Por Norelys Morales Aguilera / Isla Mia
A fines del 2014 varios editoriales del influyente periódico
norteamericano The New York Times preparaban a la opinión pública
estadounidense para asumir el acuerdo del restablecimiento de las
relaciones diplomáticas entre Washington y La Habana.
Mientras, conversaban en el más riguroso secreto las delegaciones de
ambos países, que contaron en determinado momento con los buenos oficios
del papa Francisco, y que condujeron al sorpresivo anuncio del 17 de
diciembre de 2014, por los presidentes Barack Obama y Raúl Castro
simultáneamente.
Así también, en ese propio año se habían producido las filtraciones
de la agencia noticiosa AP sobre la labor subversiva del llamado
contratista de la USAID, Alan Gross, sancionado a prisión en Cuba en
esos momentos, y otros planes de la agencia de igual corte como el
sonado twitter cubano, Zunzuneo, y el empleo de jóvenes mercenarios de
otros países para su labor en la isla.
Esta concertación de importantes medios y el poder ejecutivo de
Estados Unidos derriba cualquier mito acerca de la independencia de la
agenda mediática, pero al mismo tiempo se dirigía también a minar
argumentalmente a los opuestos a la nueva estrategia de la Casa Blanca.
Frente a la diplomacia cubana, que explícitamente ha declarado su
posición de principios sin negarse a dialogar, Obama lanza a su
audiencia un mensaje reiterado: el “embargo” no funcionó, solo es el
cambio de método, pero no de meta.
En realidad es una política ladina, donde Obama no se ha desprendido
de la agresividad hacia Cuba, pues bien pudo haber empleado sus
prerrogativas presidenciales para quitarle peso al bloqueo, pero que
resulta incomprensible para los dinosaurios de la venganza, el odio y la
confrontación, cuya víctima principal ha sido el pueblo cubano.
El The New York Times explicaba a los estadounidenses que en 1996,
motivados por un apetito de venganza, legisladores estadounidenses
aprobaron un proyecto de ley promulgando una estrategia para derrocar el
Gobierno de La Habana y “asistir al pueblo cubano a recobrar su
libertad”. La Ley Helms-Burton ha servido como fundamento para que el
Gobierno norteamericano gastara $264 millones de dólares durante los
últimos 18 años, en un intento por instigar reformas democráticas en la
isla.
Asimismo, afirmó que los fondos han sido un imán para charlatanes,
ladrones, aunque la explicación se acomoda con medias verdades y
suposiciones tendenciosas.
Uno de esos charlatanes y oportunistas es el excongresista
estadounidense Lincoln Díaz-Balart, que no puede reprimir su venganza de
herencia pro dictadura de Fulgencio Batista, como buena parte de la
ultraderecha miamense.
El referido revanchista se adjudica el dudoso mérito de argumentar
legislativamente la Helms-Burton y recita, como sus congéneres,
denuncias contra el gobierno cubano y proclama su fe en que el embargo a
la isla finalmente sacaría a los Castro del poder, como un credo, que
también usan de latiguillo hasta los terroristas asentados en Miami.
“En marzo de 1996, con la decisiva ayuda de Ileana Ros-Lehtinen y Bob
Menéndez, logré la codificación. Todos los decretos presidenciales que
constituían el embargo se convirtieron en ley, como también los tres
requisitos para su levantamiento. Creo que fue lo más importante que
pude hacer durante mis 18 años en el Congreso de los Estados Unidos”, ha
señalado Lincoln Díaz-Balart.
También el padrino de la supuesta disidencia cubana ha señalado otro
punto crucial para el negocio de la contrarrevolución en la isla: las
herramientas de la Helms-Burton “constituyen un instrumento de
extraordinaria importancia en manos de la oposición cubana”.
De ahí que los mercenarios cubanos que trabajan para los politiqueros
del sur de la Florida, y les instruyen y financian, se proclamen en
contra el levantamiento del bloqueo, por encima de la opinión
generalizada de sus propios coterráneos.
Otro abanderado de la línea beligerante contra el país de sus padres
es Marco Rubio, que no es el suyo, pues de Cuba solo conoce el
territorio de Guantánamo ocupado ilegítimamente, donde se encuentra la
Base Naval estadounidense y una prisión humillante para los derechos
humanos y el propio gobierno de EE. UU.
El diario Washington Times publicaba que el senador Rand Paul,
republicano de Kentucky, en un debate sobre la normalización de las
relaciones con Cuba afirmó que Rubio debía ser reprendido por subordinar
los intereses de los Estados Unidos a lo que según él son los intereses
del pueblo cubano. “Él tiene la mentalidad de un tirano, no es un
demócrata.”, dijo. A lo que Rubio espetó: “No me importa si las
encuestas dicen que el 99 % de las personas cree que deberíamos
normalizar las relaciones con Cuba”.
Suficiente para darse cuenta de a qué personajes actuantes en la
politiquería imperial se enfrenta el levantamiento del bloqueo hacia
Cuba, cuya posición es la de dinosaurios políticos que serán
desbancados. Pero tienen lobbies y variopintas organizaciones de línea
terrorista llenas de intereses bajos, como la Fundación Nacional Cubano
Americana, falsas entidades de derechos humanos, ONGs lucrando con sus
funciones. También, agencias federales, como la USAID o la CIA, y
grandes think tank conservadores que disponen de abundante dinero,
replicados todos por transmisiones ilegales contra Cuba.
Entre tanto, la posición cubana está dicha y fijada por el presidente cubano Raúl Castro:
Se inicia un largo y complejo proceso hacia la normalización de las relaciones, que se alcanzará cuando:
1. se ponga fin al bloqueo económico, comercial y financiero;
2. se devuelva a Cuba el territorio ocupado ilegalmente por la Base Naval de Guantánamo;
3. cesen las transmisiones radiales y televisivas y los programas de subversión y desestabilización contra la isla,
4. y se compense a nuestro pueblo por los daños humanos y económicos que aún sufre.
Algo distinto a lo anterior sería traición o rendición y la
profanación de la sangre cubana derramada en la lucha por la
independencia nacional.
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