Foto: Gustavo Rivera. |
Por Luis Toledo Sande (1)
En el entorno contemporáneo esbozado en “Con José Martí: raíces y
luz” parece que empieza a abrirse paso en los Estados Unidos la línea
que, aunque procuró mantenerla en secreto, no pocos consideran —y no se
ha probado lo contrario— que le costó la vida al mismo presidente que
luego de autorizar la invasión de Playa Girón y ver su fracaso y sus
consecuencias, se percató de un hecho, o al menos lo intuyó: la
hostilidad agresiva y desembozada no le daría a la potencia los
resultados que esta apetecía. Salvando
distancias y diferencias, tal vez pudiera decirse que John F. Kennedy
fue en las relaciones entre Cuba y los Estados Unidos de su tiempo lo
que, en el conflicto entre aquella y España en el siglo XIX, fue el
militar y político español Juan Prim y Prats (o Joan Prim i Prats,
atendiendo a su origen catalán), muerto por un atentado en el Madrid de
1870, cuando era jefe de gobierno y había expresado la posibilidad de
que se reconociera la independencia de Cuba, y rechazado la idea de
venderla a los Estados Unidos. (Esto último, añádase, fue lo que de
hecho consumó una humillada Corona española en el Tratado de París, en
1898, opción a la cual Martí se refirió previsoramente en su carta
póstuma a Manuel Mercado.)
La línea de Kennedy la retomó, en lo visible, otro presidente, James
Carter, quien después de salir de la Casa Blanca visitó La Habana en
busca de una influencia que no logró en su país ni, huelga decirlo, en
Cuba. El actual presidente es también del Partido Demócrata, como
aquellos dos, un dato de interés pero que no se debe magnificar, pues
allí los dos partidos hegemónicos tienen más afinidades esenciales que
diferencias y, sea cual sea en cada caso su funcionamiento como
organización, representan a los poderosos. Pero, sin duda, Barack Obama
ha dado un paso importante en el que ya es el tramo final de su segundo y
último período como titular de la Casa Blanca. No hay que suponer que
sea un gesto individual, al margen de tendencias que ganan terreno en
las fuerzas dominantes de su país. Eso mismo habla de lo que significa, y
de sus posibles alcances o limitaciones.
En el reconocimiento público por Obama del fracaso de la empecinada
táctica aplicada por los gobernantes de su país contra la Cuba
revolucionaria se ha visto un acto de coraje. Y no faltan razones para
que se haya valorado así, aunque también debe decirse que ha contado con
señales de aprobación que no tuvieron ni Prim ni Kennedy, y ni siquiera
Carter. Sea como sea, no se debe menospreciar que, además de reconocer
el fracaso de la línea utilizada hasta ahora, haya asumido la
responsabilidad de proponer sustituirla por otra que —para sus
propósitos, que siguen siendo los mismos del imperio que representa, y
para su comprensión de los hechos, que puede ser renovadora, o
replanteadora— no esté de antemano condenada al fracaso.
Al discurso del presidente, la Casa Blanca añadió declaraciones que,
para quienes no se quieran engañar, no dejan lugar a duda sobre los
fines del imperio en su cambio táctico hacia Cuba, a la que el poderío
de aquel ha procurado sacar de su proyecto nacional, revolucionario,
socialista, internacionalista. Ninguna línea se abrirá paso triunfal
entre las otras posibles en un país, si no convence a la mayoría de sus
fuerzas rectoras de que será aplicada para bien de los intereses
determinantes en él. Los Estados Unidos no son una excepción.
Mientras aquella potencia sea la que es, y como es, la
brújula que allí puede triunfar no estará, si de orientación sistémica
se trata, en la solidaridad con proyecto socialista alguno, si es
verdadero. Otra cosa puede ser la voluntad de una parte mayor o menor
del pueblo estadounidense, aunque ya en su tiempo Martí rechazó la
realidad de una nación dominada por corporaciones, y donde campeaban
quienes “creen que el sufragio popular, y el pueblo que sufraga, no son
corcel de raza buena, que echa abajo de un bote del dorso al jinete
imprudente que le oprime, sino gran mula mansa y bellaca que no está
bien sino cuando muy cargada y gorda y que deja que el arriero cabalgue a
más sobre la carga”.
Ante la Comisión Monetaria de 1891, con la que los Estados Unidos
mostraron su deseo de imponer el dólar en nuestra América —un recurso
para dominarla por la vía del mercado—, Martí sentenció: “A lo que se ha
de estar no es a la forma de las cosas, sino a su espíritu. Lo real es
lo que importa, no lo aparente. En la política, lo real es lo que no se
ve”. Más de un siglo después, resulta difícil ocultar lo fundamental de
la política. Si acaso, podrán pasar sin ser vistos algunos de los
procedimientos empleados para lograr o intentar su aplicación.
También en determinadas circunstancias los máximos jefes del imperio
necesitarán actuar en silencio, y como indirectamente, para que no les
frustren sus planes las tendencias opuestas a la suya dentro del mismo
poder imperial. Pero tanto el discurso del presidente como las
declaraciones de la Casa Blanca dejan a las claras qué buscan con
respecto a Cuba. Directamente y sin rodeos se están expresando asimismo
empresarios imperiales que buscan para sus intereses el filón de la
nueva táctica anunciada. Y clarísimamente expresada está la posición de
este país en el discurso que en la misma fecha y a la misma hora
pronunció el presidente de sus Consejos de Estado y de Gobierno.
Para Cuba están claras la justicia y la necesidad de que se levante
el bloqueo que se le ha impuesto por más de medio siglo. Tan claras
están como el hecho de que debe impedir que ese logro sirva a los planes
de las fuerzas empeñadas en torcerle el camino y someterla a los
designios del imperio. Con respecto a la Comisión Monetaria, y cabe
decir que empleando en parte el vocablo pueblo como sinónimo de nación,
Martí advirtió: “A todo convite entre pueblos hay que buscarle las
razones ocultas. Ningún pueblo hace nada contra su interés; de lo que se
deduce que lo que un pueblo hace es lo que está en su interés. Si dos
naciones no tienen intereses comunes, no pueden juntarse. Si se juntan,
chocan. Los pueblos menores, que están aún en los vuelcos de la
gestación, no pueden unirse sin peligro con los que buscan un remedio al
exceso de productos de una población compacta y agresiva, y un desagüe a
sus turbas inquietas, en la unión con los pueblos menores”.
La realidad hoy no es la misma, pero no ha cambiado lo bastante como
para vaciar de sentido real lo advertido por Martí. La potencia propone a
Cuba relaciones diplomáticas y comerciales que le den a ella, a la
potencia, los resultados que no le han venido de su política de
hostilidad. Para las fuerzas dominantes en los Estados Unidos sería una
victoria que a Cuba entraran, pagados por ella, recursos troyanos para
la sedición, como los que costaron prisión a un agente suyo que intentó
introducirlos de modo clandestino, y no inocentemente ni por propia
iniciativa.
Por eso está bien que a la representación de aquel país en el inicio
de las conversaciones con Cuba en esta nueva etapa voces cubanas le
hagan cuantas sugerencias crean necesarias para que no se repita el afán
injerencista encarnado en agentes como el aludido, ni se permita que
triunfe la línea que preferiría mantener el bloqueo y la hostilidad que
han acabado aislando a los propios Estados Unidos y le han causado
severos daños a Cuba. Pero lo más sensato sería pensar que la mencionada
representación tiene sus planes trazados y no actúa sin las
correspondientes instrucciones de su gobierno, por mucho que sea el
margen atribuible a las iniciativas personales, un margen que no debe
suponerse desmedido cuando se discuten asuntos de naturaleza y
envergadura tan grandes como los que están sobre la mesa.
A Cuba le toca impedir que la victoria alcanzada con más de cincuenta
años de resistencia se dañe o se revierta por desprevenciones o excesos
de confianza impertinentes. Que vengan a Cuba millones de turistas y
consuman lo que nuestro país produce y ofrece, puede y debe ser
ventajoso para el erario de una nación urgida de asegurarle a su pueblo
un bienestar material digno; pero ella también necesita poner en tensión
todo el cuidado que se requiera para que no se repitan realidades como
las que Nicolás Guillén repudió en Cantos para soldados y sones para turistas.
No basta que la máxima dirección del país tenga claro lo que a este
conviene y en él debe hacerse. Es un deber del pueblo —es decir, de
quienes en él abrazan leal y lúcidamente los caminos de la soberanía y
la dignidad de la nación— estar ideológicamente preparado para defender,
en cada palmo, las conquistas revolucionarias, empezando por la
dignidad nacional, y la de cada ciudadano o ciudadana. Es vital impedir
que el imperio, ayudado por corruptos y apátridas, o por apátridas
corruptos, capaces de enmascararse, logre con su nueva táctica lo que no
pudo alcanzar con la fracasada.
El dilema “O Yara o Madrid”, que desde 1898 pudo replantearse como “O
Yara o Washington”, se debe asumir hoy en las circunstancias de estos
tiempos, cuando la propaganda imperial con los valores y desvalores
convenientes a ella circula no solamente en los medios del propio
imperio y hasta empaquetada de manera artesanal. Llega por la vida, por
el pensamiento que las fuerzas dominantes propalan, y no escapan a ella
ni nuestros propios medios, que a veces se tiene la impresión de que son
manejados con desprevención que asusta, incluso en una Cuba acosada por
el bloqueo.
Eso se dice de pasada en estos apuntes y —debe quedar claro— sin
abogar por interdicciones empobrecedoras y contraproducentes, ni
proponer autoaislamientos asfixiantes. Se trata de una profunda lucha
cultural a la que sería suicida dar la espalda, y por la cual pasa todo,
aunque fuéramos tan incautos como tendríamos que ser para no darnos
cuenta de la realidad. En esas tensiones, detectadas o no detectadas, se
ubican desde un videoclip de dos minutos hasta un largometraje de
ficción, pasando por la música, por los artículos que se comercializan
en nuestras tiendas, por el deporte. Se ubica todo, dígase de una vez.
El pueblo debe ser el mayor garante de que la nación mantenga su
camino, incluso cuando no esté la dirección revolucionaria histórica,
esa que, encabezada por la vanguardia del centenario martiano, desde
entonces ha marcado el rumbo de la patria. El hecho de que, al parecer,
el inicio del levantamiento del bloqueo y la normalización de las
relaciones entre los dos países se dé o se intente, lo que no se suponía
posible, mientras aún está presente esa dirección histórica, debe
servir a la seguridad de los intereses nacionales cubanos. El imperio
disfrutaría si consiguiera que a Cuba le tuerza el camino un proceso
iniciado en vida de dicha dirección, pues de ese modo se demolería un
símbolo, y semejante regalo no se lo podemos hacer al imperio, que no
dejará de existir porque normalice en términos diplomáticos sus
relaciones con Cuba, normalización que, nadie lo duda, sería en sí misma
un hecho positivo.
A Cuba le corresponde perfeccionarse en todos los campos en que le
sea posible. La creciente cultura de participación ciudadana —que debió y
debe profundizarse haya o no haya bloqueo, haya o no haya relaciones
diplomáticas entre ambas naciones— ha de servir, entre otras cosas, para
que el pueblo esté en mejores condiciones de impedir que quienes vengan
luego —un luego que no debe verse, ni por decreto ni por ingenuidad,
como etapa lejana o imposible— traicionen el camino que su historia y
sus tradiciones liberadoras le señalan a Cuba. Y haya o no haya bloqueo
—aunque previsiblemente le será menos arduo si este se levanta de
veras—, el país necesita alcanzar la eficiencia económica indispensable,
no como un fin en sí, sino como base para asegurar de modo sostenible
el creciente bienestar del pueblo, y mantener los grandes logros
justicieros cosechados gracias al afán socialista.
Dicha eficiencia debe obtenerla Cuba con esfuerzos propios, y resulta
necesaria cualesquiera que sean las circunstancias, y aún más para que a
nadie se le ocurra imaginar que, cuando se logre, será un fruto de la
generosidad imperial, en caso de que el bloqueo se levante de veras. Sin
ignorar las especificidades de una y de otra, pero tampoco sus
interconexiones, lo que se dice sobre economía cabe decirlo también
sobre la necesidad de ampliar el acceso a los medios de información.
Esto incluye multiplicar el acceso a internet, propósito que ya ha hecho
explícito el país, y que urge alcanzarse con precios potables para la
población.
“Un pueblo es en una cosa como es en todo”, escribió Martí, y lo
dicho en las líneas anteriores se relaciona directamente con el cambio
de mentalidad reclamado en el país. En el cambio, necesario, y que —haya
o no haya bloqueo— exige sus propias medidas, se incluye la prensa. En
el fortalecimiento que se espera que ella alcance, tiene y tendrá un
sitio cardinal la erradicación del secretismo, y el fomento de un
sentido de las circunstancias que nadie confunda con que es conveniente
silenciar qué significan el imperialismo y sus personeros, ni adónde
pueden llevarnos nuestros propios errores y las deformaciones internas.
La claridad informativa se debe cuidar, según cada caso, en todos los
temas. No debe confundirse con irresponsabilidad en el tratamiento de
la información, ni la necesaria responsabilidad debe dar margen para
ocultamientos indeseables. El regreso de los tres luchadores
antimperialistas nuestros que permanecían en cárceles de los Estados
Unidos constituye otro símbolo de la resistencia revolucionaria, y de la
capacidad de esta para alcanzar victorias. La liberación de esos tres
compatriotas completó el regreso de Los Cinco a casa y ocurrió el mismo
17 de diciembre en que se dieron en ambos países los anuncios que se han
considerado la gran noticia de 2014, y cuyas consecuencias apenas
empiezan. El pueblo cubano merecía ver en vivo y en directo la llegada
de los héroes a la patria.
Sí, sería un merecido logro para Cuba, y un mérito para los Estados
Unidos, que el bloqueo aplicado a la primera se levantara totalmente y
se normalizaran de veras las relaciones diplomáticas entre ambos países.
El gobierno estadounidense las rompió en represalia contra las medidas
revolucionarias cubanas dirigidas a recuperar los bienes de la nación,
que al terminar 1958 estaban en gran parte dominados por propietarios
estadounidenses y por una burguesía vernácula sometida a los intereses
de aquella potencia.
Tampoco se desentenderá Cuba de realidades como, entre otras, su
calumniosa inclusión en una lista de países acusados de promover el
terrorismo, o como la base estadounidense que aún ocupa un pedazo del
territorio cubano. Por añadidura, ese pedazo de suelo ha venido usándolo
el imperio para actos criminales monstruosos —incluida la utilización
“legalizada” de la tortura—, contra los cuales no ha podido cumplir el
actual presidente de los Estados Unidos promesas que hizo durante su
primera campaña electoral.
El nombre del espacio Dialogar, dialogar no es solamente
atractivo: expresa una cultura que debemos cuidar y fomentar. Pero hay
personas para quienes el diálogo vale únicamente si sirve para devaluar
todo cuanto huela a revolución y a pensamiento antimperialista, y
muestran apasionada vigilia en la defensa de sus propósitos. Los
revolucionarios y patriotas no deben descuidar lo que les corresponda
defender. También para eso se necesitan recursos tecnológicos e
informativos.
Viniendo como vienen por lo general de circunstancias en que se han
visto acosadas por fuerzas poderosas, las izquierdas —verdaderas o así
llamadas— han acudido a prácticas autoritarias, incluso para defender
intereses del pueblo, base de la verdadera democracia. Pero el
capitalismo es esencialmente antidemocrático: no lo guía la voluntad de
servir al pueblo, sino el afán de lucro, y sus voceros suelen
caracterizarse por despreciar a quienes impugnan un sistema basado en la
explotación de la mayoría.
* Da continuidad al artículo “Con José Martí: raíces y luces”, publicado
en esta sección. Ambos provienen de las cuartillas que el autor preparó
para cumplimentar, con un resumen de ellas, la invitación a participar
el pasado 21 de enero en Dialogar, dialogar, espacio que
auspicia la Asociación Hermanos Saíz y sesiona en el habanero Pabellón
Cuba. El encuentro de esa fecha se dedicó al tema José Martí en la
actualidad cubana.
(1)
Nació en Velasco, Holguín, en 1950. Licenciado en
Estudios Cubanos y doctor en Ciencias Filológicas por la Universidad de
La Habana. Se ha desempeñado como redactor-editor en la Editorial Arte y
Literatura; investigador y sucesivamente subdirector y director del
Centro de Estudios Martianos; profesor titular del Instituto Superior
Pedagógico Enrique José Varona, tarea compartida con la asesoría
nacional, en la dirección del Ministerio de Educación, para la presencia
del legado de José Martí en los planes de enseñanza del país; jefe de
redacción y luego subdirector de la revista Casa de las Américas .
Hacia finales de 2005 fue nombrado Consejero Cultural de la Embajada de
Cuba en España, responsabilidad que concluyó satisfactoriamente en
diciembre de 2009. De regreso al país, optó por ejercer el periodismo en
la prestigiosa revista Bohemia .
Ha mantenido programas radiales semanales en CMBF y
en Radio Habana Cuba. Ha participado como asesor en programas
televisuales, y ha sido jurado en el Premio de la Crítica, el de la
Unión de Escritores y Artistas de Cuba y otros certámenes nacionales, y
en el Premio Literario Casa de las Américas .
Ha impartido conferencias y participado en foros
profesionales en Cuba, Venezuela, Nicaragua, República Dominicana,
México, Costa Rica, Colombia, Puerto Rico, Argentina, España, Italia,
Yugoslavia, Andorra, Checoslovaquia, India y China.
A su obra pertenecen volúmenes de diferentes géneros: Precisa recordar, Flora cubana, Tres narradores agonizantes, Libro de Laura y Claudia, De raíz y memoria, Textículos (reúne Amorosos textículos e Infernales textículos ), De Cuba en el mundo , Más que lenguaje y varios acerca de José Martí. Entre estos últimos se hallan las colecciones de ensayos Ideología y práctica en José Martí y José Martí, con el remo de proa , así como la biografía Cesto de llamas ,
que recibió Premio de la Crítica de Ciencias Sociales, cuenta con
varias ediciones en español dentro y fuera de Cuba y se ha publicado
asimismo en inglés y en chino.
Textos suyos de diversos géneros han aparecido en
numerosos libros colectivos y publicaciones seriadas, dentro y fuera de
Cuba, y ha prologado obras (algunas con selección suya) de Luis Vélez de
Guevara, José Martí, Miguel de Carrión, Jesús Castellanos, Carlos
Loveira, Jorge Mañach y otros. Preparó y prologó el primero de los dos
tomos de la Valoración Múltiple de José Martí publicada por la Casa de
las Américas. Tiene otros libros en proceso de edición
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