Por Diego Ezequiel Litvinoff *
El uso de
las nuevas tecnologías de comunicación es tan pronto festejado como
vilipendiado. De herramientas democratizadoras per se, a mecanismos de
alienación constitutivos, las aguas se dividen sin mediaciones
aparentes. Tal vez habría que empezar por lo evidente: si bien es cierta
la creciente masificación de su uso, ello no implica la desaparición
inmediata de las viejas tecnologías.
Cada medio se caracteriza por generar las condiciones bajo las
cuales establece la comunicación. La aparición y el desarrollo de nuevas
modalidades responden a necesidades comunicativas no colmadas por los
viejos medios. Pero también su propia difusión genera nuevas
experiencias que no sólo contribuyen a reproducir su propio uso, sino
que además pueden acarrear transformaciones en otros ámbitos. Tal vez,
el vínculo entre la denominada Primavera Arabe y el uso de nuevas
tecnologías se explique menos por la difusión de las marchas vía
Facebook (cuyo alcance, según algunos investigadores, no habría sido
masivo) que por una influencia indirecta: la exposición del rostro y el
ejercicio de la opinión en asuntos cotidianos, producto del uso de
Facebook, generó campos perceptivos que hicieron intolerable el poder de
regímenes políticos que no se sometieran al voto popular.
Pero, así como las nuevas tecnologías pueden contribuir a
visibilizar las arbitrariedades de un sistema dictatorial, no hacen sino
invisibilizar sus propios mecanismos de censura, lo que desmiente el
entusiasmo democratizador con el que suelen ser avaladas. Y no sólo
porque, como se sabe, tienden, al igual que otros medios, a concentrarse
en pocas manos; sino, sobre todo, porque son, en realidad, sus propias
condiciones de uso las que imponen las dinámicas de apertura o clausura
de ciertos modos de intervención y por lo tanto de la difusión de
determinados contenidos.
Valga de ejemplo lo sucedido en torno del tuit de Florencia
Saintout, a propósito del atentado en Charlie Hebdo. En cuanto al
estilo, puede observarse que responde a los típicos mensajes que se
plasman en estos dispositivos. Para poder circular, deben ser breves,
contundentes y sugerir más de lo que dicen.
Sin embargo, los comentarios negativos que ha suscitado, la condena
moral de la que ha sido objeto y el feroz ejercicio de interpretosis,
que le atribuye afirmaciones atroces, dan cuenta de los límites de ese
mensaje, que, no concerniendo a la forma, deben buscarse en su propio
contenido: “Los crímenes no tienen justificaciones pero sí tienen
contextos”. Si esa frase hubiera sido pronunciada, por ejemplo, en el
ámbito académico, no habría generado adhesiones ni rechazos. Es más, no
hubiera sido necesaria, puesto que en ese ámbito la contextualización de
los hechos es un ejercicio ineludible, siendo aquello que se discute la
definición del contexto en el que cada hecho se enmarca. En este caso,
¿se trata de una radicalización de la “guerra de civilizaciones” o el
contexto es el de una elite que, lejos de ser conservadora como antaño,
si no los provoca directa o indirectamente, al menos se ve beneficiada
con la producción de ciertos acontecimientos? Este debate exige las
condiciones que brinda la comunicación académica, con sus modalidades de
escritura extensa, referencia teórica, inscripción personal y modos de
exposición y evaluación.
Twitter, al contrario, inhibe la posibilidad del debate por el
contexto, porque sus condiciones son la brevedad del enunciado, su
apertura interpretativa, la desmesurada posibilidad de respuesta, el
anonimato y la estimulación de una reacción inmediata, que deriva en una
opinión irreflexiva. Bajo estas condiciones, lo que se reclama es un
enunciado cuya justificación, comprensión y respuesta no exija más que
otro enunciado del mismo tipo.
Las nuevas tecnologías generan, aunque sutiles, diversos mecanismos
de uso, ingreso y permanencia. El desafío es aprender a utilizarlos,
aprovechando las posibilidades que abren, como la de difundir contenidos
alternativos o darles voz a quienes de otro modo no la tienen. La
paradoja del tuit de Saintout fue que mencionó, siguiendo las
modalidades formales de los nuevos medios, la palabra cuyo contenido
éstos excluyen: “contexto”. Se sometió así, sin pretenderlo, a la
despiadada utilización política de sus dichos.
La ampliación y democratización de los medios deben ir acompañadas
por una indagación profunda sobre los límites y potencialidades de cada
uno de ellos. La misma que se debe tener cuando se los utiliza
políticamente, por más loables que sean sus pretensiones. Por más
justificadas y contextualizadas, que estén las argumentaciones.
* Sociólogo UBA, diegolitvinoff@yahoo.com.ar
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