Por Miguel Fernández Martínez.
El anuncio de un nuevo concierto del dúo Buena Fe en Miami, demostró, hasta a los más escépticos, que el autoproclamado
“exilio cubano histórico e intransigente” anda de capa caída, y como buen
perdedor acorralado, trata de enseñar sus dientes rotos, ante una realidad que
lo apabulla a la distancia de 55 años.
De nada valen sus carteles estridentes, sus
consignas gastadas, su estancamiento en el tiempo, su inmoral manipulación de
la historia y la verdad. De nada sirven sus arrebatos de histeria, sus
chantajes políticos –ya sea a la metrópoli yanqui o los emigrados de a pie-, su
intransigencia enfermiza –y terrorista-, su pesadilla a 90 millas al sur de sus
cloacas.
La reacción de esos grupúsculos ante la
llegada de cualquier mensajero de paz procedente de la isla es obvia. Puro odio
detrás de cada palabra, de cada acción. Un odio que los remuerde –y los
revuelve- en su propio estercolero. Un odio que crece después de cada derrota,
de cada humillación. Un odio que nació en las arenas de Playa Girón, en aquel
tormentoso abril de 1961, cuando la frustración y la derrota anunciaron que
habían llegado para quedarse con ellos, más allá de sus trajes de mercenarios
camuflados.
Cada día y en cada protesta-show son los
mismos de siempre, y menos. Con cada entierro en los cementerios de la calle
Ocho, se reducen las nóminas de los intolerantes que se niegan a asumir una
verdad más grande que ellos mismos, y los vemos, en aburrida comparsa, luciendo
las migajas que sus amos le dejan en los rincones de una ciudad que se
rejuvenece y los obvia.
Para nada esconden su visceral sumisión al
imperio que los acogió después de la estampida de 1959, a donde llegaron
aterrados de miedo, de no caer en manos de la justicia del pueblo.
En cada una de esas organizaciones vemos
variedad de especímenes que, gracias a Dios, ya están en proceso de extinción.
Todavía sobreviven torturadores, esbirros batistianos, asesinos a sueldo,
politiqueros, chulos y proxenetas, devenidos ancianos con vocación terrorista,
con kepis del cuerpo de Veteranos del US Army y la banderita de las 50
estrellas en la diestra, repitiendo un incoherente discurso de patriotismo
barato.
Con ellos y a su sombra, están sus
descendientes más abyectos, y algún que otro mercenario asalariado que logró el
sueño de vivir su american way of live (o su pesadilla americana).
Son tan
pocos cada día, que ya piden refuerzos entre las huestes de sus congéneres
venezolanos antichavistas acampados en El Doral, o de algún que otro excontra
antisandinista que viva del “welfare” en Little Havana.
Ese es el exilio cubano histórico e
intransigente de hoy, que a pesar de presentar “orgullosos” a sus
representantes anexionistas en el Congreso de Estados Unidos –Ileana
Ros-Letinhen, Mario Diaz Balart, Marcos Rubio, Bob Menéndez, Albio Sires y Joe
García-, cada día pierde el poco poder e influencia política que le va quedando
entre los emigrados cubanos en Estados Unidos.
Porque es bueno y sano saber distinguir entre
unos y otros. Ese “exilio” ya poco o nada tiene que ver con la mayoría de
los emigrados, cualquiera que sea su bandera ideológica, que salieron de Cuba
buscando mejores horizontes y terminaron siendo manipulados por la caterva de
vejetes pícaros que descubrieron una industria de la nostalgia a costa del
bolsillo de los miles de emigrados, y que ahora los chantajean y tratan de
impedirles conectarse con el natural cordón umbilical que los une a la Patria.
¿Cacería
de brujas o de artistas?
A Israel Rojas, Yoel Martínez y los músicos
que acompañan al popular dúo cubano –de la Isla-, Buena Fe, quienes estarán
presentándose este jueves en el Miami Dade County Auditorium, con un
concierto-homenaje a lo mejor del cine cubano, les tocó ahora recibir la
andanada de ataques distróficos y virulentos de esa parte más visceral de la emigración cubana de Miami.
Pero no son ni los primeros, ni los únicos.
Su intransigencia terrorista, a la que muchas veces le ha faltado el suficiente
valor para enfrentar cara a cara a sus supuestos “enemigos”, por aquello de que “el
muerto lo ponga otro”, se descarga contra indefensos artistas y contra aquellos
que elijan disfrutar del arte venido de Cuba.
La lista sería demasiado larga. Solo algunos
ejemplos que detallen el “valor y arrojo” de estos patrioteros de café con
leche, que se atrincheran en el Versailles de la Ocho Street y la 35 Avenida.
Nadie olvida la quema de un cuadro del pintor cubano Manuel Mendive, a manos de José M. Juara, un exparacaidista de la
derrotada Brigada 2506, durante una subasta celebrada en el Museo de Arte y
Cultura cubana de Miami, en abril de 1988.
Tampoco se olvida la bomba que estalló en el Centro Vasco, en 1996, durante una actuación de la vedette cubana Rosita
Fornés, o de la explosión de un artefacto incendiario en el club Amnesia, de
Miami Beach, durante una presentación de Compay Segundo, en 1998.
Muchos recordarán la encerrona que le hizo
el presentador Carlos Otero al popular sonero Cándido Fabré, en su programa Pellízcame que estoy despierto, del canal 41 América Tevé, al permitir que el
venezolano Nelson Bustamante tratara de desprestigiar al músico cubano.
O la alharaca que hicieron los congresistas
anticubanos –a pesar de haber nacido en Cuba- para que el Departamento de
Estado norteamericano negara visa de entrada a Arnaldo Rodríguez, cantante y líder de la orquesta Arnaldo y su Talismán, en diciembre de 2013, por haber
participado en una actividad cultural con niños pioneros en La Habana.
Más
recientemente, presenciamos el show que armó contra el trovador matancero Tony Ávila, una exDama de Blanco, quizás buscando notoriedad y ser tomada en cuenta
por los “olvidadizos” ejecutivos de la industria contrarrevolucionaria de
Miami.
Estos señores “intransigentes” atacan todo
lo que vaya contra sus preceptos cavernícolas. Por ejemplo, los salseros
Manolín, el Médico de la Salsa, e Isacc Delgado, el Chévere de la Salsa,
recibieron los peores improperios después que decidieron rehacer sus maletas y
regresar a vivir a su patria natal.
Al cantautor Descemer Bueno, que comparte su
vida entre la Habana, Miami y Barcelona, por haberse atrevido a criticar el
criminal bloqueo económico, comercial y financiero que Estados Unidos impone
unilateralmente contra Cuba desde hace más de medio siglo, trataron de
satanizarlo, algo así como lo que tratan de hacer con el cantante Francisco“Pancho” Céspedes, por decidir venir a ofrecer a Cuba un concierto después de
24 años de ausencia.
Buena Fe no es el primero ni será el último
en estos intentos desesperados y balbuceantes del “exilio cubano histórico e
intransigente” por seguir imponiendo a la fuerza sus puntos de vista entre la
emigración cubana de Miami, que cada día se separa más de tanta intolerancia.
El
jueves 18 de septiembre seremos testigos una vez más, de hasta donde la
frustración, el dolor de la derrota y la impotencia, llega hasta el tuétano de
esta cofradía senil, condenada a morir a la sombra de los cubanísimos
framboyanes que adornan los cementerios de Miami.
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