Crónica de Jorge Ricardo Masetti
sobre Camilo Cienfuegos.
Publicado en el periódico argentino Crítica,
el 15 de noviembre de 1959.
sobre Camilo Cienfuegos.
Publicado en el periódico argentino Crítica,
el 15 de noviembre de 1959.
Alguien que se llame Camilo Cienfuegos, ¿puede ser otra cosa que
guerrillero? Cuando escuché el nombre por primera vez creí que se
trataba de un seudónimo, pero cuando lo conocí personalmente en el
campamento de Fidel Castro, cerca de Jibacoa, comprendí que ese joven
barbudo, de melena casi roja, flaco y somñoliento, con la canana cargada
de balas colgando de donde debía estar la cintura y un enorme sombrero
de fieltro, tenía que tener un nombre así, era el físico del guerrillero
de leyenda y por lo tanto debía llamarse, si no Cienfuegos, Mil Rayos o
Tormenta…
Empleado de comercio
Cuando lo observaba, sentado en el suelo sucio, chupándose la barba
como si hubiese estado embebida en miel de caña, proyectando con Castro
las operaciones de sabotaje que iba a realizar días después en pleno
llano, controlado por las tropas de Batista, trataba de ubicar su cara
delgada y quemada por el sol, detrás del mostrador de la sastrería de
ropa fina para hombres, de la calle Reina, donde había sido dependiente
hasta que se unió a Fidel.
El menor de tres hermanos –nació en 1933-, había seguido con
apasionado interés la actuación de su hermano Osmani en la Universidad
de La Habana, contra la dictadura batistiana. Pero recién cuando se
produjo el asalto al cuartel de Moncada, el 26 de julio de 1953, se
plegó decididamente al movimiento insurreccional. Por supuesto que no
transcurrió mucho tiempo sin que cumpliese el camino corto y violento de
la juventud cubana de esa época: cárcel, palos y exilio.
En Nueva York, donde conoció a Fidel Castro, trabajó de lavaplatos a veces, y de buscador de empleos casi siempre.
De los Estados Unidos viajó a México, junto con el grupo que iba a
entrenarse para la “invasión a Cuba”, y ahí se hizo amigo de los que más
tarde serían sus compañeros en las páginas de la historia de Cuba: Raúl
Castro, el “Che” Guevara, Ramirito Valdés, Juan Almeida, etcétera.
Entre el aprendizaje de las armas, las discusiones ideológicas sobre
“lo que debía ser la revolución” y los eternos chistes de campamento,
Camilo recitaba a Lorca, cantaba canciones cubanas y se enamoraba todos
los días, pese a la vigilancia estricta de ese jefe apasionado y austero
que sólo pensaba en “la invasión” y al cual admiraba: Fidel.
Uno de los 12
Por fin llegó el desembarco –glorioso y trágico- y Camilo Cienfuegos
fue uno de los 12 que quedaron con Castro. Días durísimos en la montaña,
descubrimiento de una Cuba que el habanero desconocía, escondida en los
bohíos de guano, en los vientres hinchados de los niños hambrientos y
bajo la bota de los guardias prepotentes y ladrones del batistato.
Camilo comenzó a crecer al lado de sus compañeros y con ellos se fue
formando. Ya no hacía revolución sólo por los estudiantes apaleados de
La Habana. Comprendió que había que hacerla por muchas, por muchísimas
más llagas que había que curarle a la patria. En el combate de Uvero se
gana dos heridas y el grado de teniente.
Y en abril de 1958, ya “hecho” guerrillero y revolucionario,
desciende al llano a cumplir las más peligrosas operaciones de sabotaje
que se realizaron durante la guerra. Combatió durante meses todas las
noches –ocultándose de día- prácticamente entre las tropas batistianas.
Sus 90 hombres
Luego de la aplastada ofensiva que lanzó la dictadura, se produjo la
contraofensiva de los “barbudos”. Y Camilo, ya comandante, emprende
junto al “Che” Guevara, la marcha hacia la provincia de Las Villas, en
donde habría de producirse la estrepitosa caída del régimen bien gordo y
armado, pero carente de algo que ni sospechaban era necesario para
pelear: moral. El “Che” penetra en Las Villas con su famosa columna 8
“Ciro Redondo” por la parte sur y Camilo, con los 90 hombres de su
columna “Antonio Maceo” se cuela por el norte. Las dos columnas habían
atravesado 500 kilómetros a pie, hostigadas por la aviación y por el
hambre, sin calzado y casi sin ropa.
Pero la batalla de Yaguajay y por último la de Santa Clara, fortalecen a los rebeldes y los hacen triunfadores.
Durante toda esa larga campaña el “Che” y Camilo se comunicaban por
radio, inventando avances y derrotas que desconcertaban a “escuchas” del
ejército batistiano. Y Cienfuegos se divertía, dándose casi siempre por
“derrotado” ante las tropas de Batista en inexistentes combates que
enloquecían al estado mayor del gobierno. El derrumbe vertiginoso del
régimen crea un clima de desconcierto saturado de olor a maquinaciones
políticas y a “palabras de honor” que decide a Fidel Castro a marchar
sobre La Habana. La misión fue encomendada al antiguo ayudante del
sastre de la calle Reina, que toma el campamento militar de Columbia a
los 25 años, investido del cargo de gobernador de todas las fuerzas de
la provincia.
Luego, los revolucionarios en el gobierno comienzan la ciclópea tarea
de organizar el país. Camilo ocupa el cargo de jefe del estado mayor y
luego el de jefe del ejército.
Pero como en todo gobierno revolucionario, tiene que cumplir además
mil trabajos que no tienen nada que ver con su cargo. Pronuncia
discursos, recorre constantemente el país atendiendo a las obras
revolucionarias y planea junto con sus compañeros la defensa de la isla.
La divertida “invasión trujillista” le da una nueva ocasión de
desahogar su buen humor, comunicándose todos los días por radio con
Santo Domingo y dando personalmente instrucciones a los “invasores”
sobre el lugar en donde deben aterrizar. Allí los esperó junto a Fidel
Castro.
En tanto su popularidad se fue acrecentando hasta colocarlo al lado
de los hombres más queridos del pueblo cubano: Fidel Castro, Raúl, el
“Che”.
Luego del ataque aéreo a La Habana, todos ellos hablan ante un millón
de cubanos. En esa ocasión, 48 horas antes de su desaparición, afirmó
Camilo: “De rodillas nos pondremos una vez, y una vez inclinaremos
nuestras frentes…y será el día que lleguemos a la tierra cubana que
guarda veinte mil cubanos para decirles: “¡Hermanos, la revolución está
hecha, vuestra sangre no cayó en vano!”.
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