Por Pascual Serrano.
Una de las buenas noticias recientes es el posible avance sin retorno
de las conversaciones de paz en Colombia, una guerra que dura más de
cincuenta años. Si miramos a América Latina no es difícil concluir que
se encuentra en uno de los periodos más pacíficos de su
historia. Atrás quedan las dictaduras del cono Sur, las guerras civiles
de Centroamérica o los conflictos fronterizos tan desgraciadamente
frecuentes en esa región. Tampoco se nos puede escapar que es
precisamente ahora cuando la presencia de Estados Unidos, y su control
sobre los gobiernos de ese continente, está en su perfil más bajo.
Probablemente estas dos circunstancias, menor influencia norteamericana y
paz regional, tengan una estrecha relación.
Si miramos al pasado observamos que el papel del vecino del norte fue
fundamental en los golpes de Estado de Guatemala, Chile, Haití y tantos
otros países donde la dictadura, la represión y la guerra
de resistencia marcaron a toda una generación. La ayuda militar
norteamericana a Centroamérica supuso una década de terror y muerte en
esa región: su apoyo a los escuadrones de la muerte fue fundamental en
el desangramiento de El Salvador, la financiación del terrorismo de
grupos mercenarios (la contra) para desestabilizar al gobierno
sandinista de Nicaragua llegó a ser condenada por la ONU tras el minado
estadounidense de los puertos nicaragüenses. Es indiscutible que ha sido
la ausencia norteamericana la que ha permitido que la paz se vaya
consolidando en la dulce cintura de América, como la llamaba Pablo
Neruda.
En Colombia, durante la presidencia de Álvaro Uribe la presencia y
financiación militar estadounidense era abrumadora. Al final de su
mandato estaba decidida la instalación de ocho bases militares
estadounidenses en el marco de la Operación Colombia, que convirtió a
ese país en el segundo mayor destinatario de apoyo militar
norteamericano en el mundo. Pero el poder judicial colombiano atendió
las demandas de inconstitucionalidad de la instalación de las bases y
rechazó el acuerdo. Concluido el mandato de Uribe, el nuevo presidente,
Juan Manuel Santos, no renovó la demanda y frustró así ese intento
norteamericano.
La llegada de Rafael Correa a Ecuador supuso la expulsión de Estados
Unidos de la base militar de Malta, donde la infraestructura del
ejército estadounidense era impresionante. La excusa era la lucha contra el narcotráfico, pero todos sabían que sus funciones eran mayores, desde la base incluso se operaba en la lucha contra la guerrilla colombiana.
El repaso de este retroceso estadounidense nos permite observar la
estrecha relación entre su presencia militar y la desestabilización de
la zona. O lo que es lo mismo, la progresiva pacificación
se va alcanzando según Estados Unidos se retira con sus
infraestructuras de guerra, sus militares, sus asesores y sus
contratistas.
Mientras esto ha estado sucediendo en América Latina, las escalonadas
invasiones presentadas como intervenciones humanitarias en Yugoslavia,
Afganistán, Iraq, Libia o Siria han provocando desestabilización, terror
y muerte hasta el punto que a nadie se le escapa la multiplicación de
refugiados a medida que Estados Unidos y la OTAN van “liberando” y
“democratizando” un país. Hemos bombardeado e invadido países
en reacción a la masacre de cientos de personas (limpieza étnica en
Yugoslavia, chiítas asesinados por Sadam u opositores reprimidos por Al
Assad y Gadafi) para terminar asesinando a miles (hospitales incluidos,
como el de Afganistán). En ninguno de esos países ha conseguido Estados
Unidos y la OTAN frenar la muerte de opositores, terminar con limpiezas
étnicas, liberar a las mujeres del fundamentalismo, democratizar las
instituciones o que se respeten los derechos humanos. Al contrario, se
ha redoblado el caos, las violaciones de los derechos humanos, las
guerras étnicas y tribales, la creación de estados fallidos, el
extremismo islámico y las masacres de inocentes.
Todavía queda mucha buena gente en Occidente que piensa que ante un conflicto o un gobierno opresor “algo tenemos que hacer”.
El problema es que ese “algo” siempre termina siendo lo mismo: bombas
de la OTAN, envío de mercenarios o financiación de grupos armados
locales que terminan siendo más terrorífico que la situación anterior.
La paz que avanza en América Latina y la guerra que asola Oriente nos
muestra uno de los caminos que conduce a lo que “tenemos que hacer”:
mantener alejado a Estados Unidos y a la OTAN.
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