Foto: Osvaldo Salas |
Por Leydis Romero Roselló / Guajirita Soy
Conocí al Che con apenas dos años, cuando perseguía entre mis
juguetes una bandera con su imagen, cuando pronunciaba su nombre sin
saber lo que simbolizaba. Algunos almanaques después, pero aún pequeña,
pretendí que su rostro me acompañara en las noches, ayudada por un
proyector y un negativo de la famosa foto de Korda.
¿Cómo pudo cautivar la inocencia de una niña esa figura que se le
revelaba sin anécdotas ni hazañas? ¿O es que aún en retratos sus ojos no
logran ocultar las historias de su vida? Solo se que desde entonces
aprendí a admirarlo.
Crecí escuchando de sus proezas, leyendo de sus virtudes, y viendo
cómo millones en el mundo imitan su pensamiento. Crecí intentando, yo
también, ser como él.
Y es que resulta inevitable no identificarse con su gloriosa
existencia, máxime si no somos culpables, como el mismo decía, de tener
la sangre roja y el corazón a la izquierda. Porque es sencillo, además,
ganar adeptos cuando el primer paso al frente siempre fue el suyo.
CUARENTA Y OCHO años de ausencia física no han bastado para difuminar
su recuerdo. Tampoco serán suficientes UN siglo, DOS, ni toda la
eternidad. Porque cuando se camina con semejante ímpetu sobre la faz de
la Tierra, no le queda más que temblar por siempre.
Los cubanos atesoramos cada instante compartido con el hombre sin
tacha, desde que aquel yate salvador lo hiciera atracar en nuestras
costas. Sus años en la Sierra, los tiempos difíciles frente a La Cabaña,
la presidencia del Banco Nacional, verlo bajar en las madrugadas del
Ministerio de Industrias, sin dormir, para ir a un trabajo voluntario.
También lo despedimos cuando su afán guerrillero lo llevó a otras
tierras. Aquí recibimos sus restos mortales, TRES décadas después.
Pero no por callado el Che ha sido silencio. Su voz se alza y se
multiplica entre quienes nunca pudimos disfrutar un discurso suyo en
vivo, entre las generaciones a las que con su espíritu también ayudó a
forjar. A nosotros, los jóvenes, nos corresponde actuar, para que su
historia no se manche, para que no se olvide, pero ni tantito así, nada.
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