Por María Landi*.
Un profundo análisis sobre la actual rebelión en Palestina contra la represión y ocupación de Israel que ya lleva siete décadas.
“Somos el único pueblo en el mundo al que se le exige garantizar la seguridad de su ocupante, mientras Israel es el único país que pretende defenderse de sus víctimas”.
(Hanan Ashrawi, legisladora palestina y miembro de la OLP).
“Los jóvenes palestinos no salen a
asesinar judíos por el hecho de ser judíos, sino porque somos sus
ocupantes, sus torturadores, sus carceleros, los ladrones de su tierra y
de su agua, los que destruyen sus hogares, los que los expulsan al
exilio, los que obstruyen su horizonte”.
(Amira Hass, periodista israelí).
Que la causa palestina tiene mala prensa no es novedad. Por acción o
por omisión, los palestinos siempre pierden frente al relato dominante
sionista que los presenta como los malos de la película. Cuando su
resistencia es paciente y pacífica, se los ignora y olvida, ocultando
deliberadamente la violencia de que son objeto por parte del poder
ocupante. Cuando la opresión intolerable estalla en reacciones
violentas, se presenta esa violencia palestina como la causa de la nueva
crisis. Así, en lugar de hablar de la ocupación colonial que la genera,
los medios se deleitan en describir la violencia de los oprimidos, como
si se tratara de una compulsión atávica propia del ser árabe o
musulmán.
Para los medios occidentales la historia empieza siempre con el
primer israelí agredido. La noticia inmediatamente da vuelta al orbe y
los adjetivos sobre el terrorismo palestino –nunca el israelí– se
multiplican profusamente. Antecedentes, causas y contexto brillan por su
ausencia, y se difunde el relato israelí en lugar de los hechos y su
contexto histórico.
La periodista Amira Hass escribió estos días: “La guerra no empezó el
jueves pasado; no empieza con las víctimas judías ni termina cuando no
hay judíos asesinados. Los palestinos y palestinas están luchando por su
vida, en el pleno sentido de la palabra. Nosotros los judíos y judías
israelíes estamos luchando por nuestro privilegio como nación de amos,
en el más horrible sentido del término. (…) Que notemos que hay una
guerra en curso sólo cuando se asesina a personas judías no elimina el
hecho de que los palestinos están siendo asesinados todo el tiempo, y
que todo el tiempo hacemos todo lo que está en nuestro poder para que su
vida sea insoportable”.
Esa lógica perversa tiene su origen en la habilidad del discurso
sionista para presentar a Israel como la víctima, y llega al paroxismo
surrealista en coyunturas como la del año pasado en Gaza, donde aun
después de que Israel bombardeó y asesinó a 2200 personas (550 de ellas
menores de edad), los medios occidentales seguían culpando de la masacre
a los inofensivos cohetes de Hamas.
Quienes conocemos de cerca la intolerable realidad cotidiana de un
pueblo que vive sin absolutamente ningún derecho, a merced de la
violencia impune –física y estructural– del poder ocupante, sabemos,
como dijo el periodista Gideon Levy: “Hasta Mahatma Gandhi comprendería
las razones de este estallido de violencia palestina. (…) La pregunta es
por qué no estalla con mayor frecuencia”.
Militares de Israel maltratan a una palestina. Autor: Reuters |
Jugando con fuego
Razones para la actual ola de violencia que recorre Cisjordania
sobran. En particular en Jerusalén, donde las políticas brutales de
limpieza étnica intensificadas por el gobierno de Netanyahu dejan a la
población palestina más vulnerable a las expulsiones y demoliciones. Sin
embargo, la principal causa del estallido es un poderoso factor
subjetivo: las reiteradas incursiones y ataques vandálicos de colonos y
policías israelíes a la mezquita de Al Aqsa, que se suceden casi sin
interrupción desde hace un año. Al Aqsa es el principal sitio sagrado en
Palestina (y el tercero para el Islam en el mundo), y es parte esencial
de la identidad nacional palestina, incluso para la población no
musulmana (recordemos que allí se inició en 2000 la anterior Intifada).
Las autoridades israelíes, en lugar de cuidar el delicado equilibrio de
ese lugar tan sensible, han estado permitiendo las agresiones de colonos
y políticos judíos, al tiempo que prohíben a la población musulmana
acceder a su lugar santo –sin que esto sea noticia. Una se pregunta qué
harían los medios occidentales si en cualquier país las autoridades
prohibieran a la población judía entrar a su principal sinagoga mientras
dejaban que hordas musulmanas cometieran en ella actos de vandalismo.
El activista palestino Jamal Juma (coordinador de la campaña contra
el Muro) señaló que la diferencia más visible con las anteriores
Intifadas es el papel que ahora están jugando los colonos israelíes en
los ataques: “La población colonial se ha convertido en una milicia bien
armada y organizada e ideológicamente motivada. Merodean por los
pueblos palestinos y atacan a sus habitantes en las calles e incluso en
sus hogares. Desde la horrenda acción de quemar vivo al joven Mohammed
Abu Jdeir en Jerusalén, hasta el reciente ataque incendiario en el
hogar de los Dawabsha (donde murieron tres integrantes), los colonos han
perpetrado ataques terroristas contra los palestinos. Israel apoya a
esta milicia fanática para que lleve a cabo la parte más sucia de la
agresión y represión en Cisjordania”.
Los medios occidentales son igualmente sordos a la constante
incitación a la violencia y al odio racial que practican los dirigentes
políticos israelíes. “La única democracia de Medio Oriente” es un país
donde los ministros exhortan a la población judía a salir a la calle
armada y matar a los árabes; donde el primer ministro pide al Procurador
General que se autorice el uso de rifles de francotirador contra los
árabes que tiran piedras, y el Parlamento vota leyes para penar ese
delito con 20 años de prisión (siempre y cuando sean palestinos; los
colonos judíos pueden tirar piedras con total impunidad); o el Ejecutivo
anuncia que los árabes con ciudadanía israelí detenidos por “actos
terroristas” no tendrán derecho a defensoría pública y serán despojados
de dicha ciudadanía.
Un país donde el Estado reduce a escombros la vivienda de los
palestinos acusados de actos “terroristas”, castigando colectivamente a
una familia entera (siempre numerosa y llena de niños), pero deja
impunes los crímenes cometidos por los colonos judíos (por ejemplo,
hasta hoy “no se ha encontrado” a los culpables de quemar viva a la
familia Dawabsha en julio pasado).
¿La Intifada de los cuchillos?
En palabras de la analista palestina Diana Buttu: “Después de décadas
de ocupación israelí y negación de su libertad, los palestinos y
palestinas, como cualquier pueblo oprimido en el mundo, han alcanzado un
punto de quiebre. La receta diaria de demoliciones, confiscación de
tierras, construcción de colonias, arrestos, abusos y torturas de
prisioneros (incluyendo niños), invasiones de pueblos, campos de
refugiados y hogares, ataques militares salvajes y un bloqueo cruel e
ilegal, ha empujado a la población palestina a la calle una vez más para
exigir su libertad. La mayoría de las y los jóvenes palestinos que
están enfrentando valientemente al ejército de ocupación han vivido toda
su vida bajo un régimen militar racista y represivo, y han dicho
basta”.
La actual revuelta está protagonizada por adolescentes y jóvenes, y
no tiene dirección organizada (al margen incluso de los dos grandes
partidos Fatah y Hamas). La juventud se ha levantado por encima de
divisiones políticas y geográficas (a ambos lados de la Línea Verde),
sin esperar el acuerdo de unidad que los partidos fracasaron en
alcanzar. Además de la lluvia de piedras, el arma “novedosa” que algunos
solitarios están empleando es el apuñalamiento. Los jóvenes atacan
sabiendo que serán inmediatamente ejecutados por la policía.
Quienes salen a apuñalar no son inadaptados sociales, sino jóvenes
bien integrados a su familia y respetados en su comunidad. Su conducta
suicida es el acto individual y desesperado de quien ha perdido toda
esperanza, no tiene a quién recurrir para reclamar el más elemental de
sus derechos, siente que no hay horizonte ni líderes a quienes seguir en
la lucha de liberación, y que el mundo les ha abandonado a su suerte.
Es la generación que creció a la luz de la farsa de Oslo y su proceso de
paz, viendo cómo cada día los israelíes avanzaban en el despojo
sistemático, mientras los dirigentes corruptos se construían mansiones
cerca de donde brotaban nuevas colonias en tierras robadas. Lo resumió
la parlamentaria palestina Hanin Zoabi: “Los apuñalamientos que vemos
todos los días son expresión individual del sentimiento de frustración y
desesperanza. Los ataques cesarán cuando los jóvenes encuentren
colectivamente una forma mejor de resistir”.
Los cuchillos son reales, pero también imaginarios. En la demencia
que se ha apoderado de la sociedad israelí, cualquier persona palestina
puede ser abatida simplemente porque a alguien le pareció que portaba un
arma o representaba una amenaza, o por puro odio racista (choferes,
periodistas y comerciantes han sido agredidos por ser árabes). Incluso
dos israelíes fueron apuñalados en distintas circunstancias porque sus
compatriotas los confundieron con árabes. La ejecución extrajudicial se
ha vuelto el modus operandi para “neutralizar” el peligro árabe,
mientras los israelíes que cometen actos similares son eficazmente
desarmados y arrestados por las fuerzas del orden.
En contraste con la hipérbole mediática sobre la violencia palestina,
los videos que circulan por las redes sociales muestran la otra cara de
lo que está pasando en las calles: soldados que ametrallan a una
palestina de 18 años en un checkpoint de Hebrón después de gritarle
órdenes en hebreo que ella no entendía; policías que matan a un joven
desarmado de 19 años cuando huía de una horda enardecida, sólo porque
los perseguidores gritan que intentó apuñalar a alguien y piden que lo
maten; una mujer palestina que es abatida en una estación de buses de
Israel mientras levanta los brazos mostrando que no está armada; un
chico de 12 años desangrándose en una calle céntrica de Jerusalén,
muerto de terror, mientras los transeúntes le gritan “¡Muere, hijo de
puta!” (el día después que su primo fue asesinado por un conductor
israelí que deliberadamente le pasó por arriba); otra joven que es
asesinada en la Ciudad Vieja porque reaccionó con violencia cuando un
colono judío quiso arrancarle la hijab.
Niños que murieron con la intifada israelí, Plomo Fundido. Los niños son el sector de la población que más abusos sufre por parte del ejército de Israel. Foto tomada de Público.es |
El fin de un ciclo
En la primera quincena de octubre ya van 7 personas israelíes y 33
palestinas asesinadas, y miles heridas, algunas de gravedad. De esas 30,
11 cometieron hechos de violencia y 9 fueron muertas en Gaza: 7 por
francotiradores cuando protestaban pacíficamente cerca de la valla de
seguridad, y una mujer embarazada y su hijita de 2 años murieron cuando
un misil israelí destruyó su casa lindera a un local de Hamas.
No se sabe aún el alcance, duración u orientación que tendrá el
alzamiento espontáneo que recorre Cisjordania. Si bien las protestas
están creciendo en tamaño y envergadura, la lucha palestina carece hoy
de un liderazgo que apoye esa resistencia popular para que sea
coordinada y efectiva.
Parece claro, no obstante, que marca el final de un ciclo tras 20
años de fracasos: el del proceso de paz iniciado con los Acuerdos de
Oslo y llevado adelante por la deslegitimada ANP. Esta Intifada parece
ser también contra ella, que nunca ha dejado de cooperar con Israel para
quebrar cualquier atisbo de resistencia armada, empleando para ese fin
las fuerzas de seguridad palestinas (las únicas que hoy constituyen en
Cisjordania una fuerza armada organizada y jamás se han enfrentado a las
israelíes).
La sociedad palestina hoy está más fragmentada, oprimida y asfixiada
que nunca por el gobierno más fascista que ha tenido Israel en toda su
historia, y traicionada por dirigentes que hicieron de colaborar con el
ocupante su modus vivendi. Si hay una esperanza, está en el creciente
movimiento nacional y global de Boicot, Desinversión y Sanciones (BDS),
al que adhieren casi 200 organizaciones de la sociedad civil palestina.
Estos días el BDS ha lanzado un llamado a la acción para que la
solidaridad con la causa palestina se exprese a través de medidas
efectivas que contribuyan al aislamiento internacional de Israel. Por
otro lado, el pueblo palestino tiene un arma poderosa que todavía no ha
empleado: una campaña masiva de boicot dentro del territorio palestino
–que tendría sin duda un alto costo para una población que depende
totalmente de los productos y la moneda israelíes– podría tener un
efecto devastador para la economía israelí, considerando que el
palestino es su segundo mercado. El tiempo dirá si la sociedad palestina
es capaz de asumir el desafío.
Por otro lado, Jamal Juma afirma: “Todo el contexto político, social y
económico está preparando a la población palestina para este
levantamiento. (…) Los jóvenes son los protagonistas en esta rebelión.
Con cada oleada de protestas, están construyendo nuevas estructuras de
base de la resistencia.(…) La pregunta correcta no es si se producirá
una tercera Intifada, sino si será lo suficientemente fuerte para que
dure. El factor decisivo es el proyecto colonial de asentamientos de
Israel. Incluso en ausencia de un liderazgo palestino eficaz, si los
colonos y su Estado continúan atacando al pueblo palestino, más temprano
que tarde veremos el surgimiento de una intifada total construida sobre
la organización popular”.
*María Landi es activista de derechos humanos latinoamericana,
comprometida con la causa palestina y se ha desempeñado en varias
ocasiones como voluntaria en programas de observación y acompañamiento
internacional en Cisjordania. Edita el blog
https://mariaenpalestina.wordpress.com Artículo publicado en el
semanario Brecha de Uruguay el 16 de octubre de 2015.
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