Esta Isla no fue descubierta por
Cristóbal Colón en 1493, en su segundo viaje a las Américas (repetido
“ingenuamente” aún por aquellos con mentalidad colonizada); porque en realidad ya
estaba habitada por aborígenes que poblaron sus costas, principalmente. La
huella de sus primeros pobladores quedó acreditada por los hallazgos de utensilios
elaborados de caracol Strombus Gijas (pertenecientes a los Guayabo Blanco) (1),
de barro o por la rúbrica de singulares pictografías, al sureste del territorio.
Esto último, un bellísimo motivo para que el científico, geógrafo, arqueólogo
y espeleólogo cubano, Antonio
Nuñez Jiménez, llamara a las cuevas rubricadas con dichas “escrituras”,
como la capilla Sixtina del Arte Rupestre.
Casi se puede decir que aquí
nacieron las leyendas del Caribe, la luz de sorprendentes historias que flamean
desde hace siglos, entre el miedo a las tempestades marinas y la ilusión de los
enterrados tesoros piráticos; una silueta sobre las aguas que aún hoy en día
cautiva, tanto por encima como por debajo de la cota cero.
Un pedacito de tierra bautizado por
muchos nombres a través de los siglos. Sigüanea, Ahao, Camaraco y Guanaja fueron
las denominaciones dadas por los precolombinos. A partir del siglo XV, recibió
otros nombres como La Evangelista (dado por Cristóbal Colón), Santiago (dado
por el primer gobernador de Cuba, Diego Velázquez Cuéllar, 1511), Santa María,
San Pauli, Colonia Reina Amalia (en honor a la segunda esposa de Fernando VII,
de España) e Isla de los Deportados. Este último nombre fue por ser territorio
de confinamiento para delincuentes comunes e “indeseados” independentistas contra
la Corona española. Gracias a esto, fue un lugar de paso para nuestro Héroe
José Martí (1871), antes de ser deportado a España, donde estuvo brevemente reponiéndose
de los maltratos recibidos en las canteras de San Lázaro, en La Habana.
Otro de los
famosos nombres fue isla de los Piratas, por ser cobijo de forajidos del mar, como
Jean Francois La Roque, Van Caerden, John Oxman, Van Vyn Enrique, Pieter
Pieterzon Hayn (Pata de Palo), Cornelius Cornelizoon Hol, Francis “El Olonés”,
Henry Morgan, Bartolomé (El Portugués), Pierre Franquesnay, Bartolomé Sharper,
William Dampier (quien posteriormente se convirtió en escritor al narrar sus
propias aventuras), Charles Gran, Bartolomé Valadón, Jhon Rackman (conocido por
Calico Jack) y el cubano Pepe “el Mallorquín” (siendo uno de los últimos
piratas que se logró adueñar de la islita).
La ubicación
estratégica del territorio fue de interés para otras potencias colonizadoras
europeas como Inglaterra, la cual también merodeó por las aguas de los
alrededores, con el objetivo de apoderarse de la isla. Según algunas
referencias históricas, la primera batalla naval en el continente Americano se
llevó a cabo en la ensenada de Siguanea (1596), al suroeste de la Isla, donde
la flota del español Bernardino Delgadillo y Avellaneda (General de la Armada
de Las Indias) se enfrentó y derrotó a la flota inglesa al mando del Almirante
Thomas Baskerville.
La capital,
fundada en 1830, recibió el nombre de Nueva Gerona, en consideración al
Gobernador de Cuba Francisco Dionisio
Vives y Planes (1823-1832), quien durante la Guerra de Independencia
Española contra la agresión napoleónica, defendió la ciudad de Girona (1808),
Cataluña (según fuentes cubanas). Aunque debo señalar que los
verdaderos méritos se le deberían señalar al General y Gobernador Militar de
Girona, Mariano Álvarez de Castro, quien al mando de 5600 soldados, sostuvo a
la ciudad por casi 7 meses contra las embestidas de las tropas francesas, las
cuales disponían de más de 18000 efectivos. En esa localidad catalana, hay un
monumento (“El Lleò”), en reconocimiento a Álvarez de Castro y los héroes que
le acompañaron en aquella contienda defensiva.
El
exuberante y salvaje paisaje, sus aguas cristalinas y los constantes deseos de
asedio y posesión de piratas, corsarios y conquistadores, levantaron las
ilusiones literarias para inspirar al novelista, poeta y ensayista escocés Robert Louis Balfour Stevenson en su famosa obra, la cual también le dio
nombre al territorio: Isla del Tesoro.
Isla de las Cotorras, La Isla Olvidada o La Siberia de Cuba fueron otros
seudónimos que aludían al terruño en obras literarias; aunque uno de los más
impactantes fue “La Isla de los 500 Asesinatos”, obra del escritor y periodista
cubano, Pablo de la Torriente Brau, la cual le sirvió para la posterior
creación literaria: “Presidio Modelo”; donde denunció los abominables crímenes
cometidos por el Capitán Pedro Abraham Castells, director de ese infierno de
prisión. Un centro penitenciario, copiado
de otro ubicado en Julliet,
Estado de Illinois, Estados Unidos, antro
de crímenes, acopio de presos alemanes y japoneses durante la Segunda
Guerra Mundial y reclusorio de los asaltantes del Moncada.
Los intereses de
poderío geoestratégicos del imperialismo se encontraban en primera línea de la
agenda y la Isla poseía una ubicación
bien valorada para tenerla como posesión (2); por eso pujaron en las
famosas conversaciones con España en el denominado Tratado de Paris
(Diciembre de 1898), dando por sentado el dejar
fuera a este territorio de la jurisdicción de Cuba y así finalmente anexarlo
a Estados Unidos.
La mancha en la
Constitución cubana, la llamada Enmienda Platt, daba la cobertura al engendro
de separación y anexión; y, además, de implantar un complejo militar en la
Isla, el cual sirviera para cualquier necesaria intervención, tanto en Cuba
como en otro país latinoamericano. Afortunadamente, el arraigo del pueblo a
seguir siendo cubano, forzó a que Estados Unidos reconociera la jurisdicción de
Cuba sobre la Isla (en marzo de 1925); aunque esto conllevó a usurpar otro
territorio cubano en Guantánamo.
Retomando el tema, el nombre registrado como Isla de Pinos, fue el que
más tiempo le quedó para reconocer a este territorio que levantaba “eruptivas”
emociones, enverdecido por sus altos y abundantes pinares.
Fidel y compañeros del M-26 en la embarcación El Pinero, a la salida de la Isla de Pinos, después de haber sido liberados de Presidio Modelo, en marzo de 1955 |
El 1 de enero de 1959 trajo significativos cambios al deprimente panorama
dibujado por la época neocolonial. El triunfo revolucionario frenó el propósito
gansteril del Motel El Colony, un proyecto batistiano que abarcaba la posterior
construcción de un embarcadero para yates de lujo, un reparto residencial y un
fastuoso hotel (allí están los pilares del cimiento) sobre las elevaciones de
Siguanea para el juego, la prostitución, el lavado de dinero y el exclusivo apartado
vacacional de ricachones de la dictadura y extranjeros.
Uno de los propósitos de la dirección de la Revolución era cambiar el
entorno socio-económico de la Isla, lo cual expresó el propio Comandante Fidel
Castro en una visita realizada el 7 de junio de 1959, al dirigirse a los
pobladores de la Isla, en un acto realizado frente al antiguo Ayuntamiento (hoy
Museo Municipal, ubicado frente al Parque Lacret).
El paso del ciclón Alma, en junio de 1966, aceleró todo el programa de
transformación. Ya el Comandante en Jefe Fidel Castro había convocado a los
jóvenes de todo el país a conformar las Brigadas Juveniles de Trabajo Revolucionario para
apoyar en la recuperación económica de diversos territorios del país, entre
ellos la Isla de Pinos. Frente a la adversidad meteorológica y al llamado de
Fidel, la Unión de Jóvenes Comunistas, en su III Pleno Nacional respondió
convocando a formar las Columnas Juveniles Agropecuarias para apoyar el trabajo
agrícola.
A la isla, primero
llegaron los integrantes de la columna Luis Ramírez López (nombre del combatiente
de Guardafronteras asesinado en la Base Naval de Guantánamo, el 21 de mayo de
1966, y quien guardaba en su carnet militar una hoja con la siguiente frase: “Lucharemos
hasta el final”) y posteriormente arribaron las siguientes: Columna Juvenil del
Centenario, las Marianas, los seguidores de Camilo-Che, el EJT y otros miles que
se volcaron en las tareas agrícolas (entre ellas el cítrico), industriales, de
construcción, de servicios y de educación.
Un año después,
el 12 de agosto, durante la inauguración del embalse Vietnam Heroico, en otra
visita que Fidel hizo al territorio pinero, los
jóvenes le propusieron cambiarle el nombre a la Isla, con el objetivo de
terminar de romper con cadenas coloniales del pasado. El líder de la
Revolución, en su discurso de ese día, respondió: “... propongámonos no solo
revolucionar la naturaleza, sino revolucionar aquí también las mentes,
revolucionar la sociedad, puesto que aquí se presentan condiciones objetivas
que hacen factible eso, por ser una región muy poco poblada, por ser una región
que adquirirá un tremendo desarrollo técnico, por ser una región donde se reúne
para trabajar y para crear un numeroso contingente de entre los más entusiastas
de nuestros jóvenes.”
El desarrollo
citrícola alcanzado tanto por estas columnas juveniles como por el trabajo
realizado por estudiantes nacionales y extranjeros en las escuelas al campo,
trajo otro sobrenombre: Isla de las Toronjas.
El 2 de agosto
de 1978, el territorio fue subsede del XI Festival Mundial de la Juventud y los
Estudiantes, celebrado en Cuba. En esta fecha se dio reconocimiento a la
epopeya de todos los jóvenes, los que pasaron y a los muchos que echaron raíces,
convirtiendo al terruño en su propia casa. En las palabras del compañero Raúl
Roa (el Canciller de la dignidad), se dio a conocer que el territorio asumía su
nuevo nombre oficial: Isla de la Juventud.
Fidel junto a estudiantes de la Escuela Cuba-Corea |
Fidel junto a estudiantes Saharauis |
Sin embargo, en
un institucionalizado ejercicio de consulta con el pueblo para valorar si se
asumía un nuevo gentilicio, el pueblo de la Isla continuó asumiendo para sí el
de pineros.
La Isla de la
Juventud es una Isla rosario de nombres, foco de leyendas novelescas de
piratería y la realidad de un pueblo en constante lucha por defender su
soberanía, sus conquistas.
Esta isla ha
transitado por los siglos, transformándose como crisálida dentro de nuestro
archipiélago cubano. Ha escrito en la historia numerosas páginas llenas de sortilegio
aborigen y dolor colonizador, de numerosas aventuras marinas de corsarios y
piratas y un florecido sentimiento independentista que levantó su población en
armas un 26 de julio de 1896. Creó su propio ritmo con la sapiencia guajira y
se ilustró culturalmente con los sueños anclados de caimaneros y jamaicanos.
Aun cuando hubo
bestias que quisieron convertirla en el abismo del silencio y el olvido, dio las
fuerzas necesarias a los hijos de Cuba para que se aferraran a la libertad y se
rompieran los barrotes del encierro con el himno de combate de un movimiento
rebelde, que se alzó en la Sierra Maestra e hizo la Revolución.
Tuvo un párroco que
creyó más generoso lucir la sotana verde olivo para servir mejor a su país y
dio hijos tan generosos y dignos como su mayor exponente: Jesús Montané
Oropesa. Acogió con
generosidad solidaria a hijos de otras tierras lejanas para forjar en ellos
mujeres y hombres nuevos.
Esta Isla que
envuelve con sus paisajes y peculios, engalanó su gran salón azul para una danza
entre delfines y Déborah Andollo,
esa coronada sirena que
con su brío dio génesis a la inmortalidad de sus duelos.
La Isla se
atilda nuevamente. Sus
calles florecen con nuevos colores y formas. Renace con el amor que le
profesan y sigue latiendo en el pecho de todos los que la conocieron, la
sintieron y la viven como si fuese su más preciada criatura.
Sólo hay que
tocarla y abrirá sus cálidos pétalos a todos los que la quieran admirar y
hacerla suya.
(1) El
Strombus gigas
es conocido comúnmente como Caracol
Strombus, Caracol rosado o Caracol reina. El género Strombus
contempla a moluscos gasterópodos marinos de la familia Strombidae, los cuales
reciben el conocido nombre de caracolas. Es un caracol comestible de gran
tamaño y en muy extrañas ocasiones puede desarrolla una perla en su interior.
(2) Documentos
publicados en el New York Times sobre la anexión de la Isla.
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