Por Rosalía Sánchez; Especial para EL MUNDO Berlín
En los años 80, fue considerado por
la Stasi como su mejor agente de espionaje. James Hall vendió archivos de la
agencia estadounidense de inteligencia NSA codificados como alto secreto a la
Alemania comunista hasta que el país desapareció. En 1989 fue detenido y
condenado a 40 años de prisión. Cumplió la mitad de la condena y, después de
salir de la cárcel, desapareció.
El semanario alemán ‘Der Spiegel’,
que acaba de localizar a Hall en EEUU, llevando una vida rutinaria de
clase media baja, como dueño de una empresa de reparación de maquinaria
agrícola, se ha topado con el muro infranqueable de la CIA y el FBI, que se
niegan a permitir que conceda una entrevista. “Tuve que firmar ciertos papeles
para evitar que me pusieran la inyección letal”, explica el mismo Hall,
justificando su negativa a hablar sin una orden expresa de las agencias de
inteligencia estadounidense. Pero en los archivos de la Stasi consta toda su
actividad y cómo robó las joyas de la corona en materia de información
clasificada a cambio del dinero para comprarse un coche.
Ni estaba especialmente entrenado
para el espionaje ni había nada de ideológico en su motivación. En 1982, cuando
era un soldado estadounidense destinado en Berlín, en la estación de escuchas
de Teufelsberg, un agente de la Stasi contactó con él y le puso precio a un
primer documento. Hall, que se crió en el Bronx y había convivido siempre
con la precariedad, descubrió una fuente de ingresos alternativa y llegó a
pasar hasta dos horas de su jornada laboral fotocopiando documentos
clasificados que después pasaba a la Alemania del este. Por esta vía irrisoria,
la NSA dejó escapar su ‘Proyecto Troya’, una red electrónica mundial con
capacidad para identificar vehículos blindados, misiles y aviones de combate
mediante la grabación de sus emisiones.
En bolsas del supermercado
Hall metía los kilos de papel en
bolsas de plástico de supermercado y salía con ellas tranquilamente de las
instalaciones militares. En las bolsas de la compra voló también el ‘National
SIGNIT Requirementes List’ (NSRL), un documento de 4258 páginas sobre las
actividades de la NSA con objetivos, instrucciones concretas del gobierno de
Washington y equipos adjudicados a cada departamento. A veces pasaba tanto
tiempo fotocopiando que tenía que hacer horas extra por la noche para terminar
con las tareas de su trabajo legítimo.
Gracias a su labor como espía pudo
comprarse un Volvo y un camión, hizo el pago inicial para comprarse una casa y
tomó clases de pilotaje de aviones. Solo en 1986 llamó la atención a uno de sus
supervisores que condujese un Volvo que él mismo no podía permitirse, pero Hall
lo justificó con una supuesta herencia y siguió su anónima carrera militar como
paradigma de suboficial discreto y trabajador. Para entonces era ya sargento de
primera clase.
Entre 1977 y 1981, en el
descatamento de Schneeberg, un puesto de recolección avanzada de datos del
cuerpo de inteligencia del ejército VII 326 ASA, en la frontera entre Alemania
occidental y Checoslovaquia, era considerado como un soldado eficiente,
muy valorado por su buen conocimiento de la lengua alemana y siempre alegre.
Allí conoció a su mujer, que trabajaba en un restaurante de Bischolfsgrün, y
comenzó una vida familiar placentera a la que puso fin solamente su
fanfarronería.
“Agito la bandera de mi país como
cualquier otro”
En los días previos a la navidad de
1988, un agente encubierto del FBI que seguía una pista sobre la fuga de
información se entrevistó con él fingiendo que era un agente soviético. Hall
pidió más dinero, reconoció que durante años había estado vendiendo
información. “Estaba terriblemente corto de dinero y decidí que no quería
volver a preocuparme nunca más por llegar a fin de mes. No soy anti americano,
agito la bandera de mi país como cualquier otro”, fueron entonces sus
declaraciones.
El sentido común lleva a pensar que
no hay nada de inocente en este hombre que cobró en total una suma de unos
100.000 dólares por toda su labor de espionaje, y que debió guardarse algo
en la manga con lo que negociar en el momento de su detención. Solo así se
explica que el hombre que es considerado por EEUU como el autor de las
infracciones de seguridad más costosas y perjudiciales de la Guerra Fría
disfrute ahora de una apacible vida de provincias sin mayores complicaciones. O
quizá fue utilizado por la NSA para pasar datos falsos. Tratándose de
engañadores, siempre es plausible que se engañen unos a otros. Aunque la pregunta
clave es por qué se ha dejado localizar ahora por ‘Der Spiegel’ e incluso se ha
dejado grabar un vídeo, en el momento en que las relaciones bilaterales entre
EEUU y Alemania atraviesan su peor momento desde la II Guerra Mundial.
El epílogo de esta historia de
espías, de la que quizá no se haya escrito su final, aparece en los archivos de
la Stasi. El expediente Hall no fue destruido después de la caída del Muro de
Berlín y los documentos que contenía, toda la información que Hall había pasado
al enemigo durante una década, desaparecieron discretamente de la institución
bajo cuya jurisdicción se gestionaba ese patrimonio informativo, dirigida
entonces por el actual presidente alemán, Joachim Gauck y, según las
autoridades germanas, fueron devueltos en secreto a la NSA, una “agencia
amiga”.
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