Carlos Muñiz Varela carga en brazos a su pequeño hijo Carlitos. |
Por Mayra Monter.
En la librería La Tertulia asistí a un evento singular. El pasado 10 de agosto
se celebró allí el sesenta cumpleaños de Carlos Muñiz Varela, asesinado a tiros
a los 26. Muñiz Varela había abierto en San Juan la primera agencia de viajes
que facilitaría un poquito las cosas a los cubanos de Puerto Rico que ansiaban
visitar a sus familiares en Cuba. Por eso lo mataron: ni era espía, ni le debía
nada a nadie, ni distribuía cocaína. Había fundado un negocio legal para
propiciar viajes a Cuba, eso era todo.
Confluyeron en su asesinato dos elementos básicos: una ultraderecha de origen
cubano, de vocación violenta, demostrada en otros atentados y el derribo de
aviones, y una policía dominada por elementos mafiosos y escuadrones de la
muerte.
La Policía de Puerto Rico nunca se recuperó del todo de ese tránsito
por el retorcido abismo. Lo que hemos visto en años recientes no ha
ocurrido por casualidad o combustión espontánea. El podrido líquido de la
corrupción y el crimen organizado percoló la base de la institución y ha
costado -y costará- Dios y ayuda erradicarlo. Basta que surjan las condiciones
propicias, un gobierno un poco intolerante o una legislatura represiva, para
que las viejas lacras se reaviven y empujen a la Policía por abusivas sendas.
Lo más reciente en el caso de Muñiz Varela fue la solicitud que hicieron desde
la oficina de Tony West, del Departamento de Justicia federal, para que el
secretario de Justicia de Puerto Rico, Luis Sánchez Betances, les hiciera
llegar las peticiones de desclasificación que ha estado haciendo la familia.
Eso fue hace unos días y es todo un acontecimiento: por primera vez en 35 años
hay contacto directo entre las dos agencias con respecto al asesinato de Muñiz
Varela.
Pero al asunto que iba. Como parte de la actividad en La Tertulia, se
exhibió el documental “Recordando
a Carlos”. Entre el público
estaban familiares y amigos de Muñiz Varela. Treinta y cuatro años después del
crimen, la madre vio por segunda o por tercera vez ese documental. En él, se
cuenta todo: quiénes se confabularon; dónde se reunieron; cómo lo atacaron, de
la manera más salvaje, en las calles de una urbanización donde a esa hora
paseaban adultos y jugaban niños. En el relato fílmico, se rescata el fragmento
de una entrevista que Luis Francisco Ojeda le hiciera a Julio Labatut, eterno
sospechoso del crimen. Cuando Ojeda se refiere al asesinato de Muñiz Varela,
Labatud lo interrumpe: “No
fue un asesinato”,
dice, “fue un
ajusticiamiento a destiempo. Y digo a destiempo porque lo mataron a los 26.
Debieron haberlo matado cuando nació”.
Eso se atrevió a decir frente a las cámaras, de cara a los técnicos y a toda la
audiencia. Pero lo horrendo no es que lo dijera, sino que, después de haberlo
hecho, lo siguieron recibiendo con bombos y platillos cada vez que visitaba el
programa de chismes que salió del aire. En todos los años que estuvo mandando
arreglos florales de felicitación porque el programa salía número uno en las
encuestas, yo nunca vi que nadie iniciara un boicot ni le exigieran al dueño
del Canal que ordenara devolver las flores de ese vil individuo. Durante años,
Labatut estuvo visitando el set del famoso programa y lo recibían con cariño y
hasta admiración. La empresa, además, le pedía flores para otros espacios. Eso
sí es una inmoralidad y fuimos pocos los que abrimos la boca.
A base de esa condescendencia y los estrechos lazos, la expresidenta de la
Cámara de Representantes, Jennifer González, decidió hacerle un homenaje a
Labatut. Nunca podrá alegar ignorancia. Me consta que le hicieron llegar
evidencia de las turbias actividades del sujeto, y de la extraña forma en que
corrió a prestar la fianza de Alejo Maldonado, en el 82. También le mandaron la
grabación íntegra del programa de Ojeda. Aun así, la Cámara lo homenajeó. La
Legislatura ya venía mal, con mucha gente rastrera y corrupta en sus curules,
pero éste fue un puntillazo del que no se ha recuperado. Todos aquellos
mamarrachos, encerrados como ratas, aplaudiendo y rindiendo pleitesía a un tipo
que hizo apología del crimen.
A mí me importaba y me importa un pepino que en un programa de televisión se
hable de adulterios u onanismo. Total, siguen hablando de lo mismo, con
más o menos bobería, pero, ¿qué ha cambiado? Porque yo percibo a cada rato un
ramalazo homofóbico o sexista. Lo que pasa es que, al ganar el boicot, se quemó
un arma importante, y se hace cuesta arriba organizar otro. El programa de los “casos cerrados”, que sintonizan hasta en las
oficinas médicas, ¿no es acaso indigno por el tratamiento que se les da a los
seres humanos, y el irrespeto con que se tocan temas terribles y
dolientes de la humanidad?
Repito que no me importan ni los cuernos ni los escándalos de la farándula. Me
importaba, y me hería, que el Canal 4 y el programa de chismes permitieran el
paso a un terrorista sin escrúpulos que los llenaba de flores.
Cuando se encendió la luz en La Tertulia, luego de ver el documental aquella
noche, la madre de Muñiz Varela se enjugaba las lágrimas con un pañuelito. Acababa
de oír al autor intelectual del asesinato de su hijo, declarar que había sido “un ajusticiamiento a
destiempo, porque debieron matarlo cuando nació”.
No sé si ella se acordó del homenaje, y del día en que el Capitolio se llenó de
fango. Yo sí.
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