Los restos de Goulart yacen en el estado de Rio Grande do Sul y próximamente serán desenterrados |
Por Darío Pignotti
¿El Plan Cóndor envenenó a Joao Goulart y a Pablo Neruda? Faltan
informaciones para responder de forma categórica a esa pregunta, que
prácticamente nadie se hacía diez años atrás y comenzó a cobrar
consistencia con la exhumación del cuerpo del poeta chileno hace dos
meses y el desentierro que se realizará próximamente de los restos del
ex presidente brasileño, fallecido en Argentina cuando estaba en la mira
de las dictaduras de Jorge Videla y las de sus colegas, Ernesto Geisel,
en Brasil, y Aparicio Méndez, en Uruguay, mancomunadas en la red
terrorista Cóndor.
El otrora inodoro e invisible rastro de las armas químicas que
habrían sido empleadas para eliminar a enemigos de los regímenes de
facto, ahora comienza a cobrar “alguna forma, todavía medio nebulosa,
pero que nosotros vamos a investigar a fondo”, declaró Nadine Borges,
integrante de la Comisión de la Verdad creada por la presidenta Dilma
Rousseff, que tiene entre sus prioridades esclarecer cómo murió y,
eventualmente, quién mató a Goulart.
La primera analogía entre el deceso del líder brasileño y el del
escritor chileno Neruda son los certificados de defunción de ambos,
viciados de ambigüedades y falsedades, uno emitido en Corrientes en
diciembre de 1976, el otro en Santiago de Chile, en septiembre de 1973.
Desde la semana pasada se agregó otro dato que endereza las pistas hacia
la CIA y uno de sus agentes, Michael Townley, que también era miembro
de los servicios chilenos. El norteamericano fue acusado como presunto
culpable de la intoxicación de Neruda, nada menos que por el chofer del
poeta, en declaraciones a la corresponsal en Santiago de la agencia
italiana ANSA. El conductor Manuel Araya, hombre que gozaba de la
confianza del escritor, estuvo con él hasta horas antes de fallecer en
la exclusiva Clínica Santa María, el 23 de septiembre de 1973, doce días
después del derrocamiento de Salvador Allende.
La denuncia de Araya y la acción impulsada por el Partido Comunista
de Chile fueron llevadas en serio por la Justicia, que ordenó exhumar el
cuerpo del poeta el 8 de abril pasado, tarea confiada a peritos
especializados y monitoreada por expertos de la Cruz Roja Internacional.
“Estoy tomando conocimiento a través suyo de esta denuncia contra el
agente norteamericano Michael Townley, esto tiene importancia para
nosotros. Entiendo que puede ser útil para nuestra investigación sobre
la muerte del presidente Goulart antes de que se comience a hacer la
exhumación, esto nos da más elementos para reconstruir lo que realmente
ocurrió en 1976”, comentó la brasileña Nadine Borges, durante la
conversación con Página/12.
“Townley estuvo comprometido en casos muy conocidos del Cóndor, si
esta denuncia se confirmara, está claro que no podemos apresurarnos a
dar nada por cierto todavía, sería otro dato. Porque nos demostraría que
el Cóndor realmente utilizó el veneno como arma, y nos aportaría otro
elemento para esclarecer qué pasó con Goulart”, abundó Borges, que
asesora ad honorem a la coordinadora de la Comisión de la Verdad, Rosa
Cardoso.
Si las sospechas contra Townley, cuadro importante de la DINA
chilena, se confirmaran, por lo menos podrá reconstruirse uno de los
capítulos más revulsivos, el de eliminación bioquímica de opositores en
Chile y, presumiblemente, varios países de la región.
Townley, hoy residente en Estados Unidos con identidad falsa,
beneficiado por la ley que protege delatores, fue un paradigma del
Cóndor: un carnicero serial al servicio de la guerra sin fronteras
contra el comunismo real y el imaginado por los generales sudamericanos.
Fue Townley quien asesinó en 1975, en Washington, al ex canciller
chileno Orlando Letelier, en 1975 participó del atentado que hirió
gravemente al ex vicepresidente chileno Bernardo Leighton en Roma y
pocos meses antes, en 1974, ejecutó en Buenos Aires al general
democrático Carlos Prats, exiliados tras la irrupción de Pinochet.
A ese record terrorista se sumaría el hasta ahora no probado crimen
contra Pablo Neruda, seguido con interés particular en Brasil, donde la
semana pasada la Comisión de la Verdad recibió a los especialistas de la
Cruz Roja que observaron el desentierro de los restos del poeta en
Santiago. Especialistas argentinos y uruguayos también fueron
consultados hace una semana por integrantes de la Comisión y
representantes del gobierno brasileño, en el estado de Rio Grande do
Sul, donde yacen los restos de Goulart desde el 7 de diciembre de 1976,
cuando el dictador Ernesto Geisel ordenó que no fueran sometidos a
autopsia.
“En estas averiguaciones hay que moverse con sumo cuidado para no
dar pasos en falso”, recomienda Borges durante la entrevista con este
diario en la que, luego de hacer esa advertencia, señaló que si bien
“muchas pruebas fueron borradas por el tiempo, noso-tros consideramos
que lo correcto es no quedarse con dudas e investigar, por eso creemos
que hay que avanzar tanto como se pueda con los estudios de lo que pasó
con Neruda y Goulart, y buscar si hay algunos paralelos que me parece
que pueden existir”, observa. Para llegar a la verdad sobre el pasado,
señala Borges, se debe trabajar tanto con las herramientas técnicas que
aportan los especialistas forenses como con la reconstrucción histórica
de los hechos.
Sostiene Borges que tal vez no haya un vínculo factual entre las dos
muertes (Goulart y Neruda), pero eso no quita que de los restos del
escritor surjan indicios que ayuden a entender otro magnicidio químico:
el del ex presidente chileno Eduardo Frei Montalva, también ocurrido en
la fatídica clínica Santa María. Son casi incontestables las evidencias
de que Frei Montalva fue intoxicado a comienzos de 1982 por agentes
pinochetistas, empleando un modus operandi similar al que habría
terminado con la vida de Neruda.
Aquí emerge otro paralelo entre el terrorismo de Estado chileno y el
brasileño, que no es químico, sino político. Al asesinar a Frei
Montalva, Pinochet se quito del camino a un político moderado capaz de
aglutinar simpatías progresistas y conservadoras comprometidas con la
transición democrática. Una matriz política similar habría sido la que
guió a los militares brasileños frente a Goulart, cuyo asesinato no está
probado. Joao “Jango” Goulart era un dirigente nacionalista de
centroizquierda, componedor, con interlocutores en todo el arco político
brasileño, que había cultivado amistades en el peronismo argentino y la
izquierda uruguaya, alguien, en suma, con los atributos para comandar
la disputa por la reapertura democrática, un personaje incómodo para el
dictador Geisel.
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