Tony Blair junto con el expresidente estadounidense, George Bush, en 2003, año de la invasión a Irak |
Por Eugenio García Gascón.
JERUSALÉN – Las declaraciones de esta semana del exprimer ministro del
Reino Unido Tony Blair a la cadena CNN revelan hasta dónde puede llegar la falsedad y la hipocresía después
de haber dejado una situación dantesca en Irak con más de medio millón de
muertos, millones de refugiados y desplazados, y una realidad sumida en la más
profunda desesperación.
Conviene señalar que sus declaraciones
llegan cuando se está a la espera
de un informe que está preparando sir John Chilcot sobre aquella
guerra, y que este informe podría
ser bastante crítico con Blair. En los medios británicos se han visto
las explicaciones del exprimer ministro como una especie de disculpa, o como
ponerse la venda antes de la herida.
Blair, como no podía ser menos, asume cierta responsabilidad por lo
ocurrido, pero lo hace de una manera muy limitada y
alejándose en todo lo posible del embrollo que él creó. “Por supuesto, no se
puede decir que quienes sacaron a Saddam Hussein en 2003 no tienen
responsabilidad por la situación en 2015”. Esta frase prácticamente aséptica es
una de las más señaladas de la entrevista.
Menciona que existió un error “en la comprensión de lo que sucedería una vez
derrocado el régimen de Saddam”. Lo trágico es que después de las
consecuencias que se han visto y las que se van a seguir viendo, Blair no haya
sido sentado en el banquillo de la Corte Penal Internacional (CPI) por haber declarado una guerra ilegal y de agresión, y por haber violado sin
freno las leyes internacionales.
El tema más recurrente de Blair es que
los servicios de inteligencia británicos, el
MI16, “se equivocaron”, y que fueron esos errores los que le llevaron a él a
cometer a su vez equivocaciones. Sin embargo, no hay nada más alejado de
la realidad que esta disculpa que no es la primera vez que utiliza Blair.
El entonces embajador británico en
Washington, Christopher Meyer, le comunicó a Blair en septiembre de 2001, o sea
inmediatamente después de los atentados del 11-S, que el presidente George Bush quería una guerra contra Irak.
De hecho, los americanos vincularon a Saddam
Hussein con aquellos atentados a pesar de carecer de pruebas. Esta fue
la primera mentira.
El embajador Meyer, además, informó a
Blair de que los pretextos que se estaban creando para atacar Irak tenían un
doble filo. Eran concretamente acusaciones de limpieza étnica,
posesión de armas de destrucción masiva y guerra de agresión territorial.
Meyer observó que esos mismos motivos, que en ese momento no se cumplían en
Irak, se podrían alegar contra Israel.
Al año siguiente, el 23 de julio de
2002, mientras los tambores de guerra se oían más fuerte, el jefe del MI16,
Richard Dearlove, visitó Washington y elevó a Blair un memorándum secreto comunicándole que los servicios de inteligencia
americanos habían dejado de ser fidedignos y se habían puesto al servicio de la
Casa Blanca y el Pentágono, donde la decisión de desatar una
invasión ya se había tomado.
“La inteligencia y los hechos se están
arreglando conforme a los intereses políticos”, le advertía Dearlove a su primer ministro. No
obstante, Blair hizo caso omiso del
jefe del MI16. Resulta extraño que Blair sostenga ahora que los servicios de
inteligencia británicos “erraron”.
Los servicios
de inteligencia americanos, como los británicos, tampoco se equivocaron,
sino que simplemente se pusieron al servicio de los
intereses políticos de Bush y los ideólogos neoconservadores. Bush
quería la guerra, ya había tomado la decisión en ese sentido tras los atentados
del 11-S y obligó a su entorno a que la justificara de la manera que fuera, y
así se hizo en todo momento.
Dice
Blair a la CNN que hay “elementos de verdad” cuando se dice
que el Estado Islámico surgió como consecuencia de la invasión. El islamismo más radical estaba sofocado por
Saddam Hussein con toda la fuerza de que era capaz, pero una
vez los aliados tomaron Irak, esas fuerzas reaccionarias campearon a sus anchas, como ha ocurrido después en Siria.
La de Irak fue
una guerra ilegal, basada en mentiras y en una propaganda descomunal que consiguió acallar las voces discrepantes. Los ideólogos
neoconservadores que la construyeron venían de los innumerables “centros de
estudios estratégicos” que hay en Estados Unidos, así como de sus universidades,
y ahora han vuelto a esos “centros de estudios estratégicos” y universidades a
la espera de que los vientos cambien y se les presente una nueva ocasión de dar
zarpazos.
Mientras
tanto, es la administración Obama la que tiene que lidiar con lo que crearon
aquellos ideólogos. Ciertamente, las políticas de Obama con
respecto a Oriente Próximo han sido nefastas, pues no han modificado el legado de Bush más que en
detalles específicos, y eso explica casi todo lo dantesco que hay en la región.
Una
de las intervenciones más descaradas de Blair se produjo en vísperas de la
invasión, en un discurso en el que dijo que Saddam Hussein podía desplegar
armas de destrucción masiva contra Europa en solo 45 minutos. Por su puesto esas armas nunca aparecieron y
es una señal de cinismo que Blair quiera descargar su responsabilidad sobre el
MI16 y la CIA.
El
entonces fiscal general británico, Lord Goldsmith, también advirtió al primer
ministro laborista en la primavera de 2003 que no
había ninguna base legal para invadir Irak y que Blair podía ser denunciado
ante la CPI por crímenes de guerra,
pero Blair ni siquiera quiso compartir el informe del fiscal con los miembros
de su gabinete.
Hablando en términos
aristotélicos, el lugar natural de Blair sería el
banquillo de la CPI, pero como recientemente
dijo un analista árabe viendo los acusados que se envían a la Haya, “ese tribunal se ha creado para negros y
morenos”. Blair es blanco y con ojos azules, así que puede
estar seguro de que no se sentará en el banquillo.
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