Invitado por la Secretaría de Cultura del Distrito Federal, el escritor Abel Prieto, asesor del Presidente de los Consejos de Estado y de Ministros de Cuba, ofreció una conferencia con el título La cultura de la resistencia: la experiencia cubana, el martes 15 de abril en la Sala Nelson Rodrigues de la Bienal del Libro y la Lectura de Brasilia. En ella estuvo presente el gran poeta brasileño Thiago de Mello.
|
Por Abel Prieto Jiménez.
Voy
a usar la expresión cultura de la resistencia como algo en permanente choque
contra lo que podríamos llamar cultura de la colonización, es decir, contra los
empeños de quienes han querido sojuzgarnos, liquidar nuestra identidad y
nuestra soberanía.
La
cultura cubana de la resistencia tiene una larga historia y aún no ha
terminado: primero, obviamente, frente al colonialismo español; luego frente al
neocolonialismo de los EE.UU. durante la república mutilada y su plan de
absorción; y ahora mismo, en el presente, frente al gran proyecto global de
dominio cultural también de signo norteamericano y frente a los proyectos
específicos de subversión contra la Revolución (un ejemplo reciente es la red
denominada ZunZuneo,
diseñada en los laboratorios de los servicios especiales del gobierno de
EE.UU., con mucho financiamiento y la intención de llegar a decenas de miles de
jóvenes cubanos y promover entre ellos una oposición activa y articulada).
Las
guerras imperiales de saqueo han ido siempre acompañadas por la satanización de
las víctimas, de los otros, de los calificados como bárbaros, y la cultura del
colonizador trata de imponer en el pueblo dominado un sentimiento de
inferioridad. Y así se hizo a lo largo de la Guerra de los Diez Años, crisol
donde, según muchos estudiosos, fue cuajando, tras un proceso largo y complejo
que no puede simplificarse, la nación. En esa etapa, junto a la represión
omnipresente, se reforzó en el sistema educativo, en la prensa, en las
iglesias, la imagen de que aquellos mambises (en su origen una palabra
peyorativa, asumida luego con orgullo por los libertadores) eran un puñado de
bandidos, de facinerosos, de forajidos. Y se reforzó la idea de que los cubanos
éramos una raza maldita, de gente perezosa, adicta a las peleas de gallos, a
los juegos de azar, al vicio, incapaz de gobernarse a sí misma. Después del
Pacto del Zanjón, se produjo, al decir de Ambrosio Fornet, un monstruoso lavado
de cerebro colectivo para españolizar definitivamente la colonia. Se prohibió
hasta la palabra revolución y se aludía a ella con ominosos eufemismos como la
década sangrienta o el decenio trágico (…) Con el Zanjón se inicia el primer
intento –repetido después en la república—de borrarle la memoria a todo un
pueblo.
La
memoria es importantísima cuando se habla de cultura de la resistencia: la
batalla no se da solo con respecto a hechos y figuras del presente; sino a la
propia historia nacional, que es desfigurada y caricaturizada por los enemigos
de la nación.
A
mediados del siglo XIX, había aparecido entre los criollos ricos esclavistas el
fantasma de otra metrópoli posible: los Estados Unidos. Fue toda una corriente
que apuntaba contra las bases mismas de la cultura de la resistencia: el
anexionismo. Martí dijo que era un gravísimo peligro y que, incluso, iba a
estar presente, como una amenaza permanente, cuando se lograra fundar la
República. Una de las tareas más notables de Martí fue combatir con tenacidad y
argumentos de una profundidad excepcional la idea que se había extendiendo en
Cuba y en general en toda América Latina de que los Estados Unidos
representaban el modelo civilizatorio, de libertad y bienestar, que había que
imitar. Sus crónicas desmontan todo lo sucio y vil de las elecciones en EE.UU.
y cómo el crecimiento económico va acompañado de una irreversible degradación
espiritual. Frente a una España decadente, autoritaria, atrasada, casi feudal,
mucha gente volvía sus ojos, con una ingenua admiración, hacia el “paraíso” del
Norte. Hay un texto de Martí, Vindicación
de Cuba, donde él responde airadamente a un artículo de un
periódico de EE.UU. que se suma a los tópicos de la propaganda española
anticubana. Exalta los valores patrios y aprovecha para denunciar “los
elementos funestos que, como gusanos en la sangre, han comenzado en esta república
portentosa (los Estados Unidos) su obra de destrucción”: los apetitos
imperiales, “el individualismo excesivo” y “la adoración de la riqueza”.
La
Guerra de 1895, organizada por el Partido Revolucionario Cubano que fundó Martí
en el exilio, terminó con la entrada oportunista en el conflicto de EE.UU., en
1898, cuando España estaba prácticamente derrotada. Se disolvió el Partido
martiano, se desarmó al Ejército Libertador y se sentaron las bases de un nuevo
modelo: una neocolonia con apariencia de república formal, con presidente y
parlamento, y una constitución provista del apéndice humillante de la Enmienda
Platt.
Durante
la existencia de esta República mutilada (entre 1902 y el Primero de Enero de
1959), se desplegó una ofensiva cultural aplastante para lograr la yanquización
de la Isla. Con pocas y honrosas excepciones, la burguesía cubana carecía del
más mínimo sentimiento nacionalista, enviaba a sus hijos a estudiar a colegios
y universidades norteamericanas y copiaba los patrones de vida yanquis. Fueron
los protagonistas anónimos de la poderosa cultura popular cubana, la gente
común, y una vanguardia anticolonialista de intelectuales quienes hicieron
resistencia a la yanquización espiritual del país.
En
la Isla se doblaban al castellano las series televisivas estadounidenses y se
traducían e imprimían las principales revistas destinadas por el Imperio a
inundar su traspatio latinoamericano. La televisión, con programas al estilo
yanqui, se desarrolló vertiginosamente (hasta llegó a lanzarse, en 1958, un
canal a color): Hollywood en la Cuba prerrevolucionaria con toda su capacidad
de fascinación.
Hay
que señalar un hecho que nos ayudó: a causa del bajo nivel educacional de los
sectores populares, sobre todo en el campo, gustaban más el cine mexicano y el
argentino, en especial el primero. En esa época el cine se subtitulaba, y a
nuestra gente semianalfabeta no le daba tiempo de descifrar los letreros. Ya
ven qué paradoja: la ignorancia nos hizo un poco más latinoamericanos.
Cuando
triunfa la Revolución, ya desde el propio año 1959, la cultura de la
resistencia encuentra espacios institucionales que antes hubieran sido
inconcebibles. Ese mismo año se fundan el ICAIC y la Casa de las Américas.
El
ICAIC no solo sentó las bases de un cine nacional, de alto nivel artístico,
sino que formó igualmente un gusto a escala masiva, realmente masiva, que
permitió que ese cine fuera apreciado a nivel popular. Se logró crear un
público para el cine capaz de disfrutar las producciones de todas las
procedencias, incluso el cine experimental.
Esa
ruptura de las élites la llevó a cabo también, dentro de un arte de tradición
elitista, el Ballet Nacional de Cuba, que no sólo fundó una escuela
originalísima, muy cubana, con un extraordinario prestigio, sino que también
formó un público para el ballet clásico y en general para la danza que ha
llegado a ser muy amplio.
La
Casa de las Américas recibió con su labor descolonizadora, de integración, uno
de los mejores elogios del intelectual brasileño Darcy Ribeiro cuando dijo:
“Brasil se reconoció latinoamericano gracias a la Casa de las Américas”. Pocas
frases resumen de mejor manera el papel que ha desempeñado la Casa en la
construcción y visibilización de la familia espiritual latinoamericana y
caribeña.
La
creación del Conjunto Folklórico Nacional y del Instituto de Etnología y
Folklore, dieron una nueva dimensión a la labor heroica y solitaria de un
intelectual como Fernando Ortiz, empeñado en rescatar la herencia de origen
africano que nutre las raíces de la cubanía, en medio del culto a lo yanqui y
del racismo imperantes en la neocolonia.
Hoy,
en medio de este proceso de actualización de nuestro modelo, bloqueados,
acosados, golpeados por la crisis mundial, se acaba de reinaugurar el Teatro
Martí, una institución emblemática, un verdadero símbolo, gracias a una
inversión costosísima. Y se inauguró también la sala de teatro experimental El
Ciervo Encantado. La situación tensa en términos financieros y de recursos, no
nos han llevado a debilitar con recortes presupuestarios ni una sola
institución cultural. No se ha cancelado ni uno solo de nuestros eventos. En
medio de la batalla por un socialismo eficiente en términos productivos y
económicos, la cultura ha seguido considerándose entre nosotros una de esas
conquistas esenciales a las que no vamos a renunciar bajo ninguna
circunstancia.
Forma
parte central de nuestra cultura de la resistencia la política editorial, que
no tiene nada de chovinista, no tiene nada de aquel sentimiento que Martí
ridiculizó con la expresión del “aldeano vanidoso que cree que el mundo termina
en su aldea”. La promoción de nuestros autores (que incluso cuentan con una red
de editoriales provinciales) es una prioridad. En la producción editorial se
conjugan la defensa de nuestra identidad, de nuestro patrimonio literario, y
una indiscutible vocación universal. Se trata, al propio tiempo, de un concepto
de lo universal ajeno al hegemonismo, ajeno al colonialismo, que tiene mucho
que ver con el pensamiento de Martí. El catálogo de la editorial de la Casa de las
Américas, es un modelo de calidad, de rigor, donde están prácticamente todos
los libros significativos de la literatura latinoamericana y caribeña. En el
catálogo de una editorial como Arte y Literatura, del Instituto Cubano del
Libro, encontramos un valioso compendio de títulos de literatura africana, en
muchos casos en su primera traducción al español.
Símbolos,
en todo sentido, de la cultura de la resistencia que nos caracteriza, son las
instituciones de base, museos, salas de video, casas de cultura, cines-teatro,
librerías, bibliotecas públicas, galerías de arte. Sobre ellas pasó con mucha
violencia el llamado Periodo Especial; sufrieron luego el impacto de los
huracanes devastadores del 2008 (más de 400 instituciones culturales fueron
derrumbadas); y después, en Santiago y otras provincias orientales, el golpe
feroz de otro ciclón demoledor, el Sandy. Hoy, sin embargo, a pesar de la
situación gravísima por la que atraviesa el país, se han venido recuperando
todas estas instituciones.
Como
contraparte de las instituciones estatales, contamos con organizaciones como la
Unión de Escritores y Artistas de Cuba (UNEAC) y la Asociación Hermanos Saíz
(AHS), que agrupa a nuestros mejores creadores jóvenes. Estas organizaciones
someten a crítica sistemática todo el trabajo de promoción cultural, ejercen
sobre ese trabajo una vigilancia cualitativa muy rigurosa y denuncian
concesiones, torpezas, deformaciones burocráticas, todo tipo de distorsión. Al
propio tiempo, garantizan un componente básico en nuestra política cultural: el
papel protagónico de la vanguardia. Los debates que se producen en estas
organizaciones, se concentran muchas veces en el papel esencial, indispensable,
decisivo, de los auténticos valores de la cultura, de esa cultura de la
resistencia que hemos estado mencionando, en los momentos que vive actualmente
la humanidad, en medio de una crisis económica, ambiental y de valores, ante el
crecimiento de ideas fascistas y racistas, ante la ofensiva mundial de la
cultura del coloniaje.
Ahora
mismo, hace tres o cuatro días terminamos el VIII Congreso de la UNEAC y allí
se habló de la necesidad de movilizar las fuerzas de la cultura de la
resistencia para frenar la contaminación a que estamos sometidos. Los modelos
de la tontería, de la frivolidad yanqui, del culto a las marcas y a los
llamados “famosos”, los reality
shows y otras aberraciones, han ganado espacio en la Cuba actual.
Resulta imprescindible dotar a nuestros niños y jóvenes de las herramientas
intelectuales necesarias para decidir por sí mismos qué consumir y qué desechar
en términos de cultura. La vanguardia de la intelectualidad cubana nos exigió
(en el mencionado congreso de la UNEAC) que enfrentemos estos fenómenos de
conjunto, sin prohibiciones absurdas (e inútiles) ni prejuicios ante las nuevas
tecnologías, pero con coherencia y sistematicidad. Tenemos ventajas que debemos
explotar más si combinamos el trabajo de la escuela, de los maestros, de los
medios de difusión, de las instituciones culturales, de los instructores de
arte, de los escritores y artistas. La vida nos ha demostrado que la obra de
emancipación cultural de la Revolución no está perdida ni podemos dejar que se
pierda.
No hay comentarios:
Publicar un comentario