Fidel junto a estudiantes saharuies en la Isla de la Juventud. |
Por Diego Rodríguez Molina.
Por el onomástico 87 de Fidel realizaron encuentros
en Pretoria y otras capitales de África, doctores, ingenieros,
psicólogos y demás profesionales y técnicos sudafricanos y de otras
naciones, egresados de Cuba. ¿Por qué su júbilo y sentimientos de gratitud estuvieron fundidos al terruño pinero?
Como reconocieron los sudafricanos Moeketsi Sekhokoane, ingeniero en
minas, y Lebo Maroo, médico desde 1989, ellos nunca olvidan ni los
conocimientos ni los valores humanos, la solidaridad y los principios en
que aquí se formaron, con la inspiración de un líder que —afirman—
pertenece a toda la humanidad.
Los dos forman parte de los 50 000 estudiantes de más de 30
nacionalidades que cursaron estudios en las decenas de escuelas
internacionalistas creadas por iniciativa de quien para muchos es
“Guerrillero del tiempo y de la justicia” en la Isla de la Juventud.
Así de inmensa es esta celebración, precedida, para mayor simbolismo,
de un Día Internacional dedicado a las nuevas generaciones, que en esta
parte del suroccidente cubano deviene jornada de júbilo, evocación,
reflexión y compromiso; sobre todo con aquella etapa calificada por el
líder histórico como “prisión fecunda”, la cárcel a la que fue confinado
desde 1953 hasta el 15 de mayo de 1955, junto a sus compañeros de lucha
en la gesta heroica del 26 de julio, y de la que salió con su primera
victoria junto al pueblo.
El iniciador de esa Revolución de jóvenes retornó a poco de la
victoria de 1959 a esta parte del archipiélago y trazó para la olvidada
región su primer plan de desarrollo económico y social, encaminado a
eliminar no solo los males entronizados por la tiranía y la mafia yanqui
con su prostituida Zona Franca, sino también los que distanciaban a
Cuba de su segunda ínsula e impedían aprovechar sus potencialidades,
entre las que estaban la agricultura y el turismo.
INICIATIVAS Y RETOS
Tan intrépidos como los asaltantes del Moncada
fueron los combatientes, milicianos y alfabetizadores que llegaron en
los primeros años de la década de los 60 a defenderla de los planes
agresivos de EE. UU.; para enseñar a leer y escribir a sus iletrados,
levantar nuevas comunidades e industrias, como La Victoria y la planta
de Caolín, entre otros planes, con vistas a sacar a la región del
atraso.
Me detengo en algo que dijo Fidel a los pineros en el remoto 1965,
que fue antecedente en la creación de los órganos del Poder Popular, y
hoy adquiere más valor e ilustra su permanente estímulo a la
iniciativa:
“…están muy entusiasmados, porque están administrando muchas cosas, y
(…) es bueno que todas las cosas que puedan ser administradas por la
localidad sean administradas por la localidad. Porque han dado mucho
resultado los ensayos que hemos hecho; donde se ha creado y se ha
desarrollado la administración local, muchas cosas se resuelven, muchos
servicios, muchos pequeños detalles (…), e incluso cosas importantes
(…). De manera que la localidad tenga oportunidad de decidir y resolver
sobre sus problemas”.
No menos atrevidos fueron aquellos otros jóvenes llegados en 1966
para reconstruir al territorio de los estragos del ciclón Alma y avanzar
mucho más. No solo lo restablecieron en breve tiempo, sino que
impulsaron su desarrollo de tal manera, que al cabo del año inauguraban
con Fidel la primera presa de la revolución hidráulica, la Vietnam
Heroico, y le pidieron al Comandante que bautizara a la ínsula con el
nombre de Isla de la Juventud, en sustitución al de Isla de Pinos, luego
de centurias de abandono, y con apelativos diversos, desde Isla de los
Piratas hasta Isla de los Huracanes.
En casi cinco siglos de historia era la primera vez que ocurría una
osadía así. Ni soñarla como iniciativa juvenil en la colonia, y menos en
la seudo república.
Pero el audaz y visionario joven líder convirtió la aspiración en
reto, cuando aquel mismo 12 de agosto de 1967 advirtió a los insistentes
columnistas:
“Pero todavía no se puede llamar ‘Isla de la Juventud’ en el sentido
real de la palabra" y orientó nombrarla así “cuando la juventud con su
obra haya hecho algo grande, haya revolucionado (...) la naturaleza y
pueda exhibir el fruto de su trabajo, haya revolucionado (...) la
sociedad”.
UN SUEÑO CONVERTIDO EN REALIDAD
Los muchachos le metieron el pecho a la tarea y en cuatro años
concluyeron diez embalses con capacidad para más de 131 millones de
metros cúbicos de agua, construyeron carreteras y viviendas, sembraron
pasto y cítricos e hicieron acicate a la adversidad natural, como
también ocurrió luego de los huracanes Michelle, Lili y el fiero Gustav
en el 2008.
Por estos días, los protagonistas de aquella epopeya intercambiaron
con sus continuadores de hoy, con quienes bailaron, les reiteraron
confianza y compartieron recuerdos y alegrías. Lo mismo en el concierto
de Waldo Mendoza, que en guateques, descargas, marchas patrióticas, al
tiempo que sumaron originales felicitaciones por el cumpleaños celebrado
por todos los cubanos en un mundo.
Esa triste realidad está muy distante de la existente en la
calumniada Cuba, donde la juventud representa más del 20 % de su
población y tiene amplia protección y participación en la toma de
decisiones del Estado, el cual destina más del 50 % del gasto a la salud
y la educación gratuitas, y asegura el porvenir desde la infancia, que
aquí muestra una baja tasa de mortalidad infantil, comparable con países
desarrollados, de apenas 2,1 por cada mil niños menores de un año
nacidos vivos.
En 1975 había confesado Fidel a los becarios llegados de diversas
provincias de la nación: “Pocas veces se tiene el privilegio de ver
plasmados en vida determinados sueños. Pero podemos decir que Isla de
Pinos —Isla de Pinos ayer, Isla de la Juventud mañana— constituye para
la Revolución un sueño convertido en realidad”.
Les dijo con admiración: “Nuestra juventud es la que está en lo
esencial construyendo esta isla”, abierta dos años después, en 1977, a
una de sus más originales experiencias: el singular aporte solidario
durante más de tres décadas, aún en las adversas condiciones del período
especial.
GRACIAS A LA GENEROSIDAD DEL COMANDANTE…
Entre los numerosos testimonios que desde apartados confines del
planeta hoy vibran junto al agradecimiento, está el de la namibia
Claudia Grace Uushona:
“Soy un fruto de la Revolución, a ella debo mi vida, pues fui
rescatada por los combatientes internacionalistas cubanos en Cassinga, y
gracias a la generosidad del Comandante en Jefe Fidel Castro, junto a
otros niños, fui trasladada a esta Isla donde me curé, crecí, me eduqué y
luego regresé como representante de mi querida patria”, afirmó al
concluir su misión de embajadora en Cuba.
Ella llegó por primera vez aquí con 16 años, herida y con el horror
aún dibujado en el rostro por la matanza de la que había sido testigo en
Cassinga, al sur de Angola, donde estaba junto a otros refugiados.
“Jamás imaginé que a Cuba vendría nuevamente como diplomática, eso
fue más que un sueño”, admite y enfatiza en claro español aquí
aprendido: “Tampoco olvido la constante preocupación de Fidel por todos
los estudiantes africanos y de otras nacionalidades, sus frecuentes
visitas a nuestros centros y especialmente a mi escuela, el aliento dado
y la inmensa confianza depositada en nosotros para construir naciones
nuevas y soberanas tras la liberación…”.
Como en los corazones y recuerdos de tantos, la huella de lo hecho
está en cada palmo del lugar que se dice inspiró a Robert Louis
Stevenson a escribir La isla del tesoro, y cuyo gentilicio de
pinero se aferra a su gente con el mismo aire emblemático con que las
coníferas a su tierra y se niegan a ceder su primacía en la geografía.
“La faz de la Isla es otra. Su población asentada se ha
cuadruplicado. … Ya hoy la Isla es parte viva de Cuba (...). La vida
canta por todas partes, la esperanza flamea en los corazones, el trabajo
y la defensa convergen en la acción cotidiana; el espíritu
internacionalista florece pródigamente en las escuelas (...) con sus
aulas abiertas a todos los niños y adolescentes del mundo. La juventud
marcha al frente, marca el paso, da el ejemplo haciendo suya la Isla…”,
afirmó Raúl Roa el 2 de agosto de 1978, entonces vicepresidente del
Parlamento cubano, en el acto de proclamación de la Isla de la Juventud,
al que asistió el Comandante en Jefe, próximo a su aniversario 52,
rodeado de muchachos de todo el orbe y feliz de una obra y su futuro,
más que de un mero nombre.
Aquella decisión representaba un especial homenaje a la juventud mundial, que por esos días celebraba en Cuba su XI Festival Mundial de la Juventud y los Estudiantes
—del que fue subsede el territorio— y era prueba, además, de la
confianza en que, aun cuando quedaban frentes por consolidar,
continuaría el esfuerzo juvenil por elevar a planos superiores el
progreso de la región, que actualmente continúa por cumplir el plan de
desarrollo integral hasta el 2020.
El ultramarino municipio especial cubano sigue siendo exponente no
solo del protagonismo de las nuevas generaciones, sino también de la
audacia, coherencia y alcance del pensamiento de Fidel, quien hizo al
terruño taller de sus mejores ideas.
Su osadía continúa, trasciende los años, ha ido más allá del cambio
de nombre para una isla que dejó de ser antro del terror y el olvido y
es símbolo y obra de pinos nuevos sin fronteras, porque sigue
revolucionando la sociedad y la conciencia e impulsa la marcha a favor
del hombre nuevo.
Él inspira un horizonte digno y unido para los pueblos, como ese que
acercan desde sus continentes e ínsulas quienes de aquí regresaron
pertrechados de conocimientos e ideas a erigir un mundo mejor, con la
guía del eterno joven rebelde.
Fidel junto a estudiantes coreanos en la Isla de la Juventud. |
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