miércoles, 10 de septiembre de 2014

Damas de Blanco: ¿Vergüenza o Avaricia?

Tomado de La Santa Mambisa.
Por Ramón Bernal Godoy.

“Dos gorriones sobre la misma espiga no estarán mucho tiempo juntos”.
Miguel de Cervantes.

La nueva temporada de la serie “Damas de Blanco” vuelve a tener como epicentro la corrupción y la avaricia, repitiendo el rol de malvada una “laureada artista” que ha ganado varios Premios Frambuesa (antítesis del Oscar), Berta Soler, mientras el papel protagónico se lo agencia la avariciosa y menos conocida, Belkis Cantillo.

Obviamente esta nueva propuesta cinematográfica en la que aproximadamente 30 “integrantes” desertan del supuesto “grupo opositor” es y será más de lo mismo, algo parecido a lo sucedido en abril pasado cuando siete “denunciantes” declararon que la asignación personal por cada “marcha de protesta” fue “rebajada abruptamente” tras el nombramiento de Berta Soler como directora –artística-, sin embargo, algo interesante nos trae el capítulo actual y es el suspenso de saber si se trata de la vergüenza de Cantillo contra la desfachatez moral de Soler o simplemente la avaricia de una contra la avaricia de la otra.
Lamentablemente su director, de origen estadounidense, no logró mantener la trama y demasiado pronto evidenció que se trata de dos papeles malvados, dos personas que se disputan los inmerecidos “premios” que intentan “legalizar” el “combustible” que mueve el carro de la “disidencia” en Cuba, Don Dinero.

Pero la falla del guión no recae en la nueva puesta sino en sus inicios, allá cuando se mal-fundó este circo que hoy es centro de la serie. Es decir, desde las falsas lágrimas de la desaparecida Laura Pollán hasta la era en que su sustituta, Soler, comenzó a viajar el mundo entero, recibiendo prebendas y mostrando una imagen de persona de baja catadura moral y pésimo nivel cultural, fue allí, justo en ese momento, donde sus “masas” subordinadas comenzaron a inquietarse, podría estar en peligro el salario que tan fácilmente habían venido ganándose. Y no era para menos. La Soler no dudó un minuto en “recortar salarios”, garantizar “becas” en el extranjero a sus familiares, ordenarse una “agenda de trabajo” internacional, ocultar los 50 000 euros que el anti-Premio Sajárov le otorgó entre otras acciones que hacían prever que la Cantillo y compañía explotarían de envidia y codicia, pero aclaro: no de vergüenza.

A semejante conclusión no es complicado llegar. Si la vergüenza fuera el móvil de este show, no estaríamos en presencia de un grupo de personas inescrupulosas que sin arraigo alguno en las calles cubanas han tergiversado la supuesta intención que las mal-originó en aras de mantener un subsidio mercenario, practicando la adulación del vecino del norte y su red de terroristas radicados en La Florida, sin comprender que como dijera Aristóteles:

“Los aduladores son mercenarios, y todos los hombres de bajo espíritu son aduladores”.

No hay decencia entre personas cuyo móvil es la mentira y el interés, no hay decencia en personas que idolatran a un presidente ajeno que firma una prórroga rutinaria para mantener un genocidio sobre la isla que les vio nacer, donde viven 11 millones de personas que no reciben salarios de la Sección de Intereses de los EE.UU –como sí lo hacen ellas- y que por tanto sí sufren y han sufrido el daño económico que asciende a más de un billón de billones” (1 112 534 000 000 de dólares) y por el cual este país, su país, ha sido imposibilitado de desarrollarse acorde a sus posibilidades y al esfuerzo de sus ciudadanos. 
 EL
No hay decencia cuando solo el interés personal prevalece, algo que reconocen los propios funcionarios estadounidenses quienes, aunque lo intentaron ocultar quedaron al descubierto cuando wikileaks mostró al mundo que en el caso de Cuba, la Casa Blanca, fiel a su doble rasero y su hipócrita moral, promueven y aman la traición, pero no dejan de odiar al traidor.

Bertha Soler, Belkis Cantillo y todas las autodenominadas Damas de Blanco están destinada a la autodestrucción, no solo por la falta de una ideología que las defina, ni por el vacío ético moral que las compone, ni tampoco por el contundente peso de la verdad que impone la Revolución cubana y sus líderes frente a la insignificante pataleta de esta secta de interesados sino porque no puede tenerse peor destino que estar rodeado de almas traidoras, este es el principio del fin.

Concluyo definiendo mi posición: ni el director de esta trama, ni sus protagonistas, ni el entorno lacayo que las rodea me dan lástima. Ellas, excepto la remuneración financiera que obtienen, reciben lo que cosechan, odio, rechazo, división y traición. No me dan lástima a pesar de ser bien conocido cual es el fin del traidor, no me dan ni me darán lástima, no me lo puedo permitir porque como dijera Maximilien de Robespierre: “Lástima es traición a la patria”.

Así lo veo.

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