jueves, 22 de octubre de 2015

¿Hacia la tercera intifada?

Tomado de Blog Próximo Oriente.
Por Ignacio Álvarez-Ossorio.
Profesor de Estudios Árabes e Islámicos Universidad de Alicante.
ialvarez@ua.es 
@IAlvarezOssorio

Una vez más, Jerusalén vuelve a estar en el ojo del huracán. Una oleada de acuchillamientos, respondida con la ejecución sumaria de los atacantes, ha extendido un clima de psicosis generalizada entre los israelíes. Está por ver si los llamamientos a la calma de las escasas voces que todavía siguen apostando por el diálogo y la negociación surten algún efecto o, por el contrario, nos deslizamos peligrosamente hacia una tercera intifada.
 
Desde hace siglos, Jerusalén ha sido el centro de gravedad político, espiritual, económico y cultural de Palestina. La guerra de los Seis Días cambió las tornas, ya que Israel se anexionó formalmente la parte árabe de la ciudad y emprendió diversas medidas para alterar su composición demográfica por medio de la expropiación de tierras y la construcción de asentamientos. En el último medio siglo, Israel ha multiplicado por diez los límites municipales de Jerusalén hasta convertirla en una vasta extensión de más de 350 kilómetros cuadrados que parte en dos Cisjordania y rompe la continuidad territorial de un eventual Estado palestino.
 
Los jerusalemitas palestinos han pasado a ser una especie en extinción. Su propio estatuto como ‘residentes permanentes’ da cuenta de la provisionalidad en la que viven, siempre con la espada de Damocles de la expulsión sobre su cabeza. En el caso de que se ausenten de la ciudad por largos periodos pueden perder su residencia, tal y como les ha ocurrido ya a 15.000 palestinos que han sido privados de sus permisos de residencia. Tras la firma de los Acuerdos de Oslo, hace ya veinte años, las condiciones de vida de estos jerusalemitas se deterioraron hasta el punto de que hoy en día, más del 75 por 100 de los 300.000 palestinos que viven en la ciudad viven bajo el umbral de la pobreza.
 
Sin duda, la principal agresión de la que han sido objeto es la colonización de la parte árabe de la ciudad, donde se han instalado cerca de 300.000 colonos israelíes, en una flagrante violación del Derecho Internacional puesto que el artículo 49 de la Cuarta Convención de Ginebra deja claro que la potencia ocupante no puede desplazar a su población al territorio ocupado. El proceso de paz relegó la cuestión de Jerusalén Este para la última fase de las negociaciones. Los diferentes gobiernos israelíes, independientemente de su signo, aprovecharon esta circunstancia para desconectar a la parte árabe de la ciudad de Cisjordania, situación que se agravó con la construcción del muro de separación que ha dejado a una cuarta parte de los jerusalemitas palestinos aislados de su propia ciudad.

El resultado de esta política es que Jerusalén Este ha sido rodeada por varios anillos de asentamientos que la separan de su tradicional entorno palestino. En los últimos años, el alcalde Nir Barkat, un hombre de negocios reconvertido en político, ha lanzado un ambicioso plan destinado a aislar aún más a los barrios palestinos: una muestra más del ya conocido ‘divide y gobierna’ que tan buenos resultados ha deparado a lo largo de la historia. La construcción de una gran autopista de ocho carriles que parte en dos la localidad palestina de Beit Safafa es un claro ejemplo de este proceder. En otras ocasiones se opta por infiltrar a colonos radicales, los denominados nuevos zelotes, en los barrios palestinos con el objeto de enturbiar las ya de por sí complicadas relaciones entre judíos y palestinos, tal y como ha ocurrido en Silwan y Sheij Yarrar. Todos aquellos que hayan tenido la oportunidad de pasear por la Ciudad Vieja de Jerusalén en los últimos años habrán advertido la proliferación de banderas israelíes en los barrios cristiano, musulmán y armenio. A esta mezcla explosiva han de añadirse las reivindicaciones de los grupos ultraortodoxos que pretenden construir el Tercer Templo sobre la mezquita del Aqsa con la intención de propiciar la llegada del nuevo mesías.

El hostigamiento a la población palestina no acaba ahí: la lista de agravios es extensa. A pesar de que los palestinos representan el 36 por 100 de la población y que pagan escrupulosamente sus impuestos, la municipalidad apenas dedica a Jerusalén Este un 10.7 por 100 de su presupuesto, lo que se ha traducido en el abandono de los barrios árabes. Como es de imaginar, esta discriminación también repercute negativamente en la educación o la sanidad. De hecho sólo el 41 por 100 de los niños palestinos tienen plaza en las escuelas municipales y sólo el 64 por 100 de las viviendas tienen acceso a la red de agua potable. Además, el ayuntamiento persigue con celo infatigable lo que denomina construcciones ilegales: todas aquellas a las que niega el permiso de edificación. Tan sólo en la década pasada, el Ayuntamiento de Jerusalén ordenó la demolición de 7.392 viviendas palestinas. 
 
Los palestinos de Jerusalén, ya sean cristianos o musulmanes, se encuentran, por lo tanto, en una situación completamente desesperada. Es en este contexto en el que se inscribe este repunte de la violencia que presenta no pocas diferencias con las anteriores intifadas, entre otras el carácter improvisado y desorganizado de los ataques, puesto que no existe nada parecido a un liderazgo político jerusalemita ya que las organizaciones palestinas que operaban en Jerusalén han sido combatidas y descabezadas por las fuerzas ocupantes. Tratar de explicar la actual escalada de tensión sin aludir a este contexto es una misión del todo imposible. Parafraseando a Bill Clinton en la campaña electoral en la que derrotó a George Bush padre podríamos concluir señalando: «Es la ocupación, estúpidos».

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