Tomado de ContraInjerencia.
Por caludia Fonseca Sosa
“La tecnología
nuclear va más allá de la sabiduría humana… Quisiera poder ver un mundo
libre de armas nucleares mientras aún estoy vivo”. Así opina Sunao
Tsuboi, uno de los pocos sobrevivientes del bombardeo atómico sobre la
ciudad japonesa de Hiroshima, que el 6 de agosto de 1945 ocasionó la
muerte de 140 mil personas.
Eran tiempos de la Segunda Guerra Mundial y el entonces presidente de
Estados Unidos, Harry Truman, tomó la decisión. “Por favor, permanezcan
sentados. Tengo que anunciarles algo. Acabamos de lanzar una bomba
sobre el Japón que es más potente que 200 mil toneladas de TNT. Ha sido
un éxito extraordinario”, fueron sus palabras ante los medios
norteamericanos.
Pero lo que para Washington fue “un éxito”, para Tsuboi fue el peor
día de su vida. Sentimiento compartido por cada uno de los que
sobrevivieron a la catástrofe y que aún claman por un mundo libre de
armas nucleares.
“Iba camino a la universidad cuando estalló la bomba; entonces se
produjo un fuerte destello de luz y sentí un calor intenso”, comentó
Tsuboi a AFP. Además de graves quemaduras, este hombre de 82 años sufrió
de cáncer intestinal, que según especialistas puede estar vinculado a
la radiación emanada tras la explosión.
Historias similares ocurrieron el 9 de agosto de 1945 en Nagasaki,
una ciudad portuaria donde perecieron más de 70 mil inocentes tras el
estadillo de otra bomba atómica estadounidense. ¡Como si la masacre de
Hiroshima no hubiera sido demasiado!
La decisión de Truman violó los tratados estipulados en la convención
de La Haya, convenidos en 1899, 1907 y 1923, que prohibía el bombardeo
de ciudades con civiles aunque hubiera objetivos militares incluidos en
su perímetro:
—”Los derechos de los contendientes para dañar al enemigo no pueden ser ilimitados” (Artículo XXIII, ley de 1899).
—”Está prohibido el ataque o bombardeo de ciudades y aldeas indefensas” (Artículo XXV, ley de 1899).
—”Queda prohibido el bombardeo aéreo con motivo de aterrorizar a la
población civil, así como la destrucción de sus propiedades y la
agresión a los no combatientes” (Artículo XXII, ley de 1923).
“Durante muchos años traté de ocultar que era una víctima del ataque
nuclear; supongo que tenía miedo a ser rechazada. Ni siquiera mi hija lo
supo hasta que la aparición de un cáncer y mis posteriores problemas de
salud hicieron imposible esconder la verdad por más tiempo”, recuerda
Hiroko Hatakeyama, otra sobreviviente.
Y agrega: “El día que cayó la bomba me encontraba en el colegio de
primaria Nagatsuka, en una zona relativamente poco afectada. Nuestra
casa estaba situada en la autopista de salida de la ciudad y una
muchedumbre trataba de huir por la carretera con el cuerpo abrasado,
muchos de ellos completamente desnudos y sedientos. ‘Agua, agua’,
pedían…”.
Han pasado 68
años desde aquellas masacres y sus efectos continúan latentes. ¿Hasta
cuándo la humanidad se expondrá a los antojos de imperios que solo
aspiran a dominar el mundo?
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¿Con qué moral pueden los gobiernos de Estados Unidos hablar de derechos humanos si son los patrocinadores de grandes masacres como la de Hiroshima y Nagasaki; así como los asesinatos que hoy cometen con drones o las guerras de rapiñas que crean en otros países ?
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