martes, 13 de octubre de 2015

José Martí: un muchacho que ya iluminaba inquietante por la independencia de Cuba.

Tomado de Periodico Victoria, órgano local de la Isla de la Juventud
Por Diego Rodríguez Molina

Nuevas luces del joven deportado


A 145 años de la llegada de José Martí a Isla de Pinos, hoy Isla de la Juventud, y uno de los pocos lugares de Cuba donde viviera el revolucionario que con el tiempo sería el más universal de los cubanos.

Para los cubanos octubre está cargado de recordaciones, pero la del 13 de octubre es especial por el aniversario 145 de la llegada del joven José Martí a la entonces Isla de Pinos, donde permaneció hasta ese 18 de diciembre, camino a su destierro definitivo a España.


Más allá de las celebraciones locales como las marchas hasta el Monumento Nacional de El Abra, la velada por la fecha y otras actividades, se impone rememorar qué significó aquella estancia del patriota con apenas 17 años de edad y recién salido de la cárcel habanera y los trabajos forzados en las canteras de San Lázaro.

Tras su arribo ese día de 1870 y presentarse en el Cuartel de Caballería para registrarse como deportado político, los primeros días fueron de obligado reposo en la finca El Abra, a escasos kilómetros de Nueva Gerona, y donde convivió con la familia del catalán José María Sardá, su esposa –la morena cubana Trinidad Valdés-- e hijos, todos establecidos dos años antes.

Además de recuperar su quebrantada salud desde la cárcel y curar los ojos dañados por la cal y el resplandor del sol sobre las piedras que cortaba y cargaba durante 16 horas en La Habana, en El Abra meditó y seguramente bocetó su primer gran texto: El Presidio Político en Cuba, que publicara a poco de llegar a España en 1971.

Contrariamente al joven apacible y pasivo que presentaron algunos autores sobre la estancia de Martí en la Isla de Pinos, nuevas referencias descubren un muchacho distinto, reflexivo pero inquieto.

INQUIETO MUCHACHO

Estuvo tan lleno de sueños y deseos de hacer que en ocasiones sobrepasaba las limitaciones de su salud y las restricciones del tránsito al destierro definitivo a España, por la que conmutarían la pena las autoridades colonialistas ante exigencias de su familia.

Nuevas luces ofrece Cora Bellido de Luna, hija de uno de los deportados: José Bellido de Luna, cuyo hogar pinero visitara Martí. Ella tenía nueve años y ya anciana narró en 1953, que en casa recibían escondidos periódicos revolucionarios, que leía Martí.

Luego de aclarar el permiso especial que debía concederle Sardá, al que da la jerarquía de coronel, para que el muchacho visitara a la familia, enfatiza Cora: “Mi papá le tomó cariño… y lo hacía venir… a nuestra casa para que se entretuviera entre cubanos… Venían muchos…, y se les hacía más llevadero el destierro…

“Leíamos periódicos –precisa en respuesta al periodista sobre lo que allí hacían--. Todas las semanas mi papá recibía periódicos de La Habana: El Diario de la Marina, El Diario de Cuba y el Moro Muza…. Pero sus amigos mandaban, escondido entre los periódicos españoles, otros periódicos de los revolucionarios. Hojas impresas, proclamas. ... Entonces unos cuantos se ponían en el portal, …mientras José Martí, que era el que mejor leía, se ponía en el último cuarto de la casa para leer en voz alta…

“… Cuando ya lo había leído todo, los de atrás se cambiaban con los del portal y Martí volvía a leerlo todo, para los demás… ¡Había días que tenía que leer seis tandas!...

Por Rosa María Andreu Fonseca, nieta de la confinada y con quien conversé en su casa de Santiago de Las Vegas, supe de la entrevista hecha por el periodista J. R. González-Regueral en ocasión del centenario del natalicio de Martí y publicara el periódico Ataja, en que Cora relata sus impresiones de aquel 13 de octubre:

“– Él iba el primero… Parece que lo estoy viendo… ¡Tan muchacho, tan niño, entre aquellos hombres!... Con su pantaloncito de dril blanco y un saquito negro… alpaca… Llevaba sombrerito de pajilla y la cabeza así… como pensando…”.
 Marti 145 Aniversario 3
Marti 145 Aniversario 4
Fotocopia de una foto de Cora Bellido de Luna en 1953 con los aretes regalados por Martí
LOS ARETES DE CAREY

“Después nos cuenta –relata el periodista— cómo su padre, impresionado…, se dirigió a él:
“¿Qué edad tienes, muchacho?...”.
“Diecisiete años”
“¿Y por qué estás aquí?”
“Vengo deportado por querer la libertad de mi Cuba”.
“¿Cómo te llamas?...
“José Martí, señor.”

Con sencillez que recuerdan a los versos del Apóstol, me pide que prefiere que no le tomen fotografías, pero se desvive por mostrarme las que conserva de la familia, junto a los recortes de amarillentos periódicos que dan fe de patriótica herencia.

“Ella –rememora Rosa María sobre la abuela– siempre hablaba con gran orgullo de Martí, a quien dijo que volvió a ver en Cayo Hueso, Estados Unidos, a donde fue la familia como emigrados, coincidiendo con los preparativos de la guerra de 1895, para la que aportaron recursos y esfuerzos, y se admiraba de ver a aquel muchacho hecho ya un gran guía por la independencia, que unía con fuerza de imán y sobrecogía a todos con sus argumentos y verbo a favor de la Patria, de Latinoamérica, y contra la injusticia…”.

Entre sus anécdotas evoca la visita de Cora “a la finca El Abra en 1948, donde se quedó maravillada del museo hecho allí por Elías Sardá, hijo del generoso catalán”, con apoyo de los pineros, y el par de aretes de carey pulidos por Martí, que él le regalara.

“En su lecho de muerte mi abuela me dijo que esos aretes no los vendiera,,,,, que conservaran la pureza de quien los obsequió y que los pusiera en las manos más seguras…”: el Museo de la Casa Natal de Martí, a donde los donó la nieta, ya con más de 70 años, pero en plena juventud el patriótico orgullo de su familia.

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