viernes, 24 de enero de 2014

El destino común de Nuestra América: la unidad






Tomado de Granma
Por Abel González Santamaría.



Asistimos a momentos trascendentales en la historia de nuestros pueblos. Tras dos siglos de lucha, al sur del río Bravo se logró crear por primera vez una organización sin presencia extraregional: la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (CELAC).

¿Cómo se materializó este ideario de unidad e integración? ¿Cuáles han sido sus amenazas y desafíos?

EL GRAN SUEÑO (1790-1891)

El venezolano Francisco de Miranda fue el precursor de la integración latinoamericana, cuando en 1790 presentó un plan para agrupar a la América española en una confederación. Otro venezolano, el Libertador Simón Bolívar retomó su ideario. Exiliado en Kingston, Jamaica, el 6 de septiembre de 1815 escribió una carta que iba a resultar profética: “Es una idea grandiosa pretender formar de todo el Nuevo Mundo una sola nación con un solo vínculo que ligue sus partes entre sí y con el todo […] Seguramente es la unión la que nos falta para completar la obra de nuestra regeneración […]”. 



Francisco de Miranda y Rodríguez (1750-1816) Venezuela.

Mas era indispensable conseguir la independencia. El 9 de diciembre de 1824 las fuerzas bolivarianas asestaron un golpe definitivo a los españoles en Ayacucho, Perú; de su imperio americano España solo podría conservar las colonias de Cuba y Puerto Rico. Dos años después Bolívar organizó el Congreso Anfictiónico de Panamá, para impulsar una Confederación de Repúblicas de la América hispana y contribuir a la independencia de cubanos y puertorriqueños.
 
Durante la década de 1830 el espíritu bolivariano se extendió, a pesar de la política de las potencias de la época por estimular las contradicciones internas y entre las jóvenes naciones, y del anuncio en 1823 de la Doctrina Monroe por Estados Unidos, que estableció como principio para su política exterior “América para los americanos”. Varios proyectos integracionistas se intentaron formar, pero ninguno pasó la prueba del tiempo: Proyecto de la Federación centroamericana (1830), Convocatoria de México (1831), Confederación Perú-Bolivia (1836), El Congreso de Lima (1847), El Congreso de Santiago de Chile (1856) y El Segundo Congreso de Lima (1864).

LA GRAN PESADILLA (1891-1945)

Hacia fines del siglo XIX Estados Unidos estaba preparado para expandirse y como primer paso trabajó para erigirse en “árbitro de las relaciones interamericanas”. Para ello presentó un nuevo proyecto, de carácter hegemónico: El Panamericanismo, que socavaba las bases del ideario integracionista bolivariano. En Washington se organizó la Primera Conferencia Internacional de Estados Americanos (1889-1890) y la Conferencia Monetaria Internacional Americana (1891), para intentar imponerles a los gobiernos latinoamericanos una Unión Aduanera y un plan para el arbitraje obligatorio de todas las disputas territoriales que se presentaran entre los estados del continente, e instaurar una moneda común que les permitiría primar en las relaciones de comercio y en la circulación monetaria regional. Y aunque fracasaron en los dos intentos, crearon la Unión Internacional de Estados Americanos, con sede permanente en la capital estadounidense.


“La unidad de nuestros pueblos no es simple quimera de los hombres, sino inexorable decreto del destino. Unámonos y seremos invencibles”
Simón Bolívar (1783- 1830) Venezuela.

Ambos eventos fueron presenciados por José Martí, el Apóstol de la independencia de Cuba, quien alertó sobre el riesgo que corría la región frente a los afanes de dominación del emergente imperio norteamericano: “¿Pueden los Estados Unidos convidar a Hispanoamérica a una unión sincera y útil para Hispanoamérica? ¿Conviene a Hispanoamérica la unión política y económica con los Estados Unidos?”, fueron dos de las preguntas con que invitó a reflexionar a los delegados latinoamericanos sobre los peligros que advertía.

Pero los intereses de Washington se impusieron y a partir de la Segunda Guerra Mundial se fortaleció el Panamericanismo mediante la creación en 1942 de la Junta Interamericana de Defensa, en 1947 del Tratado Interamericano de Asistencia Recíproca y en 1948 de la Organización de Estados Americanos (OEA). En la práctica durante casi un siglo —desde el Segundo Congreso de Lima en 1864 hasta el triunfo de la Revolución Cubana en 1959— la política injerencista estadounidense impidió que pudiera avanzar la integración latinoamericana.

NUEVO AMANECER (1959-2008)

Una nueva etapa en el proceso de unidad e integración comenzó tras el triunfo de la Revolución Cubana. Su líder Fidel Castro, continuador del ideario bolivariano y martiano, comprendió que resultaba necesario crear una alianza común de naciones que hiciera frente al imperialismo. A solo unos días del triunfo, Fidel trazó el derrotero que debía conducir a la unidad, cuando el 23 de enero de 1959 expresó en la Plaza del Silencio de Caracas, en Venezuela: “¿Hasta cuándo vamos a permanecer divididos? ¿Hasta cuándo vamos a ser víctimas de intereses poderosos que se ensañan con cada uno de nuestros pueblos? ¿Cuándo vamos a lanzar la gran consigna de unión?”. 


“Lo que quede de aldea en América ha de despertar. Estos tiempos no son para acostarse con el pañuelo en la cabeza, sino con las armas en la almohada, como los varones de Juan de Castellanos: las armas del juicio, que vencen a las otras. Trincheras de ideas valen más que trincheras de piedra”
José Martí (1853-1895) Cuba.

La reacción de Estados Unidos no se hizo esperar y fue la OEA el instrumento utilizado para intentar aplastar a la naciente Revolución y construir los pretextos que justificaran las políticas agresivas, en un proceso gradual que transitó desde legitimar la invasión de Playa Girón hasta la expulsión de Cuba de este mecanismo regional en la Conferencia Interamericana de Punta del Este de 1962. 

En las décadas de 1970 y 1980 se desarrollaron en la OEA iniciativas dirigidas al reingreso de la Isla, pero el Gobierno Revolucionario rechazó tajantemente pertenecer a una institución que había servido como punta de lanza para la injerencia imperialista contra la izquierda continental desde su propia constitución. En cambio Cuba mostró absoluta disposición a integrar una organización regional que no tuviera su sede en Washington, sino en una capital latinoamericana.

La década del noventa marcó una nueva época para América Latina. La caída de las dictaduras militares en el continente y el fracaso de la política norteamericana para aislar a Cuba de la región, favoreció la participación de la mayor de las Antillas en las Cumbres Iberoamericanas. El líder histórico de la Revolución aprovechó estos espacios para retomar la invariable fidelidad de Cuba a los principios de unidad e integración latinoamericana y caribeña.

Fue entonces que Estados Unidos convocó a las Cumbres de las Américas, instituidas para tratar de revitalizar a la desprestigiada OEA; como es lógico, una vez más se excluyó a Cuba. Desde este mecanismo se intentó imponer un Área de Libre Comercio para las Américas (ALCA), pero varios hechos significativos marcaron el viraje de los planes de Washington y permitieron un nuevo camino para la integración: la victoria en las urnas del presidente Hugo Chávez en 1998 y el triunfo posterior de figuras progresistas en Brasil, Argentina, Bolivia, Ecuador, Uruguay y Nicaragua, entre otros.

Fidel Castro y Hugo Chávez se convirtieron en los principales impulsores de los procesos de integración regionales, cuando en el 2004 fundaron la Alianza Bolivariana para los pueblos de Nuestra América (ALBA), en un momento en que Estados Unidos intentaba imponer a las naciones del continente los tratados de libre comercio.

También ganarían mayor espacio y resurgirían otras alianzas latinoamericanas y caribeñas como el CARICOM, el Grupo de Río y el MERCOSUR; mientras que al calor de los nuevos tiempos aparecerían UNASUR y PETROCARIBE. En el 2005 el ALCA fue derrotada y con ello se desmoronó la agenda neoliberal que Estados Unidos había presentado a Latinoamérica.

“Hasta cuándo vamos a ser nosotros la periferia atrasada, explotada y mancillada. Estamos poniendo aquí la piedra fundamental de la unidad, la independencia y el desarrollo sudamericano. Vacilar sería perdernos. Avancemos sin vacilación, que este es el camino. La unidad, la unidad, la unidad. Solo la unidad nos hará libres, independientes”
Hugo Chávez (1954-2013)
  “Ha llegado el momento de cumplir con hechos y no con palabras la voluntad de
quienes soñaron un día para nuestros pueblos una gran patria común que fuese acreedora al respeto y al reconocimiento universal”
Fidel Castro Ruz (1926-)

MATERIALIZACIÓN DE UN SUEÑO (2008-ENERO 2014)

En este contexto, varios presidentes de la región retomaron la iniciativa de abogar por el ingreso de la mayor de las Antillas a la OEA, mientras Cuba dejó clara su negativa de no pertenecer a esta organización regional, basada en la decisión de defender la soberanía latinoamericana y caribeña frente a la hegemonía de Estados Unidos. Por el contrario, en diciembre del 2008 Cuba respaldó la celebración en Salvador de Bahía, Brasil, de la Cumbre de América Latina y el Caribe sobre Integración y Desarrollo (CALC), concebida como el primer intento de reunir a todos los jefes de Estado y gobierno en la región, sin la participación de Estados Unidos. El Jefe de la delegación cubana, General de Ejército Raúl Castro Ruz, durante su intervención, calificó de acontecimiento trascendental la incorporación de Cuba al Grupo de Río y ratificó la posición de Cuba de no pertenecer a la OEA:

“Resistimos, creo que es el mérito mayor de nuestro pueblo, el mérito mayor nuestro; resistimos y estamos aquí, y se está produciendo este acontecimiento trascendental […] ¡Cuánto lamento que no sea Fidel el que esté sentado aquí!, aunque nos debe estar viendo por televisión […] Antes de que Cuba entre a la OEA, como dijo Martí se unirá el mar del norte al mar del sur y nacerá una serpiente de un huevo de águila”.

Este tema se convirtió en el centro del debate de los países que aclamaban el reingreso de Cuba a la OEA. Así sucedió durante la V Cumbre de las Américas (Trinidad y Tobago, abril del 2009) y la 39 Asamblea General de la OEA (San Pedro Sula, Honduras, junio del 2009), en la que se anuló la resolución que excluía a la Isla de la organización, para reparar la injusticia histórica. ¿Qué habría ocurrido de Cuba aceptar el retorno a la OEA? ¿Se hubiera materializado el sueño de nuestros próceres?

Sin duda, la posición firme asumida por más de 50 años, favoreció que el 23 de febrero del 2010 durante la Cumbre de la Unidad de América Latina y el Caribe, celebrada en la Riviera Maya, en México, los presidentes acordaran crear oficialmente el primer mecanismo de integración puramente latinoamericano y caribeño: la CELAC, que fuera oficializado en Caracas entre los días 2 y 3 de diciembre del 2011, justo en el bicentenario de su Independencia.

Un año después, entre los días 4 y 5 de febrero del 2012, los presidentes del ALBA se reunieron nuevamente en Caracas para celebrar su XI Cumbre ordinaria. El presidente de la República del Ecuador, Rafael Correa, propuso que si Cuba no era invitada a la VI Cumbre de las Américas ningún país del ALBA debería asistir y en caso de que se acordara participar, un tema central tenía que ser el levantamiento del bloqueo a Cuba.

Nuevamente la región alzó su voz en defensa de la nación cubana en abril del 2012, durante la VI Cumbre de las Américas de Cartagena de Indias, en Colombia. La ausencia de la mayor de las Antillas y la necesidad de poner fin a su exclusión se convirtió en el punto central del debate, la mayoría de los países anunciaron su decisión de no participar en una próxima cita sin la Cuba revolucionaria y consecuente.

Poco después, en Chile durante la primera Cumbre de la CELAC, Cuba recibió la Presidencia Pro Témpore durante el 2013. Tras medio siglo de una exclusión decretada por Estados Unidos, los gobiernos de la región lograron hacer justicia. Mucho camino queda por andar, el gran desafío en lo adelante será avanzar en la integración dentro de la diversidad. El próximo 28 de enero celebraremos en La Habana su II Cumbre. Otra oportunidad histórica para aunar esfuerzos en la lucha contra la pobreza, el hambre y las desigualdades en el continente. Ratificar que el destino común de Nuestra América seguirá siendo la Unidad.

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