecede de forma habitual, CRUEL, no sólo
no pueden adquirirse ahí, en los Estados Unidos, si no que, también,
los que pudieran comprarlos para hacerlos llegar a Cuba dudan, porque se
exponen al dardo veloz de una extraterritorial ley que los obligaría a
cesar esa relación y, además, a pagar muy caro por ello?
Y ¿qué pensarías si supieras que esta situación estresante, dolorosa,
no sólo se limita al ámbito de la medicina, si no que golpea a todos y
cada uno de los aspectos de la vida, en aspectos que ni siquiera puedes
imaginar? ¿Que los cubanos no pueden realizar transacciones en dólares
en el extranjero, que incluso tu sede diplomática puede estar semanas
sin entregarte tu salario porque al banco encargado de dar la moneda al
uso en ese país, los dólares, le ha sido dada la orden de no servir a
cubanos? ¿Que puedes estar hospedado en un hotel, y ser expulsado por
el simple hecho de ser cubano? ¿Que, incluso, al llenar un formulario
web, has de suscribirte como swahili, porque en el listado, Cuba
simplemente no aparece? ¿O que por culpa del bloqueo, una anciana que
vino a Cuba a regalar biblias, le aplicaron una multa de miles de
dólares?
Sí, tal cual, de lo sublime a lo ridículo, desde las más altas cotas
para evitar que una medicina cubana alcance renombre internacional, a
través de prohibiciones o de maledicencia, hasta la prohibición de
acceso a programas libres en la supuestamente libre Internet, se mueve
este acoso…
¿Más ejemplos? ¡Cientos! Podría escribir días y días, llenar páginas y
páginas contándote vivencias, algunas propias, como cuando un amigo
italiano trató de enviar buenas computadoras a nuestras bibliotecas,
pero el apoyo de ciertas naciones europeas a este flagelo, lo impidió. O
cuando la compra de papel tisú para restaurar los más valiosos
documentos de la Biblioteca Nacional se vio impedida porque la pequeña
empresa mexicana que nos lo negociaba, escribió rescindiendo su contrato
porque había sido absorbida por una empresa norteamericana “y por
restricciones del embargo comercial de ese país relacionadas con Cuba no
podía continuar negociando con Instituciones cubanas”…
Pero si de verdad quieres saber sobre el BLOQUEO, empieza por
desterrar de tu mente el edulcorado término de “embargo” y luego, lee el
Informe [1] que cada año, nuestro país presenta a la ONU pidiendo el
cese de éste, y que es apoyado por el 98% aproximadamente de los países
englobados en ella, o busca en Cubadebate la categoría Bloqueo contra
Cuba [2], si quieres comprobar lo que te digo.
Y si después de todo ello, ya te has convencido que la palabra justa
es Bloqueo… no te quedes callado… sal, junto a tantos y tantos amigos de
Cuba, a las calles y plazas levantando carteles y gritando la consigna
¡Abajo el bloqueo! Y si no puedes, como yo en este día, ven a blogs,
redes sociales, a páginas webs y escribe en todos los idiomas posibles:
¡No al bloqueo de los Estados Unidos contra Cuba!
[1] http://www.cubavsbloqueo.cu/informebloqueo2012/index.html[2] http://www.cubadebate.cu/categoria/series/bloqueo-contra-cuba/
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