Fidel habla a los estudiantes de la Universidad de Harvard. Foto: Revolución |
Por Rosa Miriam Elizalde
Sábado,
25 de abril de 1959. El Primer Ministro del Gobierno Revolucionario de
Cuba llega a las 3:45 de la tarde en tren, procedente de Nueva York. Es
su sexto día en Estados Unidos y no se ha dado tregua casi ni para
dormir. Más de 2000 personas lo esperan en la estación de Back Bay, en
Boston, una ciudad que se parte en dos: Cambridge, al oeste de la
desembocadura del río Charles, donde en 1636 se abrió la Universidad de
Harvard, y el propio Boston, en la otra orilla, centro del área
metropolitana homónima, capital del Estado de Massachusetts y principal
ciudad de Nueva Inglaterra, esa región de la costa este que el más
cerril conservadurismo norteamericano suele imaginar rebosante de
peligrosos intelectuales y de familias aristocráticas con ideas
radicales.
Acto
seguido se dirige al Hotel Statler, donde otra muchedumbre aguarda su
llegada. Desde la tienda de música, cuya especialidad son los órganos y
está situada frente al hotel, se ejecutan los acordes del Himno Nacional
al mismo tiempo en que Fidel y su comitiva hacen su entrada en el
Statler. Deben sonar extravagantes las notas graves que salen de los
tubos de estaño y de las cajas de abeto y nogal de los instrumentos. Una
foto registra la sonrisa del líder guerrillero, y otra, tomada unos
segundos más tarde, lo muestra con el brazo en alto, saludando a los
insólitos músicos que están del lado opuesto de la calle.
En
el vestíbulo del hotel cuesta dar un paso entre los cubanos con
brazaletes del 26 de Julio que esperan y reclaman a Fidel antes de que
tome el ascensor para dirigirse al piso 13, donde es acosado por
numerosos periodistas. Pasadas las 6 de la tarde, Fidel asiste a una
recepción en el Club de la Facultad de Harvard, donde conversa con los
alumnos y con varios profesores de la Universidad, entre ellos el decano
de la Facultad de Derecho, McGeorge Bundy
–quien ocuparía dos años después el cargo de asesor del Consejo de
Seguridad Nacional de la administración Kennedy-, y el joven presidente
del Harvard Forum, Robert Seidenberg.
“Después
de esta comida, Fidel Castro iba a enfrentarse con la más trascendental
de todas sus presentaciones públicas en los Estados Unidos”, asegura el
diario cubano Revolución. Se
dirige al Dillon Field House del Estadio de Harvard: “Iba a hablar en un
idioma que no domina a un auditorio mayormente estudiantil,
conservador, culto e independiente. Iba a lanzar su mensaje
revolucionario en el centro que ha dado más estadistas a Norteamérica,
en la primera Universidad de los Estados Unidos, en la ciudad que posee
los mejores planteles educacionales del país, en el Boston de los hijos
de millonarios y de mente suspicaz. Donde se habla el mejor inglés
americano y la circunspección toma nombre de ciudad”, describe el
periódico de circulación nacional en la Isla.
Fidel Castro habla en Harvard, el 25 de abril de 1959. Sentado, el primero junto al balcón El Decano de la Facultad de Derecho, McGeorge Bundy. Foto: Archivo de Harvard. |
Seducido
Robert Ellis Smith tiene 19 años, estudia Leyes y está estrenándose como periodista en el Harvard Crimson, periódico universitario de Boston –donde, por cierto, se publicó por primera vez la palabra facebook, referida al “libro de las caras” de los estudiantes de la escuela: “Utilizábamos el facebook
para ver qué pinta tenia la gente […] a veces una foto basta para
hacerse una idea”, escribió en 1979 una joven Susan Faludi, que más
tarde ganaría el premio Pulitzer al periodismo divulgativo.
La
mayoría de los periodistas experimentados no están interesados en
trabajar fuera de horario, recuerda Ellis Smith, y el encuentro de Fidel
con los estudiantes se programa para las nueve de la noche, una hora de
infarto de los cierres de los periódicos y los noticieros televisivos.
“Debido además a que era sábado — un sábado de abril justo antes de la
época de exámenes — no encontraban suficiente personal para cubrir el
evento. Me ofrecí, aceptaron, y me dieron una cámara para tomar las
fotos. Me coloqué el pase de prensa amarillo alrededor de mi
cuello — credencial que poseo todavía — y que es como de oro para mí”,
añade.
El
presidente de Harvard, Nathan Pusey, ya había anunciado que iba a estar
fuera de la ciudad ese fin de semana, evitando así tomar la decisión
difícil de asistir al discurso e introducir al revolucionario recibido
en Washington con “cauteloso escepticismo crítico”, como ha denominado
el investigador Carlos Alzugaray la actitud adoptada hacia Cuba por los
funcionarios de EEUU tras el triunfo del Primero de Enero de 1959. “Poco
después del viaje de Castro, el Harvard Crimson demostró que Pusey, de hecho, no había estado fuera de la ciudad”, asegura Robert Ellis Smith.
La
distanciada actitud del gobierno contrasta con la cálida expectativa de
los estudiantes. A pesar de la hora en una región de primaveras frías
como Nueva Inglaterra, son tantos los interesados que el encuentro se
convoca para un lugar donde caben multitudes: las áreas del estadio de
Harvard. Algunos reparan en que aquí están los edificios más antiguos de
la casa de estudios, con nichos oscuros y gigantescas columnas que no
resultan el lugar más seguro para quien llega precedido por amenazas de
muerte de los batistianos en Estados Unidos. Pero no aparece mejor
opción que el descampado frente al Dillon Field House, donde se ubican
finalmente las diez mil sillas para los estudiantes y profesores que
pagan por asistir. El balcón posee una plataforma ideal para un invitado
de alto calibre, con su techo elegante en el que sobresale una torre
con un reloj inglés y el escudo de la universidad dominado por las tres
sílabas del lema –veritas, que es verdad en latín-. Está a pocos pasos del estadio y del río Charles, y a menos de un kilómetro del campus principal en Cambridge.
“Era una noche suave y clara”, evoca hoy el veterano abogado y escritor, que ha publicado parte de estas memorias en el diario digital Havana Journal.
Fidel asciende a una tribuna elevadísima, a unos 20 pies del suelo. Las
palabras de presentación se oyen nítidas. No tarda en decir que se
encuentra incómodo tan lejos del público, y que él, que nunca habla
desde tan alto, también ahora comprende por qué las luces de frente
suelen ser un instrumento de tortura para arrancar confesiones. El
público aplaude, y lo hará muchas veces durante las próximas dos horas.
Alguien repara en que el Primer Ministro solo tiene puesto su traje de
campaña y le acerca una chaqueta que viene a tono con su uniforme
guerrillero.
“No
puedo decir que yo recuerdo mucho de lo que él dijo allí. Lo que sí
recuerdo es que la mayoría de los estudiantes después de la charla
manifestaron curiosidad hacia Cuba y un vago apoyo al nuevo líder
cubano”, y añade: “Pero yo estaba seducido por este hombre”.
Los
diarios de Boston, al día siguiente, son exhaustivos con las palabras
de Fidel, quien ha contado que 11 años antes había visitado esta
universidad para conocer el programa sobre materias económicas: “No
realicé mi sueño de venir aquí, pero quiero agradecer a esta universidad
el haber estudiado mucho para poder entrar aquí”. El cubano diferencia
claramente la democracia práctica, de la teórica que esgrimen muchos que
no son verdaderamente demócratas: “La Revolución cubana –dice- tiene
sus propios ideales. Creemos fuertemente en ideales de libertad,
derechos humanos y justicia social. Pero la libertad es imposible si
millones de personas no saben ni leer ni escribir. Un hombre no puede
ser libre si tiene hambre.”
Ante
una pregunta que revela el signo de desconfianza en Washington, el
Primer Ministro responde cortante: “La Revolución es la misma en el
poder que en la Sierra. Nunca hemos hecho concesiones”, aunque
amablemente, poco antes de finalizar, lanza una invitación que sería el leitmotiv del viaje de Fidel Castro a Estados Unidos en 1959: “Vayan a Cuba y conozcan la verdad por ustedes mismos”.
El escudo de Harvard. |
¿Really?
Es domingo
de un día de agosto de 2015 en el Dillon Field House del estadio de
Harvard. El campus está casi desierto. Los universitarios se han subido
al tren de las vacaciones y solo deambulan por ahí algunos turistas
chinos y una pareja sesentona que conversa a la sombra de un olmo,
sentada en sendas sillas plásticas. Pregunto si trabajan en la
Universidad: “No, solo estamos aquí para parecer inteligentes”, responde
con buen humor el hombre y ambos se ríen de buena gana. A pocos metros
se divisa el río, por el que navegan unos jóvenes en un bote de remos, y
sus gritos entusiastas llegan hasta nosotros.
“¿Sabían
que en ese edificio, desde el balcón del primer piso, habló Fidel
Castro en 1959?” “Really?” (¿realmente?), reacciona ella, y ambos miran
incrédulos el palco de ladrillos rojos, con escaleritas a los costados.
“Castro, un buen tipo… El único que se atrevió a ir a Harlem y reunirse
con Malcolm X; el único que ayudó a Madiba”,
dice él, que es quien pregunta ahora: “¿A que no sabe usted lo que le
dijo Malcom X a Castro cuando se vieron en Nueva York?… ‘Mientras el Tío
Sam esté contra ti, sabes que eres un hombre bueno’”. Y otra vez se
ríen, nos reímos.
Fidel Castro junto a Malcom X, en Harlem, Estados Unidos, 1960 |
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