jueves, 23 de enero de 2014

¡De película! Destapan al mayor topo de la historia de la NSA

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Tomado de ContraInjerencia.

Por Rosalía Sánchez; Especial para EL MUNDO Berlín 

En los años 80, fue considerado por la Stasi como su mejor agente de espionaje. James Hall vendió archivos de la agencia estadounidense de inteligencia NSA codificados como alto secreto a la Alemania comunista hasta que el país desapareció. En 1989 fue detenido y condenado a 40 años de prisión. Cumplió la mitad de la condena y, después de salir de la cárcel, desapareció.

El semanario alemán ‘Der Spiegel’, que acaba de localizar a Hall en EEUU, llevando una vida rutinaria de clase media baja, como dueño de una empresa de reparación de maquinaria agrícola, se ha topado con el muro infranqueable de la CIA y el FBI, que se niegan a permitir que conceda una entrevista. “Tuve que firmar ciertos papeles para evitar que me pusieran la inyección letal”, explica el mismo Hall, justificando su negativa a hablar sin una orden expresa de las agencias de inteligencia estadounidense. Pero en los archivos de la Stasi consta toda su actividad y cómo robó las joyas de la corona en materia de información clasificada a cambio del dinero para comprarse un coche.

Ni estaba especialmente entrenado para el espionaje ni había nada de ideológico en su motivación. En 1982, cuando era un soldado estadounidense destinado en Berlín, en la estación de escuchas de Teufelsberg, un agente de la Stasi contactó con él y le puso precio a un primer documento. Hall, que se crió en el Bronx y había convivido siempre con la precariedad, descubrió una fuente de ingresos alternativa y llegó a pasar hasta dos horas de su jornada laboral fotocopiando documentos clasificados que después pasaba a la Alemania del este. Por esta vía irrisoria, la NSA dejó escapar su ‘Proyecto Troya’, una red electrónica mundial con capacidad para identificar vehículos blindados, misiles y aviones de combate mediante la grabación de sus emisiones.

En bolsas del supermercado

Hall metía los kilos de papel en bolsas de plástico de supermercado y salía con ellas tranquilamente de las instalaciones militares. En las bolsas de la compra voló también el ‘National SIGNIT Requirementes List’ (NSRL), un documento de 4258 páginas sobre las actividades de la NSA con objetivos, instrucciones concretas del gobierno de Washington y equipos adjudicados a cada departamento. A veces pasaba tanto tiempo fotocopiando que tenía que hacer horas extra por la noche para terminar con las tareas de su trabajo legítimo.

Gracias a su labor como espía pudo comprarse un Volvo y un camión, hizo el pago inicial para comprarse una casa y tomó clases de pilotaje de aviones. Solo en 1986 llamó la atención a uno de sus supervisores que condujese un Volvo que él mismo no podía permitirse, pero Hall lo justificó con una supuesta herencia y siguió su anónima carrera militar como paradigma de suboficial discreto y trabajador. Para entonces era ya sargento de primera clase.

Entre 1977 y 1981, en el descatamento de Schneeberg, un puesto de recolección avanzada de datos del cuerpo de inteligencia del ejército VII 326 ASA, en la frontera entre Alemania occidental y Checoslovaquia, era considerado como un soldado eficiente, muy valorado por su buen conocimiento de la lengua alemana y siempre alegre. Allí conoció a su mujer, que trabajaba en un restaurante de Bischolfsgrün, y comenzó una vida familiar placentera a la que puso fin solamente su fanfarronería.

“Agito la bandera de mi país como cualquier otro”

En los días previos a la navidad de 1988, un agente encubierto del FBI que seguía una pista sobre la fuga de información se entrevistó con él fingiendo que era un agente soviético. Hall pidió más dinero, reconoció que durante años había estado vendiendo información. “Estaba terriblemente corto de dinero y decidí que no quería volver a preocuparme nunca más por llegar a fin de mes. No soy anti americano, agito la bandera de mi país como cualquier otro”, fueron entonces sus declaraciones.

El sentido común lleva a pensar que no hay nada de inocente en este hombre que cobró en total una suma de unos 100.000 dólares por toda su labor de espionaje, y que debió guardarse algo en la manga con lo que negociar en el momento de su detención. Solo así se explica que el hombre que es considerado por EEUU como el autor de las infracciones de seguridad más costosas y perjudiciales de la Guerra Fría disfrute ahora de una apacible vida de provincias sin mayores complicaciones. O quizá fue utilizado por la NSA para pasar datos falsos. Tratándose de engañadores, siempre es plausible que se engañen unos a otros. Aunque la pregunta clave es por qué se ha dejado localizar ahora por ‘Der Spiegel’ e incluso se ha dejado grabar un vídeo, en el momento en que las relaciones bilaterales entre EEUU y Alemania atraviesan su peor momento desde la II Guerra Mundial.

El epílogo de esta historia de espías, de la que quizá no se haya escrito su final, aparece en los archivos de la Stasi. El expediente Hall no fue destruido después de la caída del Muro de Berlín y los documentos que contenía, toda la información que Hall había pasado al enemigo durante una década, desaparecieron discretamente de la institución bajo cuya jurisdicción se gestionaba ese patrimonio informativo, dirigida entonces por el actual presidente alemán, Joachim Gauck y, según las autoridades germanas, fueron devueltos en secreto a la NSA, una “agencia amiga”.

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