Una investigación del diario Washington Post descubrió que las agencias de seguridad, contraterrorismo y espionaje de EE.UU. mantienen negocios con más de 1.900 compañías. En consecuencia una banda de contratistas de alta tecnología del «conocimiento» gozan de un acceso indiscriminado a información ultraconfidencial. Un administrador de estos sistemas como el jóven espía norteamericano Snowden que denunció esto desde Hong Kong podía tener acceso prácticamente a todo. |
Tomado de Red Voltaire.
Por Pepe Escobar
El fallo de Daniel «Los papeles del Pentágono» Ellsberg es definitivo: «En la historia de EE.UU. no ha habido una filtración más importante que la divulgación por parte de Edward Snowden de material de la NSA». Y eso incluye la divulgación de los propios Papeles del Pentágono. En este vídeo [en inglés] de The Guardian, Snowden detalla sus motivos.
A estas alturas, todo lo que gira alrededor de la Agencia Nacional de Seguridad de EE.UU.
(NSA) apunta a una caja negra en un agujero negro. La caja negra es la
sede de la propia NSA en Fort Meade, Mayland. El agujero negro es un
área que incluiría los suburbios de Fairfax County en Virginia, cerca de
la CIA, pero sobre todo la intersección de Baltimore Parkway y Maryland
Route 32.
Allí se encuentra un parque industrial a unos 2 kilómetros de la NSA
del que Michael Hayden, un exdirector de la NSA (1999-2005), dijo a Tim
Shorrock de Salon que es «la mayor concentración de poder cibernético del planeta». [1] Hayden lo bautizó «Digital Blackwater».
En este sitio
se encuentra un buen resumen de preguntas cruciales que todavía no se
han respondido sobre el agujero negro. Pero cuando se trata de cómo un
mago informático de 29 años con poca educación formal ha podido acceder a
una cantidad de secretos ultraconfidenciales del complejo de
inteligencia nacional-seguridad de EE.UU., la respuesta es bastante
obvia; todo tiene que ver con la agresiva privatización del espionaje, a
la que se refieren mediante una montaña de eufemismos como «dependencia
de contratistas». En realidad la mayor parte del hardware y del
software utilizados por la mareante red de 16 agencias de inteligencia
de EE.UU. está privatizada.
Una investigación del Washington Post descubrió que las agencias de seguridad, contraterrorismo y espionaje de EE.UU. mantienen negocios con más de 1.900 compañías [2].
Una consecuencia obvia de ese tsunami de contratistas –hordas de
proletarios de alta tecnología del «conocimiento» en cubículos marrón
topo– es su acceso indiscriminado a información ultraconfidencial. Un
administrador de sistemas como Snowden puede tener acceso prácticamente a
todo.
La «puerta giratoria» ni siquiera comienza a explicar el sistema.
Snowden fue uno de 25.000 empleados de Booz Allen Hamilton («Somos
visionarios») durante los últimos tres meses [3].
Más de un 70% de estos empleados, según la compañía, tienen una
aprobación de seguridad del gobierno; 49% son de máximo secreto (como en
el caso de Snowden) o aún mayor. El exdirector de inteligencia nacional
Mike McConnell es ahora vicepresidente de Booz Allen. El nuevo director
de inteligencia nacional, el general retirado de aspecto siniestro
James Clapper, es un exejecutivo de Booz Allen.
La opinión pública estadounidense –y mundial– podrá tener ahora una
idea más clara de cómo una muchacha pastuna en Waziristán fue
exterminada por un «ataque selectivo». Todo tiene que ver con estos
meta-datos y multiplicación de matrices recolectados por la NSA
privatizada conducente a una «firma». La muchacha pastuna «terrorista»
podrá terminar por transformarse en un futuro cercano en una peligrosa
abraza-árboles o una ruidosa manifestante política.
Todo por culpa de China
Como era de esperar, en cuanto Snowden reveló su identidad los medios
corporativos de EE.UU. dieron prioridad a matar al mensajero en lugar
de estudiar el mensaje. Eso incluyó todo, desde el mal gusto de asesinar
su reputación a la acostumbrada elucubración de un exagente de la CIA
de que en Washington muchos consideraban que Snowden formaba parte de
una presunta conspiración del espionaje chino.
También se ha hablado mucho de un complot al estilo de John Le Carré de que Snowden abandonase su vida tranquila en Hawái y volase a Hong Kong el 20 de mayo porque «tiene un compromiso apasionado con la libertad de expresión y el derecho al disenso político». El bloguero basado en Hong Kong, Wen Yunchao, lo describió memorablemente como que Snowden «abandonó la guarida del tigre y entró al cubil del lobo». Sin embargo, la visa de Snowden en el aeropuerto Chek Lap Kok dura 90 días, bastante tiempo para pensar en su próximo paso.
Desde 1996, antes de la entrega británica a China, se aplica un tratado de extradición entre el tigre y el lobo [4].
El Departamento de Justicia de EE.UU. ya está considerando sus
opciones. Es importante recordar que el sistema judicial de Hong Kong es
independiente del de China, según la idea de «un país, dos sistemas»
conceptualizada por Deng Xiaoping. Por mucho que Washington intente
extraditar a Snowden, éste también puede solicitar asilo político. En
ambos casos puede permanecer en Hong Kong meses, en realidad años.
El gobierno de Hong Kong no puede extraditar a nadie que afirme que
será perseguido en su país de origen. Y crucialmente, el artículo 6 del
tratado estipula que «no se entregará a un delincuente fugitivo si el
delito del que se le acusa o por el que fue condenado es de carácter
político”. Otra cláusula estipula que no se entragará a un fugitivo si
eso implica «la defensa, los asuntos exteriores o el interés público
esencial o la política» de –¿quién será?– la República Popular China.
Por lo tanto podríamos estar ante un caso en el cual Hong Kong y
Pekín tendrán que llegar a un acuerdo. Sin embargo, incluso si
decidieran extraditar a Snowden, podría argumentar ante el tribunal que
se trata de «un delito de carácter político». El resultado es que esto
podría tardar años. Y es demasiado temprano para decir cómo lo trataría
Pekín para lograr máximo efecto. Una situación en la que no puede perder
desde el punto de vista chino sería equilibrar su compromiso con la no
injerencia absoluta en los asuntos internos, su deseo de no agitar el
frágil bote de la relación bilateral, pero también qué acción de no
«pivoteo» el gobierno de EE.UU. ofrecería a cambio.
El panóptico ideal
Los usuales derechistas rabiosos de EE.UU. seguramente olvidan el
hecho de que Snowden no considera a los analistas de inteligencia –e
incluso al gobierno de EE.UU. per se- inherentemente «malos» [5]. Lo que subrayó es que todos trabajan según una premisa falsa: «Si un programa de vigilancia produce información de valor… En un paso, hemos logrado justificar la operación del panóptico».
Oh sí, no hay que equivocarse; Snowden ha leído cuidadosamente a Michel Foucault (también subrayó su repugnancia ante «las capacidades de esta arquitectura de opresión»).
La deconstrucción de Foucault de la arquitectura del panóptico es ahora un clásico ( véala aquí en un pasaje
de su obra maestra Vigilar y castigar de 1975). El panóptico es el
sistema de vigilancia ideal, diseñado por el filósofo Jeremy Bentham en
el Siglo XVIII. El panóptico –una torre rodeada de celdas, un ejemplo
preorwelliano de «arquitectura de opresión» no se concibió originalmente
para la vigilancia de una prisión, sino de una fábrica repleta de
campesinos sin tierras en trabajos forzados.
Oh, pero esos eran días proto-capitalistas rudimentarios. Bienvenidos
al futuro (salvajemente privatizado), en el cual el agujero negro de la
NSA, «Blackwater Digital», domina sobre todo cómo el panóptico
perfecto.
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