lunes, 12 de mayo de 2014

Despertar la fe de los pueblos

Tomado de Granma
Por Luis Báez

El 8 de mayo de 1959, el entonces Primer Ministro, Fidel Castro Ruz, retornaba a la Patria luego de una extensa gira por los Estados Unidos, Canadá, Brasil, Argentina y Uruguay. Uno de los periodistas que lo acompañaron, narra para los lectores de Granma las vivencias de aquel histórico periplo. 

Abril de 1959. Durante su estancia en Nueva York, Fidel recibe una invitación del presidente argentino Arturo Frondizi para participar en Buenos Aires, en la Conferencia de los 21, iniciativa del mandatario brasileño Juscelino Kubistchek, en la que se abordarán los problemas económicos de la región.

Cuando viajábamos rumbo a Trinidad, donde haríamos escala para continuar a América del Sur, al sobrevolar La Habana algunos de los periodistas que lo acompañábamos improvisamos una conferencia de prensa.

La conversación realizada en la cabina de la nave se transmite en directo para el pueblo cubano por las ondas de Radio Rebelde. Una entrevista a 19 500 pies de altura. Eddy Martín actúa de moderador.

La primera pregunta se la hace este enviado especial, y está relacionada con el mitin efectuado unos días atrás en el Parque Central de Nueva York. En su respuesta, Fidel afirma:

Tiene su valor simbólico, su valor moral y su valor emocional, y entiendo que pasará como un gran evento en la historia de la política de nuestro país y también entre los grandes triunfos de Cuba y de nuestra Revolución, porque allí se reunió una masa enorme de ciudadanos cubanos, latinoamericanos y norteamericanos que atestiguan la admiración y la simpatía que se ha sabido ganar en el mundo nuestra causa.

Al preguntársele sobre la Conferencia Económica de los 21 en Argentina, donde hablará el 2 de mayo de 1959, expresa:

Vamos a Buenos Aires a mantener los puntos de vista de la Revolución Cubana sobre los problemas económicos de América, y esperamos encontrar la coincidencia de los demás pueblos hermanos de América Latina y de los demás pueblos del continente americano por cuanto entendemos que es hora ya de buscar verdaderas soluciones a lo que constituye la fuente de las grandes preocupaciones, los grandes trastornos sociales, económicos y políticos de América, que son el subdesarrollo y la crisis crónica que en el orden económico están viviendo los pueblos latinoamericanos.

A las 11:07 de la noche del miércoles 29 de abril, Fidel llega a Puerto España, Trinidad, y es recibido por el Primer Ministro Erick Williams.

El jueves 30 se emprende vuelo hacia Sudamérica. El turbohélice de Cubana se posa en el campo de aterrizaje de Sao Paulo, donde realiza una escala de pocas horas.

Tan pronto como se conoce la noticia del arribo de Fidel, la multitud comienza a congregarse frente al hotel Excélsior. El viajero enfrenta otra vez las cámaras y la prensa.

—América Latina debe mejorar su mercado interno a fin de realizar mayor progreso económico...

Más adelante:

—Las dificultades económicas de mi país son las mismas que las de los demás países latinoamericanos. Nuestras aspiraciones son las mismas en toda América Latina.

El viajero marcha bajo el signo de la prisa. No es posible preparar un programa formal pues el presidente Juscelino Kubistchek lo espera en Brasilia.

La futura capital a 1 200 pies sobre el nivel del mar se levanta en medio de un lujuriante panorama de selva. La naturaleza retrocedía vencida por la acción creadora del hombre. La genialidad del arquitecto Oscar Niemeyer se puede apreciar en las obras terminadas. Muestra de ello es el Palacio de la Alborada, sede presidencial, donde se celebra el encuentro entre el mandatario cubano y el brasileño. Fabuloso edificio, hecho de vidrios coloreados y de mármol blanco, proyectado en armonía con las largas líneas del horizonte montañoso.

La entrevista con el Presidente de la gran nación del sur transita entre tazas de aromático café. La expresión satisfecha con la que luego respondieron a los periodistas sirve de índice para medir el balance de la charla.

—Da gusto hablar con un hombre que puede realizar un sueño, dijo Fidel, porque entre otras cosas, tiene el respaldo del pueblo.

Kubistchek, apoyando su mano en el brazo del Primer Ministro, manifiesta:

—Fidel es un gran héroe de Cuba. (…) Siento que la noble nación cubana toma nuevos caminos de paz, fe y prosperidad.

La noticia de la proximidad de Fidel acrecía la expectación en Buenos Aires. El propio Comité de los 21 pasaba a un plano secundario, como si el evento entrara en un compás de espera, pendiente del pronunciamiento destinado a insuflarle dimensión y contenido.

Detrás de los bastidores, en laboriosos conciliábulos diplomáticos se allegaron fórmulas para designar al Presidente de la reunión. Por su jerarquía, el cargo correspondía al Primer Ministro de Cuba. De otro lado, conforme a inocuos formulismos, apunta el nombre del delegado de Nicaragua. Finalmente se acuerda en escoger al canciller argentino Carlos A. Florit.

En realidad, a Fidel no le interesa ni le apetece el tedioso papel de director de debates. Le mueve un afán más alto, y su mismo rango humano no necesita otro escaño que la silla de la delegación isleña. Por su voz va a hablar la esperanza de América. Un héroe de nuestro tiempo.

Desde que se anunció el viaje, la embajada cubana en Buenos Aires se vio asediada por centenares de llamadas. Instituciones porteñas de todo tipo, representativas de las clases sociales, quieren ofrecer tribuna al legendario guerrillero.

Argentina vive una hora difícil, bajo el agobio de problemas sociales y políticos. Se desarrolla una marejada de huelgas y se ha decretado el estado de sitio.

En semejante clima de agitación colectiva, la presencia de Fidel representa un impacto emocional de alcance imponderable. Las esferas oficiales no disimulan su preocupación. El nerviosismo aumenta cuando se proyecta un documental que refleja los recibimientos y actos multitudinarios de Washington y Nueva York.

La acogida, a la 1:37 de la madrugada del viernes 1ro. de mayo, sirve de termómetro para calibrar los sentimientos populares. A pesar de la hora y del intenso frío, una inmensa multitud, rompiendo los cordones policiales, se hace presente en el aeródromo de Ezeiza a unos 40 kilómetros de la capital.

En los alrededores del hotel Alvear Palace, alojamiento del visitante, se repiten las escenas de los Estados Unidos. En el silencio y la quietud de un 1ro. de mayo sin manifestaciones públicas ni desfiles obreros, la zona aledaña pone una nota de excepcional animación.

El viernes Día de los Trabajadores, receso para el proletariado mundial, es de intenso esfuerzo para el Primer Ministro. No sale a la calle, sino que permanece en sus habitaciones, leyendo y estudiando los discursos pronunciados hasta ese momento en la Conferencia de los 21. Junto a él, Regino Boti y otros miembros de la delegación. En el transcurso de la jornada recibe al canciller Florit.

Temprano en la mañana del sábado, Fidel abandona el hotel para dirigirse al moderno edificio de la Secretaría de Comercio, sede de la reunión. Tras un breve recorrido por la ciudad penetra en el salón de conferencias. Antes de que le toque su turno, intervienen otros oradores.

El ministro de Relaciones Exteriores de Venezuela, Ignacio Luis Arcaya, al mencionar la presencia de Fidel en el recinto, afirma:

—Tenemos aquí al hombre que representa el símbolo de lucha por la libertad de América.

Toma la palabra el canciller Florit:

—En mi carácter de presidente de esta reunión tengo el alto honor de expresar el sentir unánime de los delegados al recibir entre nosotros al señor delegado de Cuba, doctor Fidel Castro —hace una pausa y añade—. Creo que no exagero al decir que Castro constituye hoy en América una figura de brillante relieve por su esforzado trabajo a favor de la libertad humana, y que toda América está pendiente de la realización de esta gran obra que él está enfrentando arduamente en Cuba. ¡Tiene la palabra el doctor Castro!

El Héroe de la Sierra se pone de pie con las manos en la espalda. Empieza a hablar pausadamente, espacia las frases, apenas sin levantar el volumen de la voz.


Soy aquí un hombre nuevo en este tipo de reuniones; somos además, en nuestra Patria, un gobierno nuevo y, tal vez por eso, sea también que traigamos más frescas las ideas y la creencia del pueblo, puesto que sentimos como pueblo, hablamos aquí como pueblo y como un pueblo que vive un momento excepcional de su historia, como un pueblo que está lleno de fe en sus propios destinos (…) Vengo a hablar aquí con la fe y la franqueza de ese pueblo.

Emergía como portavoz de la sinceridad. El orador examina el panorama negativo de las conferencias interamericanas, con sus vacuos torneos oratorios, con el análisis teórico de los problemas, sin que, en ningún caso, se levantara una firme solución. “Los pueblos apenas si se preocupan por las cuestiones que se discuten en las conferencias internacionales. Los pueblos apenas si creen en las soluciones a que se llega en las conferencias internacionales. Sencillamente, no tienen fe (…)”.

Hubo movimientos de asentimiento. Nadie había dicho antes, en el propio escenario de una conferencia, aquellas verdades tan evidentes y concretas.

No tienen fe porque no ven realidades; y no tienen fe porque las realidades muchas veces están en contradicción con los principios que se adoptan y proclaman en las conferencias internacionales... No tienen fe porque hace muchos años que los pueblos nuestros están esperando soluciones verdaderas y no las encuentran (…).

Agitó repetidamente el brazo derecho, como si estuviera sembrando, a golpes de martillo, sus ideas. El estilo oratorio con el que se había ganado la voluntad de las multitudes parecía ejercer su irresistible influjo en la sensibilidad del auditorio. La palabra fe, repetida con intensidad, cobraba en su acento matices peculiares.

Se hace necesario despertar la fe de los pueblos, y la fe de las masas no se despierta con promesas; la fe de los pueblos no se despierta con teorías; la fe de los pueblos no se despierta con retórica. (…) La fe de los pueblos se despierta con realidades, la fe de los pueblos se despierta con hechos; la fe de los pueblos se despierta con soluciones verdaderas, y nosotros debemos tener muy en cuenta que el más terrible vicio que se puede apoderar de la conciencia de los hombres y de los pueblos es la falta de fe y la falta de confianza en sí mismos.

Fidel hablaba de la fe y de pueblos. Y al decir “pueblo” no se refiere a una persona jurídica ni expresaba un concepto abstracto, sino que otorgaba a la idea un contorno individual y físico, como una estampa vívida del hambre y la miseria: “(…) porque no es posible olvidar que esos pueblos existen, que son realidades de carne y hueso (…)”.

Exclama con pasión:

Al expresar aquí un sentimiento respecto a las fórmulas que se discuten y se barajan para resolver nuestros problemas, yo diría que lo primero, lo fundamental, no es solo la fórmula que se busca... Lo fundamental es la actitud de ánimo con que vamos a aplicar esa fórmula. Lo fundamental es la cuantía de la medicina que le vamos a aplicar a nuestros males.

Con firmeza:

Nosotros podemos llegar a conclusiones correctas, adecuadas, sobre la solución de nuestros problemas, y emprender esas soluciones desalentados, escépticos, o bien con la creencia errónea de que los males que conocemos en su cuantía, en su magnitud y en su alcance, los vamos a resolver con dosis de remedios que están muy lejos de resolver verdaderamente el problema.


Elaborando los cimientos de su tesis: “Aquí se ha dicho que una de las causas del subdesarrollo es la inestabilidad política. Y quizás la primera verdad que debe sacarse en claro es que esa inestabilidad política no es la causa, sino la consecuencia del subdesarrollo”.
La ovación no le deja terminar la frase. Cada pensamiento expuesto encadena al siguiente. La improvisación no afecta la singular arquitectura del discurso. Ni una sola vez incurre en disquisiciones marginales ni abandona la idea cardinal.

Hay que salvar el continente para el ideal democrático, mas no para una democracia teórica, no para una democracia de hambre y de miseria, no para una democracia bajo el terror y bajo la opresión, sino para una democracia verdadera, con absoluto respeto a la dignidad del hombre, donde prevalezcan todas las libertades bajo un régimen de justicia social, porque los pueblos de América no quieren ni libertad sin pan, ni pan sin libertad.

Insiste en que las cuestiones políticas son inseparables de los conflictos económicos, como las dos caras de la misma moneda.

Antes de concluir su histórica intervención, plantea: “El desarrollo económico de América Latina necesita un financiamiento de 30 000 millones de dólares en un plazo de diez años”.

Como si hubiera recibido un corrientazo de 220 watts, el auditorio se pone de pie a la vez que una cerrada ovación apoya el pronunciamiento del líder cubano.

Quien no recibe con agrado la propuesta es Thomas Mann —nada tiene que ver con el novelista—, jefe de la delegación norteamericana, quien se apresura a declarar: “No contestaré a esa petición”.

Pero el subsecretario de Estado, Douglas Dillon, dice ante la Comisión de Relaciones Exteriores del Senado: “La cifra pedida por Castro es mucho más de lo que podemos aportar. Treinta mil millones son muchos millones”.

Inmediatamente, la iniciativa es calificada en Washington de ridícula y demagógica. Sin embargo, menos de dos años después, el presidente John F. Kennedy ofrecería 25 000 millones de dólares para el desarrollo de América Latina, de acuerdo con el programa de la Alianza para el Progreso. Fidel, entonces, riéndose, comentaría que se trataba de un intento de arrebatarle su iniciativa.


Fidel tenía una percepción extraordinaria sobre las necesidades y actitudes de Latinoamérica que ninguna Administración de los Estados Unidos podría o querría comprender en las siguientes décadas. Y el contraste entre su viaje triunfador y el recorrido del vicepresidente Nixon, entre pedradas y salivazos, a través de América del Sur un año antes, destacaba el estado de ánimo reinante en esa región del globo.

El matutino La Nación se refirió de la siguiente manera a Fidel: “Un héroe de nuestro tiempo. Si el rostro es el espejo del alma, el alma de Fidel Castro tiene la lealtad, la nobleza y la grandeza de los seres excepcionales”.

Antes de partir de Buenos Aires, Fidel concurre a Cabello 3 589 donde almuerza con su tío Gonzalo Castro, de 79 años, hermano de su padre Ángel, quien reside en Argentina desde 1913. También visita a los padres de Che Guevara; y más tarde sostiene una entrevista de 45 minutos en la residencia presidencial de Los Olivos con Arturo Frondizi.

De Argentina, Fidel se traslada a Uruguay que está viviendo momentos muy difíciles por el desbordamiento del Río Negro que ha producido numerosas víctimas y cuantiosos daños materiales en algunas ciudades del interior del país. De los balcones, en la terraza del aeropuerto de Carrasco de Montevideo, cuelga el cartel de bienvenida: “¡Fidel es nuestro!”. Hombres y mujeres alzan en brazos a sus hijos para que capten siquiera una visión fugaz del paso del líder revolucionario. Centenares de manos se extienden en su afán de estrechar la diestra de Fidel. Los cordones de protección ceden al suave requerimiento del pueblo: “Fidel es nuestro señor, déjeme tocarlo”.

Es un permanente desbordamiento de entusiasmo, sin vacíos de reposo. Hay algo de mayor hondura que la simple admiración por el héroe. La aguda sensibilidad de la patria de José Artigas se percata lúcidamente de la dimensión política de Fidel. Desde la misma terminal aérea, a través de las cadenas de radio, Fidel pronuncia las primeras palabras de saludo. La escena se repite más tarde en las extensas zonas arrastradas por las inundaciones. Habla con los damnificados. Su presencia contribuye a levantar los ánimos.

En Chamberlain, una de las ciudades afectadas por la crecida, el Primer Ministro elogia el esfuerzo de los comandos de emergencia del ejército que auxilian a las víctimas del desastre. Las tropas en formación, le rinden honores con los acordes del Himno Nacional del Uruguay. “Esta misión —comenta Fidel—, ayudar y servir al pueblo en su infortunio, es la más alta tarea que puede realizar un ejército de América”.

A su regreso a Montevideo, frente al hotel Victoria Plaza, la policía moviliza refuerzos para rescatar a Fidel de la marea popular. A pesar de que sopla un aire frío de otoño austral, gotas de sudor le mojan la frente.

Al atardecer se dirige a la Casa de Gobierno a cumplimentar la usual visita de cortesía al presidente del Consejo, Martín Etchegoyen.

La charla con el político uruguayo y sus ministros se efectúa en presencia de los periodistas, a la sombra de un gigantesco cuadro del prócer José Artigas. Se habla de la Conferencia de los 21, de la gesta cubana, de la catástrofe de Río Negro, de la generosa hospitalidad uruguaya.

La inevitable rueda de prensa abarca diversos temas. Sobre la conferencia económica celebrada en Buenos Aires, expresa: —El mercado común del continente representaría un gran paso hacia la futura unión política, en una confederación de los Estados latinoamericanos, como fue el sueño de nuestros fundadores.

En la noche, el apasionado interés de Montevideo se traslada hacia la explanada municipal para escuchar y ver al líder revolucionario.

El pueblo se derrama por las calles. Jamás la ciudad había presenciado una concentración semejante. El calor de la multitud compensa la fría temperatura. Ya frente el micrófono, entre otras cuestiones, Fidel destaca: Es que hemos implantado fronteras artificiales que han creado diferencias donde no existen. Hemos creado ficciones en medio de verdades que son evidentes. Hemos cerrado los ojos ante ellas y hemos vivido en medio del absurdo, sin que voces aisladas o voces unánimes de todos nuestros pueblos empezasen a comprender la verdad de nuestra debilidad, la verdad de nuestra impotencia, la verdad de nuestra infelicidad.
Precisa: “Es que siendo unos, enteros, hemos vivido separados, hemos vivido alejados, hemos vivido divididos. Hemos vivido al margen de lo que pudo habernos hecho grandes; de lo que pudo habernos protegido de la impotencia”.

Plantea con vehemencia: “Hemos vivido al margen de la orientación de nuestros libertadores, a los que hemos levantado estatuas, a los cuales hemos dedicado millares de ramos de flores, millones tal vez de discursos, pero a los que no hemos seguido en la esencia pura de su pensamiento”.

Redondea la idea: Parécenos que si se presentaran hoy ante nosotros, desde Simón Bolívar hasta José Martí, desde José de San Martín hasta Artigas, y con ellos todos los próceres de las libertades de América Latina nos reprocharían vernos como nos encontramos todavía y se preguntarían si esta es la América que ellos soñaron, grande y unida, y no el racimo de pueblos divididos y débiles que somos hoy.

Aborda las profundas razones que explicaban la extraordinaria concentración. Ni la curiosidad, ni el mérito, ni la gratitud política podían hacer el milagro de reunir a millares de uruguayos para escuchar la palabra de un gobernante de otra tierra.

¿Qué es lo que reúne a los pueblos si no es una aspiración, si no es una conciencia latinoamericana, si no es un decoro que late en el corazón de todos nosotros? ¿Qué quiere decir que a mí no se me mire como a un extranjero, palabra indigna para calificarnos los hermanos de América Latina?

Cada pregunta tiene un vigoroso acento afirmativo: ¿Qué quiere decir sino que hay una conciencia que despierta en todo el continente? ¿Qué quiere decir esto sino que la América va madurando para la gran tarea que debe realizar en el mundo, para cumplir también su rol en el mundo, para llevar adelante los sueños y aspiraciones a que tienen derecho todos los pueblos?

Con emoción advierte: Si la Revolución Cubana, por errores de los cubanos, por la traición de sus líderes, por falta de sentido de responsabilidad, lejos de conducirla al triunfo la llevan al fracaso, seremos responsables ante los ojos de América de haber dado muerte a una de sus más hermosas esperanzas.

Finaliza: Al igual que hoy nuestros corazones pueden abrazarse por encima de esas barreras que absurdamente se interponen entre ustedes y nosotros, porque ustedes son llamados uruguayos y nosotros somos llamados cubanos, tenemos pasaportes distintos, leyes distintas... Al igual que hoy nos abrazamos por encima de esas barreras, en un futuro más o menos lejano, si nosotros no lo vemos, nuestros hijos pueden abrazarse con los corazones, sin barreras de ninguna clase.

El martes 5 la comitiva viaja rumbo a Río de Janeiro. Antes de posarse en el aeropuerto de Galeao, desde la nave se puede observar la bahía en forma de media luna y los recios mogotes del Pan de Azúcar y el Corcovado. Le dan la bienvenida el ministro de Relaciones Exteriores, Francisco Negrao de Lima; el representante presidencial, general Nelson Melo; el embajador brasileño en Cuba, Vasco Leitao da Cunha, y el representante diplomático cubano en Brasil, Rafael García Bárcenas.

La primera actividad de Fidel es en la Associacao Brasilera de Imprensa, en una de las salas del complejo Heitor Beltrao. Responde a numerosas interrogantes de los periodistas cariocas. Durante su estancia en Río de Janeiro, Fidel sostiene diversas entrevistas. Habla nuevamente con el presidente Juscelino Kubitsheck y con el vicepresidente Joao Goulart.

En el transcurso de una entrevista por televisión, Fidel lee un artículo de Ernest Hemingway. El autor de El viejo y el mar, plantea: Creo en la causa del pueblo cubano. Algunos oficiales de Fulgencio Batista eran hombres buenos y honestos, pero muchos de ellos eran ladrones, sádicos y torturadores. Algunas veces torturaron a niños que los mataron. Sus cuerpos fueron encontrados mutilados. Las ejecuciones (de los esbirros batistianos) fueron necesarias. Si el gobierno no hubiera fusilado a esta gente, los hubieran asesinado por venganza. El resultado serían las vendettas personales por todos los campos y ciudades. (…) Confío ampliamente en la Revolución de Castro porque tiene el apoyo del pueblo cubano. Creo en su causa. Cuba ha sido buena para mí. Es un maravilloso lugar para vivir. Viví y trabajé allí (…).

Esa noche, Fidel asiste a una concentración pública convocada por la Unión Nacional de Estudiantes. El discurso de dos horas mantiene la tónica americana que preside su gira.

El jueves 7, el Primer Ministro inicia su viaje de retorno a la isla.

Hacemos noche en Puerto España, y de allí hacia la patria.

El espectáculo no es nuevo para la capital. Desde el triunfal 1ro. de enero, La Habana ha vivido horas similares. Alegría en las calles, emoción en los rostros, banderas en los balcones, columnas de mujeres y hombres respondiendo a una convocatoria de entusiasmo.

A las 3:15 de la tarde la torre de control registra la presencia del avión aproximándose a la capital. Aparatos de la Fuerza Aérea Revolucionaria escoltan a la nave cuando penetra en cielos cubanos.

Flanqueado por Raúl, Fidel baja las escalerillas del Britannia. La banda de música de la Policía Nacional entona las notas del Himno Nacional y, luego, las del 26 de Julio.

En medio de la multitud, Fidel monta en un jeep abierto. Junto a él se encuentran compartiendo la jubilosa demostración, Raúl, Camilo Cienfuegos, Che, Juan Almeida, Ramiro Valdés y Efigenio Ameijeiras.

Miles de capitalinos lo vitorean a su paso por la Avenida de Rancho Boyeros.

Frente al edificio de Bohemia, Fidel reclama un ejemplar de la última edición de la revista, puesta a la venta ese propio día. Inmediatamente se pone a hojearla.

La Plaza Cívica, hoy Plaza de la Revolución, y las avenidas colaterales se encuentran repletas de pueblo. Violeta Casals, como en los días de la guerra, hace la presentación. Son las 7:40 de la noche.

Fidel, con su ademán característico, hace pantalla con la mano sobre los ojos para disfrutar del hermoso panorama.

Comienza diciendo: Salimos de la patria, no a limitar nuestra Revolución, salimos patria, no a negar nuestra Revolución, sino a reafirmarla... A decir a los pueblos del continente las causas que tuvimos para hacerla y las razones que tenemos para llevarla adelante. […] Hemos respondido a las preguntas de cientos de periodistas, hemos hablado aproximadamente a 100 millones de personas. Tuvimos que hablar en un idioma que no era el nuestro, y nos entendieron […].

Establece un paralelo entre el recibimiento del 8 de enero y este del 8 de mayo. Entonces afloraba un júbilo cuajado de esperanzas.

Ahora, a cuatro meses de distancia, es la alegría serena y confiada de una nación que se enfrenta al porvenir.

¿Temor por qué, de una Revolución cuyas ideas y fines están nítidamente claros? ¿Temor por qué, de una Revolución que se lleva adelante bajo un cielo enteramente claro? ¿Temor por qué, de una Revolución que es tan respetuosa con los derechos y la dignidad del hombre? ¿Temor por qué, de una Revolución donde todo el mundo puede hablar y escribir libremente? ¿Temor por qué, de una Revolución donde las ideas no se imponen, sino que se razonan, donde las ideas no se imponen, sino que se discuten?

Argumenta: “¿Por qué los pueblos no van a tener derecho a su propia ideología nacida de la entraña de la tierra, nacida de las necesidades del pueblo, nacida del corazón de los pueblos, nacida de la esperanza de los pueblos y nacida de las aspiraciones de los pueblos?”. Hace un alto mientras se lleva la mano a la garganta enronquecida.

Camilo le ofrece una botella de agua mineral. Fidel pasea la mirada por el grupo verde olivo que le rodea.

Nadie hizo con tanto desinterés y con tanta pureza lo que han hecho nuestros hombres. […] Ni con tanta lealtad a la nación y generosidad lo que han hecho nuestros hombres. Y no eran académicos, no eran doctores, ni eran generalotes, ni son generalotes. […] Son modestos comandantes de un ejército que ganó una guerra […].

Cierra su oración el recuerdo de Antonio Guiteras: Por primera vez podemos conmemorar un 8 de mayo enteramente soberano y libre. Antonio Guiteras, por primera vez podemos conmemorar un 8 de mayo digno, porque los hombres que a ti te asesinaron, ya no empuñan armas ni volverán a empuñarlas jamás. Porque el ejército que a ti te asesino, cayó vencido y destruido por los gallardos combatientes de tu pueblo. Y porque el tirano que a ti te asesinó hubo de morder, esta vez, y para siempre, el polvo de la derrota, y huyó cobardemente de esta tierra que ensangrentó, pero donde nunca más volverá a pisar con sus botas.

Ha hablado durante cuatro horas. El auditorio de 6 000 000 cubanos ha quedado satisfecho.

Durante 23 días el líder cubano mezclado con la muchedumbre donde quiera que fuese —en los Estados Unidos, Canadá y América del Sur— ha sido siempre fácil blanco para un asesinato. Sin embargo, en ningún sitio se hizo jamás un intento público de agresión contra su persona. Cuando le mostraron en Nueva York unos titulares de prensa que anunciaban una conspiración para asesinarle, Fidel sonrió y comentó: “Eso no me preocupa. No viviré ni un día más allá del día de mi muerte”.

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