miércoles, 26 de febrero de 2014

La Guerra Secreta. Proyecto Cuba


Tomado de Caliban. Revista Cubana de Pensamiento e Historia.
Por Andrés Zaldívar Diéguez


Ocupando un lugar importante en la obra publicada de Fabián Escalante Font —aparecida en conjunto bajo el rubro de La guerra secreta, de la que ya han visto la luz 11 títulos— los aspectos referidos a las acciones del gobierno de Estados Unidos contra la Revolución cubana con posterioridad a la invasión por Playa Girón, al calor de la denominada Operación Mangosta, han sido objeto de particular atención. Esta nueva entrega de La guerra secreta. Proyecto Cuba (Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 2008) así lo confirma.

Cronista y actor histórico participante en los hechos que narra, en las primeras páginas del libro que comentamos se explicita su tránsito por los órganos de la Seguridad cubanos, hasta ocupar la jefatura de los mismos y, posteriormente, de la Dirección Política Central del MININT, lo que de forma indudable le confiere una autoridad particular sobre los temas que aborda y nos recuerda —para el caso particular del enfrentamiento a la actividad subversiva del gobierno de Estados Unidos contra la Revolución— el reclamo realizado años atrás por el Segundo Secretario del PCC, y entonces ministro de las Fuerzas Armadas Revolucionarias, General de Ejército Raúl Castro, a los participantes en la lucha contra la dictadura batistiana, en el sentido de que quienes habían hecho aquella historia se involucrasen igualmente en escribirla. 

Tras un primer acercamiento al tema en los capítulos finales de CUBA: La guerra secreta de la CIA (Editorial Capitán San Luis, La Habana, 1993), su tratamiento en extenso fue publicado originalmente en 2002 como La guerra secreta. Operación Mangosta (oportunidad en que recibió el Premio de la Crítica). Esta nueva edición del 2008, —corregida y aumentada— mantiene su estructura inicial, compuesta por prólogo, introducción, 11 capítulos, epílogo, una cronología de hechos subversivos contra Cuba durante 1962, y bibliografía. 

El prólogo de Carlos Lechuga —cuya sensible pérdida acaeció pocas semanas atrás— con breves trazos incita a la lectura. Le asiste la razón al comparar el texto con “los filmes bélicos o en los de temas policíacos (…) con sus villanos y sus víctimas, sus acciones aventureras y sus elementos de misterio e incertidumbre”, con la salvedad de que “el libro no tiene componentes de ficción, aunque a veces lo parezca”. En 1962, año en que fundamentalmente se desarrollan las acciones descritas en la obra, Lechuga había sido testigo excepcional de que el gobierno norteamericano había apelado a todas armas, desde las operaciones subversivas hasta, según sus palabras, “las maniobras diplomáticas y políticas para aislar a Cuba y facilitar una agresión militar”.A él le cupo en suerte ser el último embajador de Cuba ante la OEA, en uno de los momentos culminantes de aquellas maniobras diplomáticas: la expulsión de Cuba de aquel organismo en enero de 1962, durante la Octava Reunión de Consulta de Cancilleres de países miembros, lo que sería entonces tomado como pretexto (aunque los defensores de la OEA traten de olvidar esta grosera manipulación de esa organización por Estados Unidos en la actividad anticubana) por el gobierno norteamericano —según se explica en la medida No. 11 de la Operación Mangosta— para el establecimiento del bloqueo económico de Cuba. 

Haber formado parte de las delegaciones de Cuba a las reuniones tripartitas iniciadas en La Habana en 1992 y continuadas luego en Moscú y en Aruba, con la participación de académicos y actores históricos norteamericanos, soviéticos y cubanos, en que se profundizó en “las causas, repercusiones y lecciones de la Crisis del Caribe de 1962” confiere a Escalante autoridad adicional para, desde la Introducción, puntualizar una idea que será leiv motiv de toda la obra que comentamos: la Crisis de Octubre (como es conocida en Cuba)
se precipitó al descubrirse por los Estados Unidos la presencia en Cuba de misiles intercontinentales soviéticos”, pero en la generalidad de los análisis se “obvian, o lo que es peor, escamotean, los antecedentes de la guerra no declarada por los Estados Unidos contra Cuba, que ese año, según documentos oficiales norteamericanos, desclasificados en años recientes, preveía derrocar militarmente a su gobierno” (El subrayado es nuestro).
A “Demostrar las dimensiones de esa guerra” dedica Escalante Font los once capítulos de la obra, puntualizando sus antecedentes y rindiendo culto a los combatientes de los incipientes órganos de la seguridad que “al mando de los legendarios comandantes guerrilleros Ramiro Valdés, Manuel Piñeiro y Abelardo Colomé” enfrentaron y vencieron aquellas agresiones. 

Al abordar la gestación de la Operación Mangosta como intento de revancha por parte de la administración Kennedy, en respuesta a la derrota sufrida en ocasión de la invasión por Playa Girón en abril de 1961, Escalante puntualiza que a través de esta el gobierno norteamericano “jerarquizaba el «caso cubano» por primera vez en la historia de nuestras relaciones a prioridad nacional en materia de política de seguridad” así como que no se trataba de una operación más de las que ocupaban la agenda de la CIA, sino que “Fue una acción de toda la administración” y, citando documentos oficiales norteamericanos, puntualiza la idea central de que “el éxito final, requerirá de una intervención militar decisiva de los Estados Unidos” aunque reiterando que todo ello se había planificado “en momentos en que aún nadie había pensado o conversado sobre la posibilidad de dislocar misiles soviéticos en Cuba”
 
La mayor parte de la obra profundiza en las diferentes acciones norteamericanas encaminadas a estimular “una sublevación «desde dentro»” (pp. 37), que posibilitara aquella intervención militar externa, en una sucesión de hechos que, como vimos antes, evocó en Carlos Lechuga escenas de filmes bélicos o de temas policíacos, además de elementos de misterio e incertidumbre. Y precisamente una de las virtudes a destacar es que, sin dejar de puntualizar la esencia criminal de las acciones anticubanas realizadas al calor de aquella operación, el autor lo logra con un lenguaje sencillo y ameno, matizado a veces con anécdotas que humanizan el relato y nos hablan del principio de ofensiva propio en la labor de los héroes epónimos de aquella lucha. Refiriéndose al proyecto “Cuba en llamas”, con el que la CIA pretendía revitalizar las acciones terroristas al interior del país inmediatamente después del fracaso en Girón, Escalante nos dice (pp. 22):
Pujals Mederos, el cabecilla, había sido capturado casi desde el principio por un jovencísimo oficial, Alberto Santana, que investigando a una persona no relacionada con el caso, efectuaba unas indagaciones en un edificio de apartamentos capitalino, y se percató del nerviosismo de una señora que había atendido a unas preguntas que le realizara como “inspector de salud pública”. Preocupado por aquella actitud, se subió a un tejado colindante y observó, a través de una ventana del apartamento en cuestión, a un sujeto que tenía una pistola al cinto. Rápidamente, regresó de nuevo, tocó la puerta y al abrir la señora penetró abruptamente y detuvo al sujeto, que resultó ser este importantísimo agente enemigo. Ya con la punta del ovillo, la madeja comenzó a desenredarse.
Refiriéndose a la derrota propinada a los intentos de la CIA de unificar a la contrarrevolución interna en el primer semestre de 1962, a través de su agente Manuel Guillot Castellanos, y a una reunión sostenida por este en Varadero con ese fin, calificando al hecho como una “ironía del destino” nos dice:
La reunión de Varadero estuvo todo el tiempo controlada por las fuerzas de Seguridad. Por cierto, una anécdota interesante la constituye el hecho de que en ese momento aún no se tenía identificado a Guillot, razón por la que no se actuó contra los reunidos. Los oficiales de la Seguridad que habían acudido también a ello, a su regreso a La Habana, se encontraron con un auto en la carretera que les solicitaba ayuda, la cual brindaron, no sin antes, sacar “por si acaso” una foto secreta del grupo. Más tarde en La Habana, al revelar el rollo fotográfico, otro compañero que no había participado del operativo identificó a Guillot en la foto. Ironías del destino. Varios días más tarde, dos oficiales que merendaban en la cafetería del Ten Cent de La Copa, en Miramar, se encontraron a Guillot en iguales menesteres y allí sí fue capturado.
Los aspectos de la guerra psicológica contra Cuba, iniciados a través de la propaganda radial y otros mecanismos desestabilizadores al calor de la operación concluida en Playa Girón, se analizan en su continuidad durante 1962, en el capítulo VI, destacando en particular la Operación Peter Pan a través de la que alrededor de 15 mil niños fueron sacados del país sin la custodia de sus padres —uno de los pasos más macabros para desunir a la familia cubana, responsabilidad plena del gobierno de Estados Unidos y las instituciones que con él colaboraron con tal fin—; así como la labor de la Agencia de Información de Estados Unidos, que ya desde entonces acariciaba la intención de emitir programaciones televisivas subversivas contra Cuba —materializadas años después a través de la mal llamada TV Martí—, lo que no deja de ser aprovechado por el autor para dar una connotación de actualidad a su reseña de la actividad subversiva de aquellos años. De esta forma enuncia:
Hoy para la Revolución, inmersa en plena batalla de ideas contra la guerra ideológica, el bloqueo informativo y las agresiones de todo tipo ideadas por los Estados Unidos contra Cuba, las lecciones emanadas de la Crisis de Octubre están cada día más presentes: en los combates ideológicos de estos tiempos contra la ley asesina de Ajuste Cubano; en la batalla que se libró por la devolución del niño Elián González; en la que se lleva a cabo por la liberación de los cinco patriotas prisioneros del Imperio, y en la denuncia constante de los asesinatos que se cometen en las aguas del Golfo de México contra personas inocentes, engañadas por las loas del American Way of Life.
Otro aspecto del cual Escalante extrae una interesante evaluación para el presente lo aborda en su capítulo VIII, dedicado a la valoración de la base operativa de la CIA en Miami, denominada en clave JM/WAVE, que aunque existía desde antaño fue a partir de las acciones anticubanas de la Operación Mangosta de 1962 que se convirtió en la más grande estación subversiva contra país alguno jamás existente. La actuación durante años de JM/WAVE es descrita prolijamente:
Aproximadamente 400 organizaciones de exiliados estaban diseminadas en los Estados Unidos y otros países, cada cual con nombre y tarjeta de presentación, muchas de estas encargadas de tareas específicas dadas por los jefes locales de la CIA que respondían a la JM/WAVE, de la que recibían una “ayuda” económica y de inteligencia, para dirigir sus esfuerzos en la dirección deseada. En total, fueron creadas 55 corporaciones y compañías de “tapaderas” o cubiertas para actuar: agencias de viajes, talleres para reparaciones de embarcaciones, corredores de bienes raíces, almacenes, armerías, estaciones de radio y todo lo que se pueda imaginar, con el fin de asegurar logística y operativamente tamaña empresa.
Un presupuesto fue establecido para estas corporaciones y compañías que no tenían que rendir cuenta a nadie y en las que muchos de sus operativos top secret resultaron ser negocios lucrativos como nadie había sido capaz de imaginar ¿Cómo controlar que ese dinero fuera utilizado para los fines aprobados? ¿Quién controlaba los viajes marítimos y aéreos en el Caribe o a Centro y Sudamérica, que bajo la cubierta de operaciones subversivas eran realizados sin control alguno? ¿A dónde iban a parar las ganancias legales de determinada empresa que servía de “tapadera”? ¿Quiénes eran los suministradores de las armas, los pertrechos militares y otras necesidades operativas? ¿Quién se encargaba de controlar que, por terceras manos, los propios participantes no aprovecharan los negocios que realizaban?
Para culminar con un comentario lapidario, de suma importancia para la evaluación de una de las fuentes principales de acumulación originaria del capital y del poderío de la extrema derecha de origen cubano radicada en el sur de la Florida:
Fue así que creció ese engendro que ha sido denominado “el mecanismo cubanoamericano de la CIA y la Mafia”, que tuvo como antecedente a Bahía de Cochinos y se engendró al compás de Mangosta.
Otro tanto acaece con el análisis que realiza el autor acerca de la denominada Operación 40,
ideado inicialmente como aparato de contrainteligencia para prevenir las infiltraciones cubanas y preservar el proyecto de Bahía de Cochinos”, que “fue derivando en un aparato represivo y mafioso que cobró vida propia y devino instrumento de la nueva clase política surgida a consecuencia de los negocios y la guerra contra Cuba” .
En un sugerente análisis, que por su importancia para comprender las acciones subversivas de los años 80 y 90 hasta la actualidad incita a una profundización mayor, expresa:
En 1973 la Operación 40 se desactivó “oficialmente” y un años más tarde moría Joaquín Sanjenís, en condiciones misteriosas, aún no esclarecidas Por esas fechas también desaparecieron varios de sus miembros connotados, entre ellos Rolando Masferrer y el ex presidente Carlos Prío, ambos asesinados misteriosamente. Es también en la década de los años setenta cuando la opinión pública norteamericana se estremece con las investigaciones realizadas por su Congreso y encabezadas por el senador Frank Church acerca de los planes de la CIA para asesinar a líderes extranjeros por el solo hecho de disentir con la política norteamericana. Nombres como Frank Sturgis (o Frank Fiorini), Rolando González, Howard Hunt, Patrick Gerry Hemmings, y otros, salen a la luz pública vinculados a penetraciones ilegales de establecimientos públicos o proyectos de asesinatos políticos. Fue en esos años cuando el negocio de contrabando de cocaína procedente de Sudamérica adquirió proporciones astronómicas y fueron fundadas nuevas alianzas entre los carteles principales de la droga. Pareciera entonces que la Operación 40 había cumplido su cometido y debía desaparecer junto con sus líderes principales, reencarnando, por un acto de magia del mecanismo cubanoamericano de la CIA y la Mafia, en otro ser, la Fundación Nacional Cubano-Americana (FNCA), que recogió en su regazo a todos sus mercenarios, los protegió e incluso, como en el caso del terrorista Jorge Más Canosa, devino su dirigente principal (el subrayado es del autor de este comentario).
Uno de los aspectos más deleznables de la Operación Mangosta, los planes e intentos de asesinato del jefe de la Revolución cubana, Fidel Castro, son desarrollados en el capítulo IX, en que se enfatiza que:
Estos comenzaron desde los primeros días del triunfo revolucionario y en enero de 1961 alcanzaron su nivel máximo de institucionalización con la creación dentro de la CIA de la Operación ZR/Rifle, cuya misión única y exclusiva era «crear capacidades ejecutivas para la eliminación de líderes políticos extranjeros hostiles a los Estados Unidos»
aunque puntualizando que fue al calor de aquella operación que se realizaron las acciones más agudas, ampliando —en una narración con respecto a la cuál ya Carlos Lechuga nos había anunciado que recordaba determinados géneros cinematográficos— con respecto a la participación de la Mafia y contrarrevolucionarios en el país para lograr la desaparición de Fidel Castro a través del “caso de las pastillas envenenadas” a través de dobles atentados, a través de los cuales de asesinaría a algún dirigente revolucionario para luego atentar contra el Jefe de la Revolución en las exequias de aquel; o a través de otros medios con respecto a los cuales tanto la CIA como la Mafia resultaban expertas. Este capítulo es aprovechado por Escalante para rendir tributo al grupo de combatientes de la Seguridad que enfrentaron y vencieron por años esta modalidad subversiva, “encabezados por un internacionalista cubano, veterano de la guerra civil española: Mario Morales Mesa, el querido Miguel, maestro de una generación de oficiales de la Seguridad cubana”. Sobre este tema Escalante abunda en La guerra secreta. Acción Ejecutiva (Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 2003) y en su versión ampliada La guerra secreta. Operación ZR/Rifle (Editorial de Ciencia Sociales, La Habana, 2006), así como en La guerra secreta. Cronología del crimen 1959-2000, Editorial Imágenes, La Habana, 2005).

El capítulo final de esta obra, al hacer referencia a la nueva operación subversiva aprobada en junio de 1963 por la administración Kennedy en sustitución de Mangosta, también ofrece argumentos válidos para evaluaciones actuales de la continuadamente agresiva política norteamericana hacia Cuba. Al referirse a los fracasos obtenidos por Estados Unidos en el operativo concluido en Playa Girón y al calor de Mangosta, expresa el autor:
Ambos intentos habían fracasado, y fueron causas directas de la Crisis de los Misiles. Por tanto, era necesario diseñar una variante que, buscando los mismos fines de destruir a la Revolución, transitara por caminos diferentes, sacando a la CIA y sus aliados de la Mafia del monopolio de la política cubana, y ése fue uno de los objetivos que se propuso el programa presidencial en los inicios de 1963.
Nada de hacer las paces con los insubordinados “isleños”; había que buscar una vía que, bordeando la confrontación militar, posibilitara a mediano plazo desaparecer la Revolución desde adentro. Nacía así la denominada estrategia de “corrosión progresiva”, conocida también como “destrucción desde dentro”, donde la erosión de los valores ideológicos, políticos, éticos y morales iba a ser privilegiada con fines subversivos, dentro de un nuevo tipo de guerra (el subrayado es nuestro).
Quien redacta estas líneas abriga la esperanza de haber estimulado a la lectura de esta obra, en particular a los más jóvenes del patio y a quienes, allende nuestras fronteras, deseen un acercamiento objetivo a las realidades de la política norteamericana hacia Cuba, continuados de manera similar durante el último medio siglo. Ampliando lo anterior, sería conveniente expresar una idea: >lo que para los cubanos es una verdad que no es necesario demostrar, porque fue vivida por todos, no ocurre exactamente igual para los interesados en el tema de otros países. 

En sintonía con las alusiones a la cinematografía realizadas por Carlos Lechuga al prologar la obra que comentamos, podemos también nosotros concluir citando el filme 13 días, del destacado actor y director norteamericano Kevin Costner, relacionado con la Crisis de Octubre (Crisis de los Misiles; Crisis del Caribe) y seguramente visto por millones de espectadores en todo el mundo. Según pudo escuchar quien esto escribe de uno de los más conocidos críticos cinematográficos del país, Rolando Pérez Betancourt —refiriéndose a 13 días— además de los elogiosos comentarios acerca de su factura, una referencia acerca de sus insuficiencias: adolecía del mismo mal que la mayor parte de la producción teórica foránea sobre aquella crisis: obvia >por completo el agresivo telón de fondo anticubano llevado a vías de hecho por el gobierno norteamericano a través de la Operación Mangosta, que debía concluir con la intervención militar norteamericana en el país. En 13 Días, Cuba es solo el escenario tropical en que hubo un enfrentamiento entre las dos superpotencias. Recomiendo encarecidamente a los amantes del cine de todo el mundo —en particular de la vasta filmografía de Kevin Costner—, lectores de Calíban, que complementen 13 Días con la lectura del libro La guerra secreta. Proyecto Cuba, de Fabián Escalante Font.

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