Por Eliades Acosta Matos
La distancia que separa a la ciudad de Kíev, Ucrania, de Washington,
Estados Unidos, es de 7846 kilómetros, mientras que la que media entre
la primera y Moscú, es de apenas 753 kilómetros. Quien quiera entender
el significado de la palabra “geopolítica”, que saque sus cuentas a
partir de estos datos.
Desde principios de la Revolución cubana, los Estados Unidos se
negaron a aceptar la presencia de lo que consideraban “un régimen
hostil” o lo que es lo mismo, un pueblo rebelde, a escasas millas de sus
costas. Tras su campaña de acoso y guerra sin cuartel, para acabar con
aquel modelo alternativo a su tradicional dominio en la región,
Washington consideró inadmisible el acercamiento estratégico de Moscú a
La Habana y desde entonces no ha dado paz a la isla, a pesar de que la
URSS fue disuelta en 1991. Nunca aceptó ese desafío y 55 años después
sigue maniobrando para aplastarlo, como el primer día.
La distancia que media entre Washington y La Habana es de 1815 kilómetros y la que media entre esta última y Moscú es de 9583 kilómetros.
Si la comparsa de voceros y gobiernos, que incluyó a casi todos los
de América Latina, en su momento, con la honrosa excepción de México,
aceptaron como válidas las razones geopolíticas estadounidense para
bloquear, aislar, desgastar y eventualmente liquidar a la Revolución
cubana, ¿por qué tanto silencio cómplice y tanta alharaca pseudo-
nacionalista alrededor de la situación en Crimea, en apoyo a los
balbuceantes gestos de opereta con que el fláccido gobierno de Obama
intenta mostrar músculos ante Rusia y recuperar el paraíso de su
liderazgo mundial perdido?
Es que ante este episodio, como en los relacionados con la verdadera
democracia, libertad, independencia y derechos humanos, nos han impuesto
un doble rasero: hay intereses geopolíticos buenos y razonables (lo de
USA) y hay intereses geopolíticos malvados e irracionales(los de Rusia).
Y a partir de ahí, señoras y señores… ¡ que abra sus cortinas el circo
empiece el cacareo y salten las focas amaestradas!
Recientemente las fuerzas de defensa rusa interceptaron un drone
norteamericano que a 4 mil pies de altura efectuaba labores de espionaje
sobre Crimea y la región fronteriza. No he leído aún ni un solo
análisis crítico alrededor del derecho que tendría Estados Unidos de
espiar con aparatos militares a otras regiones del planeta, violando la
soberanía de las naciones y quebrantando la ley internacional.
Simplemente, se ha difundido la noticia inocultable, por demás, sin
análisis alguno, con esa extraña “objetividad periodística” que solo se
saca del baúl cuando se dirige contra los que están excomulgados por
Dictum imperial.
Pero los hechos de la realidad, como siempre nos recordaba Víctor
Hugo, no son declamadores, sino testarudos: el drone hecho descender de
los cielos de Crimea no era un OVNI, sino un más que terrenal aparato no
tripulado con el código MQ-5B, perteneciente a la Compañía A, del
Primer Batallón de Inteligencia Militar, conocido como “Ojo Volante”,
que a su vez forma parte de la 66 Brigada de Inteligencia Militar del
Ejército de los Estados Unidos. Esta tiene sus bases permanentes en
Wiesbaden, Alemania, bajo el mando del coronel Greg Zellmer, pero desde
principios de marzo, ¡oh qué extraordinaria casualidad! y sin estar
amparado por acuerdo militar alguno entre Ucrania y los Estados Unido,
movió subrepticiamente sus bases hacia el centro de Ucrania, a la ciudad
de Kirovograd.
La también conocida como Brigada Six-Six MI. fue fundada en 1944 y ha
tenido destacada participación en las guerras de Corea, Vietnam,
Afganistán e Iraq. Algunos de sus miembros fueron identificados entre
los ruines torturadores de Abu Grahib y acusados de causar la muerte a
prisioneros. Es elocuente que su logo muestre una espada y a la Esfinge
egipcia , a la que se identifica como símbolo de “… la observación, la
sabiduría y el discreto silencio”. El lema de la Brigada también es
revelador: “Power Foward”, precisamente, lo que se acaba de descubrir
hacía en Ucrania: adelantando el poder imperial.
En medio de tantas desconcertantes casualidades que han aflorado tras
el derribo del drone que espiaba en Crimea, ¿también lo es que los
militares de la 66 Brigada se caracterizan por dominar el ruso y el
persa?
Dejémonos de tonterías. Lo que está en marcha es un programa
imperialista, más que meditado para cercar a Rusia, amenazar a China e
Irán y mandar un mensaje a otras potencias emergentes, que no aceptan la
hegemonía yanqui. Lo sucedido en Kíev forma parte de este entramado y
lo que está sucediendo en Crimea, son sus consecuencias inexorables y
más que lógicas.
Recordemos que en “El chicuelo”, aquella excelente película del cine
mudo, Charles Chaplin, el patrón, mandaba por delante a Jackie Coogan a
romper a pedradas los cristales de las ventanas del barrio, para luego
aparecer, por casualidad, como un providencial cristalero ofertando sus
servicios.
No sé por qué esta imagen me ha venido a la mente al enterarme de que
ha comenzado la temporada de lluvia de drones sobre Crimea.
Eliades Acosta Matos*, intelectual cubano, colaborador de Progreso Semanal/Weekly.
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